Misterio de los mensajes sorprendentes (17 page)

BOOK: Misterio de los mensajes sorprendentes
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Las cosas empezaron a encajar perfectamente. Rangoon, la señora Hicks y las notas. ¿Sería uno de estos hombres el que pagaba a la mujer para que las escondiera en casa de Goon y que, finalmente, intentaron entrar en Fairlin Hall?

«Han conseguido dejar en la calle a los Smith porque, o bien quieren la casa, o están buscando algo en ella —pensó Fatty un tanto excitado, y agregó para sí—: ¿De qué debe tratarse? ¿Podría tener alguna relación con aquel robo de diamantes que no encontraron nunca?»

«¡Uf- Palabra que me hierve la cabeza.»

El muchacho continuó arrastrando el carretón sin dejar de mirar a los dos individuos hasta que llegaron junto a la puerta principal de la casa. No hay que decir que el chico tuvo el tiempo suficiente para anotar en su libreta la descripción de los dos sujetos.

De pronto se dio cuenta que al otro lado de la calle se encontraba el número de una de las casas cuya dirección le diera su madre.

«—Bueno, como estoy tan cerca, lo mejor será recoger lo que hayan preparado para mamá —se dijo—. Si no me equivoco debe tratarse de la señora Henry.»

Todavía preocupado con sus pensamientos, Fatty cruzó la calle dirigiéndose a la puerta principal de la mencionada casa, olvidándose totalmente de que iba disfrazado de trapero, y al llegar allí llamó al timbre.

La señora Henry abrió la puerta y se lo quedó mirando de hito en hito.

—La puerta de servicio está al otro lado —dijo señalando con la mano, y continuó—: pero no tenemos nada para darle hoy.

—Pero mi madre me dijo que usted tenía algunas ropas viejas, señora Henry —replicó Fatty muy educado.

—Su madre —dijo la interpelada señora, mirando muy sorprendida a aquel hombre tan sucio, de espesas cejas y aspecto de pordiosero—. Yo no la conozco. ¿Quién es?

—Es la señora Trotteville —contestó el muchacho.

Y acto seguido le echaron la puerta en las narices. Fatty se quedó atónito, pero de pronto se dio cuenta de que no le había reconocido a causa de su disfraz, así es que abandonó la casa corriendo. ¡Vaya una gracia! ¿Cómo podía haberse olvidado que hacía de trapero y qué pensaría la señora Henry?

«¿Por qué mencionaría el nombre de mi madre? —pensó Fatty, suspirando—. Es capaz de llamarla por teléfono en seguida y esto disgustará a mamá. Lo mejor será ir a casa rápidamente; una vez allí daré una ojeada a estos periódicos para ver si hay alguno de Rangoon. ¡Mamá no sabe lo intuitiva que ha sido al pronunciar el nombre de esta ciudad!»

Una vez en su casa dejó el carrito en el garaje, cogió uno de los cajones que llevaba Rangoon impreso, la estatuilla, todos los periódicos, trasladando todo esto a su cobertizo con al mayor sigilo para que el jardinero no lo viera.

El resto de la pandilla se había ido; ni tan siquiera Ern estaba allí.

«Apuesto a que están otra vez en la pastelería —pensó Fatty dándose cuenta de que tenía verdadero apetito—. Pero de todas formas ahora voy a mirar los periódicos.»

Fue cogiéndolos uno a uno al mismo tiempo que los iba dejando desalentado, pasando por sus manos gran número de «Daily Telegraph», «Daily Mail», «Daily Express» y «Evening Standard», pero después de haber pasado mucho rato sin haber hallado nada interesante dio con un semanario impreso en papel basto y con el título «Rangoon Weekly». Estudió minuciosamente el tipo de letra y comprobó que era el mismo que el usado en los anónimos.

Por este motivo el muchacho se dedicó a repasar el semanario hoja por hoja para tratar de descubrir si se habían recortado algunas palabras; efectivamente, así era y el chico exclamó:

—Lo encontré. Ya no me cabe la menor duda de que las palabras de los anónimos fueron recortadas de este semanario.

Asimismo nuestro pequeño detective comprobó que la palabra «goon» había sido recortada de las palabras «Rangoon Weekly», pero no sólo de una página, sino de varias. Solamente la sílaba «Ran» quedaba intacta.

El muchacho temblaba emocionado porque estaba resolviendo este rompecabezas, al cual solamente le restaban pocas piezas para completarlo, por cuyo motivo repasó todavía con más ahínco el resto de los periódicos.

El resultado de su concienzudo trabajo fue el hallazgo de dos nuevos semanarios del «Rangoon Weekly». Los cuales también habían sido mutilados de la misma manera que el anterior.

Fatty se levantó, puso los semanarios en un sobre, guardándolos en un cajón que cerró con llave.

—Éstas son pruebas evidentes —dijo—, pero ¿qué pueden significar? Hay que reconocer que es un misterio fuera de lo corriente, pero por esto mismo no deja de ser interesante. Me gustaría que los demás estuvieran aquí.

A todo esto la señora Trotteville llamó a su hijo, encaminándose hacia el cobertizo, y éste exclamó para sí:

—¿Qué dirá cuando se encuentre con un trapero en su propia casa?

CAPÍTULO XVIII
FATTY EXPLICA LO OCURRIDO

El muchacho no tuvo tiempo de quitarse su dentadura postiza, cuando su madre abrió la puerta, mirando al interior al tiempo que llamaba a su hijo.

—Federico, ¿estás aquí?

Fatty permaneció en un rincón oscuro de la pieza, dándole la espalda.

—Sí, mamá, ¿qué deseas?

—Me ha telefoneado la señora Henry —empezó su madre—. Pero, por favor, vuélvete que te estoy hablando.

—No, mamá, pues no estoy presentable —contestó Fatty, amedrentado.

—¡Vuélvete! —ordenó su madre.

Nuestro protagonista no tuvo más remedio que obedecer, no pudiendo impedir que su madre diera un grito de sorpresa.

—¡Federico! ¡Ven aquí! ¿Cómo puedes ir vestido de este modo? ¿No irás a decirme que eres el mismo trapero del que acaba de hablarme la señora Henry? ¡No, no es posible que te hayas presentado allí dando mi nombre!

—Verás, mamá, fue una equivocación —comenzó Fatty, colorado hasta las orejas—. Me olvidé de que iba disfrazado.

—¡No digas tonterías! —exclamó su madre, realmente enfadada—. ¿Cómo puedes olvidarte de que vas hecho un harapiento? Y además es incomprensible que te hayas atrevido a ir a casa de la señora Henry de esta manera. No te preocupes más de recoger cosas para mí, porque a este paso acabarás con todas mis amistades...

El muchacho se quedó muy compungido y trató de disculparse.

—Pero, mamá, te repito que lo olvidé; además, lo siento mucho y estoy dispuesto a pedir disculpas a la señora Henry. Lo que pasó es que descubrí una cosa muy interesante y estaba ensimismado hasta tal punto que tú misma te quedarás pasmada cuando te lo explique.

—¡Basta ya! —exclamó la señora Trotteville, irritada como nunca—. No me extraña que el señor Goon se enfade contigo cuando haces estas tonterías. ¿Te ha visto con semejante facha?

—Sí —contestó Fatty muy serio.

—Luego, no tardará mucho en volver para quejarse y espero que no llegue a los oídos de tu padre.

Dicho esto, la señora Trotteville abandonó el lugar, dirigiéndose hacia la casa con pasos rápidos.

¡En buen lío se había metido! Su madre estaba enfadada y además no le podía explicar lo que había sucedido. No había duda de que los próximos días iban a ser malos.

Dio un profundo suspiro y empezó a quitarse el disfraz: en primer lugar los dientes, luego las cejas, seguidamente la maloliente gabardina y poco a poco fue recuperando su aspecto habitual.

Se miró en el espejo y comprobó que su cara seguía limpia, pero continuaba con la duda de seguir haciendo los recados de su madre o de ir en primer lugar a pedir excusas a la señora Henry.

Después de mucho pensarlo decidió dejar todo para el día siguiente, y tomando la pluma y la libreta de notas escribió un detallado informe en el que constaban todos los sucesos acaecidos durante la mañana.

A las doce y media oyó murmullo de voces comprobando que correspondían a la pandilla que estaba de vuelta y Fatty guardó su libreta y salió a recibirles.

—¡Ya ha vuelto! —dijo Bets contenta—. ¿Hubo suerte esta mañana?

—Mucha —contestó Fatty sonriendo—, aun a pesar de que ha ocurrido algo malo.

—¿Qué ha pasado? —preguntó ansiosamente Daisy.

—Veréis, fui a casa de la señora Henry para recoger un encargo de mi madre y a causa de mi mala memoria me presenté vestido de trapero sin darme cuenta y, para colmo le dije que era hijo de la señora Trotteville.

Todos rieron estrepitosamente.

—Nunca pensé que fueras tan zoquete —dijo Pip, añadiendo—: ¡Sólo faltaría que esta señora telefoneara a tu madre!

—Ya lo ha hecho y por este motivo he recibido una bronca enorme. ¡Mi madre ni me habla!

—¡Repato! —exclamó Ern—. ¿Ésta es la suerte que tuviste hoy?

—En realidad, no, pues acabo de hacer unas anotaciones sobre lo ocurrido para recordar los más mínimos detalles —explicó Fatty—. Os voy a leer el informe.

Abrió la libreta de notas y empezó a leer:

«Haciendo las veces de trapero y vestido como tal, me desplacé a Fairlin Hall con el objeto de observar lo que ocurría y una vez allí encontré un coche aparcado, marca «Riley», de color negro, matricula AJK6660, del que se habían apeado los dos hombres que estuvieron antes en la Agencia en busca de las llaves. Al dirigirme a la puerta trasera de la casa pude ver a los dos mencionados individuos dentro de la cocina, uno estaba abriendo la alacena y el otro enrollaba una alfombra. Entonces notaron mi presencia y me ordenaron que abandonara el lugar en el preciso instante que llegó Goon...»

—¡Oh, no! —exclamó Bets interrumpiendo.

—Luego uno de aquellos dos sujetos rogó al policía que me expulsara de allí y éste me preguntó cómo me llamaba y qué...

—No se lo dirías, ¿verdad? —interrumpió también Daisy.

—No, dije que me llamaba F-f-f-f —replicó Fatty tartamudeando—, T-t-t-t... Después dijo que no podía perder el tiempo con tartamudos.

Los otros rieron de buena gana y Fatty continuó leyendo:

«Entonces abandoné Fairlin Hall, gritando de vez en cuando como cualquier trapero: de pronto vi a la señora Hicks andando, como el que llega tarde a una cita y decidí seguirla, pues pensé que a lo mejor iba a cobrar los servicios prestados como «colocadora de anónimos». Entró en una casa llamada «Kuntan» y me acerqué a la puerta del patio con la idea premeditada de preguntar si tenían algo para el trapero.»

—¡Oh, Fatty! Todo esto es muy interesante —exclamó Bets.

El muchacho hizo un movimiento afirmativo con la cabeza y prosiguió la lectura sin levantar la vista:

«En este patio había unos cajones vacíos con la palabra «Rangoon» impresa en cada uno de ellos y supuse que procedían de Birmania. Al cabo de unos minutos se abrió la puerta, viendo a la señora Hicks que estaba despidiéndose de un hombre de raza amarilla, al cual dijo que me vendiera todos los enseres que quisiera comprar de los esparcidos en el patio y en el cobertizo. Más adelante la señora Hicks me informó que cosía para la mujer del birmano y que también vivían dos hombres más en la casa, uno de ellos inglés, aunque había vivido mucho tiempo en Birmania, y otro que no hablaba casi nunca y del que no sabía absolutamente nada.»

—¡Dos hombres! ¿Eran los que viste en Fairlin Hall, Fatty? —preguntó Larry.

Fatty afirmó y siguió leyendo:

«La señora Hicks me vendió una estatuilla oriental, cuatro cajas y gran cantidad de periódicos, entre los cuales habían algunas revistas llamadas «Rangoon Weekly», de las cuales en tres de ellas habían sido recortadas algunas palabras, principalmente «Rangoon».»

—¡Fatty! —gritó Pip—, de esa palabra recortaron el «goon» que venía pegado en el sobre. Ha sido un éxito que hayas conseguido esas revistas.

—¡Suerte!, diría yo —contestó nuestro detective.

Fatty hizo una pausa tras la lectura del informe y dijo:

—Bueno, esto es lo que sabemos de momento, y aunque es mucho, no es todo. Lo que falta por dilucidar es por qué estos hombres querían echar a Smith de Fairlin Hall. ¿Quién de vosotros tiene alguna idea?

—Yo. Tal vez tiene algo que ver con el robo de diamantes que nunca fueron hallados —dijo Pip, bastante excitado—. Podrían estar escondidos en alguna parte de Fairlin Hall. Wilfrid Hasterley pudo haberlos ocultado personalmente, esperando que al salir de la cárcel aún podría disfrutar del beneficio del robo.

—Sí, y estos dos hombres deben ser los que planearon el robo junto con Hasterley —gritó Daisy—. Sabemos que uno de ellos se escapó al extranjero...

—A Birmania —interrumpió Pip.

—Y el otro, estando en la cárcel con Wilfrid, debía saber que éste los había escondido en la casa —gritó Larry.

—¿Cuál es tu opinión, Fatty? —inquirió Bets.

—Estoy de acuerdo con vosotros en todo —contestó—, también estoy seguro que estos sujetos enviaron los anónimos a Goon, aprovechándose del pasado poco recomendable que tenía Smith, y como habían perdido contacto con la casa durante tantos años, no sabían que «Las Yedras» era ahora Fairlin Hall.

—Todo empieza a concordar perfectamente —comentó Larry entusiasmado—, y pensar en las vueltas que hemos dado buscando casas cubiertas de yedra, ¡si hubiéramos sabido que se trataba de Fairlin Hall habríamos ido mucho más de prisa!

—Fatty, ¿informarás al superintendente Jenks sobre el robo de diamantes? —preguntó Bets con sumo interés.

—Está de viaje por el Norte —replicó el muchacho—. Llamé por teléfono, pero en ausencia de él me dijeron que diera cuenta de todo a Goon y éste cree que todo está solucionado, ¡cuando en realidad estamos a mitad de camino! Me gustaría contarle todo esto al «Super».

—¿No puedes esperar a que esté de vuelta antes de continuar investigando? —inquirió nuevamente Bets.

—¿Qué? ¡Y dejar que estos hombres encuentren los diamantes! —dijo Ern, metiendo baza por vez primera—, estoy seguro que continuarán buscando cada día hasta que den con ellos.

—Sin duda, las joyas están en alguna parte de la cocina —dijo Fatty—. De otra manera no se explica este desmesurado interés en echar a Smith.

—¿Deben de saber algo los guardas del robo de diamantes? —preguntóle Pip.

—No creo —contestó Fatty—, pero podrían saber si existe algún lugar oculto en la casa, tal como: una puerta simulada o una cavidad secreta en algún mueble, etc.

—¡Esta sí es una buena sugerencia, Fatty! —exclamó Bets—. La señora Smith conservaba la casa extraordinariamente limpia y debía conocer todos sus rincones.

—Pues está en casa ayudando a mi madre —explicó Fatty—, creo que sería una buena idea preguntarle todas estas cosas, ya que a lo mejor obtenemos alguna información que nos ayude en nuestra búsqueda.

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