Read Misterio de los mensajes sorprendentes Online
Authors: Enid Blyton
«—¡Tengo que pedir ayuda! —pensó el chico—, pero, ¿cómo?»
Siguió durante unos minutos más en la misma posición tratando de ordenar sus ideas y después razonó para sí:
«—Volveré a la puerta principal y pediré ayuda a la primera persona que pase.»
Por fin se decido a llevar a cabo su proyecto y pisoteando la nieve se dirigió hacia la verja. Esperó varios minutos, temblando y al fin vio a una persona que se acercaba a la casa dando grandes zancadas. La persona en cuestión era un hombre de pequeña estatura, que andaba de prisa debido a la desapacible temperatura. Sin embargo, Ern corrió hacia él suplicando:
—¡Por favor, necesito ayuda! Dos hombres tienen encerrado a un amigo mío en esta casa deshabitada, al que han herido y maltratado. Tenga la amabilidad de ayudarme.
El hombrecillo le miró con firmeza y desconfianza para decir seguidamente:
—¡Este es asunto de la policía!
—¡Oh, no! —contestó Ern, acordándose de su tío—. No, no quiero que venga la policía.
—Bueno, todo lo que yo puedo hacer es telefonear a la comisaría —replicó el hombre, marchándose a toda prisa
Ern estaba desesperado, pues la última persona a quien deseaba ver allí era a su tío. Regresó a la casa sin hacer ruido al andar sobre la nieve; una vez allí trató de observar a través de la ventana de la cocina, pero no había rastro de Fatty ni tampoco se percibía ningún ruido. No obstante, no dudaba que los dos individuos estaban allí todavía, puesto que los focos de sus linternas seguían reflejándose de vez en cuando en el techo de la habitación.
El muchacho se debatía interiormente si sería capaz de entrar y rescatar él solo a Fatty, pero por desgracia Ern no se sentía con valor suficiente par hacer esto, ya que además era imposible llevar a cabo tal empresa sin hacer ruido. ¡Ern estaba descorazonado!
«¡Soy un cobarde! —pensaba con sentimiento—. No sé qué debo hacer; y estoy seguro que Fatty no tendría duda ninguna al respecto. ¿Por qué seré tan torpe?»
Inesperadamente dio un salto hacia atrás, al notar que algo le había rozado la pierna y le había dejado una mano húmeda.
—¡Ooooh! ¿Qué es esto? ¡Pero si es «Buster»! —exclamó—. ¡Schiiis! ¿Cómo te escapaste?
«Buster» movía la cola loco de contento. Sabía muy bien cómo había salido del cobertizo. En primer lugar subió de un salto encima de una pequeña mesa y de allí observó que la ventana estaba entornada solamente; entonces, con la pata y el hocico, logró abrirla lo suficiente para dar un salto y llegar al jardín. Después siguió las pisadas de Fatty y Ern olfateando el suelo y de este modo llegó hasta Fairlin Hall.
¡Pero lo curioso es que ahora que «Buster» presentía el peligro no ladró ni una sola vez al encontrar a Ern! El perro puso su patas sobre las rodillas del chico mientras emitía una especie de gemido como queriendo preguntar:
—¿Dónde está Fatty? ¿Qué ocurre?
Así estaba cuando el animal notó la presencia de los dos sujetos en la casa y puso las orejas rígidas para captar mejor qué es lo que sucedía. Después echó a correr hacia la puerta, volvió a olfatear las pisadas de Fatty y empezó a correr arriba y abajo del patio en busca de su amo. ¿Dónde estaría? ¿Qué había pasado? Volvió a la puerta y olfateando sin cesar entró en la cocina dirigiéndose sin vacilar a la alacena; una vez allí empezó a rascar con la pata. ¡Sabía que su amo estaba allí!
Los dos intrusos, al oír el perro, salieron corriendo del dormitorio de los Smith y enfocaron sus linternas sobre el pequeño «scottie» en el preciso instante en que el perro saltó sobre ellos. Uno recibió una dentellada en el tobillo y el otro notó una caricia parecida en la mano, pegándole con la otra. El perro los tenía acorralados, ladrando y mordiendo como podía.
Uno de los hombres, al ver el cariz que tomaban las cosas, salió de la cocina y se encaminó al vestíbulo; el otro hizo lo mismo, pero «Buster» les persiguió escaleras arriba, mientras Ern casi lloraba de alegría. En esto se fue hacia la puerta de la alacena y la abrió.
—Fatty, vámonos de prisa —casi gritó.
Fatty estaba tumbado en el suelo rodeado de todos los objetos de limpieza que pueda uno imaginarse y se quedó mirando fijamente a Ern, todavía un poco aturdido.
—¡Ern! —exclamó con voz débil—. ¿Qué ocurre?
—¡Fatty, tienes una fuerte contusión en la cabeza! —contestó su amigo, desesperado—. ¡Rápido, te sacaré de aquí? ¿Puedes andar? Déjame que te ayude.
Fatty se levantó con dificultad, pues efectivamente el golpe en la cabeza le había dejado seminconsciente. Ern le ayudó a salir para que respirara aire libre.
—Deja que me siente —pidió Fatty—, este aire fresco hace que me sienta mucho mejor. ¿Qué ha pasado? Y... ¡ahora que caigo!, ¿qué haces tú aquí! Y ¿es «Buster» este perro que ladra?
—Mira, Fatty, no te preocupes por nada ahora —dijo Ern, mientras su compañero se sentaba pesadamente al lado de uno de los arbustos—. «Buster» está dando caza a los hombres que te pegaron, espera unos momentos aquí y yo voy a ver si le ha ocurrido algo.
Tal y como dijera, Ern regresó a la cocina tomando toda clase de precauciones. No obstante, antes de que pudiera echar una ojeada a la misma, alguien que se había acercado a la casa, dio la vuelta a la esquina enfocándole con una linterna y le dejó pasmado. ¿Quién podía ser ahora? Y en seguida oyó una voz fuerte e irritada, que dijo:
—¡Ern!, ¿qué haces aquí? Alguien me telefoneó diciéndome que en este lugar había un muchacho necesitado de ayuda. ¡Ern, si te estás divirtiendo a mi costa te juro que!...
¡Por supuesto, la voz pertenecía a Goon!, que había llegado, como siempre, en su bicicleta y se dirigía hacia su sobrino, quien suponiendo sus malas intenciones para con él, irrumpió en la cocina. Su tío le siguió completamente convencido de que el muchacho le había hecho ir allí, en una noche nevada, con el único objeto de reírse de él.
En aquel momento, «Buster», al oír la voz del policía apareció inesperadamente y saltó sobre Goon agarrándose a sus pantalones y mordiéndole los tobillos.
—¡Maldición! ¡También tengo que topar con este perro! Con seguridad que también andará por aquí el «gordinflón» —tronó—. ¿Qué ocurre? ¡Este asqueroso perro! ¡Fuera! Ern, ¡quítamelo de encima o te prometo que te acordarás de mí!
Pero «Buster» nunca había disfrutado tanto en su vida y ni Fatty ni nadie podía contener al animal. El perro empezó a perseguir a Goon dentro de la cocina, motivo por el cual el policía acabó dentro de la alacena, haciendo el mismo ruido que Fatty momentos antes.
En este momento Ern vio a los dos sujetos asomándose a la puerta y se pegó a la pared, atemorizado, rogando al cielo que no fuera visto, pero uno de ellos enfocó su linterna a la alacena viendo al policía y a «Buster» encima de él.
—¡Mira, la policía! —gritó, alarmado, y dando un portazo encerró a Goon dentro de la mencionada alacena.
—Bueno, nos hemos quitado el perro de encima y hemos encerrado a un policía —murmuró el hombre con voz temblorosa—. No entiendo nada de todo esto. ¿Dónde está el chico que dejamos sin conocimiento?
—Debe de estar tumbado debajo del «poli» —contestó el otro—. El policía habría caído sobre él, intentando zafarse de ese maldito perro. ¡Uf, qué noche! ¿Continuamos buscando o lo dejamos?
—Lo más oportuno será regresar a «Kuntan» —manifestó su compañero—. El perro me ha desollado los tobillos y necesito ponerme un desinfectante. ¡Si hubiera podido matarle!...
—Pero ha sido mejor así, porque de esta manera hará compañía al policía y al muchacho hasta mañana —dijo el otro sujeto.
De repente giró sobre sus talones diciendo:
—¿Qué es esto?
Y acto seguido iluminó la pared donde Ern estaba apoyado, descubriéndole. Entonces el muchacho se portó magníficamente: levantó una mano y echó a rodar todos los utensilios de cocina, los cuales hicieron gran estrépito al caer en el suelo, alarmando a los dos intrusos. Después de esto, Ern empezó a dar saltos en el aire llevándose las manos a la cabeza, dando alaridos con una voz horrible a la vez que decía: ¡Os voy a atrapar! ¡Os voy a atrapar!
Los dos hombres salieron atropelladamente al patio. Éste había sido el último episodio, después de una larga serie de sucesos extraños en aquella casa que debía estar deshabitada y que, por si fuera poco, además de muchachos policías y perros, rondando dentro de ella, ¡aparecía un fantasma!, o algo parecido, arrastrando consigo toda una batería de cocina. Los dos individuos estaban realmente aterrados.
Ern no acababa de dar crédito a lo que veía, pues le parecía imposible que su loca idea hubiera surtido efecto.
En aquel instante escuchó un fuerte lamento y se preguntó que habría pasado; después oyó un fuerte golpe y unas voces airadas.
—¿Qué ocurrirá ahora? —se preguntó cohibido, dándose cuenta de que las voces subían de tono a medida que se aproximaba sigilosamente a la puerta de la cocina—. ¡Repato!, estoy seguro de que se han caído en la carbonera. Seguramente Fatty se habrá olvidado de cerrar la aspillera y ¡se han caído! Están heridos o intentan subir la escalera. ¡Rápido, Ern, tienes que hacer algo!
Y así fue como el muchacho voló hacia la puerta de la carbonera, encontrando fuera de su lugar la aspillera, la cual estaba cubierta de nieve. Con gran esfuerzo intentó arrastrarla par conseguir cerrarla; así es que los dos individuos que estaban en silencio, tratando de pasar desapercibidos, al verse descubiertos, se dieron cuenta de su verdadera situación.
Uno dio un grito al mismo tiempo que subía unos peldaños, pero estaban en tan malas condiciones que cedieron a su peso y volvió a dar con sus huesos en el suelo. Por fin Ern consiguió colocar la aspillera en su sitio y enfocó seguidamente a los dos furiosos y atemorizados individuos.
—¡Podéis quedaros aquí hasta que os vengamos a recoger! —exclamó él chico, al mismo tiempo que buscaba algún objeto pesado que colocar sobre la aspillera para que no pudieran levantarla.
Cogió un cubo de la basura, lo llenó de piedras y lo puso encima de la aspillera, haciendo tanto ejercicio que cuando terminó la tarea estaba sudando.
Los dos prisioneros le dedicaron toda clase de improperios y continuamente decían palabrotas, pero a pesar de esto, Ern se sentía tan importante, que no les hacía ni caso.
—¡Repato!, tengo a estos dos sujetos en la carbonera y a mi tío con «Buster» en la alacena; ¡he hecho un buen trabajo esta noche! —Y regresó velozmente al lugar donde se encontraba su amigo. ¡Si por lo menos Fatty se encontrara mejor!
Este se había recuperado mucho y estaba de pie sin saber con certeza a dónde ir y qué podía hacer sin sospechar ni por casualidad la gran «hazaña» que había llevado a cabo su compañero.
—¡Hola, Fatty! —saludó Ern—. ¿Te encuentras mejor? Apóyate en mí y vámonos a tu casa. Ahora no me hagas preguntas y espera a mañana, que estarás completamente bien y te lo contaré todo.
Y así fue como Fatty, todavía medio atontado y con un fuerte dolor de cabeza, se fue lentamente hacia su casa apoyado en el hombro de Ern. En aquel momento su mayor deseo era acostarse y descansar. Al día siguiente su buen amigo le explicaría todo lo sucedido, pues ahora no estaba en condiciones de ordenar sus ideas.
Ern durmió en la habitación de Fatty para asistirle si tenía necesidad de algo. Se acurrucó en una butaca, completamente vestido, para no dormirse del todo y empezó a recordar los sucesos acaecidos unas horas antes. Pensó en su tío encerrado en la alacena con «Buster» ladrándole en los oídos, pensamiento, sin duda, agradable para Ern.
Al cabo de un rato se quedó dormido, lo mismo que Fatty, quien encontrándose más aliviado de su dolor de cabeza, se durmió «como un tronco». A las siete y media de la mañana, se despertó sentándose en la cama, ya completamente recuperado y ¡cuál no sería su sorpresa al ver a Ern dormido en una butaca! Su mente intentó reconstruir los sucesos de la noche anterior. ¿Qué había ocurrido?
«Recuerdo que fui atacado por dos hombres que me encerraron después en la alacena, pero el resto lo tengo muy confuso —pensó Fatty al tiempo que se tocaba la cabeza con la mano, comprobando el golpe recibido en aquella parte del cuerpo. Creo que me dejaron sin sentido. ¿Pero cómo llegué aquí?»
—¡Ern, despiértate, Ern!
Su amigo abrió los ojos, sobresaltado, y se acercó a la cama de Fatty.
—¡Repato! Tienes un buen chichón en la cabeza —dijo—. ¿Cómo te encuentras?
—Muy bien —contestó Fatty, saltando de la cama—. Ern, ¿cómo he venido aquí? ¿Qué diablos ocurrió anoche? ¿Cómo te has metido en este embrollo? ¡Si tú no estabas en Fairlin Hall!
—¡Oh, te equivocas! —replicó Ern—. Mira, vuélvete a la cama y te contaré la mejor novela que puedas leer en tu vida.
—Bien, pero que sea corta —contestó Fatty— tengo que telefonear al superintendente ahora mismo.
—Desde luego, tienes que avisarle, pero no hay prisa —manifestó el otro sonriéndose maliciosamente—. Tengo a todos «metidos en el saco».
—¿Qué quieres decir con esto, Ern? —suplicó Fatty—. No te quedes así sentado riéndote, ¡cuéntamelo todo!
—Bueno, verás, mi tío está encerrado en el cuartucho donde tú estuviste antes —explicó Ern—, y «Buster» está haciéndole compañía y con respecto a los ladrones, los tengo a buen recaudo en la carbonera. Logré que se asustaran y salieron volando, así es que al no ver la aspillera abierta, se precipitaron en el fondo. Fue una suerte que no la colocaras otra vez en su sitio. Como pude la arrastré hasta el agujero y, ¡cuidado que pesaba!, luego puse encima de ella el cubo de la basura llenándolo de piedras.