Misterio en la casa deshabitada (2 page)

BOOK: Misterio en la casa deshabitada
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Pip firmó: «Felipe Hilton», Luego Daisy puso su nombre: «Margarita Daykin».

—Ahora tú, pequeña Bets —ordenó Fatty, tendiéndole la pluma—. Procura hacer buena letra.

Sacando la lengua, Bets firmó con su nombre y apellido, con letras algo separadas. «Isabel Hilton». Después añadió: «Bets».

—Por si acaso no recuerda que Isabel soy yo —explicó.

—¡Claro que se acuerda! —exclamó Fatty—. Apuesto a que jamás olvida nada. Es muy listo. Para llegar a inspector de policía hay que tener mucho talento. Somos muy afortunados de contar con un amigo como él.

Lo eran, en efecto, pero el inspector profesaba, a su vez, viva simpatía y admiración a los Cinco Pesquisidores, pues éstos habíanle prestado una valiosa ayuda en dos complicados casos.

—Espero que tendremos ocasión de ser Pesquisidores otra vez —suspiró Bets.

—Opino que deberíamos buscar un nombre mejor —propuso Fatty, tapando su estilográfica—. Eso de Pesquisidores me parece muy tonto. Nadie nos tomará por detectives de primera categoría.

—En realidad, no lo somos —replicó Larry—. No somos detectives, a pesar de que nos hacemos ilusiones de serlo. El nombre que tenemos es muy propio; somos simplemente unos chicos que averiguan cosas.

Fatty no estaba de acuerdo.

—Somos más que eso —protestó sentándose a la mesa—. ¿Acaso no vencimos al viejo Goon por dos veces? No tengo inconveniente en deciros que pienso ser un famoso detective cuando sea mayor. Creo que realmente poseo talento para ello.

—¡Qué pretensiones tiene el niño! —exclamó Pip, sonriendo—. ¡Pero, Fatty! ¡Si apenas sabes nada de detectives ni de sus métodos de trabajo!

—¿Quién ha dicho esto? —protestó Fatty, procediendo a envolver el libro sobre pesca junto con la felicitación de Navidad—. ¡He estudiado mucho! ¡Me he pasado todo el trimestre leyendo libros de detectives y de espionaje!

—En este caso, deberías de ser el último de la clase —comentó Larry—. Es imposible leer novelas y estudiar a un tiempo.

—Pues «yo» puedo hacerlo —repuso Fatty—. Era el primero de la clase en todo. Siempre lo soy. ¿A que no sabéis qué nota me dieron de matemáticas? Por poco me dan...

—Ya vuelve a descarrilar —dijo Pip a Larry—. Parece un disco de gramófono, ¿verdad?

—De acuerdo —cedió Fatty, mirando a Pip con expresión incendiaria—. Di lo que gustes, pero apuesto cualquier cosa a que no sabes escribir con letra invisible, ni salir de una habitación cerrada con llave y con ésta puesta en el exterior.

Los otros le miraron de hito en hito.

—Y tú tampoco sabes —murmuró Pip con incredulidad.

—¡Ya lo creo que sé! —repuso Fatty—. Esas son dos de las cosas que he aprendido ya. Además, podría enseñaros una clave secreta.

Todo eso resultaba muy emocionante.

—Enséñanos esas cosas —suplicó Bets, contemplando a Fatty con admiración—. ¡Oh, Fatty! ¡Me gustaría tanto saber hacer letra invisible!

—Además, hay que aprender el arte de disfrazarse — prosiguió Fatty, satisfecho de acaparar la atención de los demás.

—¿Qué es disfrazarse? —interrogó Bets.

—Vestirse de manera que nadie le reconozca a uno —explicó Fatty—. Ponerse una peluca y, a veces, un bigote o cejas postizas, y llevar una indumentaria diferente. Por ejemplo, yo podría disfrazarme perfectamente de aprendiz de carnicero si tuviese un delantal a rayas y un cuchillo o algo por el estilo para pendérmelo del cinturón. Y, si además me pusiera una peluca negra y desaliñada, estoy seguro de que ninguno de vosotros me reconocería.

Esto produjo una excitación indescriptible. A todos los chicos les encantaba disfrazarse y asumir otra personalidad. Para ellos «disfrazarse» equivalía a sentirse de etiqueta.

—¿Piensas practicar el arte de disfrazarse el próximo trimestre? —inquirió Bets.

—No, en el colegio, no —replicó Fatty, diciéndose que su profesor no tardaría en descubrirle bajo cualquier disfraz—. Pero es posible que lo haga durante las vacaciones de ahora.

—¡Oh, Fatty! —exclamó Daisy—. ¿Y nosotros? ¡Aprendamos «todos» a ser buenos detectives por si acaso surge otro misterio! Entonces podríamos hacerlo mucho mejor de cómo lo hicimos antes.

—Y si «no» surge otro misterio, vale la pena practicar un poco para pasar el rato —intervino Bets.

—Entendido —accedió Fatty—, pero opino que, caso de enseñaros todas estas cosas, el jefe de los Pesquisidores debería ser yo en lugar de Larry. Me consta que Larry es el mayor, pero creo que yo estoy más al corriente del asunto que él.

Sobrevino un silencio. Larry no quería renunciar a su puesto, aunque, en justicia, debía reconocer que Fatty era el más sagaz... de los cinco cuando se trataba de desentrañar un misterio.

—Bien, ¿qué decidís? —preguntó Fatty—. No pienso revelar mis secretos si no me nombráis jefe.

—Cédele el puesto, Larry —rogó Bets, que admiraba profundamente a Fatty—. Déjale ser jefe siquiera del próximo caso que se nos presente. Si no resulta tan listo como tú en resolverlo, volveremos a nombrarte jefe a ti.

—De acuerdo —accedió Larry—. Creo que Fatty será un buen jefe. Pero si te envaneces por ello, Fatty, te llamaremos al orden.

—Pierde cuidado —repuso Fatty con una sonrisa—. ¡Perfectamente! Seré jefe. Gracias, Larry. Has demostrado ser muy razonable. Ahora os enseñaré algo de lo que sé. Al fin y al cabo, siempre puede resultar de utilidad si se presenta otro caso.

—Es muy importante saber escribir una carta con tinta invisible —contestó Bets—. En un momento dado, puede ser muy útil. ¡Oh, Fatty! ¡Enséñanos algo ahora!

Pero en aquel momento la madre de Bets asomó la cabeza por la puerta de la estancia.

—Abajo tenéis la merienda preparada. Lavaos las manos y bajad, ¿queréis? No tardéis mucho, porque las tortas están calientes y en su punto.

Cinco chicos hambrientos y un perro que no les iba en zaga en cuanto a apetito bajaron en volandas al comedor, olvidando momentáneamente todos sus afanes «detectivescos» en favor de las tortas calientes, la mermelada de fresa y los pastelillos. Pero aquel olvido no subsistió mucho tiempo. ¡Resultaba todo tan emocionante!

CAPÍTULO II
FATTY TIENE UNAS IDEAS

Las navidades echáronse encima tan de prisa y había tanto que hacer, que Fatty no tuvo tiempo de enseñar a los Pesquisidores ninguna de las cosas aprendidas. El cartero pasaba constantemente por los tres hogares y, a poco, veíanse felicitaciones por doquier. Todo el mundo escondía paquetes. Preparábanse pasteles rellenos de picadillo de carne, fruta y especias y enormes pavos pendían en las despensas.

—Me encanta Navidad —repetía Bets infinidad de veces al día—. ¿Qué regalos tendré la mañana de Navidad? Supongo que una muñeca nueva. Me gustaría una que abriera y cerrara los ojos debidamente. Sólo tengo una muñeca que lo haga, pero siempre se le quedan los ojos cerrados. Entonces tengo que zarandearla y estoy segura, de que se figura que estoy enojada con ella.

—¡Qué chiquilla eres! —reconvenía Pip—. ¿A quién se le ocurre querer muñecas a estas alturas? Apuesto a que no tendrás ninguna.

En efecto, con gran desilusión, Bets comprobó que no había ninguna muñeca para ella entre sus regalos de Navidad. Todo el mundo imaginábase que como había cumplido ya nueve años y presumía de mayor, no quería una muñeca. En consecuencia, su madre le regaló un costurero y su padre un complicado rompecabezas que a buen, seguro, sería más del gusto de Pip que del de la interesada.

La pequeña quedóse algo tristona, pero Fatty lo arregló todo presentándose aquella misma mañana navideña con una gran caja para Bets, en cuyo interior hallábase la tan deseada muñeca. Ésta abría y cerraba los ojos sin necesidad de ningún zarandeo, tenía una cara tan risueña que Bets enternecióse al punto y, abalanzándose a Fatty, le abrazó como un osito.

El chico mostróse muy complacido. Sentía viva simpatía por Bets. La señora Hilton quedóse sorprendida al ver la hermosa muñeca.

—Eres muy amable, Federico —elogió la dama—. Pero no deberías haberte gastado tanto dinero para Bets.

—Tendré mucho para mi cumpleaños —repuso Fatty, cortésmente—. Además, me lo han dado a montones estas Navidades, señora Hilton. He pedido dinero en lugar de juguetes o libros.

—Creí que tenías de sobra sin necesidad de pedir más —comentó la señora Hilton, que, para sus adentros, pensaba que Fatty disponía siempre de demasiado efectivo—. ¿Para qué quieres tanto dinero?

—Pues... para gastarlo en algo que seguramente nadie me regalaría —respondió Fatty, algo molesto—. En realidad, se trata de un pequeño secreto, señora Hilton.

—¡Vaya por Dios! —suspiró la madre de Bets—. Bien, confío en que no sea nada que tenga malas consecuencias. No quisiera volver a ver por aquí al señor Goon, el policía, quejándose de vosotros.

—¡Oh, «no», señora Hilton! —aseguróle Fatty—. El señor Goon no tiene nada que ver en el asunto.

En cuanto se marchó su madre, Bets volvióse a preguntar a Fatty, con ojos centelleantes:

—¿Qué secreto es ése? ¿Qué piensas comprar?

—¡Disfraces! —declaró Fatty, reduciendo su voz a un susurró—. ¡Pelucas, cejas, dientes postizos!

—¡Caramba! —exclamó Bets, asombrada—. ¿Hasta «dientes»? ¿Pero cómo es posible llevar dentadura postiza sin quitarse antes los dientes propios, Fatty?

—Aguarda y verás —murmuró Fatty con aire misterioso.

—Procura venir cuanto antes después de Navidad para enseñarnos a escribir con letra invisible y a salir de habitaciones cerradas con llave —suplicó Bets—. Oye, Fatty, ¿crees que el viejo Ahuyentador sabe todas esas cosas?

—¡Quiá! —replicó Fatty desdeñosamente—. Pero aunque el Ahuyentador intentase disfrazarse, no conseguiría nada. Siempre reconoceríamos sus ojos de rana y sus enormes narizotas.

Bets celebró el comentario con una risita y, abrazando a su nueva muñeca, se dijo que Fatty era un chico muy listo y cariñoso. Luego expresó su pensamiento en voz alta.

—¡Bah! —exclamó Fatty, esponjándose ligeramente y dispuesto ya a fachendear por todo lo alto—. Soy...

Pero en aquel preciso momento entró Pip en la estancia y Fatty, sabedor de que el recién llegado no tomaba a bien sus alardes, optó por callarse, y, tras cambiar unas palabras con él, dirigióse a la puerta.

—Vendré después de Navidad y os daré a todos unas lecciones de Pesquisidores —prometió el gordito—. Dad recuerdos de mi parte a Daisy y a Larry si les veis hoy. Tengo que ir o felicitar las Pascuas a mi abuela, con mi madre y mi padre.

Bets explicó a Pip lo que Fatty había dicho acerca de gastarse el dinero en disfraces.

—¡Ha dicho que compraría pelucas, cejas... y dientes! —manifestó Bets—. ¡Oh, Pip! ¿Crees que lo hará? ¿En qué tienda venden esas cosas? Nunca he visto ninguna.

—Me figuro que hay tiendas de artículos para actores —declaró Pip—, donde venden cosas de esa clase. Bien, veremos qué compra Fatty. Lo bueno es divertirse un poco.

En cuanto cedió la agitación navideña, y los árboles de Navidad fueron despojados de sus adornos y plantados de nuevo en el jardín, y las felicitaciones enviadas a un hospital infantil, los chicos sintiéronse algo desanimados. Al parecer, Fatty estaba pasando unos días en casa de su abuela, porque no vieron rastro de él y recibieron una postal que decía: «Volveré pronto, Fatty.»

—Ojalá estuviese de regreso ya —gruñó Bets—. ¿Qué sucedería si surgiera un misterio? Tendríamos que hacer de Pesquisidores otra vez... y no dispondríamos de nuestro nuevo jefe.

—Por ahora no hay misterio que valga —replicó Pip.

—¿Cómo lo sabes? —profirió Bets—. A lo mejor el viejo Ahuyentador está tratando de desentrañar uno del cual no estamos enterados aún.

—En ese caso, ve a preguntárselo —refunfuñó Pip, impacientemente, al ver que Bets interrumpía a cada paso su lectura.

Como es de suponer, el muchacho no dijo en serio lo de que Bets fuese a interpelar al policía. Pero la niña no pudo menos que pensar que era una buena idea.

—Entonces sabríamos si «vamos» a tener algo por descubrir estas vacaciones —se dijo la chiquilla—. Estoy deseando buscar pistas otra vez... y sospechas... y huellas...

Total que, la próxima vez que tropezó con el policía, acercóse a preguntarle:

—¿Tiene usted algún misterio por desentrañar estas vacaciones, señor Goon?

El agente frunció el ceño, peguntándose si Bets y los demás no estarían sobre la pista de algún caso por él ignorado. De no ser así, ¿por qué Bets quería saber si «él» estaba desentrañando alguno?

—¿Ya volvéis a meter las narices en algún asunto? —inquirió el policial, severamente—. Si así es, dejaos de cuentos, ¿oyes? No quiero que os entrometáis en las cosas de mi única incumbencia. ¿Dónde se ha visto eso de inmiscuirse en la Ley?

—No hacemos nada de eso —protestó Bets, algo alarmada.

—Vamos, lárgate de una vez —masculló el señor Goon—. ¡Habéis desbaratado mis planes más de una vez y no estoy dispuesto a consentirlo más!

—¿Qué planes? —barbotó Bets, desconcertada.

El señor Goon alejóse con un resoplido. No podía soportar a ningún chico, pero detestaba particularmente a los Cinco Pesquisidores y el Perro.

«¡Lo cierto es que no le he sacado gran cosa! —pensó Bets, contemplando al policía, en tanto éste se alejaba—. ¿Tendrá algún plan secreto?»

Cuando regresó Fatty, todos se alegraron. El gordito acudió acompañado de «Buster», como era de suponer. Excuso decir que el pequeño «scottie» se puso loco de alegría al ver de nuevo a sus amigos.

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