Muerto en familia (34 page)

Read Muerto en familia Online

Authors: Charlaine Harris

BOOK: Muerto en familia
10.94Mb size Format: txt, pdf, ePub

Di un respingo, aunque sabía que su rabia no iba dirigida a mí. Mientras observaba cómo se alejaba, me acordé de que nada de eso era culpa mía. Pero no podía olvidar que tenía mi parte de responsabilidad en el desenlace de ese nuevo acontecimiento. No sólo trabajaba en el Merlotte’s, sino que la mujer que había entrado al principio me había incluido en el problema.

Además, seguía convencida de que acercarse personalmente a la iglesia era una buena idea. Era algo razonable y civilizado.

Pero Sam no estaba de humor razonable y civilizado, y le entendía. Lo que pasaba era que yo no sabía con qué iba a pagar tanta rabia.

Un periodista de un diario apareció una hora después y nos entrevistó a todos acerca del «incidente», como él lo llamó. Errol Clayton era el cuarentón que redactaba la mitad de los reportajes que aparecían en el pequeño periódico de Bon Temps. No era suyo, pero lo gestionaba con un presupuesto mínimo. Yo no tenía ningún problema con el periódico pero, claro, muchos se burlaban de él.
El Diario de Bon Temps
a menudo era rebautizado como
El Precario de Bon Temps
.

Mientras Errol aguardaba a que Sam terminase de hablar por teléfono, me animé a decirle:

—¿Quiere algo de beber, señor Clayton?

—Me encantaría tomar un poco de té helado, Sookie —contestó—. ¿Qué tal tu hermano?

—Le va muy bien.

—¿Ha superado la muerte de su mujer?

—Creo que sí —respondí, sin entrar en demasiados detalles—. Fue terrible.

—Sí, mucho. Y pasó justo aquí, en este aparcamiento —añadió Errol Clayton, como si se me hubiera olvidado—. Y en este aparcamiento también es donde se encontró el cadáver de Lafayette Reynold.

—También es verdad. Pero bueno, nada de eso fue culpa de Sam ni tuvo que ver con él.

—Nunca se detuvo a nadie por la muerte de Crystal, que yo recuerde.

Retrocedí un paso para mirar a Errol Clayton con dureza.

—Señor Clayton, si ha venido aquí en busca de problemas, puede marcharse ahora mismo. Necesitamos que las cosas vayan a mejor, no a peor. Sam es un buen hombre. Va a la rotativa; pone un anuncio en el anuario del instituto; patrocina el equipo de béisbol y el Club Masculino y Femenino todas las primaveras y echa una mano con los fuegos artificiales del Cuatro de Julio. Además, es un gran jefe, un veterano de guerra y un fiel pagador de sus impuestos.

—Merlotte, tienes un club de fans —dijo Errol Clayton a Sam, que se había puesto a mi lado.

—Tengo una amiga —contestó Sam con tranquilidad—. Soy afortunado de tener tantos amigos y un negocio que funciona. Sin duda odiaría ver eso arruinado. —Noté un tono de disculpa en su voz y sentí que me daba una palmada en la espalda. Sintiéndome mucho mejor, me deslicé para seguir con mi trabajo, dejando que Sam lidiase con el periodista.

No tuve oportunidad de volver a hablar con mi jefe antes de marcharme a casa. Tuve que hacer una parada en la tienda para comprar un par de cosas (Claude había acabado con mis reservas de patatas de bolsa y mis cereales), pero no me imaginaba que estuviese llena de gente hablando de lo que había pasado en el Merlotte’s a la hora del almuerzo. Se hacía el silencio cada vez que yo doblaba una esquina, pero por supuesto eso a mí me daba lo mismo. Sabía lo que todo el mundo estaba pensando.

La mayoría compartía las creencias de los manifestantes. Pero el mero incidente había hecho que los que antes eran indiferentes empezaran a dudar sobre los cambiantes y a apoyar la proposición de ley que amenazaba con arrebatarles a éstos parte de sus derechos.

Otros ya estaban absolutamente a favor de ella desde antes.

Capítulo
13

Jason llegó a tiempo y me monté en su camioneta. Antes me había cambiado, poniéndome unos vaqueros y una fina camiseta azul pálido que había comprado en Old Navy. Ponía «
PAZ
» en grandes letras góticas doradas. Ojalá nadie pensara que pretendía insinuar nada. Jason, con su siempre apropiada camiseta de los Saints de Nueva Orleans parecía listo para comerse el mundo.

—¡Hola, Sook! —Vibraba feliz, anticipando el evento. Nunca había estado en una reunión de licántropos, por supuesto, y no tenía la menor idea de lo peligrosas que podían llegar a ser. O puede que sí, y que por eso estuviese tan emocionado.

—Jason, tengo que contarte algunas cosas sobre las reuniones de licántropos —dije.

—Vale —aceptó, algo más sobrio.

Consciente de que parecía su hermana mayor sabelotodo en vez de su hermana pequeña, le di una breve lección. Le conté que los licántropos son susceptibles, orgullosos y obsesivos con el protocolo; le expliqué con qué facilidad podían desterrar a un miembro de la manada aunque hubiera disfrutado de una posición de gran responsabilidad; que si rompía esa confianza la manada se hacía más susceptible si cabe y que podían cuestionar la elección de Alcide de escoger a Basim como su hombre fuerte. Podía ser incluso que lo desafiaran. El veredicto de la manada sobre Annabelle era imposible de predecir.

—Se arriesga a que le pase algo horrible —advertí a Jason—. Tendremos que tragar y aceptar lo que decreten.

—¿Me estás diciendo que serían capaces de castigar físicamente a una mujer por haberle puesto los cuernos al líder de la manada con otro oficial de la misma? —preguntó—. Sookie, me hablas como si no fuese un cambiante. ¿Crees que no sé ya todo eso?

Tenía razón. Así era precisamente como le estaba tratando.

Cogí aire.

—Lo siento, Jason. Aún pienso en ti como mi hermano humano. A veces olvido que ya no lo eres. Pare serte sincera, estoy asustada. Les he visto matar gente antes, igual que tus panteras atacan y mutilan a alguien cuando creen que eso es justicia. Lo que me asusta no es que lo hagáis, que ya es bastante malo de por sí, sino que he llegado a aceptarlo como parte… de las cosas que uno hace como cambiante. Cuando hoy vinieron los manifestantes al bar, estaba terriblemente enfadada con ellos por su odio hacia los licántropos y a los cambiantes en general sin saber realmente nada de ellos. Pero ahora me pregunto cómo se sentirían si averiguasen cómo funcionan las manadas de verdad; cómo se sentiría la abuela si supiera que yo estaba dispuesta a ver cómo apaleaban a una mujer, o a cualquiera, hasta incluso matarla por infringir unas normas por las que yo no me regía.

Jason guardó silencio durante lo que me pareció un prolongado instante.

—Creo que el hecho de que hayan pasado algunos días es bueno. Ha dado tiempo para que a Alcide se le enfríe la cabeza. Espero que los demás miembros de la manada hayan tenido tiempo para pensar —dijo finalmente. Sabía que eso era todo lo que podía decir acerca del tema, y puede que fuera más de lo que yo habría expresado. Permanecimos en silencio durante un instante.

—¿No puedes escuchar lo que piensan? —preguntó Jason.

—Los licántropos puros son bastante difíciles de leer. Unos más que otros. Pero descuida, veré qué puedo captar. Puedo bloquear muchas cosas cuando me empeño, pero si bajo la guardia… —Me encogí de hombros—. Éste es uno de esos casos en los que quiero saber lo más posible, lo antes posible.

—¿Quién crees que mató al tipo del hoyo?

—Le he estado dando vueltas —respondí amablemente—. Veo tres posibilidades, pero el eje de todas ellas es que lo enterraron en mi propiedad, y doy por sentado que no fue ninguna casualidad.

Jason asintió.

—Vale, allá va. Puede que Victor, el nuevo líder vampírico de Luisiana, matara a Basim. Victor está deseando quitarse de en medio a Eric, ya que le resulta un sheriff incómodo. Y es un puesto muy importante.

Jason me miró como si fuese tonta.

—Puede que no conozca todos sus títulos llamativos y apretones de manos secretos —razonó—, pero puedo distinguir a un pez gordo cuando lo veo. Si me dices que ese Victor está por encima de Eric y lo quiere muerto, te creo.

Tenía que dejar de subestimar la sagacidad de mi hermano.

—Quizá Victor pensó que si me arrestaban por asesinato (ya que alguien les dio el chivatazo de que lo habían enterrado en mi propiedad) Eric caería conmigo. A lo mejor pensó que eso bastaría para que su mutuo jefe quitara a mi novio de su puesto.

—¿No habría sido mejor dejar el cuerpo en la propiedad de Eric y llamar a la policía?

—Tienes razón. Pero hallar el cuerpo en casa de Eric habría supuesto una mala prensa para todos los vampiros. Otra idea que se me ha ocurrido es que la asesina podría ser Annabelle, que se tiraba tanto a Basim como a Alcide. A lo mejor le entraron celos, o puede que Basim amenazara con irse de la lengua. Así que lo mató, y como acababan de estar en mi propiedad, pensó que no era mal lugar para enterrarlo.

—Es un camino muy largo para recorrerlo con un cadáver en el maletero —desestimó Jason. Estaba decidido a desempeñar el papel del abogado del diablo.

—Claro, es fácil verle las pegas a todas mis ideas —discutí, comportándome precisamente como su hermana pequeña—. ¡Después de que se me hayan ocurrido a mí! Pero tienes razón, es un riesgo que yo no estaría dispuesta a correr —añadí, recuperando un ápice de madurez.

—Podría haber sido Alcide —aventuró Jason.

—Sí, podría. Pero tú estabas allí. ¿Te pareció, siquiera remotamente, que sabía que iba a cargarse a Basim?

—No —admitió—. De hecho, se llevó un buen susto. Pero la verdad es que en ese momento yo no estaba mirando a Annabelle.

—Yo tampoco. Así que no sabemos cómo reaccionó.

—¿Alguna idea más?

—Sí —añadí—. Y ésta es la que menos me gusta. ¿Recuerdas que te dije que Heidi, la rastreadora, indicó que había olido hadas en el bosque?

—Yo también las olí —respondió Jason.

—Quizá debería mandarte a rastrear el bosque regularmente —sugerí—. En fin, Claude dijo que no había sido él, y Heidi lo confirmó. Pero ¿y si Basim vio a Claude reunirse con otra hada? En la zona que rodea la casa, donde su olor sería natural.

—¿Cuándo habría pasado tal cosa?

—La noche que la manada pasó en mi propiedad. Claude aún no se había mudado, pero vino a verme.

Vi que Jason intentaba imaginar la secuencia.

—Entonces ¿Basim te advirtió de las hadas que había detectado, pero no te contó que había visto alguna? Eso no se sostiene, Sook.

—Tienes razón —admití—. Y todavía no sabemos quién es la otra hada. Si hay dos, una de ellas no es Claude y la otra es Dermot…

—Eso nos deja con un hada cuya identidad no conocemos.

—Dermot está muy mal, Jason.

—A mí me preocupan todas ellas —contestó él.

—¿Claude también?

—Hombre, ¿por qué se ha presentado ahora? ¿Justo cuando hay más hadas en el bosque? ¿No te parece muy raro si lo piensas un poco?

Me reí. Sólo un poco.

—Sí, parece raro. Quizá tenga sentido. No confío en Claude del todo, aunque seamos remotamente parientes. Ojalá no hubiese accedido a que se mudase. Por otra parte, no creo que pretenda hacernos daño a mí o a ti. Además, no es tan capullo como me pareció en un principio.

Intentamos pergeñar algunas teorías más sobre la muerte de Basim, pero ninguna de ellas se libraba de fallos de calado. Sirvió de pasatiempo mientras llegábamos.

La casa a la que Alcide se había mudado cuando su padre murió era un dúplex de ladrillo rodeado de un generoso terreno cuyo atractivo venía rematado por unas vistas impresionantes. La finca (¿feudo?) se encontraba en una de las mejores zonas de Shreveport, por supuesto. De hecho, no distaba mucho del vecindario de Eric. Me empezó a roer por dentro el estar tan cerca de él mientras atravesaba tantos problemas.

La confusión de mis sentimientos a través del vínculo de sangre me había vuelto más nerviosa con cada noche que pasaba. Ahora había demasiadas personas compartiéndolo, demasiados sentimientos yendo y viniendo. Resultaba agotador emocionalmente. Alexei era el peor. Era un crío; sólo de esa forma podía racionalizarlo: un niño encerrado en una permanente penumbra, un niño que sólo experimentaba ocasionales destellos de placer y color en su nueva «vida». Tras días experimentando lo que acabó siendo un eco suyo en mi mente, decidí que era como una garrapata que succionaba la vida de Apio Livio, la de Eric y, ahora, la mía. Cada día extraía un poco más.

Por lo visto, Apio Livio estaba tan acostumbrado al drenaje al que le sometía Alexei que lo había aceptado como parte de su existencia. Quizá (posiblemente) el romano se sintiera responsable de los problemas que había causado Alexei, ya que había venido de su mano. Si ésa era su convicción, la mía era que no se equivocaba en absoluto. Estaba convencida de que traérselo con él, llevarlo junto a otro de sus hijos para apaciguar su psicosis, había sido un recurso de última instancia para curar al chico. Y Eric, mi amante, se había visto atrapado en medio de todo aquello mientras lidiaba con todos los problemas derivados de Victor.

Cada día me sentía peor persona. Mientras avanzábamos hacia la casa de Alcide por su camino privado, admití para mis adentros que, desde mi última visita a Fangtasia, había medrado en mí el deseo de que todos ellos murieran: Apio Livio, Alexei y Victor.

Tuve que barrer esas ideas hasta una esquina de mi mente, ya que debía estar concentrada al máximo para meterme en una casa llena de licántropos. Jason me rodeó los hombros con un brazo y me estrechó en un abrazo a medio gas.

—Algún día tendrás que explicarme por qué haces todo esto —dijo—. Porque creo que se me ha olvidado.

Me reí, que era precisamente lo que él quería. Levanté una mano para llamar al timbre, pero la puerta se abrió antes de que el dedo tocara el botón. Teníamos delante a Jannalynn, que llevaba un sujetador deportivo y pantalones cortos (su fondo de armario siempre me dejaba estupefacta). Los pantalones presentaban unos huecos cóncavos a la altura de sus caderas. «Cóncavo» era una palabra que jamás había tenido ocasión de emplear en relación con mi cuerpo.

—¿Adaptándote al nuevo trabajo? —le preguntó Jason, dando un paso al frente. Jannalynn tenía la opción de bloquearle el paso o dejarle entrar, y optó por lo segundo.

—Nací para este trabajo —contestó la licántropo.

Estaba de acuerdo. Jannalynn parecía disfrutar con la violencia. Al mismo tiempo me preguntaba qué tipo de trabajo podría desempeñar en el mundo real. Cuando la conocí, estaba detrás de la barra de un bar de licántropos, y sólo sabía que el propietario había muerto en la pelea de las manadas.

—¿En qué trabajas ahora, Jannalynn? —pregunté, ya que no veía ninguna razón para que lo mantuviera en secreto.

Other books

Ruby McBride by Freda Lightfoot
The War Of The Lance by Weis, Margaret, Hickman, Tracy, Williams, Michael, Knaak, Richard A.
Always You by Kirsty Moseley
A Season for the Heart by Chater, Elizabeth
Double Fake by Rich Wallace
Earth Hour by Ken MacLeod