Muerto en familia (30 page)

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Authors: Charlaine Harris

BOOK: Muerto en familia
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—No parezco un adulto —explicó Alexei.

De nuevo se me presentaban demasiadas opciones para responder. El muchacho, el anciano muchacho, esperaba indudablemente una respuesta.

—No, y es una terrible pena lo que os pasó a ti y a tu familia, pero…

Alexei extendió la mano para coger la mía y me mostró literalmente lo que le había pasado a él y a su familia. Vi el sótano, la familia real, el médico, la doncella, todos ante hombres que habían ido a matarlos, y oí el sonido de los disparos, y las balas que hallaron su diana; o, en el caso de las mujeres, no, ya que las de la realeza habían cosido joyas a sus ropas para una huida que nunca se produjo. Esas joyas les salvaron la vida durante unos segundos, hasta que los soldados remataron a cada individuo que aullaba de dolor mientras se desangraba. Su madre, su padre, sus hermanas, su médico, la doncella de su madre, el cocinero, el mayordomo del padre… y el perro. Y tras el tiroteo, los soldados insistieron con las bayonetas.

Creí que iba a vomitar. Me tambaleé en mi sitio y Eric me rodeó con su frío brazo. Alexei me soltó, y jamás me alegré tanto de algo en mi vida. No volvería a tocar a ese muchacho por nada del mundo.

—Lo ves —dijo Alexei—. ¡Lo ves! Tengo derecho a hacer lo que me plazca.

—No —respondí. Y me enorgullecí de la firmeza de mi voz—. Por mucho que suframos, siempre tenemos una obligación para con los demás. Tenemos que ser lo bastante generosos para vivir como es debido, de modo que los demás puedan desarrollar sus vidas sin que nosotros se las arruinemos.

Alexei había adquirido un aire rebelde.

—Es lo mismo que dice mi sire —murmuró—. Más o menos.

—Tu sire tiene razón —acordé, aunque las palabras me resultaban amargas en la lengua.

El sire hizo un gesto a la barman para que se acercase. Felicia se aproximó furtivamente a la mesa. Era alta, guapa y tan amable como podía serlo una vampira. Tenía unas cicatrices recientes en el cuello.

—¿Qué os sirvo? —preguntó—. Sookie, ¿te apetece una cerveza o…?

—Un té helado estaría bien, Felicia —respondí.

—¿TrueBlood para los demás? —preguntó a los vampiros—. También tenemos una botella de Royalty.

Eric cerró los ojos y Felicia se dio cuenta de su error.

—Vale —dijo bruscamente—. TrueBlood para Eric y té helado para Sookie.

—¡Gracias! —le contesté con una amplia sonrisa.

Pam se deslizó hasta nuestra mesa arrastrando el diáfano vestido negro que siempre llevaba en Fangtasia, tan asustada como pocas veces la había visto.

—Disculpad —se excusó, haciendo una leve inclinación hacia los huéspedes—. Eric, Katherine Boudreaux vendrá al club esta noche. Vendrá con Sallie y un pequeño séquito.

Eric parecía a punto de estallar.

—Esta noche —indicó, y esas dos palabras resultaron más explícitas que volúmenes llenos de ellas—. Muy a mi pesar, Ocella, me temo que Alexei y tú deberíais volver a mi despacho.

Apio Livio se levantó sin pedir más explicaciones y, para mi sorpresa, Alexei lo siguió sin hacer preguntas. Si Eric aún tuviese la costumbre de respirar, diría que habría exhalado de alivio cuando perdió de vista a sus huéspedes. Dijo algunas cosas en un idioma antiguo, aunque no sabía cuál.

Entonces, una corpulenta y atractiva rubia, de unos cuarenta, apareció junto a la mesa. Otra mujer estaba justo detrás de ella.

—Tú debes de ser Katherine Boudreaux —saludé amigablemente—. Me llamo Sookie Stackhouse, soy la novia de Eric.

—Hola, cielo, soy Katherine —respondió—. Ella es mi compañera, Sallie. Hemos venido con unos amigos que sienten curiosidad por mi trabajo. Me paso el año visitando los establecimientos regentados por vampiros y hace meses que no paso por Fangtasia. Como vivo aquí en Shreveport, debería hacerlo más a menudo.

—Nos alegramos mucho de tu presencia —dijo Eric con gran delicadeza. Casi parecía normal—. Sallie, siempre es un placer verte. ¿Cómo va el negocio de los impuestos?

Sallie, una delgada morena cuyo pelo apenas empezaba a encanecerse, se rió.

—Los impuestos van viento en popa, como siempre —contestó—. Deberías saberlo, Eric. Pagas un buen puñado de ellos.

—Es bueno ver que nuestros ciudadanos vampiros se llevan bien con los humanos —señaló Katherine cordialmente, paseando la mirada por el bar, que estaba casi vacío y apenas acababa de abrir. Sus cejas rubias se encogieron brevemente, pero fue el único indicio que delataba que la señora Boudreaux se había dado cuenta de que el negocio de Eric estaba un poco bajo.

—¡Vuestra mesa está lista! —anunció Pam. Indicó con la mano un par de mesas que habían juntado para el grupo y la agente estatal de la OAV dijo:

—Disculpa, Eric, pero tengo que atender a mi gente.

Tras una ducha de civismo y saludos, al fin nos quedamos solos, si es que estar sentados en un apartado de un bar puede considerarse como estar a solas. Pam se nos quedó mirando, pero Eric la despachó con un gesto del dedo. Me cogió de la mano y apoyó su frente en la que le quedaba libre.

—¿Puedes decirme qué demonios pasa contigo? —le pregunté a bocajarro—. Esto es horrible. Es muy difícil mantener la fe cuando no sabes qué es lo que está pasando.

—Ocella ha venido a discutir unos asuntos conmigo. Asuntos desagradables. Y, como bien sabes, mi hermanastro es enfermizo.

—Sí, lo ha compartido conmigo —contesté. Aún me costaba creer haber visto y sufrido los avatares del muchacho, a través de lo que recordaba de las muertes de todos aquellos a los que amaba. Al zarevich de Rusia, único superviviente de un regicidio, no le vendrían mal unos cuantos consejos. Quizá podría compartir grupo de terapia con Dermot—. No se pasa por un trago así y se sale como el señor Salud Mental, aunque yo nunca he experimentado nada parecido. Sé que debió de ser un infierno para él, pero he de decir…

—Que tampoco quieres pasar por ello —dijo Eric—. En eso no estás sola. Para nosotros es mucho más claro: Ocella, tú, yo. Pero él también puede compartirlo con otras personas. Tengo entendido que no sería tan detallado para ellos. Nadie quiere un recuerdo así. Todos acarreamos nuestras propias pesadillas. Mucho me temo que sus probabilidades de supervivencia como vampiro son escasas. —Hizo una pausa, dando vuelta tras vuelta a su botella de TrueBlood sobre la mesa—. Al parecer, resulta agotador conseguir que Alexei haga las cosas más sencillas. Y que no las haga también. Ya oíste lo que contó acerca del adolescente. No quiero entrar en detalles. Aun así… ¿Has leído los periódicos últimamente? Los de Shreveport…

—¿Quieres decir que Alexei podría ser el responsable de esas dos muertes? —No podía hacer más que quedarme sentada mirando a Eric—. ¿Las puñaladas, los degüellos? Pero es tan pequeño.

—Está loco —afirmó Eric—. Al final, Ocella me explicó que Alexei ya ha sufrido episodios como éstos, aunque no tan graves, que le han llevado a meditar, muy a su pesar, darle la muerte definitiva.

—¿Dormirlo? —pregunté, dudosa de si le había entendido bien—. ¿Como a un perro?

Eric me miró directamente a los ojos.

—Ocella ama al chico, pero no puede ser que éste mate a personas u otros vampiros cada vez que le dé la gana. Alguno de esos incidentes acabará apareciendo en los periódicos. ¿Qué pasaría si lo cogieran? ¿Qué pasaría si algún ruso lo reconociera por culpa de la notoriedad adquirida? ¿Dónde dejaría eso nuestra relación con los vampiros rusos? Pero lo más importante es que Ocella no puede estar pendiente de él en todo momento. El chico ha salido solo un par de veces. Y, casualmente, hay dos muertes. ¡En mi zona! Dará al traste con todo lo que estamos intentando construir en los Estados Unidos. Aunque tampoco es que a mi creador le preocupe mucho mi posición en este país —añadió Eric con cierta amargura.

Le di una palmada en la mejilla. No era una bofetada. Sólo una vehemente palmada.

—No nos olvidemos de que hay dos muertos —recordé—. De que Alexei ha asesinado de una forma tan dolorosa como horrible. Lo que quiero decir es que soy consciente de que todo esto lo implica a él, a tu creador y a tu crédito personal, pero tengamos un poco en cuenta el hecho de que han muerto dos personas.

Eric se encogió de hombros. Estaba preocupado y a punto de llegar al límite, situación en la que poco le importaban las muertes de dos humanos. Probablemente estuviese aliviado por que Alexei no escogiera víctimas que suscitasen demasiadas simpatías y cuyas muertes eran fácilmente explicables. A fin de cuentas, los pandilleros se matan entre sí cada dos por tres. Desistí de mi posición al respecto, en parte porque pensé que si Alexei era capaz de matar a los de su especie, quizá podríamos lanzarlo contra Victor.

Me estremecí. Me ponía los pelos de punta a mí misma.

—Entonces ¿tu creador ha traído a Alexei hasta aquí con la esperanza de que se te ocurra alguna genial idea para mantenerlo con vida y enseñarle autocontrol?

—Sí, ésa es una de las razones.

—Que Apio Livio mantenga relaciones sexuales con el chaval no creo que sea lo mejor para el estado mental de éste —solté, ya que sencillamente era incapaz de callármelo.

—Entiéndelo, por favor. En los días de Ocella, eso no suponía problema alguno —explicó Eric—. Alexei sería lo bastante maduro para hacerlo. Y los hombres de cierta posición podían permitirse esos caprichos sin que se les culpara o cuestionara. La mentalidad de Ocella no es tan moderna. Tal como están las cosas, Alexei se ha vuelto muy… Bueno, ya no mantienen relaciones sexuales. Ocella es un hombre honorable. —Eric parecía muy determinado, muy serio en lo que decía, como si tuviera que convencerme de la integridad de su creador. Y pensar que toda aquella preocupación era por el hombre que lo había asesinado. Pero si Eric lo admitía, lo respetaba, ¿no debería yo hacer lo mismo?

También pensé que Eric no estaba haciendo nada por su hermano que yo no estuviese dispuesta a hacer por el mío.

Entonces afloró otro pensamiento inoportuno que me secó la boca.

—Si Apio Livio no está manteniendo relaciones sexuales con Alexei, ¿con quién las mantiene? —pregunté con un hilo de voz.

—Entiendo que te incumbe, ya que estamos casados, algo en lo que yo siempre he insistido y a lo que tú nunca has dado su importancia —dijo Eric, redoblando la amargura de su voz—. Sólo puedo decirte que no me estoy acostando con mi creador. Pero lo haría en caso de que ése fuese su deseo. No tendría elección.

Traté de imaginar una forma de terminar con esa conversación, de escapar de ella con algo de mi dignidad intacta.

—Eric, estás muy ocupado con tus visitantes. —Ocupado de una manera que jamás habría imaginado—. Iré a la reunión con Alcide el lunes por la noche. Te pondré al día si me llamas. Hay un par de asuntos que necesito hablar si tienes la posibilidad de venir a mi casa. —Como que Dermot había aparecido en mi porche. Seguro que esa historia le interesaba, y Dios sabe que deseaba contársela. Pero ése no era el mejor momento.

—Si se quedan hasta el martes, iré a verte, hagan lo que hagan ellos —me aseguró Eric. Volvía a sonar como el Eric de siempre—. Haremos el amor. Me apetece comprarte un regalo.

—Eso suena a noche maravillosa —contesté, sintiendo una oleada de esperanza—. No necesito ningún regalo, sólo a ti. Te veré el martes, pase lo que pase. Eso has dicho, ¿verdad?

—Eso he dicho.

—Entonces, hasta el martes.

—Te quiero —susurró Eric—. Y eres mi esposa, de la única manera que me importa.

—Yo también te quiero —respondí, pasando de la última mitad de su afirmación, ya que no sabía qué quería decir. Me levanté para irme y Pam apareció a mi lado para acompañarme hasta el coche. Por el rabillo del ojo vi que Eric se levantaba también y se dirigía hacia la mesa de Boudreaux para asegurarse de que sus importantes clientes estuvieran satisfechos.

—Arruinará a Eric si se queda —dijo Pam.

—¿Cómo?

—El muchacho volverá a matar y no podremos taparlo. Puede desaparecer en un abrir y cerrar de ojos. Hay que vigilarlo constantemente. Aun así, Ocella sigue debatiéndose entre darle la muerte definitiva o no.

—Pam, deja que Ocella decida —le sugerí. Pensé que, como estábamos a solas, podía tomarme la inmensa libertad de llamar a Ocella por su nombre personal—. Hablo en serio. Eric tendrá que dejar que Ocella te mate si acabas con el muchacho.

—Y eso te importaría, ¿verdad? —Pam estaba inesperadamente emocionada.

—Eres mi amiga —contesté—. Claro que me importa.

—Somos amigas —dijo Pam.

—Lo sabes bien.

—Esto no acabará bien —afirmó Pam mientras me metía en el coche.

No se me ocurrió nada que decir.

Tenía razón.

Al llegar a casa, me comí un bollo de canela de Little Debbie. Creía que me había ganado uno. Estaba tan preocupada que sencillamente no podía meterme en la cama sin más. Alexei me había transmitido su infierno personal. Nunca había oído hablar de ningún vampiro (o cualquier otro ser) capaz de transmitir un recuerdo de esa manera. Me pareció especialmente horrible que Alexei tuviese un don así, dado el calado de sus recuerdos. Repasé el atroz sufrimiento de la familia real. Podía comprender por qué el muchacho era como era. Pero también entendía por qué había que… dormirlo. Me levanté de la mesa sintiéndome terriblemente agotada. Estaba lista para irme a la cama. Pero mis planes se esfumaron cuando alguien llamó al timbre.

En principio uno pensaría que, al vivir en medio del bosque, al final de un largo camino privado, harían falta muchas señales de indicación para que los invitados acertaran al llegar. Pero no era el caso, especialmente con los seres sobrenaturales. No reconocí a la mujer que vi a través de la mirilla, pero sabía que era una vampira. Eso significaba que no podía entrar sin una invitación, así que podía averiguar de quién se trataba sin peligro. Abrí la puerta impulsada por la curiosidad.

—¿En qué puedo ayudarla? —pregunté.

Ella me miró de arriba abajo.

—¿Eres Sookie Stackhouse?

—Sí.

—Me enviaste un correo electrónico.

Alexei había acabado con todas mis neuronas. Me costó un poco atar los cabos.

—¿Judith Vardamon?

—La misma.

—¿Lorena era tu sire? ¿Tu creadora?

—Así es.

—Por favor, entra —ofrecí, apartándome a un lado. Quizá estuviese cometiendo un grave error, pero casi había perdido la esperanza de que Judith respondiera a mi mensaje. Había recorrido todo el camino desde Little Rock, por lo que pensé que, como mínimo, le debía un poco de confianza.

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