Musashi (117 page)

Read Musashi Online

Authors: Eiji Yoshikawa

BOOK: Musashi
5.8Mb size Format: txt, pdf, ePub

Se aproximó sigilosamente, manteniéndose en las sombras, y cuando estuvo lo bastante cerca para ver la cocina, oyó una voz masculina procedente de un cobertizo al otro lado de unos montones de paja y leña.

—Deja de trabajar, madre —decía el hombre—. Siempre te quejas de que tienes la vista mal, pero sigues trabajando prácticamente a oscuras.

En la habitación del hogar, al lado de la cocina, el fuego estaba encendido, y Musashi creyó oír el sonido de una rueca. Al cabo de un momento cesó el sonido, y oyó que alguien se movía.

El hombre salió del cobertizo y cerró la puerta tras él.

—Volveré en cuanto me haya lavado los pies —dijo—. Puedes ir preparando la cena.

Dejó sus sandalias sobre una roca al lado del arroyo que se deslizaba por detrás de la cocina. Mientras estaba sentado y movía los pies en el agua, la vaca acercó la cabeza a su hombro. Él le restregó el morro.

—Ven un momento, madre —dijo el hombre—. Hoy he encontrado algo sorprendente. ¿Qué crees que es?... Una vaca, y muy hermosa, por cierto.

Musashi cruzó cautelosamente por delante de la puerta principal. Agazapándose sobre una piedra debajo de una ventana, miró el interior de la casa: era la sala del hogar. El primer objeto que vio era una lanza que colgaba de un armero ennegrecido en lo alto de la pared, una buena arma que había sido pulimentada y tratada con esmero. En el cuero de su funda brillaban tenuemente unos fragmentos de oro engastados. Musashi estaba perplejo, pues no era aquello algo que se encontrara generalmente en una granja. A los campesinos les estaba prohibido poseer armas, aunque pudieran costearlas.

El hombre apareció un momento a la luz del fuego exterior. A Musashi le bastó un vistazo para comprender que no era un campesino ordinario. Tenía los ojos demasiado vivos, siempre avizor. Vestía un kimono de faena que le llegaba a las rodillas y unas polainas manchadas de barro. Su cara era redondeada, y se ataba atrás el espeso cabello con dos o tres trozos de paja. Aunque de baja estatura, era ancho de pecho y musculoso. Caminaba con pasos firmes y decididos.

Empezó a salir humo por la ventana. Musashi alzó la manga para cubrirse el rostro, pero fue demasiado tarde. Inhaló el humo y tosió sin poder evitarlo.

—¿Quién está ahí? —preguntó la anciana desde la cocina. Entró en la sala del hogar y dijo—: Gonnosuke, ¿has cerrado el cobertizo? Parece ser que anda por ahí un ladrón de mijo. Le he oído toser.

Musashi se apartó de la ventana y se escondió entre los árboles.

—¿Dónde? —gritó Gonnosuke. Estaba detrás de la casa y se apresuró a entrar.

La anciana se asomó a la pequeña ventana.

—Debe de estar por aquí. Le he oído toser.

—¿Estás segura de que no te ha engañado el oído?

—Mi oído está bien y estoy segura de que he visto una cara en la ventana. El humo del fuego debe de haberle hecho toser.

Gonnosuke avanzó quince o veinte pasos con lentitud y suspicacia, mirando a derecha e izquierda, como un centinela que vigilara una fortaleza.

—Puede que tengas razón —dijo entonces—. Creo que noto el olor de un ser humano.

Dejándose guiar por la expresión de los ojos de Gonnosuke, Musashi esperó su oportunidad. Había algo en la postura del hombre que invitaba a la cautela. Parecía ligeramente inclinado hacia adelante desde la cintura. Musashi no podía discernir qué clase de arma empuñaba, pero cuando el hombre se volvió vio que tenía un garrote de cuatro pies a la espalda. No era un palo ordinario, pues presentaba la pátina de un arma muy usada y parecía parte integral del cuerpo de su portador. Musashi comprendió que éste lo tenía siempre a mano y sabía exactamente cómo usarlo.

Salió de su escondite y gritó:

—¡Tú, quienquiera que seas! ¡He venido a por mis compañeros!

Gonnosuke le miró ferozmente y en silencio.

—Devuélveme a la mujer y el chico que raptaste en la carretera. Si no han sufrido daño alguno, dejaremos las cosas así. Pero si están lesionados, ya puedes prepararte.

La nieve fundida que alimentaba los arroyos en aquella zona daba a la brisa una frialdad cortante que de alguna manera realzaba el silencio.

—¡Entrégamelos ahora mismo!

La voz de Musashi era más cortante que el viento.

Gonnosuke sujetaba el bastón con lo que se llamaba una presa invertida. Con el pelo en punta como un erizo, se enderezó cuan largo era y gritó:

—¡Oye, mierda de caballo! ¿A quién estás llamando secuestrador?

—¡A ti! Debes de haber visto al chico y la mujer sin protección, así que los has raptado y traído aquí. ¡Sácalos!

El bastón partió del costado de Gonnosuke con un movimiento tan rápido que Musashi no pudo saber dónde terminaba el brazo del hombre y empezaba el arma.

Musashi saltó a un lado.

—No hagas nada que luego puedas lamentar —le advirtió, y entonces se retiró varios pasos.

—¿Quién te crees que eres, loco bastardo?

Mientras Gonnosuke le daba su áspera réplica, volvía a ponerse rápidamente en acción, decidido a no conceder a Musashi un momento de reposo. Cuando éste se movió diez pasos, cubrió la misma distancia de manera simultánea.

Por dos veces Musashi empezó a llevar la mano derecha a la empuñadura de su espada, pero en ambas ocasiones se detuvo. Durante el instante en que cogiera el arma su codo estaría expuesto. Había visto la rapidez del bastón de Gonnosuke y sabía que él no tendría tiempo para completar el movimiento. Comprendió también que si subestimaba a su robusto contrario, se vería en apuros, y si no conservaba la calma, incluso aspirar aire podría ponerle en peligro.

Musashi aún tenía que evaluar a su enemigo, el cual mantenía ahora piernas y torso en una espléndida postura del tipo «perfecto-indestructible». Musashi ya había empezado a darse cuenta de que aquel campesino poseía una técnica superior a la de cualquier espadachín experto que hubiera conocido hasta entonces, y la expresión de sus ojos sugería que había dominado aquel Camino en cuya búsqueda él tanto empeño ponía.

Pero tuvo poco tiempo para la evaluación. Un golpe siguió a otro sin solución de continuidad, al tiempo que las maldiciones brotaban de los labios de Gonnosuke. Éste a veces utilizaba ambas manos, otras veces una sola, ejecutando con fluida destreza el golpe por encima de la cabeza, el golpe lateral, el empuje y el desplazamiento. Una espada, dividida nítidamente en hoja y empuñadura, tiene una sola punta, mientras que cualquiera de los extremos de un bastón se puede aplicar letalmente. Gonnosuke blandía el suyo con la misma agilidad con que un confitero maneja la arropía: unas veces era largo, otras corto, ahora invisible, luego alto, más tarde bajo...; parecía estar en todas partes al mismo tiempo.

Desde la ventana, la mujer instaba a su hijo a que tuviera cuidado.

—¡Gonnosuke! ¡No parece un samurai ordinario!

La anciana parecía tan implicada en la lucha como lo estaba el contrincante de Musashi.

—¡No te preocupes! —Saber que ella estaba mirando pareció elevar todavía más el espíritu de lucha de Gonnosuke.

En aquel momento, Musashi se agachó para esquivar un golpe dirigido a su hombro y, con el mismo movimiento, se deslizó hacia Gonnosuke y le agarró la muñeca. Un instante después, el campesino estaba tendido boca arriba y pateando a las estrellas.

—¡Espera! —gritó la madre, rompiendo la celosía de la ventana en su excitación. Tenía los pelos de punta. Ver a su hijo derribado había sido para ella como ser alcanzada por un rayo.

La desencajada expresión de su rostro evitó que Musashi diera el siguiente paso lógico, que habría sido desenvainar la espada y acabar con Gonnosuke.

—De acuerdo, esperaré —le gritó, poniéndose a horcajadas sobre el pecho de Gonnosuke e inmovilizándole en el suelo.

Gonnosuke se debatía valientemente, tratando de liberarse. Sus piernas, que Musashi no podía dominar, volaban y luego chocaban contra el suelo mientras arqueaba la espalda. Musashi tenía que emplear todas sus fuerzas para mantenerle tendido.

La madre cruzó corriendo la puerta de la cocina, al tiempo que vituperaba a su hijo:

—¡Mírate! ¿Cómo te has metido en semejante apuro? —Pero añadió—: No abandones. Estoy aquí para ayudarte.

Puesto que había pedido a Musashi que esperase, él creía que iba a arrodillarse y rogarle que no matara a su hijo, pero le bastó una mirada para saber que había sufrido una triste equivocación. La mujer tenía la lanza, ahora desenfundada, detrás de ella, pero Musashi vio el destello de la hoja y notó la ardiente mirada fija en su espalda.

—¡Sucio rōnin! —gritó ella—. Haciendo presas tramposas, ¿eh? Crees que no somos más que unos campesinos estúpidos, ¿no es cierto?

Musashi no podía volverse para rechazar un ataque por detrás, debido a las contorsiones de Gonnosuke, el cual trataba de colocar a Musashi en una posición ventajosa para su madre.

—¡No te preocupes, madre! —gritó—. Lo conseguiré. No te acerques demasiado.

—Mantén la calma —le advirtió ella—. No debes dejarte vencer por gente de su clase. ¡Acuérdate de tus antepasados! Piensa en la sangre heredada del gran Kakumyō, que luchó al lado del general de Kiso.

—¡No lo olvidaré! —gritó Gonnosuke.

Apenas había pronunciado estas palabras cuando logró alzar la cabeza y clavó los dientes en el muslo de Musashi, al tiempo que soltaba el bastón y golpeaba a Musashi con ambas manos. La mujer eligió aquel momento para apuntar con la lanza la espalda de Musashi.

—¡Espera! —gritó Musashi.

Habían llegado a un punto en que sólo mediante la muerte de uno de ellos parecía posible el desenlace de la lucha. Si Musashi hubiera tenido la absoluta certeza de que al vencer podría liberar a Otsū y Jōtarō, habría seguido insistiendo. Pero ahora lo más valeroso parecía ser pedir un alto y discutir el asunto. Volvió los hombros hacia la anciana y le dijo que bajara la lanza.

—¿Qué debo hacer, hijo?

Gonnosuke seguía inmovilizado en el suelo, pero también pensaba por su cuenta. Tal vez aquel rōnin tenía alguna razón para creer que sus compañeros estaban allí. No tenía sentido arriesgarse a morir por un malentendido.

Después de que los dos combatientes se separasen, sólo fueron necesarios unos minutos para aclarar que todo era un error.

Los tres se dirigieron a la casa y el fuego crepitante. Arrodillándose al lado del hogar, la madre dijo:

—¡Qué peligroso! Y pensar que, de entrada, no había ningún motivo para luchar.

Gonnosuke se dispuso a sentarse a su lado, pero ella sacudió la cabeza.

—Antes de sentarte, lleva al samurai por toda la casa, para que vea que sus amigos no están aquí. —Entonces se dirigió a Musashi—: Quiero que mires cuidadosamente y te cerciores.

—Es una buena idea —convino Gonnosuke—. Ven conmigo, señor. Examina la casa de arriba abajo. Me desagrada ser sospechoso de rapto.

Musashi, que ya estaba sentado, declinó el ofrecimiento.

—No es necesario. Por lo que me habéis dicho, estoy seguro de que no tenéis nada que ver con el rapto. Perdonadme por haberos acusado.

—Yo he tenido en parte la culpa —dijo Gonnosuke—. Debería haber averiguado de qué estabas hablando antes de perder los estribos.

Entonces, con cierta vacilación, Musashi preguntó por la vaca, explicando que estaba seguro de que era la misma que había alquilado en Seta.

—La encontré esta tarde —replicó Gonnosuke—. Estaba en el estanque de Nobu, pescando lochas con red, y al volver a casa vi a esa vaca con una pata atascada en el barro. Allá abajo el terreno es pantanoso, y cuanto más se debatía por salir, tanto más se hundía. Estaba armando un gran escándalo, de modo que la saqué de allí. Pregunté en el vecindario, pero no parecía pertenecer a nadie, así que pensé que un ladrón debía de haberla robado, abandonándola más tarde.

—Una vaca vale la mitad de un hombre en una granja, y ésta es buena, con ubres jóvenes. —Gonnosuke se echó a reír—. Llegué a la conclusión de que el cielo debía de haberme enviado la vaca porque soy pobre y no puedo hacer nada por mi madre sin un poco de ayuda sobrenatural. No me importa devolver la vaca a su dueño, pero no sé quién es.

Musashi observó que Gonnosuke había contado lo ocurrido con la sencillez y la franqueza propias de una persona nacida y criada en el campo.

Su madre se mostró comprensiva.

—Sin duda este rōnin está preocupado por sus amigos —dijo—. Cenad y acompáñale a buscarlos. Confío en que estén en alguna parte cerca del estanque. Las colinas no son un buen lugar para los forasteros. Están llenas de bandidos, que lo roban todo, caballos, verduras, cualquier cosa. Todo esto me parece obra suya.

La brisa comenzaba como un susurro, crecía hasta convertirse en ráfagas violentas y entonces rugía entre los árboles y hacía estragos con las plantas más pequeñas.

Durante un intervalo de calma en el que pesaba como una amenaza el silencio de las estrellas, Gonnosuke alzó la antorcha y esperó a que Musashi llegara a su lado.

—Lo siento —le dijo—, pero nadie parece saber nada de ellos. Sólo hay otra casa entre aquí y el estanque. Está detrás de aquel bosque. Su propietario trabaja en el campo a tiempo parcial y luego caza. Si él no puede ayudarnos, no hay ningún sitio más donde podamos buscar.

—Gracias por la molestia que te has tomado. Ya hemos visitado más de diez casas, por lo que supongo que no hay muchas esperanzas de que anden por aquí. Si no averiguamos nada en esa próxima casa, abandonemos la búsqueda y regresemos.

Era medianoche pasada. Musashi había esperado que por lo menos encontrarían algún rastro de Jōtarō, pero nadie le había visto. Las descripciones de Otsū no habían obtenido más que miradas de incomprensión y esas largas pausas que caracterizan a los campesinos.

—Si estás preocupado por la caminata, para mí no es ningún problema. Podría pasarme toda la noche andando. ¿Son la mujer y el muchacho servidores tuyos? ¿Hermano y hermana?

—Son las personas más próximas a mí.

A cada uno le habría gustado preguntar al otro más acerca de sí mismo, pero Gonnosuke guardó silencio, avanzó uno o dos pasos y guió a Musashi a lo largo de un estrecho sendero hacia el estanque de Nobu.

Musashi sentía curiosidad por la pericia de Gonnosuke con el bastón y cómo la había adquirido, pero su sentido del decoro le impedía preguntárselo. Pensaba que su encuentro con aquel hombre se debía a un accidente y a su propia imprudencia, pero de todos modos se sentía agradecido en extremo. ¡Qué desafortunado habría sido perderse la exhibición de la deslumbrante técnica de aquel gran luchador!

Other books

Mistress by Anita Nair
Kris Longknife: Defender by Mike Shepherd
Brick Lane by Monica Ali
Shadow of the Lords by Simon Levack
The Firestorm Conspiracy by Cheryl Angst
Death of a Toy Soldier by Barbara Early
Taking Tilly by Stacey St. James
La paja en el ojo de Dios by Jerry Pournelle & Larry Niven
Las correcciones by Jonathan Franzen