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Authors: Mari Jungstedt

Tags: #Intriga, Policíaco

Nadie lo conoce (5 page)

BOOK: Nadie lo conoce
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—El veterinario cree que la persona que ha perpetrado el crimen ha crecido en una granja o ha tenido anteriormente contacto con el matadero o el sacrificio de animales —aclaró Sohlman—. Asegura que una cosa así no la hace uno por las buenas. Requiere tanto una planificación detallada como valor y resolución, además de unos buenos músculos. Para dejar inconsciente a un caballo, hay que golpearlo con fuerza y, por supuesto, saber dónde hay que propinarle el golpe. El cerebro está alojado en la parte alta de la frente. En opinión de Åke Tornsjö, el autor debe de haber participado anteriormente en algo así.

Todos los asistentes, sentados alrededor de la mesa, escuchaban con interés.

—¿Ha recibido anteriormente el granjero, o cualquier otro miembro de la familia, alguna amenaza? —preguntó Wittberg cuando Sohlman terminó su explicación.

—No, que nosotros sepamos, no.

—Cabe preguntarse si va dirigido contra el granjero directamente o si se trata de un loco al que le dio por emprenderla con un animal —apuntó Karin.

—¿No puede tratarse de una gamberrada de críos?

Fue Wittberg quien lanzó la pregunta.

—¿Con un cuchillo de matarife, un hacha y un medio para transportar la cabeza? —replicó Karin—. No me lo creo. En cambio, lo que me pregunto es qué enfermos psiquiátricos conocidos andan sueltos.

—Ya lo hemos comprobado —contestó Knutas—. ¿Os acordáis de Gustav Persson? ¿Aquel que iba merodeando por los prados y les ponía clavos en los cascos a los caballos? Les clavaba sólo un trozo pequeño y luego, cuando el caballo apoyaba el casco en el suelo, el clavo se iba introduciendo cada vez más. No se contentaba con uno, sino que le clavaba varios, de manera que el caballo al final no podía mantenerse en pie. El tipo tuvo en jaque a la policía durante varias semanas antes de que lo detuvieran. Para entonces ya había conseguido lastimar a una decena de animales. Luego tenemos a Bingeby-Anna. Mataba a todos los gatos que veía y los colgaba en lo alto de la tapia.

—Pero esa mujer es pequeñísima y muy delgada —intervino Karin—. No habría sido capaz de hacer algo así, al menos ella sola. Yo soy un elefante a su lado, no pesará más de cuarenta kilos.

Knutas enarcó las cejas ante semejante exageración. La propia Karin era delgada y sólo medía alrededor de un metro sesenta.

—Yo no creo en absoluto que se trate del acto impulsivo de un enfermo psíquico —protestó Wittberg—. El golpe estaba demasiado bien planeado. Llevar a cabo semejante fechoría, en una noche clara de verano, con gente y casas cerca, como dice Sohlman, exige una planificación previa muy precisa. A mí no me cabe en la cabeza cómo fue capaz, el riesgo de que alguien lo viera era muy grande. El camino que va hasta el prado pasa justo por delante de las granjas, es casi como conducir directamente a través de sus patios. Cualquier persona que se hubiera despertado, habría podido ver y oír el coche.

—Sí, claro, pero hemos descubierto que se puede acceder al prado desde el otro lado —dijo Sohlman, y proyectó en la pantalla un mapa de la zona—. Aquí termina la carretera y se divide en dos ramales al llegar a Petesviken. En lugar de tomar la pista de la derecha y conducir por delante de las casas, se puede coger la de la izquierda. Un trecho más allá hay un camino rural que cruza los campos rodeando toda la zona y pasa, por el otro lado, junto al prado. Si el agresor eligió esta ruta, de lo cual estoy convencido, evitó que lo vieran desde las viviendas y pudo llegar y salir tranquilamente del prado sin arriesgarse a que lo descubrieran, porque desde las granjas de Petesviken no se ven los coches que transitan por ese camino. Hemos echado un vistazo y ahora vamos a analizar las roderas de los vehículos, pero será complicado porque el terreno está muy seco.

—Bien —afirmó Knutas—. Nosotros estamos interrogando a los vecinos y al resto de la gente que se mueve por esa zona, así que vamos a ver si conseguimos averiguar algo. El autor del delito debía tener un coche. Llevaba hacha y cuchillo, quizá otras herramientas y una cabeza de caballo con la que cargar.

—Y probablemente estaba cubierto de sangre —agregó Sohlman.

—Quizá se dio un baño para lavarse, el mar está justo al lado —aventuró Karin.

—¿No sería un poco temerario? —intervino Wittberg mirándola escéptico—. ¿Iba a darse un baño con el riesgo evidente de que alguien lo descubriera? Aunque el crimen se llevara a cabo después de las once. En estas noches claras de verano la gente se baña a cualquier hora. Especialmente ahora que ha hecho tanto calor.

—Por otro lado, esa zona está relativamente aislada —intervino Knutas—. Por allí sólo se moverán las tres o cuatro familias que viven en las granjas y, quizá, alguna que otra persona de las casas que hay al final de la carretera. No es precisamente un lugar por el que uno va a darse una vuelta. Bueno, tendremos que investigar más el pasado de la familia que vive en la granja. El caso, o guarda relación con el hecho de que el animal al que han matado sea efectivamente de Larsson, o eso ha sido una casualidad. Sea como fuere, tenemos que examinar todas las posibilidades.

—¿Crees que el culpable es algún miembro de la familia? —preguntó Karin—. ¿La mujer que se venga del marido o viceversa?

—Parece algo rebuscado —convino Knutas—. Hay que estar muy mal de la cabeza para cometer un crimen de este tipo. Pero no podemos descartarlo, ya nos hemos quedado estupefactos otras veces. Tenemos que volver a hablar con el granjero. Habla hasta por los codos, pero sólo hemos estado allí un momento. Creo que alguien debería volver allí. Hay que interrogar lo antes posible a las niñas que encontraron el caballo.

—Yo puedo ir ahora mismo. —Wittberg ya estaba a punto de levantarse.

—Te acompaño —dijo Karin—. Si no mandas otra cosa.

—Podéis ir los dos —respondió Knutas—. Yo me quedo aquí para atender a la prensa.

M
artina Flochten pasó por la reducida habitación y cogió a toda prisa la bolsa de aseo y la toalla. Iba a darse una ducha rápida y a cambiarse de ropa. Los alumnos que participaban en el curso tenían la tarde libre porque un profesor de arqueología americano iba a dar una conferencia en la Universidad de Visby. La prisa de Martina obedecía a otras razones muy diferentes, aunque sus compañeros de curso lo ignoraban.

Sólo iban a aprovechar la ocasión. Tenía tantas ganas de verlo que su corazón enardecido latía con fuerza.

A su novio holandés lo tenía olvidado. La llamaba al móvil cada vez con más frecuencia. Cuanto menos respondía ella, más insistía él. Una tarde que se dejó el teléfono en el cuarto, había realizado veintiocho llamadas. Aquello era una locura y se había sentido incómoda con Eva, su compañera de habitación, que aquella tarde se había quedado en casa, acostada y tratando de leer. Martina había pensado romper la relación cuando volviera a casa, no era capaz de hacerlo por teléfono. No le parecía decente.

Su padre también había llamado. Llegaría a Gotland la semana siguiente, tenía negocios en Visby y pensaba matar dos pájaros de un tiro. Quizá estuviera preocupado por ella. Martina mantenía una relación muy estrecha con su padre, aunque pensara que éste adoptaba en ocasiones una actitud demasiado protectora. Y la verdad es que le había dado motivos para preocuparse muchas veces. Martina era ambiciosa y aplicada, y llevaba muy bien sus estudios, pero en su tiempo libre no se quedaba atrás a la hora de ir de juerga y había muchas fiestas en los círculos estudiantiles de la Universidad de Rotterdam. Había probado algunas drogas, pero sólo las blandas.

A Martina se le despertó el interés por la arqueología cuando vio un programa de televisión sobre una excavación en Perú. Le impresionó el trabajo paciente y metódico de los arqueólogos y todo lo que la tierra podía contar.

Cuando empezó a estudiar la asignatura, enseguida le fascinó la época vikinga. Leyó todo lo que encontró acerca del modo de vida de los vikingos. Le atrajo su religión, basada en la creencia de varios dioses de la mitología nórdica, y le parecieron fascinantes no sólo sus naves y viajes de saqueo por el mundo, sino también el importante comercio que mantenían, en particular en Gotland.

Aquel curso había avivado definitivamente el interés de Martina y ya había decidido que cuando finalizara sus estudios de arqueología se especializaría en el tema y lo haría en la Universidad de Visby.

Cuando terminó de arreglarse, los demás ya estaban en el autobús que los llevaría a la conferencia. La joven salió y les dijo que no se sentía bien y que se iba a quedar en el albergue. Eva se mostró apenada, habían planeado ir a tomar unas cervezas después de la conferencia, ya que estaban en la ciudad.

Cuando arrancó el autobús, Martina entró corriendo, cogió el bolso y se echó una última ojeada ante el espejo. Tenía buen aspecto, el sol de la isla le había dado un bonito tono a su piel y su larga melena parecía más rubia de lo habitual.

Él quería que se encontraran en el puerto. Con pasos rápidos y anhelantes cruzó el puente de madera que había detrás del albergue y que conducía a la zona portuaria.

P
etesviken estaba a una considerable distancia de Visby, en la costa suroeste de Gotland. Pia y Johan dejaron la ciudad a toda velocidad y Pia, que iba al volante, señaló con la cabeza el cartel que indicaba la salida hacia Högklint cuando la dejaron atrás.

—A propósito del recalentamiento del mercado inmobiliario, podríamos hacer una pieza. A veces me parece que ha vuelto la histeria del ladrillo de los años ochenta. ¿Has oído hablar del hotel de lujo que van a construir ahí?

—Sí, claro, hemos hecho varios reportajes sobre ello. Sólo están esperando la aprobación del pleno del ayuntamiento ahora en otoño para empezar, ¿no?

—Así es. Las obras comenzarán seguramente antes de que termine el año. Va a ser un gran complejo en el que habrá suites, apartamentos multipropiedad, restaurantes de lujo y locales nocturnos. Cinco estrellas.

—Cabe preguntarse si realmente hay demanda para ello.

—Por supuesto que la hay. La península está llena de enamorados de Gotland. Románticos que estuvieron aquí de vacaciones cuando eran más jóvenes y quieren volver con la familia para revivir sus vivencias en la isla de una forma más cómoda. Y en este país no falta gente con dinero.

—Eso al menos creará puestos de trabajo, aunque me imagino que también habrá quienes estén en contra. Högklint es un parque natural, ¿no?

—No van a construir justo en la línea de costa, no pueden hacerlo, evidentemente. Sin embargo, es increíble pero parece que el proyecto de construcción va a salir adelante. Las protestas más enérgicas proceden, claro está, de quienes viven allí, se suelen organizar acaloradas discusiones sólo por el hecho de que alguien quiera pintar una puerta de otro color. Por lo demás, los más críticos son los ecologistas, defensores de la flora y la fauna de los espacios naturales. Durante la primavera muchas aves anidan arriba en los acantilados de Högklint y, desde luego, es uno de los miradores de la isla desde donde se pueden contemplar las vistas más bellas. Además, yo creo que son muchos los que piensan que este lado de Visby ya está suficientemente explotado con el balneario de Kneippbyn y todo lo demás.

—¿No era extranjero el propietario? —preguntó Johan.

—Creo que es un consorcio en el que participa el ayuntamiento y algunos hombres de negocios extranjeros.

—Tendremos que investigar más ese tema cuando tengamos tiempo. Indiscutiblemente se merece un reportaje más amplio.

Cuarenta y cinco minutos después se encontraban en Petesviken.

El prado estaba acordonado y vigilado por policías uniformados apostados junto a la verja. Ninguno de ellos quiso responder a las preguntas de Johan sobre el caballo degollado, y le indicaron que se pusiera en contacto con Knutas.

Pia se puso enseguida en marcha con la cámara, cosa que no sorprendió a Johan. Aquella chica tenía carácter. Le cayó bien desde el primer día, nada más conocerla en la redacción. Parecía muy espabilada, llevaba el cabello negro, corto y despuntado, un aro en la nariz y los ojos castaños intensamente maquillados. Lo saludó sin más preámbulos y enseguida empezó a aportar sus propias ideas. Aquello fue un buen presagio para el resto del verano. Pia había nacido y crecido en Visby, y conocía Gotland como la palma de su mano. Gracias a su extensa familia tenía parientes y amigos repartidos por varios lugares de la isla. Tenía nada menos que seis hermanos y todos se habían quedado a vivir en Gotland con sus respectivas familias, así que su red de contactos era enorme. Desde un punto de vista profesional, puede que no sacara las imágenes tan buenas a las que él estaba acostumbrado, pero tomaba muchas y a menudo desde ángulos interesantes. Si conservaba el entusiasmo y su desbordante dinamismo, con el tiempo llegaría a ser una excelente fotógrafa. Era joven, ambiciosa y estaba decidida a conseguir un empleo fijo en Estocolmo, en alguna de las grandes cadenas de televisión. De momento, no había trabajado más que un año y ya había conseguido que le dieran una suplencia larga en la Televisión Sueca, lo cual no era nada desdeñable. Ahora había desaparecido tras un recodo.

A Johan le dieron ganas de deslizarse por debajo del cordón policial en la zona más alejada, pero sabía que si lo descubrían habría quemado sus naves frente a la policía y, definitivamente, no podía correr ese riesgo. Era consciente de que sus jefes en Estocolmo estaban sopesando la posibilidad de volver a contar con un corresponsal fijo en Gotland y de que el resultado de su trabajo a lo largo del verano iba a pesar mucho en esa decisión. No había nada que Johan desease más que poder quedarse.

Buscó a Pia, pero era como si se la hubiera tragado la tierra. Increíble, sobre todo por lo grande y pesada que era la cámara de televisión, nada con lo que se pudiera andar por ahí como si tal cosa. Johan empezó a caminar a lo largo del cercado.

El prado era grande y no podía ver dónde terminaba, se lo impedía la zona arbolada. Siguió con la vista el lindero del bosque y de pronto vio a Pia. Se había metido dentro del área acordonada y estaba tomando una vista panorámica del prado. Al principio se cabreó, aquello le costaría a él un disgusto si llegaba a emitirse por televisión, pero enseguida reconsideró su postura. La joven estaba haciendo su trabajo lo mejor posible con el fin de obtener buenas imágenes. Así era precisamente como a él le gustaba que trabajara un fotógrafo. El peligro de hacerse demasiado amigo de la policía era que uno empezaba a tener demasiada consideración hacia ellos. Se invertía el objetivo de procurar lo mejor desde el punto de vista del espectador por el de mantener unas buenas relaciones con las fuerzas del orden. Y él, definitivamente, no quería caer en eso. Era consciente de que debía ir con cuidado. La súbita irritación inicial se transformó en gratitud. Pia era una fotógrafa increíblemente buena.

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