Read Nadie lo conoce Online

Authors: Mari Jungstedt

Tags: #Intriga, Policíaco

Nadie lo conoce (6 page)

BOOK: Nadie lo conoce
4.89Mb size Format: txt, pdf, ePub
ads

Cuando ella terminó de hacer su trabajo, se pasaron por las granjas cercanas. Nadie quiso prestarse para una entrevista. Johan sospechó que habían recibido órdenes de la policía. Justo cuando estaban a punto de darse por vencidos, y se disponían a marcharse de allí, apareció un chaval de unos diez u once años andando por el camino. Johan bajó el cristal de la ventanilla.

—Hola, me llamo Johan y ésta es Pia. Trabajamos para la televisión y hemos estado tomando unas imágenes del prado donde mataron al caballo. ¿Has oído lo que ha pasado?

—Claro, yo vivo allí —contestó el chico señalando con la cabeza el camino que tenía detrás.

—¿Conoces a las niñas que lo encontraron?

—Un poco, aunque no viven aquí, sólo están de vacaciones en casa de sus abuelos.

—¿Sabes dónde viven?

—Sí, está cerca. Puedo deciros dónde es.

El chaval declinó el ofrecimiento de Johan para que subiera al coche. Fue andando delante por el camino y ellos condujeron despacio detrás de él.

Enseguida llegaron a la casa de los abuelos.

Un seto bien cortado rodeaba la casa y fuera había dos niñas sentadas en una piedra grande balanceando las piernas.

Johan se presentó primero y luego a Pia, que llegó al momento.

—No podemos hablar con periodistas —dijo Agnes—. Eso ha dicho el abuelo.

—¿Qué hacéis aquí sentadas? —preguntó Johan sin inmutarse.

—Nada en especial. Habíamos pensado coger flores para papá y mamá. Vendrán esta tarde.

—¡Qué bien! —exclamó Pia tomando parte en la conversación—. Después de que haya pasado una cosa tan horrible. No me cabe en la cabeza que alguien haga eso a un caballo. ¡Un animal inocente! Y he oído que era muy bueno y muy cariñoso.

—Era el poni más bonito del mundo. El más cariñoso.

A Agnes se le ahogó la voz.

—¿Cómo se llamaba?


Pontus
—dijeron las chiquillas a coro.

—Vamos a hacer todo lo que podamos para que la policía detenga al que ha hecho esto, os lo prometo —continuó Pia—. ¿Fue muy duro cuando lo encontrasteis?

—Fue repugnante —aseguró Agnes—. No tenía cabeza.

—Ojalá no hubiéramos entrado nunca en el prado —añadió Sofie.

—No, espera un momento. Míralo así: vosotras fuisteis las primeras que entrasteis y ha estado muy bien que lo hicierais, porque si no habría pasado mucho más tiempo antes de que
Pontus…
¿se llamaba así?

Las chicas asintieron

—Si no habría pasado mucho más tiempo antes de que encontraran a
Pontus.
Y para la policía es muy importante investigar estas cosas lo antes posible.

Agnes miró asombrada a Pia.

—Sí, claro, no lo habíamos pensado de esa manera —dijo aliviada. También Sofie parecía más alegre.

Johan reflexionó unos segundos acerca de si era correcto interrogar a las chiquillas, que aparentaban unos once o doce años, sin el consentimiento de sus padres. Siempre era especialmente respetuoso en lo referente a entrevistar a niños. Este era un caso dudoso. Optó por dejar que Pia continuara y discutir el tema después.

—Nuestro trabajo, el mío y el de Johan —prosiguió Pia en tono apacible—, es hacer reportajes en la televisión cuando ocurren cosas así. Y nosotros queremos informar a los espectadores, pero, por supuesto, no obligamos a nadie a que salga en la tele. Aunque lo mejor es que los testigos presenciales describan lo que ha sucedido, porque eso puede ayudar a que otras personas que sepan algo se pongan en contacto con la policía. Creemos que si quienes están sentados delante del televisor os ven a vosotras dos contando cómo encontrasteis a
Pontus
, se interesarán más que si es sólo Johan el que habla. Se involucrarán más, sencillamente.

Las dos chicas escuchaban atentas.

—Por eso queremos saber si podemos haceros algunas preguntas acerca de lo que ha ocurrido esta mañana. Yo grabo y Johan hace las preguntas, y si no podéis contestar, o si os parece que es muy duro, pues entonces lo dejamos. La decisión es vuestra. Después cortamos la entrevista, así que no pasa nada si algo sale mal. ¿De acuerdo?

Sofie le dio un codazo a Agnes en el costado y le susurró algo al oído.

—Es que no nos dejan.

—No, pero me da igual —dijo Agnes con decisión y se bajó de la piedra—. Sí, está bien.

Cuando Johan y Pia se fueron de allí, llevaban grabada una entrevista con las dos chiquillas en la que contaban lo que habían visto. Las niñas revelaron también que el caballo no sólo había sido degollado, sino que, además, la cabeza había desaparecido sin dejar rastro.

En el viaje de vuelta, Johan se quedó observando a Pia, que era quien conducía.

—No te sorprendas si nos cae una buena por esto.

—¿Qué quieres decir?

—La policía se va a cabrear. No es que me preocupe especialmente, sólo te aviso.

—No sé de qué me hablas. —Pia lanzó a Johan una mirada indignada—. Nosotros hacemos nuestro trabajo, nada más. No hay que exagerar, se trata de un caballo, por favor, no de una persona asesinada.

—Cierto, pero lo de entrevistar a niños es un tema muy delicado.

—Si les hubiéramos entrevistado cuando su madre acababa de morir, entendería tu razonamiento —replicó Pia cada vez más enfadada.

—No me malinterpretes —protestó Johan—. Lo único que digo es que hay que ser muy prudente a la hora de entrevistar a menores. Como periodistas tenemos una enorme responsabilidad.

—No es culpa nuestra que la gente quiera hablar. No hemos obligado a nadie. Además, hemos conseguido detalles que no conocíamos gracias a que hemos hablado con las niñas, lo de que ha desaparecido la cabeza del poni.

Pia bajó el cristal de la ventanilla y tiró el rapé. Luego subió el volumen de la música con gesto ostensible. La discusión, evidentemente, había terminado. Pia era inteligente y osada, pero, teniendo en cuenta que estaba empezando, quizá debería ser más humilde. Johan presentía que su colega llegaría a ser en el futuro una fotógrafa de las que dejan huella. Para bien y para mal.

E
mma Winarve estaba recostada en la hamaca del jardín de su casa en el barrio de Roma con unos cojines en la espalda. Trataba de encontrar una postura lo más cómoda posible. En su avanzado estado de gestación no era tan fácil. Tenía calor y se sentía sudorosa todo el tiempo, pese a que se pasaba el día a la sombra. El anticiclón de la última semana no había hecho más que empeorar su ánimo. Ahora se sentía gorda y deforme, aunque pesaba mucho menos que en sus anteriores embarazos. Hasta ahora, sólo había engordado doce kilos, lo cual iba en línea con todo lo demás. Esta vez era distinto. Los anteriores habían sido niños deseados y no había dudado de que fuera a seguir adelante con aquellos embarazos. Este niño que ahora crecía en su útero podía haber terminado legrado como una masa sanguinolenta, mientras hubo tiempo para ello. Ahora, lógicamente, se alegraba de que no hubiera sido así. Aún le quedaban dos semanas para dar a luz, si todo iba como estaba planeado.

Los niños y ella acababan de saborear una ensalada de frutas, hecha con melón, kiwi, piña y carambolas. Las frutas tropicales nunca le sabían tan buenas como cuando estaba embarazada.

Se quedó observando a Sara y a Filip, que estaban distraídos jugando al croquet en el césped. Acababan de terminar el primero y el segundo curso respectivamente y ya se habían visto obligados a vivir un divorcio.

A veces sentía grandes remordimientos, pero al mismo tiempo pensaba que no podía haber actuado de otra manera. Solía consolarse con la idea de que, al menos, no eran los únicos. Casi la mitad de sus compañeros de clase eran hijos de padres separados.

El verano anterior conoció a Johan Berg y se enamoró perdidamente de él. Emma, que jamás se imaginó de sí misma que pudiera ser infiel. Al principio le echó la culpa a la conmoción y a la desesperación que supuso para ella el asesinato de Helena, su mejor amiga. Helena fue la primera víctima de un asesino en serie, y Johan, uno de los periodistas que entrevistó a Emma en calidad de amiga de la víctima.

Por entonces había empezado a abrigar serias dudas con respecto a su matrimonio. Los sentimientos que Johan despertó en ella eran nuevos, nunca había sentido nada parecido. Intentó varias veces romper con él y volvió con Olle, que la perdonó a pesar de todo.

En una de las ocasionales recaídas que tuvo después, en las que se veía con Johan en secreto, se quedó embarazada. Su primera reacción fue abortar. Cuando se lo contó a Olle, él estuvo dispuesto incluso a hacer borrón y cuenta nueva en lo referido a su reiterada infidelidad, pero puso como condición para salvar su matrimonio que abortara. Emma pidió hora para la intervención y rompió su relación con Johan de una vez por todas.

La familia celebraba unida una Navidad tranquila y agradable. Los niños estaban encantados porque todo volvía a ser como antes y Emma había recibido un cachorrillo, que llevaba tiempo deseando, como regalo de Navidad de su marido.

Entonces, sin previo aviso, Johan se presentó en su casa, en el barrio de Roma, y puso todo patas arriba. Cuando Emma vio a los dos hombres de su vida juntos, la situación se reveló bajo una luz nueva y esclarecedora. Comprendió de inmediato por qué le había costado tanto romper su relación con Johan. Sencillamente, porque estaba enamorada de él. La relación con Olle se había terminado y era demasiado tarde para tratar de arreglarlo.

Dos días más tarde llamó a Johan y le contó que pensaba tener aquel niño.

Ahora estaba allí sentada, recién divorciada, con dos hijos a los que tenía en casa cada dos semanas y un tercero de camino. Que hubiera decidido tener aquel bebé no significaba automáticamente que ella y Johan fueran a formar una familia, algo con lo que él al parecer había contado. Johan estaba deseando irse a vivir con ellos y convertirse inmediatamente en el padrastro de Sara y de Filip, pero Emma necesitaba tiempo. Aún no se sentía, ni mucho menos, preparada para lanzarse a formar una nueva constelación familiar. Cómo se las iba a arreglar para hacerse cargo ella sola del bebé, era algo que ya resolvería más tarde.

Se pasó la mano sobre la tela de algodón amarillo del vestido. Tenía los pechos grandes y pesados, preparados ya para la tarea venidera, las piernas medio dormidas. La circulación, que de mala pasaba a pésima cuando estaba embarazada, al menos era algo que ya había sufrido en sus embarazos anteriores. Parecía como si la sangre se quedara estancada en el cuerpo, estaba pálida y tenía los dedos de los pies y de las manos fríos, y el hecho de que se sintiera tan pesada y tan torpe no ayudaba a mejorar las cosas. Emma estaba acostumbrada a entrenar al menos tres veces a la semana. Era una fumadora empedernida, pero dejó de fumar en cuanto supo que estaba embarazada, igual que las otras dos veces. No lo echaba de menos en absoluto, pero suponía que volvería a empezar otra vez en cuanto dejara de amamantar.

Su consumo de tabaco estaba directamente relacionado con la cantidad de problemas que surgían en su vida. Cuantos más problemas tenía, más fumaba, así de sencillo. Debía encontrar algún consuelo cuando la vida se volvía dura. Es imposible prever cómo se va a superar un divorcio, y ella se había visto obligada a experimentarlo en toda su crudeza.

Que la relación con Olle iba a resultar difícil era algo para lo que estaba preparada, pero nunca se había imaginado que todo acabara siendo tan insidioso, duro y mezquino. Todas aquellas broncas agotadoras, y su mentalidad de víctima, habían estado a punto de hundirla durante la primavera.

Era un milagro que hubiera conseguido mantenerse alejada del tabaco.

El tema de la vivienda, no obstante, habían conseguido solucionarlo bastante bien. Olle había adquirido un piso grande en el centro de Roma y vivía a poca distancia de la casa. Habían acordado que tendrían los niños una semana cada uno, al menos al principio, para no estar mucho tiempo sin ellos, luego ya irían viendo. Los niños decidirían. Con todo, Olle fue lo suficientemente maduro como para comportarse de una manera sensata y evitar así que los pequeños sufrieran más de lo necesario.

Alzó la vista del crucigrama en el que había tenido clavada la vista mientras las letras se mezclaban hasta convertirse en una masa indescifrable. Sara y Filip estaban enfrascados en su juego de croquet. No se habían peleado ni una sola vez. Era una consecuencia inesperada tras todo lo que había sucedido; los niños estaban ahora más calmados. Era como si se hubieran vuelto más responsables, cuando todo a su alrededor se resquebrajaba, ya no disponían de tanto margen para las peleas. El sentimiento de culpabilidad la rozó de nuevo. El divorcio había sido culpa suya. Eso era lo que pensaba toda la familia, incluidos sus padres, aunque no se lo dijeran a la cara.

Emma se lo explicó a los niños lo mejor que pudo, sin tratar de disculparse, pero ¿era suficiente? ¿Lo entenderían alguna vez?

Contempló sus tersos rostros. Sara, de cabello más oscuro y penetrantes ojos castaños, era bulliciosa pero ordenada. Hablaba a voces con su hermano pequeño, concentrado en hacer pasar la bola por los aros centrales. Filip tenía la piel y el cabello más claros, y era un bromista, el granuja de la familia.

Se preguntaba si sería capaz de querer tan incondicionalmente a ese hijo que estaba en camino.

E
l despacho de Knutas se encontraba en el segundo piso del edificio de la comisaría. Era amplio y luminoso, con paredes de color arena y muebles claros de abedul. La excepción era su antigua y desgastada silla de roble con el asiento de piel suave. Había sido incapaz de desprenderse de ella el año anterior cuando renovaron el edificio de la comisaría y cambiaron todo el mobiliario. A lo largo de los años, sentado en aquella silla había conseguido encajar muchos rompecabezas. Temía que en una silla nueva, aunque fuera más cómoda para su espalda, no pudiera pensar igual de bien.

Se balanceó despacio hacia delante y hacia atrás, mientras pensaba en lo que había sucedido con el poni degollado. Los delitos contra los animales eran muy raros en Gotland. Sin duda se producían negligencias, gente que dejaba de alimentar a los animales o no mantenía limpias las jaulas o los boxes, pero ahora se trataba de algo muy distinto. Tal vez, de un loco que disfrutaba torturando a los animales, ya se había enfrentado alguna vez a algún caso semejante, pero no de este calibre. Quizá mataron al caballo en un acceso de ira. En ese caso, ¿contra quién iba dirigida esa rabia?

BOOK: Nadie lo conoce
4.89Mb size Format: txt, pdf, ePub
ads

Other books

The Barrytown Trilogy by Roddy Doyle
Political Suicide by Michael Palmer
Create Dangerously by Edwidge Danticat
Flight to Arras by Antoine de Saint-Exupéry
Return To Forever by James Frishkey
The Poe Estate by Polly Shulman
Moonlight on My Mind by Jennifer McQuiston
Holding Hannah by Maren Smith