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Authors: Laurell K. Hamilton

Tags: #Fantástico, #Erótico

Narcissus in Chains (71 page)

BOOK: Narcissus in Chains
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—Entra por la puerta poco a poco —dije.

El wereleopardo negro pasó a través de la puerta rota, con las garras al aire. La forma oscura parecía llenar la puerta. En forma de hombre leopardo media más de seis pies, era más amplio de hombros, todo más voluminoso, como si tuviera músculos en esta forma que no tenía en forma humana. Su piel brillaba como el ébano, la luz del sol acariciaba su costado, iluminando negro sobre negro. La pile pálida se mostraba a través de su pecho, su estómago, y más abajo. En las películas los hombres lobo eran asexuados, lisos como una muñeca Barbie. En la vida real eran muy masculinos. En forma medio humana era más fácil verlos desnudos, sin que tener al menos un poco de vergüenza. No veía a los cambiaformas como objetos sexuales una vez que su piel empieza a fluir.

—¿Dónde está el tipo que echaste por la puerta? —pregunté.

—Se escapó.

—No escucho a nadie en la sala de estar —dijo Merle.

—Todos ellos se fueron por la puerta principal —dijo Zane—, o al menos la habitación parece limpia. —Él y Cherry todavía estaban agachados debajo de la mesa de la cocina, contra el suelo.

—Voy a comprobar la sala de estar —dijo Micah.

—Estos chicos malos utilizan balas de plata. No sería arrogante respecto a ellos —dije.

El asintió con la cabeza, y su cabeza era en su mayoría de leopardo, muy poco del hombre que era, curiosamente solo tenía en común esos ojos verde pálido. Ellos lo marcaban como extranjero para los demás en forma humana, pero con el cuerpo peludo y musculoso que acechaba delante de mí, esos mismos ojos lo marcaban como Micah. El color era más rico. Rodeado por el negro pelaje, los ojos eran aún más sorprendentes.

Dudó en la puerta, deslizándose a través de ella, agachado, haciéndose un objetivo lo más pequeño posible. Era raro ver a un licántropo aprovecharse de la cobertura. La mayoría de ellos parecían verse a sí mismos como invulnerables, lo que solía ser cierto, pero no hoy. Igor estaba muy quieto en el suelo, y el hombro de Claudia parecía en carne viva. Ella estaba recostada contra los armarios. Su mano izquierda aún sostenía la pistola, aunque la otra mano estaba inmóvil en el suelo, como si no tuviera uso de su brazo.

Cuando miré hacia abajo, el arma apuntaba hacía un lugar en dirección a la puerta corredera. La mano vaciló lo suficiente como para que me pusiese nerviosa estando de cuclillas sobre ellas, pero ella luchaba contra sus extremidades temblorosas tan duro que nunca comprometió su línea de fuego con mi cuerpo. El lado derecho de su cuerpo estaba empapado en sangre, y sus ojos estaban teniendo problemas para concentrarse. Creo que solo la tozudez la mantenía consciente.

Mi mirada se desvió a la forma de Igor y los cuerpos apilados en las puertas. Si Igor estaba respirando, no podía verlo.

—Busca su pulso, Nathaniel.

Nathaniel miró hacía el hombre, contactó con mis ojos un momento y luego se volvió para mirar la puerta corredera.

—Escucharía su corazón, si siguiera latiendo. Escucharía su sangre correr, si se siguiera moviendo. Pero no lo escucho —dijo todo eso con la cabeza girada lejos de mí. Lo cual lo hacía peor, más desconcertante.

Micah apareció en la puerta.

—No queda nadie vivo aquí. —Pasó por encima de la pila de cuerpos de la puerta y parecía deslizarse, equilibrándose sobre sus pies, lo que estaba entre lo humano y leopardo. ¿Iba a ser realmente un leopardo cuando fuera luna llena? ¿Era esa oscuridad, esa forma elegante, esa sombra musculosa, lo que había dentro de mí?

Empujé esa pregunta lejos, teníamos otros problemas más acuciantes, como los heridos. Me concentraba en las situaciones de emergencia y trataba de dejar todo lo demás atrás. Era una de mis especialidades. Puse mis dedos contra el cuello de Claudia, tratando de comprobar su pulso. Ella se encogió de hombros, moviéndose lo suficiente para que no pudiera comprobarlo.

—Estoy bien —dijo con voz áspera—. Estoy bien.

Era obvio que no era cierto, pero no quería discutir. Hasta que comprobara personalmente la casa, no creería que estábamos a salvo, pero mi botiquín de primeros auxilios estaba en la despensa, y sabía que esta zona estaba a salvo.

—Cherry arrástrate por debajo de la mesa hasta este lado y coge el kit de primeros auxilios. —Me puse en pie y me moví alrededor de los armarios, así sería capaz de ver la sala de estar y la puerta corredera.

Cherry miró a Zane, luego salió a través de las patas de las sillas. Se quedó agachada hasta que llegó al armario de la despensa. Ella tuvo que mover a Caleb, moviéndolo suavemente con los pies. Finalmente, se desenroscó de su posición fetal, y se arrastró lejos de Cherry para que pudiera coger el kit.

Cherry fue hasta Igor en primer lugar. Ella era una wereleopardo, su audición no era tan buena como la de Nathaniel, pero cuando termino de comprobarlo se volvió hacía Claudia. Claudia intentó apartarla con su mano izquierda, con la pistola todavía en ella.

—Claudia, vamos a ayudar a Cherry —dije.

—¡Maldita sea!

Cherry tomó eso como un sí y comenzó a inspeccionar el hombro. Claudia no peleó con ella y me alegré de eso. El shock puede hacer que digas o hagas cosas divertidas. Realmente no quería luchar con el brazo de una wererata, herido o no. Por supuesto, Micah estaba aquí y probablemente podría luchar y ganar a Claudia, al menos mientras estuviera herida.

Seguía manteniendo mi sentido periférico hacía los espacios abiertos, pero con el tiempo el silencio se prolongó, sólo se oía el sonido del viento en los árboles y el zumbido de las langostas a través de la puerta de la sala de estar y la puerta de atrás. Empecé a relajarme centímetro a centímetro. Esa tensión que siempre tengo en los hombros durante una pelea y la falta de adrenalina, me hizo saber que pensaba que estábamos a salvo, por ahora.

Entonces oí algo en el silencio del verano, sirenas. Sirenas de policía cada vez más cerca. No tenía ningún vecino cercano. Había oído disparos en el condado de Jefferson con bastante regularidad, de modo. ¿Quién infiernos informó de los disparos?

Micah volvió su redondeado rostro hacía mí.

—¿Vienen hacía aquí?

Me encogí de hombros.

—No lo sé con certeza, pero parece probable.

Los dos miramos los cuerpos en el suelo, luego nos miramos.

—No tenemos tiempo para esconder los cuerpos —dijo él.

—No, no lo tenemos —dije. Miré a todo el mundo. Merle seguía mirando la ventana de la cocina, la escopeta entre sus grandes manos. Zane se había arrastrado de debajo de la mesa para jugar con Cherry a la enfermera, dándole cosas que ella pedía. Estaba preparando el brazo de Claudia.

Cherry me miró.

—Ella podría curarse a sí misma si cambia, pero todavía necesitara atención médica.

—La policía tiende a disparar a los cambiaformas en forma animal —dije.

—Yo me quedo —dijo Claudia, con los dientes un poco apretados—. Si tenemos heridos de nuestro lado, a la policía le va a gustar.

Ella tenía su punto. Miré a Micah. Las sirenas sonaban ahora más cerca, casi en frente de la casa.

—Es mejor que te vayas, Micah.

—¿Por qué?

—La policía está a punto de llegar aquí, verán un montón de cuerpos, una gran cantidad de sangre. Todo en forma animal tendrá una buena oportunidad de recibir un disparo.

—Eso no es un problema —dijo. La piel comenzó a retroceder, como el agua tirando hacía atrás en la orilla del mar. Cuando se puso de manifiesto la piel humana, sus huesos se deslizaron fuera de la vista, como cera, cubriéndose, derritiéndose. Nunca había visto a nadie cambiar de manera tan superficial, tan fácilmente. Era como si fuera un simple cambio de ropa, excepto por el líquido transparente que le corría por el cuerpo, el sonido de huesos estallando, reformándose, incluso el sonido de carne en ebullición por encima de él. Solo sus ojos seguían siendo los mismos, inmutables, como dos joyas fijas en el centro del universo. Luego, de repente estaba en forma humana de nuevo, el cuerpo cubierto de un líquido espeso. Nunca había visto tanto líquido en un solo cambio. Estaba parada en un charco de eso y no me había dado cuenta.

Se desplomó de repente, tratando de apoyarse en los armarios, pero estaba en el camino y tuve que agarrarlo por la cintura para que no cayera al suelo.

—El cambio rápido viene con un precio.

—Nunca he visto cambiar a nadie hacía atrás tan rápidamente —dijo Cherry.

—Y él no caerá en un estado de coma como cualquiera —dijo Merle—. Dale unos minutos y estará bien, confuso, pero bien. —Había admiración en la voz del hombre más grande, y algo más, celos.

Las sirenas sonaron cerca de la entrada y luego hubo silencio.

—Todo el mundo tira las armas. ¿No quiero que nadie reciba un disparo por accidente? —dije.

Nathaniel hizo lo que dije al instante. Tuve que presionar más a Micah contra mi cuerpo, con una sola mano, para así poder poner mi propia arma en un armario. Micah se estremeció contra mí. Le miré, a punto de preguntarle si estaba bien, pero la mirada en sus ojos me detuvo. No era dolor lo que vi en sus ojos. Deslicé su otra mano en su cintura para así poder ponerlo con más seguridad contra mí. Su piel era lisa en mis manos. Se las arregló para poner una mano en los armarios que teníamos detrás. Me miró a los ojos a centímetros de distancia y había mundos ahogándose en sus ojos, necesidades, esperanzas, todo.

Una voz de hombre gritó:

—¡Policía!

Grité:

—¡No disparen!, los malos se han ido. Tenemos heridos. —Moví a Micah para que pudiera sostenerse contra los armarios, a continuación, puse mis manos sobre la cabeza y me moví con cuidado hacía la puerta. Tuve que pasar por encima de los cuerpos en la puerta de la cocina para entrar en la línea de visión de los policías. Si hubiera sido un hombre imponente, podrían haber disparado a propósito, no exactamente, pero no se solían ver tres cuerpos en una puerta en el condado de Jefferson, Missouri, todos los días. Pero era pequeña, femenina, y parecía bastante benigna, sin armas. Pero seguí hablando mientras me movía. Cosas como:

—Ellos nos atacaron. Tenemos heridos. Necesitamos una ambulancia. Gracias a Dios que llegaron cuando lo hicieron. Las sirenas los ahuyentaron. —Seguí balbuceando hasta que estaba segura de que no iban a matarme, entonces venía lo más difícil. ¿Cómo se explican cinco cadáveres en la cocina, algunos de los cuales incluso muertos no parecían humanos? El infierno latía fuera de mí.

CUARENTA Y UNO

Dos horas más tarde estaba sentada en mi sofá, hablando con Zerbrowski. Se veía, como de costumbre, como si se hubiera vestido a toda prisa, en la oscuridad, para que nada combinara lo suficiente, y él había cogido una corbata con una mancha en ella, en vez de la que probablemente él quería llevar. Su mujer, Katie, era una mujer ordenada, y nunca había entendido por que permitía que Zerbrowski saliera de casa vestido como un desastre caminando. Por supuesto, tal vez no era cuestión de que le permitiera algo, tal vez era una de esas batallas en las que te rendías después de un par de años.

Caleb se sentaba al otro extremo del sofá acurrucado debajo de una manta que habían bajado de la cama. Los paramédicos que se habían llevado a Claudia habían dicho que ella estaba en shock. Apostaba a que esta era la primera vez que estaba del lado equivocado de la escopeta. Solo la cima de sus rizos y la abertura delgada de sus ojos castaños se asomaban por encima de la manta. Parecía que tenía aproximadamente diez años, acurrucado así. Le habría ofrecido consuelo, pero Zerbrowski no me permitía hablar con él ni con nadie más. Merle se apoyaba en la pared al final del sofá, mirando con ojos ilegibles. Los policías lo observaban de vez en cuando, ellos se movían por la habitación. Él los ponía incómodos de la misma forma por la que me ponía incomoda a mí; él llevaba el potencial para la violencia como una colonia cara.

Zerbrowski se ajustó las gafas en la nariz, metió las manos en los bolsillos del pantalón y me miró. Estaba de pie, yo estaba sentada, mirando lo más inocentemente posible.

—Así que permíteme aclarar esto, estos tipos llegaron aquí y tú no tienes ni la menor idea de por qué.

—Así es —dije.

Me miró. Lo miré fijamente. Si pensaba que me iba a romper bajo la presión de su mirada, estaba equivocado. Contribuía a ellos que realmente no tenía la menor idea de lo que estaba pasando. Estaba sentada. Me puse en pie. Nos miramos el uno al otro.

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