Narcissus in Chains (90 page)

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Authors: Laurell K. Hamilton

Tags: #Fantástico, #Erótico

BOOK: Narcissus in Chains
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Él me acercó a él con las manos entrelazadas.

—Todavía hay casi ciento cincuenta hienas disponibles. Dios sabe lo que le hará a los presos ahora que le hemos fallado.

—¿Por qué quiere a la señora Blake? —preguntó Bobby Lee.

—Quimera quiere a Anita como su compañera.

Eso hizo que levantara mis cejas.

—¿De qué estás hablando?

—Tiene un fuerte y verdadero interés en ti. No sé por qué.

Traté de sacar mi mano del abrazo de Bacchus, pero me mantuvo cerca.

—Él trató de matarme por lo menos dos veces. Eso no suena muy amigable.

—Él te quería muerta, y ahora no, no sé por qué. Quimera está loco, y no necesita una razón para cambiar su forma de pensar. —Él me miró, todavía sosteniendo mi mano.

—Por favor, ayúdanos.

—¿Puedes garantizar que las hienas seguirán a la señora Blake? —preguntó Bobby Lee.

Bacchus miró hacia abajo, aflojo su control, entonces se puso más rígido, y miró hacia arriba de nuevo.

—Sé que si hubiéramos tenido alfas que se hubieran levantado por todos nosotros, nos hubiéramos revelado a esos tipos. Pero Ulises ama a Ajax, realmente lo ama. Él no sabía qué hacer.

—¿Qué hay de Narciso? No están todos aún muy blandos sobre Quimera, ¿verdad? —dije.

—No, pero la única vez que se nos ha permitido ver a Narciso, él estaba amordazado.

—Narciso tiene una reputación —dijo Bobby Lee—, de ser un bastardo. No creo que hubiera pasado por encima de ellos.

Bacchus se encogió de hombros, y finalmente liberó mi mano.

—No sé —dijo el werehiena—, pero no pudo darnos la orden para atacarlos. Por lo que sé Quimera puede haberle arrancado la lengua. Lo hizo a Dionisio, mi amante… —Se abrazó a sí mismo, con la cabeza agachada, los ojos cerrados—. Él me dio la lengua en una caja envuelta con una cinta.

Una vez me dieron una caja de regalo con partes de personas que me importaban en ella. Maté a todos a los que les habían hecho daño, maté a todos. Pero el daño causado a mis amigos había sido permanente. Nada de lo que podía hacer podía arreglarlo, porque eran humanos, y no les vuelven a crecer partes del cuerpo.

Bacchus mantuvo los ojos cerrados, su cara muy tranquila, como si estuviera sosteniéndose a sí mismo, con miedo a perder el control. No sabía qué decirle, en su cara se reflejaba su dolor. ¿Cómo voy a tratar de matarlo y a sentirme mal por él? Tal vez era una cosa de chicas, o tal vez lo había relacionado como un niño. Cualquiera que fuera la razón, me encontré deseando ayudarle, pero no quería arriesgarme a mí o a cualquiera de mi propio pueblo. Cris estaba muerto en el piso del Narciso Encadenado. No conocía a Cris desde hace mucho, y su pérdida no fue tan grande para mí, simplemente no lo era. Pero si me forzaba a ir allí, estaría arriesgando la gente que si extrañaría. Sin embargo…

—¿Puedes hacer un plano, un dibujo del club, y marcar en donde se lleva a cabo todo? —Abrió los ojos, con una expresión de sorpresa, las lágrimas que había estado reteniendo rodaron por sus mejillas—. ¿Nos ayudarás?

Me encogí de hombros, incómoda por frenético alivio en sus ojos.

—No estoy segura todavía, pero no hace daño averiguar contra lo que vamos.

Bacchus me tomó de la mano de nuevo, la apretó contra su mejilla. Al principio pensé que iba a ser una especie de saludo de hiena, pero puso un beso en mi mano y me dejó ir.

—Gracias.

—No me agradezcas Bacchus, no me agradezcas aún. —No he dicho en voz alta que, si el club parecía demasiado difícil para atacarlo, si fuera a costar la vida de muchos, yo no lo haría. Guardé eso para mí, porque él podía mentirnos, hacer que parezca fácil. La persona que amaba estaba siendo torturada. La gente haría muchas cosas por las personas que aman, incluso cosas estúpidas.

SESENTA Y DOS

Bobby Lee insistió en llamar primero a Rafael. Nathaniel y Caleb me ayudaron a que Bacchus se instalara en la cocina. Todavía estaba caminando como si las cosas dolieran.

Gil se había sentado al final de la camilla, acurrucándose. Se había alejado después que le dije que deje de gritar. Normalmente, le habría preguntado qué estaba mal, pero esta vez, no tenía tiempo para cuidar de él.

La cocina estaba oscura y deprimente con todas las ventanas y la puerta corrediza de vidrio tapadas con madera. Tuvimos que encender todas las luces. Mi cocina soleada se había convertido en una cueva.

Una hora más tarde tenía un mapa del club. Bacchus conocía el horario de guardia para las hienas, pero no para los hombres de Quimera. Él hizo lo mejor que pudo, pero dijo:

—Quimera cambia sus rutinas, al menos cada tres días y a veces cada día. Un día cambió sus órdenes por lo menos cada hora. Fue raro, incluso más raro de lo normal para Quimera.

—¿Cómo de inestable es él? —preguntó Bobby Lee.

Bacchus en realidad pareció pensarlo por un segundo o dos. Pensé que era una pregunta retórica, tal vez me equivoqué.

—A veces parece muy bien. A veces es tan loco que me asusta. Creo que incluso asusta a su propio pueblo. —Bacchus frunció el ceño y dijo—: me dijeron cosas como que literalmente estaba loco y que tenían miedo de él, también.

Sonó el timbre. Esto me hizo saltar. Nathaniel saltó del mostrador de la cocina, donde había estado sentado.

—Yo iré.

—Revisa y ve quién es primero —dije.

Miró hacia atrás por encima del hombro, y la mirada en su cara me dijo claramente que le estaba diciendo algo que ya sabía. Después de meses de compartir habitación y comida conmigo, sabía que debía de comprobar la puerta antes de abrirla.

—Tú solías simplemente abrir la puerta —dije.

—Lo hago mejor ahora —dijo y desapareció en la sala de estar.

Regresó casi de inmediato.

—Es el hombre lobo que estaba en Narciso encadenado, el llamado Zeke. —Nathaniel parecía un poco pálido.

Bobby Lee y yo teníamos las armas en nuestras manos. No me acuerdo haberlo hecho. Estaba mirando las ventanas tapiadas. La madera daba un poco más de protección que el vidrio, pero no pudimos ver a través de la madera tampoco. Los malos podrían sorprendernos mejor.

—¿Está solo? —pregunté.

—Él es el único que estaba de pie en el porche —dijo Nathaniel—, pero eso no quiere decir que esté solo. —Sus ojos tenían un toque salvaje cuando dijo—: No huelo a serpientes o leones. —Pude ver el pulso en su cuello saltando bajo la piel.

—Todo va a estar bien, Nathaniel —dije.

Él asintió con la cabeza, pero la expresión de su cara me dijo que no estaba convencido.

Gil se unió a nosotros en la cocina.

—¿Qué está pasando?

—Chicos malos —dije.

—¿Más de ellos? —dijo, con voz quejumbrosa.

—Podrías estar más seguro por tu cuenta, Gil —dije.

Asintió con la cabeza.

—Estoy empezando a ver eso. —Sus ojos estaban tan abiertos que parecía doloroso.

Había traído la mini-Uzi del coche y la había vuelto a cargar en el cuarto de seguridad arriba de las escaleras. La saqué del gabinete de la cocina y me debatí entre ella y la Browning. El timbre sonó de nuevo. No salté en ese momento. Me colgué la Uzi por encima del hombro con una correa y acomodé la Browning más cómodamente en la mano. La Uzi era en realidad un arma de emergencia. El hecho de que ni siquiera había pensado en responder a mi puerta con ella en mi persona fue probablemente una mala señal. Si necesitaba más de una 9mm para responder a la puerta de mi propia casa, debería de salir de la ciudad.

Me asomé a en la sala, pero no había nada que ver, a excepción de la puerta cerrada. Iba a tener que mirar por la ventana lateral para ver lo que estaba esperando en el porche. Me acerqué a la puerta con la Browning en las dos manos, manteniéndome a un lado de la puerta. Estaba lista en caso de que comenzaran a disparar a través de la puerta. Por supuesto, la última vez había disparado a través de las ventanas, pero las cortinas estaban corridas, y fue lo mejor que iba a ser capaz de hacer, por lo que la seguridad permitía.

Me arrodillé junto a la ventana, porque la mayoría de la gente dispara hacia el pecho o la cabeza, y de rodillas soy mucho más pequeña. Moví la cortina hacia un lado, y algo golpeó contra el vidrio. Salté hacia atrás, con el arma, pero no pasó nada más. Tenía una imagen en mi cabeza de lo que había sido, y no había sido un arma de fuego. Pensé que había sido una foto. Levanté nuevamente la cortina y me encontré mirando una Polaroid de un hombre encadenado a una pared. Estaba desnudo, cubierto de arañazos con sangre, sangre que cubría la mayor parte de su cuerpo, por lo que era difícil de ver quien era exactamente en un primer momento. Luego, poco a poco le encontré sentido a los ojos, y me di cuenta que era Micah. Me senté bruscamente en el suelo, casi como si me hubiera caído. Mi mano se arrastró la cortina en la caída, manteniéndola abierta. El arma no estaba donde debía estar, pero flotaba en el aire, casi olvidada. Un recorte de mordaza a través de esa boca, el rostro delicado cubierto de sangre y la carne hinchada. El pelo largo estaba amontonado a un lado, como si fuera tan pegajoso con la sangre que ya no se movían libremente. Sus ojos estaban cerrados, y me pregunté por un segundo que duró una eternidad, si estaba muerto. Pero había algo en la forma en que colgaba en las cadenas que me decía que estaba vivo. Incluso en una fotografía hay un silencio de muerte que los vivos no pueden imitar. O tal vez había visto demasiados cuerpos para identificarlo.

Bobby Lee estaba a mi lado.

—¿Qué es, qué tiene de malo? —Entonces vio la imagen, y escuche su aliento pesado—. Ese es tu Nimir-Raj, ¿no?

Asentí, porque todavía no estaba respirando, lo que hacía difícil hablar. Cerré los ojos por un momento, respiré limpio y profundo, y lo dejé salir poco a poco. Me estremecí cuando salió de mi cuerpo. Me maldecía en silencio.

—Ayuden a Anita, tú puedes hacerlo mejor que esto.

—¿Qué? —Bobby Lee preguntó.

Me di cuenta de que lo había dicho en voz alta y moví la cabeza, dejando caer la cortina en su lugar. Me puse de pie.

—Déjenlo entrar veamos qué es lo que tiene que decir.

Bobby Lee me estaba dando una mirada divertida.

—No puedes dispararle hasta después de nos diga que es lo que está pasando.

Asentí.

—Lo sé.

Me tocó el hombro, me dio la vuelta para mirarlo.

—Hay una mirada en tu cara, Niña, que es tan sombría como el amanecer del invierno. Las personas matan a otras personas mientras están mirando de esa manera. No quiero que dejes que tus emociones entren en la negociación.

Algo que era casi una sonrisa tocó mis labios.

—No te preocupes, Bobby Lee, no voy a dejar que nada interfiera con los negocios.

Bajó la mano lentamente.

—Niña, la mirada en tus ojos ahora me asusta.

—Entonces, no me veas —dije—, y no me llames niña.

Asintió con la cabeza.

—Sí, señora.

—Ahora abre la maldita puerta, y vamos a hacer esto.

No discutió de nuevo. Se fue hacia la puerta y dejo entrar al gran lobo malo.

SESENTA Y TRES

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