Si todo esto hubiera ocurrido poco después del primer aterrizaje, probablemente Tansis habría tomado una dosis adicional, pero ahora ya no se le ocurría pensar en el suicidio. Había superado el choque inicial del desastre y del naufragio, y ahora quería vivir. Sin rabia, pero con una fuerte decisión, eligió vivir, y lucharía para vivir. Tan pronto como hubo resuelto ese problema, le pareció vislumbrar nuevas esperanzas, y su depresión se esfumó. Un ser vivo no debe aceptar la derrota; un hombre no demuestra su personalidad sino luchando y esforzándose por su futuro, y esperando y luchando por su supervivencia.
Tansis se había fabricado la mejor medicina, y entonces pudo sentarse para elaborar un plan de acción para los próximos cincuenta y ocho días.
En primer lugar, estaba decidido a mantener abierta la nave. Era ridículo construir una casa en el exterior disponiendo ya en la isla de esta construcción excelente y tan bien equipada.
Ni siquiera una vida entera de esfuerzos podría proporcionarle lo que ya tenía aquí totalmente gratis.
Apoderarse de la nave, sin embargo, significaría perder los servicios del computador, y dejar desconectado todo lo demás. Era imposible intervenir en el computador. Estaba situado en el equivalente a una cámara de seguridad de un banco, y se necesitaban tres hombres para abrirlo, de los cuales cada uno conocía sólo una parte de la combinación; además, el computador debía recibir una autorización del comandante antes de que pudiera incluso tocarse el cierre de la combinación. Tansis no tenía ninguna idea de cuál era la combinación, y, aunque lo supiera, no le hubiera servido para nada. Era imposible desconectar el computador de los sistemas de la nave: en primer lugar, la nave estaba diseñada como una unidad; todas sus piezas estaban relacionadas y unidas entre sí por el computador; en segundo lugar, para hacerlo necesitaría un equipo de ingenieros expertos. Una nave espacial es algo demasiado complicado para andar haciéndole chapuzas, y eso sin considerar que el sistema de alarma no admitía la inserción de cambios no autorizados, y que las normas oficiales consideraban los planos de la nave como un auténtico secreto.
Tendría que aceptar el hecho de que la nave sería para él solamente un techo, con unas cuantas luces y calentadores funcionando con generadores portátiles. Pero, aun así, era algo muy valioso. Para alguien que había nacido en una nave espacial y que había vivido a bordo sus treinta y un años de existencia, la idea de vivir en el exterior en una cabaña era impensable. La nave debía permanecer abierta. Esperaría hasta el día cincuenta y ocho antes de poner en ejecución esa parte de su plan, y mientras tanto tendría que aprender a vivir en este planeta y copiar en papel cuanto pudiera del conocimiento del computador. Porque cuando el computador se desconectara perdería su biblioteca, y perdería su profesor.
Al día siguiente empezó el trabajo ordenando al computador que imprimiera los libros de texto básicos de química orgánica e inorgánica que tuviera en el banco de datos. Mientras el impresor chirriaba y el rollo de papel se iba desenrollando y cayendo en una caja, se dedicó a inspeccionar los almacenes.
Tendría que ingeniarse un sistema de iluminación y de calefacción con el equipo de la expedición, como si fuera a instalar un campamento en el interior de la nave. Estuvo seleccionando cables y calentadores, una cocina, un purificador de agua, un compresor de aire, un filtro, un generador portátil, baterías y células solares.
Revisó los suministros de comida. Tenía suficiente para más de un año, y el computador no podía cerrarlos.
El suministro de agua, sin embargo, era una cantidad fija, que se reciclaba a través del sistema de apoyo vital, que se detendría cuando la nave se desconectara. Lo mismo ocurría con el suministro del aire, que era parte integral de los sistemas de circulación, calefacción y purificación. A pesar de todo, podría obtener agua y aire del exterior mientras dispusiera de energía para purificarlos. Lo que tenía mayor importancia era la energía eléctrica.
La luz de este planeta era brillante y enérgica, y debería bastar para que las células solares convirtieran esa energía y mantuvieran las baterías bien cargadas; pero necesitaría también un generador, lo cual implicaba combustible. Estuvo pensando diversas formas posibles de horadar los depósitos de combustible de la nave, medio vacíos pero totalmente herméticos. Habría suficiente para muchos años, pero no se le ocurría ninguna forma de acceder a ellos. Tansis no era un ingeniero, y sin los planos de la nave ni siquiera sabía dónde se encontraban las cañerías del combustible. Y de todos modos, no serviría de nada intentar apropiarse de él hasta después del cierre final. Una vez el computador se quitara de en medio, tal vez podría hacer todo esto.
Estuvo el resto del día en el laboratorio estudiando el texto de química para principiantes, y fabricando explosivos que almacenó en el campamento del interior de la capa de cintas.
Se enfrentó luego con el próximo problema más urgente, el del agua. Tenía dos posibilidades, cuando los sistemas de la nave se cerraran. O bien viviría como un nativo, quitándose el casco y respirando lo que fuera, o por el contrario debería quedarse para siempre en el interior del traje protector. Una protección permanente sin la nave le sería muy difícil. En vez de un ambiente similar al de la Tierra de varios miles de metros cúbicos, se vería reducido a los límites de su propio traje, en el que entraría el aire extraído por un purificador. Y cuando se tuviera que quitar el traje para cambiarse de ropa interior o para bañarse, necesitaría un respirador. Cuando más pensaba en ello, más imposible le parecía.
Podía enfermar, no sólo por el sistema de respiración, sino simplemente del contacto de su piel con cualquier microorganismo; sin embargo, tendría que bañarse y cambiarse, pues de no hacerlo padecería sin duda enfermedades cutáneas. Se suponía que doce horas era el período máximo que un hombre podía soportar un traje espacial.
La esclusa de aire daba acceso a la cabina de reuniones, que era una sala de doce metros de diámetro y tres de altura, diseñada para veinte personas. Las otras cabinas, almacenes y laboratorios estaban situados por encima y por debajo de ella en una nave de cuatro pisos de altura. Tendría que perforar orificios en las puertas de la esclusa de aire e introducir aire purificado del exterior, e inventar un sistema para abrir y cerrar a mano las puertas de la esclusa de aire. Las puertas de la cabina que comunicaban con el resto de la nave tendrían que permanecer cerradas, excepto cuando necesitara ir a los almacenes o a los laboratorios, y en ese caso tendría que llevar consigo luces y calentadores.
Tendría que considerar la cabina principal como un auténtico campamento, y utilizar en ella equipo de campamento. A pesar de todo, ese esfuerzo valdría la pena; la cabina era infinitamente preferible a las tiendas de plástico hinchables. Porque ya había dejado de lado la posibilidad de quitarse el casco sin más y correr ese riesgo; eso no podría hacerlo sino después de varios meses de estudios sobre los microorganismos; primero necesitaría estudiar varias ciencias, y sin el maldito computador, ¿cómo iba a hacerlo?
Ordenó al computador que imprimiera los textos básicos de fisiología, medicina, bioquímica, histología, microbiología, la biología no terrestre conocida de los cuatro planetas en que se había encontrado vida.
El impresor casi había completado el texto de fisiología cuando se acabó el papel. No había remedio; en la nave no quedaba ningún papel que pudiera enganchar en los meticulosos engranajes del impresor. Solucionó el problema instalando una cámara de cine y filmando la pantalla del computador conforme éste mostraba el texto en ráfagas de un segundo. En realidad así era mejor, porque también conseguía captar las ilustraciones y los diagramas. La expedición estaba mejor provista de película que de papel, y así pudo filmar todos los textos que había pedido, y además otro de física y varios sobre ingeniería y electrónica. Tendría que mirar la película por un visor portátil, pero eso no sería más molesto que luchar con largas tiras de papel. Controló sus impulsos de saquear aún más el computador y decidió guardar todo el resto de película hasta que hubiera hecho una lista concienzuda de los conocimientos que realmente necesitaría. Cuando se acercara el final de sus cincuenta y ocho días, vería las cosas más claras.
Reunió el equipo que necesitaría para taladrar las puertas y para controlar el ambiente de la cabina. No podía aún efectuar ninguna perforación ni interferir con los sistemas existentes, pues ello alarmaría al computador. En el día número cincuenta y ocho tendría que hacerlo todo a la carrera, e ir aprendiendo sobre la marcha. Iba a ser un día terriblemente ajetreado.
Durante los tres días siguientes se enfrentó con el problema del agua. Había gran cantidad en el mar, pero era salada y llena de sustancias biológicas. Tendría que destilarla y purificarla, lo cual exigía una gran cantidad de energía. El agua fresca sólo necesitaría filtrado y purificación, es decir, menos energía. Sin embargo, la nave se encontraba en un desierto, y el agua corriente más cercana estaba a dos mil quinientos metros de altura; no podía estar constantemente acarreando agua durante el resto de su vida.
Tomó una varilla hidroscópica y recorrió con ella las laderas, por encima de la capa de cintas, en busca de corrientes subterráneas que bajaran de la cima. Encontró pruebas de la existencia de agua a menos de un kilómetro de la nave, en el lugar en que un valle amplio y encajado ascendía por la falda de la montaña poco más de mil metros, actuando de colector de varias corrientes subterráneas que se filtraban desde la cima. A unos trescientos metros por encima de la capa de cintas este caudal oculto comenzaba a dividirse en un abanico de pequeños torrentes que alimentaban la capa de cintas en una amplia zona de varios kilómetros de extensión. A pesar de que tendría que ascender a unos trescientos metros de altura en busca de agua, esto era ya más soportable.
Arrastró el equipo de perforación hasta el lugar elegido, y excavó varios pozos. En los dos primeros los resultados fueron desconsoladores, pero en el tercero encontró agua. Dejó los tubos de acero en su sitio, acopló una tubería flexible hasta el fondo, a doce metros de profundidad, y extrajo agua fresca con una bomba.
Satisfecho por su victoria, decidió solucionar el problema del agua de una vez por todas. De regreso llevó unos cincuenta litros de agua a la nave y se puso a analizarla, filtrarla y purificarla en el laboratorio. Para tener toda la seguridad posible, repitió las operaciones de filtrado y purificación cuatro veces luego, haciendo de tripas corazón, bebió un poco. Era un agua limpia y sin sabor, lo cual le descorazonaba un poco después del entusiasmo inicial que había sentido. En realidad no corría ningún riesgo, pues era más pura que el agua de la nave, al haber sido purificada cuatro veces seguidas. Sin embargo, no estaba seguro de cómo le sentaría puesto a utilizarla durante el resto de sus días. Notó dolores hipocondríacos en el estómago, y no estaba seguro si los pequeños espasmos de angustia eran reales o sólo imaginarios. No volvió a probar ese agua durante una semana, y no sintió ningún efecto dañino posterior, por lo que decidió comenzar su vida de nativo bebiendo exclusivamente agua de Capella hasta el cierre de la nave, que ahora estaba a cuarenta y cinco días de distancia. Dando un paso más, preparó células y baterías solares para suministrar energía a su equipo y las instaló en la cueva de la capa de cintas. A pesar de todo, siempre que bebía agua lo hacía en el interior de la nave, donde no podía entrar ningún microorganismo.
Si estaba ya bebiendo agua de Capella, podía comenzar también a respirar aire de Capella, y hacerlo poco a poco para irse acostumbrando. No podía empezar a hacerlo todo de golpe en ese gran día que se avecinaba. Tansis tenía sentimientos contradictorios sobre ese gran día: o bien encontraba en él la muerte, o bien era el comienzo de una vida nueva.
Como primer entrenamiento decidió cargar el depósito de aire de su traje con aire de Capella, y respirar exclusivamente ese aire mientras estaba en el exterior. La primera carga del depósito la purificó muchísimas veces, hasta tal punto que perdió la cuenta del número de veces que lo había hecho, seguro de que nadie había respirado nunca un aire tan puro. Esta vez no sufrió ningún efecto dañino, ni siquiera hipocondríaco; tal vez sus pulmones no eran tan neuróticos como su estómago. Completó su base bajo la capa de cintas con un equipo de purificación de aire, y allí cargaba los depósitos cada vez que salía.
Con ello, el problema más importante que le quedaba era el de la comida. Disponía de treinta y cinco días para perfeccionar sus técnicas de conversión de comida, y debía utilizar el computador al máximo posible, aunque ello significara trabajar dieciocho horas diarias.
La idea de la muerte hace que la mente humana se concentre de modo inaudito, y los días restantes pasaron volando mientras Tansis estudiaba rollos de papel, películas y la pantalla del computador. Aprendió cómo utilizar el equipo del laboratorio, profundizó en los misterios de la cromatografía, el fraccionamiento, las estructuras de los aminoácidos y de los ácidos nucleicos. Emprendió innumerables caminatas de la nave a la costa para recoger las plantas marinas con aspecto de hojas y los animales reptantes del fondo del mar.
Al llegar el día cuarenta y siete ya había perfeccionado —esperaba que ésa fuera la palabra adecuada— cuatro clases de comida obtenida artificialmente. Las denominó papilla gris, papilla blanca, papilla verde y papilla marrón. Su cerebro sabía que aquel festín multicolor era biológicamente tan puro como un puñado de sal de mesa, y que no contenía sino proteínas básicas, hidratos de carbono y grasas, pero su estómago tal vez no estaba tan seguro de ello. Cuando se enfrentó con su primera comida no terrestre, la boca no quiso salivar y el estómago se revolvió con movimientos lentos. Sintiéndose un Sócrates dispuesto a apurar la cicuta, se sentó intentando decidir si debía comenzar con la papilla blanca, o con la verde. No había ningún libro de urbanidad que pudiera consultar. Como la papilla marrón se parecía un poco a su pastel de chocolate favorito, y tal vez tuviera el mismo sabor, metió una cucharada en la boca.
No sabía a nada: a nada en absoluto; parecía sencillamente un puré húmedo, blando y pegajoso y tenía la extraña sensación de comer algo sin sabor.