Naufragio (6 page)

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Authors: Charles Logan

Tags: #Ciencia Ficción

BOOK: Naufragio
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Averiguó que la capa de cintas era tóxica y estaba llena de alcaloides, algunos de los cuales se parecían un poco a las sustancias narcóticas de la Tierra. Incluso al descomponer la sustancia de la planta y modificarla mediante procesos químicos, los alcaloides seguían estando presentes. Debido a ello, casi no había forma de cocinar la capa de cintas sin que causara al comensal un sueño narcótico profundo, aunque no lo matara. Tansis llegó a la conclusión irónica de que si alguna expedición futura llegara aquí, sería la última. Este planeta estaba tan lleno de narcóticos que las autoridades nunca permitirían que ninguna nave se acercara.

Los animales eran menos extraños. Tenían intestino, celomas, sangre con hemoglobina, sistema circulatorio y sistema nervioso, y sus proteínas se basaban en el mismo grupo de aminoácidos que las criaturas de la Tierra. Ninguno era directamente comestible, pero con procedimientos químicos apropiados se podía obtener de ellos proteínas comestibles. Era un primer paso, pero no era suficiente. Un hombre no puede tener una vida sana alimentándose sólo de proteínas, y las proteínas procesadas carecían de las vitaminas necesarias. Tampoco podía hacer depender su vida de procesos químicos complicados. Sólo contaba con un suministro limitado de reactivos, y los aparatos siempre podían estropearse; algún día cometería el irreparable error de envenenarse a sí mismo. De cualquier forma, no le hacía gracia vivir el resto de su vida a base de extraños líquidos procesados, obtenidos de tubos de ensayo.

El agua de los charcos de lo alto de los árboles estaba llena de animales y plantas microscópicas, similares a los protozoos primitivos, probablemente porque estaban mucho más cerca del origen de la vida. Estas criaturas microscópicas podían ser procesadas con bastante sencillez, convirtiéndolas en sustancias comestibles, y Tansis podría vivir a base de ellas, si no le importaba pasar la mitad de su vida subido a una escalera para recoger el agua.

Lo extraño era ese gran salto entre las algas y plantas de nivel evolutivo anterior, y la capa de cintas tan evolucionada. ¿Dónde estaban las formas intermedias? Las cincuenta y tantas especies de animales que había encontrado hasta ese momento no formaban en absoluto una serie completa, sino que indicaban una brusca gradación de lo simple a lo complejo. Los animales mostraban una evolución que no aparecía en el reino vegetal. Claro que éstos eran sus primeros días en el planeta y, evidentemente, las visitas a otros lugares le ofrecían respuestas a algunas de estas preguntas.

Después de diez días de actividad y de descubrimientos, Tansis había superado lo peor de su depresión y había empezado a habituarse a la gravedad del planeta. Con todo cuidado, evitaba encontrarse sentado sin hacer nada, o tomar café sin más. Mantenía la música puesta y conversaba bastante con el computador. Ahora hablaba consigo mismo casi todo el tiempo y no se preocupaba, porque, después de todo, ¿acaso alguien iba a llamarle la atención?

Era ya el momento de cambiar de sitio. Había aprendido lo suficiente para plantearse nuevas preguntas que exigían respuestas, y a eso, en realidad, conduce todo descubrimiento.

Metió en los armarios exteriores todas las herramientas que había sacado de la nave y se dispuso a partir. Casi había seleccionado ya su próximo lugar. Esta vez sería la costa del océano, en la desembocadura del gran río, unos mil quinientos kilómetros al sudoeste. La unión de océano y tierra seguramente le revelaría algo más sobre la evolución de la vida en el planeta, y el clima también sería diferente.

De nuevo se sentó en el puesto de piloto y preparó la nave para la partida. El computador había recibido ya las órdenes sobre el curso a seguir y el destino. Estaba lloviendo a cántaros cuando despegó con fuerza de la capa de cintas y ascendió con estrépito hacia arriba, por encima del gran río, rumbo a las nubes grises.

En este vuelo, las nubes de lluvia eran más grandes y se extendían a mayor altura, y sólo disfrutó de unos minutos en el interior de la bóveda superior brillante, entre el suelo gris y el cielo blanco, y apenas si vislumbró las cordilleras cubiertas de nieve a lo lejos, en dirección este. Luego se encontró en el interior de la niebla blanca y nacarada de la capa de nubes permanentes, viendo a Capella brillando con intensidad creciente cerca del horizonte del este.

De modo teatral, la blancura desapareció de golpe como si hubiera salido de un edificio, y se encontró una vez más en el mundo claro y brillante por encima de la cubierta de nubes. El curso que seguía le estaba llevando en línea oblicua hacia aquella cadena importante de nubes que había visto a su derecha en el primer vuelo. Capella brillaba a lo largo de esta cordillera de nubes, iluminándola vivamente con una luz dorada y creando sombras oscuras. Luego la nave voló en línea recta hacia la cordillera, y todo se hizo húmedo y neblinoso, con destellos de relámpagos continuos que hacían brillar la niebla. Al cabo de unos ciento cincuenta kilómetros de recorrido, de nuevo salió bruscamente al exterior, a la luz del sol, sobre una enorme llanura de nubes blancas, y cayó luego por debajo de ella, a la luz nacarada de la cubierta de nubes.

Cuando emergió en la atmósfera inferior, pudo ver el océano por delante, cubriendo la mayor parte de su campo visual, brillante y gris, moteado de pequeñas nubes blancas algodonosas que se balanceaban en largas líneas paralelas. Por debajo de él había un río muy ancho que brillaba como si fuera plateado y que se desparramaba en cientos de canales y de lagos. Al norte del gran estuario y de los pantanos, el terreno se elevaba en ondulaciones hasta formar una suave y redondeada cordillera de montañas, que corría paralela a la costa. «Geológicamente, esa cordillera debía de tener gran interés —pensó—, porque sin duda era antigua, lo cual podría significar la presencia de fósiles que probaran la evolución de la vida en el planeta».

Cogió el control manual y decidió aterrizar en la costa, precisamente en el lugar donde comenzaban las primeras colinas de la cordillera, a unos treinta kilómetros al norte del estuario. Mientras planeaba a una altura de unos trescientos metros por encima de la línea costera pudo ver que el océano estaba encrespado, pero que carecía de las grandes olas que agitan los océanos de la Tierra. Miró hacia el norte y hacia el sur, siguiendo la línea de la costa, pero no pudo divisar ninguna playa; la vegetación llegaba hasta la misma línea costera y parecía como si continuara creciendo por debajo del agua. Parecía la misma capa de cintas azul-verdosa, pero sin árboles.

Sabía que este mundo tenía tres pequeñas lunas, la mayor de las cuales tenía sólo ciento cincuenta kilómetros de diámetro, y ninguna de ellas se encontraba a menos de ochocientos mil kilómetros de distancia, de modo que si existía alguna marea sería apenas perceptible. Sin embargo, no sabía cuál sería el comportamiento del mar, y decidió actuar con seguridad.

Se dirigió al norte siguiendo la costa hasta un lugar donde una pequeña colina llegaba al agua y formaba un acantilado de unos quince metros de alto, y allí aterrizó, a unos cien metros del borde del acantilado, dominando una suave pendiente que llevaba a un pequeño riachuelo que desembocaba en el mar.

4

Cuando salió de la nave, una hora más tarde, cruzó la bien conocida zona chamuscada y con cenizas, y encontró que la capa de cintas era exactamente igual a la que había visto antes. Se extendía a los lejos por un terreno suavemente inclinado y que no interrumpía ningún árbol. Con los anteojos inspeccionó la línea costera y vio que la capa de cintas llegaba hasta el mismo borde del mar, aunque parecía tener un color diferente allí donde se juntaba con el agua. Al este el terreno se elevaba suavemente y pudo ver que los árboles comenzaban en línea uniforme a unos ochenta kilómetros tierra adentro. Las colinas más lejanas parecían estar cubiertas de árboles. Tansis se sintió decepcionado por la falta de variedad del planeta.

Se preguntó si un ser de otro planeta que visitara la Tierra se aburriría también al ver hierba por todas partes; claro que hasta en ese caso encontraría muchas variedades de hierbas, sin mencionar las mil clases de árboles, de arbustos y de flores. Aquí todo eran masas pesadas de color verde turquesa, que hacían daño a la vista, ya cansada por esa luz viva, mucho más brillante por el reflejo del mar.

Esperaba que el mar sería más interesante que la tierra. La nave espacial disponía de una lancha grande, hinchable, con una pequeña ventana de observación en el fondo. La usaría mañana, pero en este momento intentaría ver lo que se encontraba en los alrededores. Abrió los armarios exteriores laterales de la nave, y sacó la escalera, la cuerda y la lanza térmica. En esta ocasión sería muy fácil mantener la dirección, porque la nave descansaba sobre la cima de una colina y podía divisarse desde kilómetros de distancia.

Se dirigió a la línea costera, descendiendo la colina hacia la boca del riachuelo. Cerca del borde del agua, la capa de cintas cambiaba su aspecto, convirtiéndose en una cinta pilosa de color azul oscuro que crecía formando una faja de unos quince metros de ancho, siguiendo la línea de la costa. Durante algunos días había estado incubando la idea de que el modo uniforme, bruscamente delineado, como cambiaba la vegetación según los cambios de las condiciones físicas, significaba que era un mismo tipo de plantas que se extendía por todas partes, y que sencillamente alteraba su crecimiento físico para aprovecharse de situaciones diferentes. Examinó con detalle la cinta azul. Aparte de su color y de su pilosidad era igual a la capa de cintas y parecía que sus raíces se hundían a gran profundidad. Con mucha cautela puso un pie sobre ella y descubrió que era más firme aún que la capa de cintas ordinaria; crujía bajo su pie y parecía más quebradiza, pero resultaba imposible cortar un pedazo.

Permaneció un rato indeciso, preguntándose si debería emprender un amplio recorrido circular en torno a la colina. Le aburría la idea, porque sólo sería una excursión por un marjal desolado. Finalmente decidió cruzar el riachuelo y caminar algunos kilómetros por la costa.

Extendió la escalera, la lanzó sobre el agua y se dejó caer encima, en medio del arroyo, para observar el agua. Esto era más interesante. Estaba lleno de criaturas de forma toroidal, de unos quince centímetros, con grupos de tentáculos, ojo y boca espaciados alrededor de todo el borde externo. Eran blancas y azules y le recordaban las criaturas en forma de globo que había visto en el gran río. Se quedó tumbado observándolas durante largo tiempo, animado por su movimiento y colorido. Las aguas eran mucho más interesantes que la tierra; sin animales, este mundo le hubiera deprimido en exceso.

Continuó andando, y se detuvo al borde del mar, observando cómo rompían las olas a sus pies. La capa de cintas azul entraba en el agua unos cuantos metros, y se detenía allí donde las olas nunca dejaban el fondo descubierto. Eso resolvía el problema, porque le había molestado pensar que esa maldita sustancia cubriera los fondos marinos, además de cubrir la tierra. Tomó una muestra de agua del mar; lo primero que haría sería determinar su grado de salinidad. No parecía haber ninguna otra cosa interesante, ni algas, ni conchas, ni guijarros brillantes, ni peces, ni ningún otro objeto de los que adornan las playas de la Tierra; tan sólo la capa de cintas y las olas rompiendo contra la costa.

Se sintió cansado y de mal humor al volver a la nave. Había esperado demasiado, y le apesadumbraba descubrir tan sólo una versión ampliada de la orilla del gran río. No salió más en el resto del día; se quedó sentado escuchando música, vio una película y estudió los mapas fotográficos, preguntándose adonde debería dirigirse ahora. El único fragmento de trabajo auténtico que realizó fue evaporar algunas muestras de agua marina y obtener un espectograma de masa de los residuos sólidos. Tenía sólo la mitad de la salinidad de los océanos de la Tierra, pero aproximadamente su misma composición química. O bien este mundo era más joven que la Tierra y no había tenido tiempo de pasar sal de la superficie al mar, o bien tenía la misma edad aproximada de la Tierra pero la vegetación había aparecido antes y se había desarrollado con mayor velocidad que en la Tierra, cubriendo el suelo de tal modo que la erosión casi había desaparecido.

A la mañana siguiente, ya avanzado el día y sin grandes esperanzas, sacó la lancha y cogió una cámara de cine. Lo que él no pudiera ver lo captaría la película. En el borde del agua desempaquetó la lancha y la hinchó, usando su propia energía. Estaba equipada con suministros de emergencia para tres días, y un equipo de comunicación. No esperaba usarlos, porque su intención era sólo aventurarse a unos cientos de metros de la orilla. El único conocimiento que tenía del mar era lo que había aprendido en películas y en libros, y la impresión dominante que había captado era la de que era algo peligroso; tan solo la idea de poder ver allí animales interesantes le impulsaba a navegar.

Poner la lancha a flote resultó ser una operación complicada. Primero empujó la mitad de la lancha metiéndola en el agua, mientras la otra mitad descansaba en tierra, pero cuando subió a ella la capa de cintas azulada se aferró con fuerza a la lancha. Puso en marcha el motor, que era un chorro de aire a alta presión lanzado por una bomba en la parte posterior, con una célula de combustible como suministro de energía. La lancha traqueteó de modo salvaje con el impulso del motor y el freno de la hierba por debajo. La lancha se llenó de agua, y tuvo que parar el motor. Entonces salió de la lancha, la empujó hasta meterla toda en el agua clara, e intentó subir a ella. La lancha flotaba y se alejaba, y sus esfuerzos para saltar a ella la impulsaban aún más lejos. Cuando sus pies perdieron contacto con el suelo se sintió presa del pánico. Sin embargo, su traje le ayudaba, haciéndole flotar y dejándolo tumbado en posición horizontal sobre el agua. Pudo pasar una pierna por encima de la lancha, luego un brazo y finalmente consiguió trepar por un lado y dejarse caer medio sumergido en el agua que rellenaba la lancha.

Tansis decidió que odiaba el agua. Puso en marcha el motor con la intención de regresar a la orilla y a su nave espacial, pero luego rápidamente lo desconectó al advertir que había mucha agua dentro de la lancha. Cambió la disposición del motor, para que funcionara como bomba de achique, y comprobó que el nivel del agua iba descendiendo en esa lancha, realmente resistente y versátil, aunque para él siguiera siendo un artilugio endeble y peligroso.

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