—Así que ya te has hecho mujer. ¡Enhorabuena, cariño!
Pero Dafne no deseaba una felicitación, ella sólo quería seguir como estaba, sin aquella condena que le había impuesto la vida por haber nacido chica. —¿Enhorabuena por qué? ¿Porque ahora tengo que estar pendiente todos los meses de este coñazo?
—¡No! Porque ahora ya sabes que tu cuerpo funciona como tiene que funcionar. Y porque ya sabemos que cuando seas mayor, si quieres, podrás tener niños.
—Yo no quiero tener niños.
—¡Bueno! Pues no los tendrás, pero será tu opción. ¿No lo comprendes? No es lo mismo no tenerlos porque no quieres, que porque no puedes. Si no te viniera la regla, tendríamos que ir al médico para buscar la causa y tratar de solucionarla. No es sólo por los niños, entiéndelo, para eso también está la adopción. Es más, hay quien prefiere adoptarlos antes que tenerlos, y otras incluso no tenerlos nunca. Pero está muy bien saber que tu cuerpo funciona correctamente. Esta tarde haremos una fiesta. Llamaré a Paula y a la tía.
Dafne miró a su madre con la desagradable sensación de que Teresa no la conocía en absoluto. Nunca la había conocido. Jamás le había importando lo que ella sentía o lo que no sentía, lo que quería o lo que odiaba. No sabía que ella no quería crecer, que no le gustaban los niños, y que nunca quiso una fiesta cuando le llegase el periodo.
Aún estaba resentida con ella por haberla castigado sin salir en todo el verano y por haberle quitado el ordenador, el verdadero lazo de unión con Roberto, donde podían hablar horas y horas en el chat del facebook, sin peligro de que pudiera adivinar su identidad, sin gasto alguno, y sin tener que esperar a que llegaran los mensajes, como ocurría con los sms y con el correo electrónico.
Internet era la forma de estar en contacto con sus amigos permanentemente. En la cuenta del Tuenti que tenía abierta con su verdadero nick, se encontraban casi todos sus compañeros del colegio, fundamentalmente los que se reunían por las tardes en el Chino. Su madre no entendía que no conectarse era lo mismo que si hubiera salido para siempre del grupo. Era su mundo, su forma de vivir, su espacio. Un lugar donde reunirse con las personas que vivían y que sentían como ella. Una forma más de relacionarse con los suyos, y con los amigos de los suyos, y con los amigos de los amigos de los suyos.
Teresa no comprendía que con aquellas medidas no sólo le había quitado la posibilidad de hablar con Roberto, también le había impedido conectarse a las redes sociales a las que pertenecía y a las páginas en las que escuchaba su música preferida. Es decir, si no hubiera sido porque podía utilizar el ordenador de Paula, la habría aislado del mundo.
Dafne no se lo perdonaría por mucha fiesta que ahora quisiera organizarle. Apenas habían hablado desde que la castigó, y ni por asomo haría las paces con ella sólo porque le hubiese venido el periodo.
Teresa le ayudó a poner las sábanas limpias y trató de bromear con la fiesta que organizaría por la tarde.
—Ya verás, seguro que la tía te regala una caja de tampo- nes con las instrucciones en un marco, como hizo con Lliure.
Pero Dafne la miró como si en lugar de una broma le acabase de lanzar un cuchillo.
—¡Déjame en paz! Yo no te he pedido una fiesta.
Desde que encontró la solicitud de amistad de Roberto, la vida de Dafne había vuelto a convertirse en una aventura. Se acabaron los días que se repetían a sí mismos, la espera que no llegaba a ninguna parte, la ansiedad, los correos electrónicos sin contestación, y los sms sólo de ida. Ahora su móvil no dejaba de recibir mensajes del nuevo número que le había dado Roberto, y ya conocía la razón por la que él no se había puesto en contacto con ella durante más de un mes, él mismo se lo contó en una de las múltiples conversaciones que mantuvieron desde el ordenador de Paula, siempre con el mismo tono y la misma alegría por parte de Dafne. Roberto no dejaba de contarle historias sobre sus vacaciones.
—He estado de viaje por Europa. No puedes imaginar cuántas cosas bonitas he visto. Pero ninguna como tú.
—Wueno, gracias, xro no exagers. Yo no soy tan bonita.
—Sí que lo eres. Y tú tienes que saberlo. ¿O es que no hay montones de chicos detrás de esos ojos?
—No muxos, no t creas. Y sobr todo, no Is q m importan a mí. Algunos hasta dsaparecn sin más, justo cuand m pidn speranzas y yo s Is doy.
—Esos son unos tontos.
—¿T dics tonto a ti mismo?
—No. Yo nunca desaparecería sin más.
—Pues lo hicist, tío, has stado más d 1 mes sin dar señáis d vida. Ni sms, ni facebook, ni móvil, ni nada de nada. Xq no cntstabas?
—Ya te lo he dicho. He estado viajando por Europa, y no tenía internet.
—Y el móvil? Podías habr cntstado alguno de mis sms? Aunq fueran 2 palabrs, tmpk creo q fuera tan caro.
—Lo siento. La verdad es que no sé qué pasó con ese móvil. Pero ya tienes mi número nuevo y mi nueva dirección de correo, para que puedas localizarme a cualquier hora. No te cortes. Hazme perdidas y te llamo yo.
—Weno. De momnto conténtat con el facebook. No m llams hasta q yo no t lo diga.
Y cuando no estaban conectados al chat de facebook, no dejaban de enviarse mensajes al teléfono móvil. A Dafne no le extrañó que Roberto no utilizase abreviaturas para ahorrar espacio y escribir más rápido, como todo el mundo. Ni siquiera se planteó el motivo por el que había cambiado incluso en la forma de expresarse. Ni por qué nunca le había propuesto que se conectasen con una webcam, que, por otro lado, hubiese resultado una complicación. Y es que a ella no le importaba cómo se comunicaban entre sí, lo único que tenía importancia era que lo hiciesen. Y si era sin cámaras, mucho mejor.
Dafne sólo quería que se estableciera entre ellos una relación de confianza, para poder contarle toda la verdad con el tiempo. Aún no sabía cómo iba a hacerlo, pero lo haría, le contaría que Dafne no existe, que la chica de los ojos de gato no se llama así, y que nunca le ha enviado mensajes ni ha hablado con él en el chat. Y tampoco le ha querido como ella le quiere, desde el día en que él sujetó la puerta del Chino para dejarla pasar por debajo de su brazo. Pero todavía es pronto para sacarle del engaño. Aún tiene que convencerse a sí misma de que él puede llegar a sentir por ella lo mismo que ella siente por él.
Le falta atreverse a pasar al teléfono, para saber cómo suena su voz cuando no está gritando con sus amigotes en el Chino. Y eso que a él le encantaría que Dafne le llamase, pero todavía no ha llegado el momento. No está preparada para dar ese paso. Roberto, sin embargo, insiste cada día en que necesita oírla.
—Déjame que te llame y hablamos en persona. No con esta máquina que no deja que nos conozcamos de verdad. Dime sólo a qué hora y yo te llamo. Así tú no gastas.
—Mjor no. Q m cobran a mí la confrncia aunq m llams tú.
-oOo-
Llevaban ya un tiempo hablando todas las tardes desde el ordenador de Paula, cuando Roberto le confesó que sabía que le mentía con respecto a su estancia en Londres.
—¿Por qué dices que estás en Londres si no lo estás? No está bien eso de engañar a los demás ¿no te parece?
—Y tú q sabs si stoy en Lndres o no?
—Muy sencillo, porque el número de teléfono desde el que me envías los mensajes no tiene el prefijo de Londres. Lo sé desde el principio. ¿No sabes que cuando se hacen llamadas desde el extranjero hay que utilizar un prefijo? ¿Has llamado a mucha gente desde Londres sin prefijo?
No parecía enfadado. Más bien parecía que le recriminaba el hecho de mentir, pero no a él, sino a cualquiera que fuese al que estuviera engañando.
—Sí, xq mi tlfno es special.
—Sí, tan especial que yo te he pillado. No has podido llamar a nadie sin el prefijo internacional. Pero da igual, el caso es que ahora que los dos sabemos que no estás en Londres, es hora de decidir cuándo nos vemos. ¿No te parece? Dime a qué hora te veo mañana y dónde.
Dafne ni siquiera pensó la siguiente mentira que se inventó para que fuese imposible la cita.
—Es q ahora stoy en la playa. M he venido d vacaciones con 1 tía mía.
—No me lo creo. ¡Vamos! Dime de una vez dónde quedamos. Tengo que contarte en persona una cosa que tienes que saber. Es muy importante.
Cuando el calor se fue haciendo insoportable, Teresa decidió enviar al pueblo a sus hijas Lliure y Lucía. No tenía sentido que ellas también sufriesen el castigo de su hermana, las dos habían aprobado sus cursos con unas notas excelentes. Ya le resultaba bastante lamentable que ella misma tuviera que quedarse sin vacaciones por culpa de los suspensos de Dafne como para cargar a sus otras hijas con la misma condena. De la misma forma, tampoco le parecía muy sensato que el pobre perro tuviese que sufrir las altas temperaturas que, tanto de día como de noche, se estaban alcanzando en la ciudad. Parecía desproporcionado que toda la familia se quedase sin veraneo. Además, Lliure estaba cada día más irritable, necesitaba descansar, apartarse de la tensión que se respiraba en la casa.
De manera que, cuando el termómetro llegó a los treinta y siete grados a la sombra, tras una discusión con su hija mayor, provocada por una tontería del tipo no me dejes la ropa sucia fuera del cesto, Teresa se dirigió a la estación y sacó dos billetes de tren para esa misma noche en un coche cama. Acto seguido, llamó a sus padres para avisarles de que las niñas llegarían al día siguiente.
Los abuelos recogerían a sus nietas en el único pueblo de los alrededores al que aún llegaba el ferrocarril. Pasarían con ellos el resto del verano. Una costumbre que se había convertido en tradición y que aquel año, por primera vez desde que Teresa se marchó a la capital, estuvo a punto de no cumplirse.
Casi una hora antes de la salida del tren, Teresa ya estaba en la cafetería de la estación dando instrucciones a sus hijas para el viaje. Siempre que viajaba le pasaba lo mismo, prefería tomarse un café en la estación tranquilamente a que el tren se fuera sin ella.
Había pasado el día con los nervios alterados. Comprando regalos para sus padres y organizando los equipajes de las niñas y las cosas que Trufi necesitaría para el viaje, entre otras, un transportín del que no podría salir hasta que no llegasen a su destino, una especie de cesto por el que podía sacar la cabeza y que estaba preparado para recoger las necesidades del animal. El perrito estaba acostumbrado a aguantar muchas horas sin bajar a la calle, y la mayor parte del trayecto lo pasaría dormido, pero la compañía ferroviaria obligaba a los viajeros a cumplir determinadas normas para viajar con sus mascotas, y Teresa no quería que sus hijas se encontraran con el menor problema a causa de Trufi.
Una vez en la fila del control de seguridad, que daba paso a la vía donde se hallaba estacionado su tren, les repitió otra vez las instrucciones con las que las llevaba aleccionando desde que salieron de casa.
—No os separéis ni para ir al cuarto de baño. Y no salgáis del tren bajo ningún concepto.
Las niñas asentían a cada palabra que les decía su madre. Lliure la miraba condescendiente, como si los nervios que la habían perseguido durante toda el día fuesen infundados.
Pero Teresa no se quedaba tranquila; si lo hubiera pensado dos veces, seguramente no habría organizado así el viaje. Le habría pedido a la madre de Paula que se quedase con Dafne el fin de semana, y ella misma habría llevado a Lliure y a Lucía al pueblo.
Pero ya estaba hecho, ya no había otro remedio que confiar en la prudencia de sus hijas y esperar a que todo saliese bien.
—Ya sabes, cualquier problema, me llamas al móvil.
En ese momento sonó por megafonía una voz casi incomprensible que recordaba a los viajeros que el tren estaba a punto de efectuar su salida. Parecía como si el altavoz se hubiera acoplado a algún otro mecanismo electrónico, porque emitía un pitido cada vez que comenzaba y terminaba una palabra. Al oírlo, Trufi metió la cabeza en su cesto de lona como si tratara de esconderse. Las tres se echaron a reír mirando al animal y se abrazaron para despedirse hasta el final del verano.
-oOo-
Mientras tanto, en su casa, recién llegada de la piscina de Paula, Dafne inspeccionaba habitación tras habitación, y se maravillaba por el hecho de que la soledad no se le echase encima como un hueco enorme. Era la primera vez en su vida que se quedaba sola en casa, y aquella sensación, más que de vacío, le resultaba tan agradable que hubiese deseado que su madre también se hubiera marchado al pueblo y no volviese hasta que lo hicieran sus hermanas.
Paula pasaría las vacaciones en la playa con sus padres, como todos los años. Sólo faltaban un par de días para separarse de ella; si no fuera por ese detalle, Dafne se disponía a pasar el mejor verano de todos los que recordaba. Sin hermanas que la agobiaran con su perfección y sin perro que tener que sacar a dar una vuelta; la casa sólo para ella cuando su madre saliese a la compra o al cine; y el ordenador de Lliure y Cristina disponible en su habitación.
Si su madre no hubiera decidido que Lliure y Lucía se merecían unas vacaciones, no habría sabido cómo resolver el problema del ordenador durante la ausencia de Paula. Pero la marcha de sus hermanas le había resuelto el problema.
Por las noches, cuando Teresa se quedara dormida, ella se levantaría y se iría al cuarto de Lliure y de Cristina para poder meterse en el facebook sin que nadie la molestara. Ni siquiera tendría que preocuparse de si despertaba o no a su madre con el ruido de las teclas, porque las pastillas que tomaba para dormir desde que había empezado con los desarreglos de la menopausia la dejaban fuera de juego en cuanto pasaban unos minutos. El somnífero era tan fuerte que en más de una ocasión se había quedado dormida en el sofá, y habían tenido que despertarla para que se fuera a la cama, sin que recordase nada al día siguiente. Dafne no tendría que preocuparse.
Pero lo mejor de todo era que aquella soledad, que le permitía recuperar a Roberto por las noches, era una excelente aliada para que su madre se ablandase con respecto al castigo de no salir a otro sitio que no fuera a casa de Paula. Sin su prima en la ciudad, Teresa no tendría corazón para tenerla encerrada en casa el mes y pico que faltaba para terminar el verano.
Desde que el Rata volvió de su viaje por Europa, probablemente iba a bañarse a la piscina municipal con los gemelos. Ella podría convencer a su madre para que le permitiera darse un baño con sus amigos del colegio. Paula iba a estar fuera casi un mes, y Teresa no sería capaz de mantener el castigo si conseguía hacerle creer que se estaba esforzando. Llamaría a los amigos de su clase que no hubiesen salido de veraneo, como ella, e iría a la piscina para ver a Roberto, aunque fuese sólo de lejos, como cuando lo espiaban en el Chino.