La situación llegó a ser tan incómoda que decidió marcharse de allí enseguida. Estaba claro que había perdido su oportunidad.
Pero cuando puso la mano en el pomo de la puerta, observó cómo Roberto le pedía a su familia con un gesto que los dejaran solos.
Una vez que todos hubieron salido de la habitación, el Rata volvió a mirarla como si entre ellos hubiera algo más que las dos visitas que le había hecho al hospital hasta entonces.
—Soy todo tuyo. ¿Qué tenías que contarme?
Dafne no pudo contestar. Le miró a los ojos y salió corriendo.
Llegó a la calle con la cara tan roja como los pimientos que asaba su madre, sin poder respirar, después de haber bajado de dos en dos los peldaños de las escaleras.
Yo lo flipo, tía! ¡No me lo puedo creer! ¿Has sido capaz de irte sin decírselo? ¡Pero si te lo estaba poniendo a huevo!
—¡Ya te digo! De verdad, no sé qué me pasó. Cuando entraron sus padres se perdió la magia.
—¡Qué magia ni qué magia! Eres una cagada. Pero eso sí, en la vida me vuelves a convencer para que venga contigo. Y para colmo, otra vez he tenido que comerme las chorradas de uno de los gemelitos.
—Lo siento, tía, no he sido capaz ¿vale?
—Yo sí que lo siento, colega, porque lo malo es que estos tíos se huelen algo, te lo digo yo. Y encima no has averiguado una mierda sobre
El que faltaba por aquí
.
—He averiguado que lo conozco de algo.
—Sí, pero para ese viaje no habían hecho falta estas alforjas.
—¡Joder, Paula! No empecemos con tus refranes.
—¡Claro! A ti no te gustan mis refranes, pero eres incapaz de averiguar nada tú sólita. Lo que te ha dicho a ti Roberto también me lo ha dicho a mí el Pichichi.
—¿El Pichichi? ¿Y esas confianzas? ¿No decías que era un capullo?
—¡Y lo digo! Pero ¿seguirá llamándose el Pichichi?
—Yo creía que se llamaba Eduardo.
—Bueno, pues Eduardo, qué más dará.
—¿Y qué te ha contado Eduardo, el Pichichi?
—Que han rastreado el nick del tiparraco ese y han encontrado un blog suyo, donde ha colgado mazo de fotos trucadas en las que aparece tu familia. ¿Te ha enseñado las fotos? ¿Conoces a ese cerdo?
—No lo sé. Pero estoy segura de que lo he visto en alguna parte ¿sabes?
—Pues ésa es la mejor noticia, tía. ¿Y sabes una cosa? ¡Que lo vamos a comprobar ahora mismo! Si tú lo has visto en alguna parte, seguramente, yo también. Mándale un sms y le dices que lo esperas en la fuente de la plaza en veinte minutos. Y esta vez sí que lo vamos a pillar. Hasta nos vamos a acercar.
—¿Y qué le decimos?
—Tú nada, que a ti te conoce la voz. Yo le preguntaré la hora y tú lo grabas con el mp3 y le haces una foto con el móvil. De momento, sólo se trata de saber dónde hemos visto a ese tío, si es que lo hemos visto. Y si se trata de la misma persona con la que has hablado por teléfono.
—¿Y si me conoce a mí?
—No lo creo. No hay fotos tuyas en ninguna parte. Él esperará a Cristina, no a ti. ¡Venga! ¡Dame el móvil!
Dafne le entregó el teléfono a Paula y ésta le envió un mensaje a
El que faltaba por aquí
, citándolo en veinte minutos, que él contestó inmediatamente.
—Tardaré un poco más, pero allí estaré.
Las dos primas se encaminaron hacia la plaza con el corazón en un puño. Paula le devolvió el teléfono a Dafne y se colgó de su brazo.
Dafne puso sus manos sobre las de ella y se apretó contra su cuerpo como si buscase protección.
—¿No tienes miedo?
—¡Estoy cagada!
—¿Y si es un pederasta?
—Eso no podemos saberlo sólo con verlo. El siguiente paso será llamar a la poli. No nos va a quedar otro remedio. Lo conozcamos o no, no sabemos de qué va, y puede ser que esté haciendo lo mismo con otras chicas.
—Pero yo no puedo ir a la poli, primero tendría que hablar con Roberto, y con mi madre y mi hermana.
—Bueno, no nos pongamos nerviosas, tampoco tenemos que ir hoy precisamente. Esperamos a que venga Cristina y a que termines los exámenes, y luego vamos con las fotos a la comisaría. Pero tienes que hablar con Roberto ¡ya!
-oOo-
Cuando llegaron a la plaza, encontraron a los gemelos fumándose un cigarro, sentados en el brocal de la fuente. Paula supo de inmediato quién era cada uno, porque había estado hablando con Eduardo mientras esperaba que Dafne bajase de la habitación de Roberto. Iban vestidos diferentes, pero de todos modos los habría distinguido, el Pichichi era más altanero. Paula se dirigió hacia ellos, los saludó y les habló como si tal.
—Troncos, hacednos un favor, dejad la fuente libre.
El Pichichi intuyó que algo pasaba y se bajó del brocal. La delataba su tono de voz, mucho menos agresivo que el que solía utilizar normalmente con él. Estaba claro que aquello no era cosa de broma.
—¿Qué pasa? ¿Qué gilipollez vais a hacer? ¿No habréis quedado aquí con el viejo ese, verdad? ¡Ya sabía yo que no ibais a esperar a que volviera Dafne de Londres!
Paula se disponía a contestarle con un «joder, macho, no me seas adivino», cuando el otro gemelo les interrumpió, al tiempo que se bajaba también del brocal.
—Mirad disimuladamente a vuestra izquierda. El tipo del blog se está acercando.
Dafne y Paula se cogieron del brazo y se volvieron de espaldas. Fue instintivo, porque lo más probable sería que
El que faltaba por aquí
no las conociera, y no hubiera hecho ninguna falta que se escondiesen. A quien él esperaba encontrar era a Cristina. Pero, aunque las hubiese conocido, no tendría nada de particular que las encontrase en la plaza con unos amigos.
El gemelo al que llamaban el Zamora, César, se colocó frente a ellas.
—¿Cuál era vuestro plan?
Dafne sacó del bolso el mp3 y señaló el botón de grabar. No podía articular palabra. Llevaba el móvil en la mano. Paula se los cogió y le entregó el mp3 al Pichichi y el móvil al Zamora. A continuación le dijo a cada uno cuál era su cometido.
Primero al Pichichi, después a su hermano y finalmente a Dafne. En cuestión de segundos, había organizado la posición de cada uno.
—¡Eduardo! Tú te quedas aquí conmigo, y lo grabas con el mp3 mientras yo le pregunto la hora. ¡César! Tú hazle unas cuantas fotos con el móvil al mismo tiempo, para que quede constancia de que he hablado con él; procura que no te vea cuando las haces, vete a los soportales y se las haces desde allí.
Acto seguido, miró disimuladamente al hombre que se acercaba desde los soportales y se dirigió a su prima.
—¿Te suena de algo? A mí sí. Pero no tengo ni idea de qué. Vete con el Zamora a los arcos. Cuando te cruces con ese cerdo fíjate bien en él, a ver si recuerdas dónde lo hemos visto, y luego te vuelves hacia aquí para que nosotros os hagamos una foto en la que salgáis juntos.
Una vez organizadas las posiciones, Paula se giró, se dirigió a la fuente, y se sentó en el brocal. El Pichichi se sentó a su lado mientras exclamaba:
—¡Chiquilla! ¡Qué energía! ¡Tú sí que tienes huevos!
Paula se inclinó hacia atrás, y simuló que perdía el equilibrio y que estaba a punto de caerse en el agua. El Pichichi se levantó sobresaltado.
—¡Joder, tronca, contigo no se para un momento! ¿Es que no hay nadie que te ate corto?
—Que te aten corto a ti, ¡no te jode el machista!
El Zamora cogió a Dafne de un brazo y fue con ella hacia los soportales. Estaba blanca como el papel de liar.
Las voces de Paula y del Pichichi se oían cada vez más fuertes. En realidad, Paula había provocado la discusión para que
El que faltaba por aquí
no sospechase qué hacían en la fuente. Eduardo había entrado al trapo sin problemas. Después de todo, parecía ya una costumbre. De hecho, también habían discutido hacía un rato, en la puerta del hospital, mientras esperaban a que su prima bajase de la habitación de Roberto.
Dafne apretó el paso cuando estaban a punto de cruzarse con el impostor. El Zamora se acercó a su oído y trató de tranquilizarla.
—Tranquila, flaca. No corras, todo va a salir bien. Está claro que no te conoce, si no, ya habría reaccionado.
-oOo-
El que faltaba por aquí
caminaba hacia la fuente sin sospechar que tenía frente a él a la chica con la que había estado hablando durante todo el verano. Mientras avanzaban el uno hacia el otro, Dafne le miraba disimuladamente, tratando de averiguar de qué le conocía. Pero no conseguía acordarse. Tenía que haberle visto en muchas ocasiones, porque aquella cara le resultaba bastante familiar. Sin embargo, estaba claro que no era una persona de su círculo cercano. No le conocía hasta ese punto. Podía tratarse de un vecino de casa de Paula con el que se hubieran cruzado varias veces en el portal. O de algún portero suplente de su bloque, de los que aparecen y desaparecen de un día para otro. O de algún conserje del colegio. O del conductor de algún autobús. O del dependiente de alguna tienda. O quizá de algún familiar al que hacía tiempo que no veía. Fuese quien fuese, estaba completamente segura de que le conocía. Pero no conseguía recordar de qué. Tenía ganas de llorar. Cuando aquel hombre envió los primeros comentarios a su muro, le había hecho sentirse la chica más feliz del mundo, y la había mantenido en una ilusión que después había roto en pedazos.
Le había contado sus penas y sus alegrías en miles de minutos de conversación por el facebook y por el móvil. El muy cerdo había hecho suyos los sentimientos que sólo estaban destinados a Roberto. Sabía todo sobre ella. Un completo desconocido, que probablemente se había cruzado en su vida sin haberle dirigido jamás la palabra, conocía todos sus sueños y sus angustias.
Hubiera querido arrancarle los ojos en el momento en que se cruzaron. Casi se habían rozado. Él la miró cuando pasó a su lado como si también quisiera recordar dónde la había visto antes. A ella se le escapó una lágrima. El Zamora le recordó al oído que tenía que girarse hacia la fuente, desde donde Paula le guiñó un ojo mientras la saludaba con un gesto, lo que provocó que
El que faltaba por aquí
se volviese hacia ella para comprobar a quién estaba saludando. El Pichichi aprovechó aquel momento para tirar la mejor instantánea de su vida. Un adulto de más de cuarenta años y una niña de cerca de trece tratando de reconocerse en unas miradas que congeló la cámara en el momento justo de cruzarse.
Estuvo a punto de echarse a llorar, pero el Zamora le tiró del brazo para que continuase caminando hacia los soportales, y consiguió controlarse.
Segundos después, Paula se acercó al impostor y le preguntó la hora.
La plaza entera pareció enmudecer, para que el Pichich pudiera captar en el mp3 la voz que Dafne identificaría más tarde, cuando Paula y ella se encontrasen a solas, como aquella voz grave que no parecía la de Roberto.
Permanecieron cada uno en su posición hasta que
El que faltaba por aquí
decidió que era hora de admitir que su cita había fracasado una vez más.
Cuando le vieron desaparecer por la calle opuesta a la de Paula, volvieron a reunirse los cuatro en la fuente.
El Zamora les enseñó la foto que había hecho con el móvil y les preguntó cuál sería el siguiente paso.
Dafne miró su reloj.
—¡Tengo que irme, mi madre me va a matar si no llego antes de la diez! Mañana vuelve mi hermana de Londres, hablaré con ella para ver qué hacemos. De momento, vamos a esperar.
El Pichichi alargó el brazo con la intención de escuchar la grabación del mp3, pero Paula se lo quitó de las manos.
—Ya has oído, hay que esperar. Se lo enseñaremos a Dafne cuando llegue, a ver de qué conoce ella a este mierda.
Acto seguido, le quitó también el teléfono al Zamora. Los dos gemelos se miraron un tanto desconcertados y dijeron al mismo tiempo un incrédulo «¿nos vamos?» que Paula contestó de inmediato.
—Sí. Nos vamos. Mañana será otro día. Ahora, cada mochuelo a su olivo, que hay prisa.
Antes de encaminarse hacia la misma calle por la que había desaparecido
El que faltaba por aquí
, el Zamora le guiñó un ojo a Dafne, y el Pichichi se volvió hacia Paula.
—¡Pues nada, ya nos diréis qué ha dicho Dafne cuando le enseñéis la foto y la grabación! Y tú a ver si te tranquilizas un poco, chiquilla.
Nada más marcharse los gemelos, sonó la señal que indicaba que acababa de entrar un mensaje en el buzón del móvil de Dafne.
Paula abrió la tapa del teléfono y se lo enseñó a su prima:
«Sabía que no ibas a venir. Por eso voy a darte otra oportunidad. Pero será la última. Esperaré a que termines los exámenes. Pero el martes estaré en el mismo sitio a la misma hora. Si no vienes, hablaré con tu madre directamente, ya no puedo esperar más.»
Paula acompañó a Dafne hasta la parada del autobús que se encontraba situada cerca del Chino y del colegio, la misma en que la había pillado la policía el día de la feria. Mientras esperaban, escucharon la grabación que corroboraba que aquella era la voz con la que Dafne había estado hablando durante casi dos meses. No sabían muy bien qué hacer. Aunque estaba claro que el martes deberían solucionar el problema.
Después de que Dafne tomara el autobús, Paula se fue andando hacia su calle. Los gemelos habían querido acompañarlas hasta la parada, pero ni su prima ni ella lo habían consentido, no necesitaban niñera, de manera que cada uno tomó su propia dirección, los gemelos la calle por la que desapareció
El que faltaba por aquí
, y Paula y Dafne la de la parada del autobús.
Cuando su prima se marchó, Paula volvió sobre sus pasos y se fue por el mismo camino que habían tomado los gemelos unos minutos antes. Caminó despacio, tratando de recordar cada detalle de aquella tarde tan larga. Recreándose en los momentos más emocionantes. Cuando ya estaba a dos pasos de su portal, después de haber pasado nuevamente por la plaza de la fuente, cayó en la cuenta de que había recorrido la mayor parte del trayecto pensando en la forma en que Eduardo la llamaba chiquilla. Si no fuera porque estaba segura de que sería capaz de intercambiarse con su hermano, le dejaría que le tirase los trastos. Era guapo el cabrón. Con aquel pelo rojo oscuro disparado hacia todas partes, y aquellas pecas que le sombreaban un poco la cara. No eran muchas, casi había que acercarse para poder distinguirlas, pero ella había notado que a él no le hacía maldita la gracia. Lo supo mientras esperaba a Dafne en la puerta del hospital y discutió con él como de costumbre. Él le había contado lo de las fotos del tipo ese, que, por cierto, mientras más lo pensaba, más le sonaba su cara, y le había vuelto a decir que ella y su prima eran unas detectives de pacotilla, que siempre se les notaba mazo lo que hacían, y que se habían dejado engañar por un men- da que podía ser su padre. Ella le llamó entonces pecoso de mierda, y él hizo como que no la oía y se dio la media vuelta después de decirle «hasta luego, chiquilla».