A ella siempre le habían gustado los pibes con cara de atreverse a todo. Los malotes con los que nadie puede meterse porque saldría malparado al primer asalto. Y él, junto con su hermano el Zamora y su amigo el Rata, eran los más respetados del Chino. Se podría decir que de todo el barrio. Aunque ella tampoco se había quedado corta en la plaza. Los había dejado a todos con la boca abierta. Sobre todo al Pichichi, que se había tenido que tragar lo de detectives de pacotilla. Ni ella misma podía creerlo. Si Dafne se enrollaba por fin con Roberto, quizás ella le diera una oportunidad a su amigo. Seguro que el chavalito es hierro por fuera y algodón por dentro. Así saldrán los cuatro juntos. Bueno, los cinco, porque el otro gemelo también se vendrá, claro. Pero ya nos encargaremos de buscarle un apaño. Y si hace falta, al hermano de Roberto también. Que nosotras tenemos más amigas que truchas hay en el río.
Ahora lo importante es que se deshaga la madeja. Hay que contarle todo al Rata. Si Dafne no se atreve tendré que contárselo yo. Y después habrá que hablar con Cristina y con la tía Teresa. Será la única manera de desenmascarar el martes al que faltaba por quién sabe dónde.
No podemos seguir con esta cagada por más tiempo.
Vamos, niña, despierta, que el primer examen lo tienes a las nueve y cuarto!
—¡Pero si son las ocho!
—Por eso. ¡Venga, a la ducha!
—Déjame cinco minutitos más. Luego me ducho por la noche.
—De eso nada, que ya me conozco yo esas duchas de por la noche. Al final te tiras días y días sin ver el agua. ¡Vamos!
—Cinco minutos, por favor.
—¡Está bien! Cinco minutos. Pero cuando te llame otra vez, te levantas sin que tenga que repetírtelo.
Dafne miró el reloj y se dio media vuelta en la cama. Los ladridos de Trufi se le metían en el oído igual que si fueran sierras mecánicas cortando metal. Tenía sueño, a pesar de que había dormido toda la noche de un tirón, como si no tuviera nada de qué preocuparse.
La noche anterior se había metido en la cama tratando de no pensar en nada, excepto en las matemáticas, las ciencias naturales y la lengua.
Antes de dormirse, se había dedicado a repasar mentalmente los temas que le habían quedado para septiembre. Si conseguía aprobar al menos cinco asignaturas, sería la persona más feliz del mundo. Después se ocuparía de Roberto y trataría de solucionar el problema con
El que faltaba por aquí
. Lo más urgente era recuperar las evaluaciones. Paula tenía razón. Y la tregua que le había concedido el impostor le dejaba casi dos días libres, para no preocuparse de él hasta después de los exámenes.
-oOo-
Lliure y Lucía habían vuelto aquella misma tarde, mientras Dafne visitaba a Roberto en el hospital. Traían las bolsas de la playa todavía llenas de arena, y decenas de conchas para regalar a unos y a otros. Le habían devuelto a la casa la actividad que desapareció el día en que se marcharon al pueblo. Los ruidos, las carreras, la música, las cenas con la bandeja delante de la tele, las peleas por el sillón preferido por todas, las voces de su madre tratando de poner orden, y los besos de buenas noches. Las dos habían vuelto cambiadas. Lliure parecía más seria, más reservada, más parecida que nunca a su madre, y Lucía había crecido tanto que a Dafne no le extrañaría nada que empezase a participar en las horribles peleas con sus hermanas mayores. Una más en las discusiones de por qué te has puesto mi ropa sin pedirme permiso.
El avión de Cristina tenía prevista su llegada justo cuando Dafne se estuviese examinando de ciencias naturales. También volvería cambiada. Dafne temía tanto su reacción cuando se enterase de lo que había ocurrido en su ausencia que prefería no pensar en ella hasta que no la tuviese delante. Paula tenía razón, no hay que comerse la cena antes que la merienda.
Los cinco minutos que le había concedido su madre estaban a punto de expirar. Había que levantarse.
Pero estaba contenta aquella mañana. Nada que ver con la noche del sábado, cuando se metió en su cuarto con los ojos hinchados como globos de tanto llorar.
En el fondo, le daba pena su madre. Se le notaba que echaba de menos a sus hermanas mayores. Últimamente se la veía triste, como apagada, distinta. Dafne no podía negar que a veces hacía verdaderos esfuerzos por comprender lo que le estaba pasando, y que a su manera trataba de hacerle entender que todos los problemas tienen soluciones, sólo hay que buscarlas. Pero es que su madre no podía entenderla, no podía saber que sus problemas eran algo más que problemas, eran una forma de sentirse, una forma de levantarse cada día y de respirar. Y por mucho que lo quisiera, Teresa no podía hacer nada para sacarla de aquella maraña de la que no sabía cómo salir.
-oOo-
El domingo había sido un día muy especial. Cuando llegó a su casa, después de su encuentro con
El que faltaba por aquí
, le envió un mensaje a Roberto desde su propia cuenta de correo electrónico, tal y como había hecho la noche del sábado. Quería contarle lo que había pasado en la plaza.
Roberto no tardó en contestarle más que unos segundos, parecía que la hubiera estado esperando. Como la noche anterior, volvió a pedirle que se conectase al messenger para hablar sobre el tema, él no tenía facebook ni intención de tenerlo. Parecía preocupado. Los gemelos ya le habían puesto al corriente de todo.
—No hubiera sido mjor sperar а к vuelva Dafne y lo solucione ella? Seguro к ese tipo es 1 delincuent.
—No. Dafne no ha visto ls últims comntarios d su muro. Ya t dije q ahora no tiene intrnet. Ella no sabe tvía q el q faltaba por aki no ers tú.
—El marts dberías ir a la plaza con la poli. Sabs algo más d él? Se ha vuelto a poner en contacto contigo?
—No. Sólo el sms con lo dl marts.
—Weno, el marts ya stará akí Dafne y podrá ir ella. X q no le has contado nada x tfno? Tiene algo к ver con lo к ibas a contarm ayer?
Como la tarde anterior, Dafne volvió a sentir que entre Roberto y ella todo era posible. De nuevo pensó que le estaba facilitando las cosas para que hablara con él sin tapujos. No sabía si se debía a su imaginación, o si Roberto le estaba pidiendo realmente que fuese sincera. Pero fuese o no fuese real aquella oportunidad, no podía dejar que se le escapase otra vez.
—Sí. Algo tien q ver.
—Y к ibas a contarm?
—Es algo q no t va a gustar. No sé cómo decírtlo.
—mpzando x el principio?
—Creo q vas a odiarm cuando t lo diga.
—Será difícil odiart. Xro tendrás к hacr la prueba. Sólo tiens к dcidirt a contarm la vrdad, xra saber к pasa dspués.
—Xro yo sé q m odiarás.
—Y yo sé к nunca podría odiar esos ojos.
—Mis ojos?
—Sí, tus ojos.
—¿Cómo q mis ojos?
—Tus ojos de gata.
En ese momento, Dafne cayó en la cuenta de que había sido una ingenua desde el principio hasta el final de aquella historia. ¡Cómo no lo había pensado antes! Si los propios gemelos se lo habían dicho dos veces. Estaba tan claro... No sabía cómo se había dejado engañar.
Había sido él el que le había pedido que fuera a verle, sin insistir demasiado en que sólo le contaría a Dafne lo que había averiguado. Le había enseñado el facebook de «Gasolina sin plomo» sin ningún reparo porque a Dafne le pudiese molestar. Es más, le había ayudado a buscar al falso Roberto sin nombrar a su hermana prácticamente para nada, excepto en un par de ocasiones en que la miró a los ojos para pedirle que le dijese a Dafne que tuviese cuidado porque hay cosas que no son lo que parecen, y que fuese ella misma a verle en lugar de enviar recaderos. Tenía que haberle extrañado que él apenas pareciese sorprendido. Incluso parecía divertido cuando le dijo que la próxima vez se escondieran mejor.
Pero lo más claro de todo era que en ningún momento le había sorprendido a nadie su presencia en el hospital. Ni a los gemelos, ni a sus padres, ni a su hermano, ni la primera vez que fueron Paula y ella a verle, ni cuando acudió ella sola con la intención de confesarle la verdad. Más bien al contrario, parecía que las esperaban. Los gemelos lo habían dicho claramente: «ya están aquí las que faltaban». ¡Cómo no había prestado más atención a esos detalles!
Dafne se puso derecha en la silla y trató de no parecer enfadada.
—O sea q lo sabías!
Roberto debía de estar partiéndose de la risa a costa de su estupidez. Dafne imaginó sus carcajadas mientras volvía a teclear.
—К fuerte! Tas reído a gusto d mí. Starás contnto ¿no?
Por un instante deseó haber estado en el hospital para darle un bofetón en la cara con todas sus fuerzas. Un tortazo que mitigase aquella humillación, aquella sensación de derrota para la que no se había preparado.
Sin embargo, daba gracias a Dios porque Roberto no pudiese verla.
No quería llorar, no quería que le temblasen las manos, ni que se le torciese la boca mientras trataba de contenerse, mientras el mundo volvía a ponerse en su contra como si ella no tuviera derecho a un solo minuto de felicidad.
Pasaron unos segundos hasta que la pantalla mostró la contestación de Roberto.
—Kerías tú reírte d mí? Sé sincera, tía. Atrévet a dcirme alguna verdad. Aunk sólo sea 1.
Dafne pensó en la cancha de baloncesto, en las tardes del Chino, en la moto en la que Roberto había presumido de que era él quien estaba dándole un plantón, y en el piropo que le lanzó a Cristina recostado sobre el brocal de la fuente de la plaza.
No. Ella no quería reírse de él. Ella quería vengarse por no haber sido la destinataria de su piropo. Borrar de su mente el instante en que cruzó la puerta por debajo de su brazo, y aquellos otros en los que él pasó a su lado en el Chino sin verla. Quería que él conociese aquel mismo vacío. Que se sintiera invisible, pequeño, mudo, sin nada que ofrecer.
No. No quería reírse de él. Quería liberarse. Atraerle hacia ella para dejar que se despeñara después, cuando hubiera conseguido su objetivo.
Pero eso sólo había sido al principio. Después, creyendo que lo estaba acorralando, fue colocando una trampa detrás de otra en su propio camino.
Dafne tomó aire antes de contestar.
—Sí. S pued dcir q quise reírme d ti. Xero me salió fatal. Cómo lo averiguast?
—M lo pusist muy fácil. La primera vez к no aparecist mpecé a rastrear x internet, nseguida m pispé d к tu hermana no podía ser Dafne. Stá medio saliendo con 1 pibe d su instituto к tb ha ido a Lndres. Ls gemelos lo conocen dl fútbol. Lo demás fue todo cuestión d mirar. Paula y tú disimulabais mazo d mal en el Chino. Además, tiens los ojos igualitos к tu hermana, aunk d distinto color. Unos ojos de gato preciosos.
—Eres un cabrón, sabes?
—Yo? Y tú k? Xk pensabas к t iba a odiar kuando m lo contases? Xk eres 1 tía legal? Aunk tienes razón, dbería odiart. Dbería hacr к t arrepintieras d tantos mses de comedia. Xro sabs lo к t digo? К yo sí t voy a dcir la verdad. T la voy a decir aunk en otras circunstncias t habría hexo pagar caro lo к m has hexo. Xro no puedo odiar a la persona con la к hestado soñando todos los días mientras casi m muero. T xames como te xames xra mí siempre has sido Dafne. La piba к siempr se pone roja kuando la miro, ¡k m import todo lo dmás! Hestado a punt de morirm, ahora sé lo к es important para mí y lo к no. Y tú sí lo eres, x muxas xorradas que haxas hexo.
Dafne apartó las manos del teclado y empezó a llorar. Le pesaba tanto la rabia como la indignación y la alegría por lo que acababa de escribir Roberto. No sabía si estaba enfadada con él o le habría abrazado si lo tuviese delante, si contestarle con un «vete a la mierda» o decirle que también ella había soñado con él todos los días desde que lo conoció.
Lo único que sabía era que no podía dejar de llorar.
Al día siguiente se examinaba de tres de las siete asignaturas que le habían quedado para septiembre. Plástica y música las podía aprobar con trabajos, pero las otras cinco tenía que estudiarlas.
Más de treinta temas que habría aprobado en junio si no se hubiera centrado únicamente en urdir toda aquella farsa.
Paula tenía razón, ahora lo más importante era aprobar los exámenes. Después pensaría en Roberto.
Se secó las lágrimas y volvió al teclado.
—Tngo muxo q studiar. M examino mañna. Ya hablaremos.
—Viens a verm kuando salgas dl colegio?
—No creo q pueda, tngo exámens tb el marts.
—Y no pueds venir aunk sea un rato? Tengo к vert.
Dafne se sorprendió a sí misma diciéndole otra vez que no. Tenía que aprobar los exámenes fuese como fuese, y sólo le quedaba la tarde del lunes para repasar la lengua y la tecnología. Roberto insistió.
—Bueno, pues ntonces el marts x la tard. Dspués d ver al к faltaba x akí.
—OK
—Vale. Tespero. К tngas suert mañna.
Dafne apagó el ordenador y trató de pensar únicamente en las matemáticas, las naturales y las sociales. Repasó mentalmente los temas que había estudiado para los exámenes del lunes y cerró los ojos tratando de no ver a Roberto en la oscuridad.
Y por primera vez en todo el verano durmió sin despertarse hasta la mañana siguiente, abrazada a la almohada y encogida como un bebé.
A Dafne le encanta vestirse de rojo. Desde que vio un ballet cuando era pequeña, en el que las bailarinas llevaban un tutú que representaba las hojas de las amapolas, para ella el rojo es el color del teatro. El color de las butacas, el de las alfombras, el del telón, el de las flores que le entregan a la actriz principal después del estreno, y el del éxito.
Si algún día llegase a triunfar como protagonista en alguna función, en la fiesta que organizaría después el director para celebrarlo, se vestiría de rojo de los pies a la cabeza. El vestido, los zapatos, los pendientes, los pasadores con los que sujetaría un recogido como el de las bailarinas que vio cuando era pequeña, el abanico y el bolso. Todo rojo.
La primera bailarina de aquel ballet, al que acudió en una salida organizada por el colegio, se llamaba Soledad y llevaba también el pelo rojo amapola.
A Dafne no se le olvidará nunca, porque la miró a los ojos antes de empezar la representación. A ella le había tocado sentarse en la primera fila, y cuando acabó el ballet, la bailarina volvió a mirarla mientras agradecía el aplauso, inclinándose hasta casi rozar el suelo con la rodilla.
Al salir de la función, cuando caminaban hacia el autocar que las devolvería al colegio, Dafne se encontró una moneda en la acera. Desde entonces, siempre pensó que aquella bailarina le había dado la buena suerte, y utilizó el color rojo como un talismán. En cualquier examen, prueba de evaluación, control rutinario del colegio, o cualquier otra ocasión en que sintiera que necesitaba la fuerza de su buena estrella, llevaba algo rojo en su indumentaria. Siempre le había dado resultado.