Niebla roja (46 page)

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Authors: Patricia Cornwell

BOOK: Niebla roja
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—¿Cuándo iniciaste las búsquedas?

—Ahora mismo. Tenía que escribir los algoritmos antes de iniciarlas. Lo que ves en estas dos pantallas es la búsqueda automática.

—Podría ser una buena idea incluir a Gloria Jordan —propongo—. No sabemos a qué nombre estaba la cuenta. Para el caso, podría haber sido una LLC.

—No necesito destacarla y no me preocupa una LLC. Sus datos estarán ligados a él y sus hijos, a las empresas y las declaraciones de impuestos, a cualquier mención en los medios, los blogs, a los antecedentes penales, todo está relacionado. Piensa en un árbol de decisiones. ¿Anoche te mencionó si le preocupaba que alguien la estuviese siguiendo, espiándola, quizás apareciendo en su edificio?

—Jaime.

Supongo que se refiere a ella.

—Cualquier referencia, quizás alguien que le produjo una sensación extraña. Quizás alguien que se mostró demasiado amistoso.

—No le pregunté.

—¿Por qué ibas a preguntar?

La mirada de Lucy está fija en el flujo de datos.

—El sistema de seguridad y la cámara —le contesto—. Había comenzado a llevar un arma. Un Colt treinta y ocho cargado con balas de punta hueca de alta potencia.

Lucy guarda silencio, atenta al paso de la información.

—¿Tu influencia? —pregunto.

—No sé nada sobre ningún arma. Nunca le recomendaría que llevase una. Nunca lo hice, nunca le conseguí una, nunca le di lecciones. Una mala candidata para un arma.

—No estoy muy segura de que fuera un simple caso de nervios porque se sentía fuera de su elemento en el sur profundo, y debería haber preguntado si se sentía asustada, amenazada, inestable, irracional o solo desgraciada y, si era así, ¿por qué? Pero no lo hice. —Es una descarga decirlo, pero me siento avergonzada mientras espero a que se vuelva contra mí, que me culpe—. De la misma manera que no me molesté en asegurarme de que estaba bien cuando me marché anoche. ¿Recuerdas lo que te decía cuando eras una niña?

Lucy no responde.

—¿Recuerdas lo que siempre decía? No te marches enfadada.

Ella no contesta.

—No dejes que se ponga el sol sobre tu enojo —agrego.

—Yo la llamaba tu charla de la muerte. Todo basado en la posibilidad de que alguien muriese, o algo que pudiese provocar la muerte —responde sin mirarme—. Hacer que todo fuese a prueba de niños, no importa la edad y la decrepitud de la persona.

Los cordones de las persianas venecianas, las escaleras o balcones con las balaustradas bajas, los caramelos duros que te pueden ahogar. No camines con unas tijeras, un lápiz o cualquier objeto puntiagudo. No hables por teléfono mientras conduces. No salgas a correr si se avecina una tormenta. Siempre mira a ambos lados, incluso si se trata de una calle de sentido único. —Lucy mira el desfile de datos y no me mira—. No te vayas después de discutir. Qué pasaría si la persona muere en un accidente de coche, fulminada por un rayo o sufre un aneurisma.

—Debo ser la mar de pesada.

—Lo eres cuando crees que de alguna manera estás exenta de sentir lo que sentimos el resto de nosotros. Sí, tú —y cita—, te marchaste anoche enfada. Sé lo enojada que estabas. Hablaste, hablaste y hablaste conmigo por teléfono hasta las tres de la madrugada, ¿recuerdas? Tenías todas las razones del mundo para estar enojada. No tiene nada de malo estar enojada. Yo también lo hubiera estado, si ella me hubiese dicho lo que dijo de ti. O te hizo.

—Tendría que haberme quedado con ella para aclarar las cosas —contesto—. Si lo hubiera hecho, quizás habría sido más consciente de lo que le estaba pasando físicamente. Quizá me habría dado cuenta de que estaba teniendo síntomas no relacionados con el alcohol.

—Me pregunto si habrá algo así como Piratas Anónimos —musita Lucy como si yo no hubiese dicho nada—. ¡Ja! Eso es cierto. Es un chiste creer que las personas como yo no entraremos en algo si podemos. No se puede reparar un plato desportillado.

Lo único que puedes hacer es resignarte o tirarlo a la basura.

—Tú no eres un plato desportillado.

—Ella solía decir que era una taza desconchada.

—Tampoco eres eso y decirlo es descortés. Es una crueldad.

—Es cierto. La prueba viviente. —Señala los ordenadores en la mesa—. ¿Sabes lo fácil que me resultó entrar en su DVR? En primer lugar, fue descuidada con las contraseñas. Utilizó las mismas una y otra vez para no olvidarlas y encontrarse sin acceso. La dirección IP fue un juego de niños. Todo lo que hice fue enviarme a mí misma un email con mi iPhone mientras estaba delante de la cámara de seguridad y eso me dio la dirección IP estática de la conexión.

—¿Se te ocurrió hacerlo mientras yo estaba en su apartamento?

—Benton y yo estábamos bajo el alero para resguardarnos de la lluvia.

No sé si debo sentirme horrorizada o sorprendida.

—Me sujetaba el brazo, pero no dije nada, me mostré muy civilizada. Tuvo suerte de que lo fuera. A punto estuve de no serlo. Tuvo muchísima suerte.

—Intentaba...

—Tenía que hacer algo —me interrumpe Lucy—. Vi que había una cámara tipo bala al aire libre que parecía nueva, en otras palabras, instalada hacía poco, un sistema muy bueno con una lente de distancia focal variable, el tipo de cosa que escogería Marino, pero yo no iba a preguntárselo y no lo hice. —Lo deja bien claro una vez más—. Deduje que había un DVR en algún lugar y ni por esas no iba a hacer algo. ¿Quién diablos quiere pasarse la vida esperando a que le den el puto permiso? Los hijos de puta no.

Los mierdas que causan todos los problemas tampoco. Ella tenía razón. No tengo arreglo. Quizá no quiero tenerlo. No quiero. Por supuesto que no.

—Nunca te rompiste. —Siento de nuevo la ira—. Primum non nocere. Primero no hacer daño. Yo también he hecho promesas. Hacemos las cosas lo mejor que podemos. Siento haberte defraudado.

Las palabras suenan poco convincentes cuando salen de mi boca.

—Tú no hiciste ningún daño. Se lo hizo ella misma.

—No es verdad. No sé qué te han dicho...

—Se lo hizo a ella misma hace mucho tiempo. —Lucy clica el ratón y la imagen del edificio de Jaime y la calle de enfrente se materializa en la pantalla del MacBook—. Rellenó el plan de vuelo cuando se decidió a mentir, y terminó en un accidente, incluso si algún otro estaba en los controles cuando sucedió. Soy consciente de que, literalmente, fue asesinada, y mi punto de vista filosófico es irrelevante en este momento.

—Es la sospecha, pero no se ha demostrado —le recuerdo—. No lo sabremos hasta que el CDC termine los análisis. O quizá sabremos primero qué le pasó a Dawn Kincaid, si aceptamos que se trata de un envenenamiento en serie con la misma neurotoxina.

—Lo sabemos —afirma Lucy, convencida—. Una persona que se cree más inteligente que el resto de nosotros. El vínculo, el común denominador, es la prisión. Tiene que serlo. Todos vosotros tenéis ese lugar en común. Incluso Dawn Kincaid, porque su madre está ahí. Estaba allí. Y se escribían, ¿verdad? Todos estáis vinculados con la GPFW.

La papelería de fiesta y los sellos de quince centavos acuden a mi memoria. Algo enviado a Kathleen desde el exterior. Quizás ella le envió algo a Dawn. Imagino las marcas en el papel, los fragmentos fantasmales escritos con la clara caligrafía de Kathleen.

Una referencia a un PNG y un soborno.

—Te voy a pillar —le dice Lucy a la imagen del edificio de Jaime en la pantalla del ordenador—. No tienes ni idea de con quién estás jodiendo. No habría importado si te hubieras quedado con ella más tiempo —me dice, pero no me mira.

No me ha mirado ni sola una vez desde que me senté y me duele y me inquieta, aunque soy consciente de que si Lucy ha estado llorando no mirará a nadie.

—Parecía borracha —comenta Lucy como si lo supiera—. Borracha de la misma manera que antes, cuando me llamó.

—¿Cuando estabais juntas? ¿O quieres decir desde entonces?

Vuelvo a dirigir mi atención al BlackBerry de la mesa y comienzo a comprender lo que sucedió.

—Me dijiste que estaba borracha, o mejor dicho que te lo pareció —agrega mientras teclea—. Nunca insinuaste que podría estar enferma o que le pasara algo. Por lo tanto, no puedes culparte a ti misma. Sé que lo haces. Tendrías que haberme dejado entrar en su apartamento.

—Sabes por qué no podía.

—¿Por qué me proteges como si tuviese diez años?

—No se trataba de protegerte —digo y siento que mi sinceridad se aleja revoloteando en la suave brisa de mis buenas intenciones. Una mentira disfrazada de algo encantador y bondadoso—. Bueno, se trataba de eso, más que de cualquier otra cosa.

—Digo la verdad—. No quería que vieras lo que vi. Quería que tu último recuerdo de ella...

—¿Fuese qué? —me interrumpe Lucy—. ¿Mi pareja que es fiscal y me dice por qué no debo ponerme en contacto con ella nunca más? No tuvo suficiente con romper conmigo, tuvo que hacer que sonase como una orden de alejamiento. Estás sucia.

Das miedo y eres destructiva. Estás loca. Vete.

—Legalmente, no podías estar en el apartamento, Lucy.

—Tú tampoco podías estar allí, tía Kay.

—Ya estaba, pero tienes razón. Plantea problemas. No quieres que tus huellas o el ADN estén allí, cualquier cosa que pueda despertar el interés de la policía hacia ti. —Le digo lo que ya sabe—. Estuvo mal que te hablase de esa manera. Fue deshonesto de su parte convertirte a ti en el problema, en lugar de enfrentarse a lo que era tan intolerable para ella de su propio ser. Pero tendría que haberme asegurado de que estaba bien antes de irme. Podría haber sido más cuidadosa.

—Lo que estás diciendo de verdad es que podrías haber sido más atenta.

—Estaba muy enfadada y no me preocupé lo suficiente. Lo siento...

—¿Por qué tenías que preocuparte? ¿Por qué te iba a importar una mierda?

Busco la respuesta verdadera, porque la correcta es falsa. Debería haberme preocupado, porque siempre hay que preocuparse de otro ser humano. Es lo correcto. Pero no lo hice. Con toda sinceridad, anoche Jaime no me importaba un comino.

—La ironía es que de todos modos estaba acabada —dice Lucy.

—No podemos decidir eso de nadie. Quizá no lo estaba. Me gustaría creer que ella podría haber reflexionado en algún momento a lo largo del camino. Las personas cambian. Está mal que alguien le haya robado esa oportunidad. —Reflexiono y tengo cuidado, como si avanzase a tientas por un camino pedregoso donde podría tropezar y romperme los huesos—. Lamento que mi último encuentro con ella tuviese que ser tan desagradable, porque hubo muchos otros que no lo fueron en absoluto. Hubo un tiempo cuando ella era...

—No la perdonaré.

—Es más fácil estar enojada que triste —digo.

—No voy a perdonar ni olvidar. Ella me tendió una trampa y mintió. Te tendió una trampa y mintió. Ella comenzó a mentir tanto que no le quedaba ni pizca de verdad, así que se creía su mierda.

Lucy mueve el cursor a play y hace clic en el ratón y comienza la grabación digital. Ladrillos, escalones y barandillas de hierro en tonos grises, y el sonido de los coches que pasan por la calle delante del edificio de Jaime, los destellos de los faros. Lucy abre otra ventana y clica en otro archivo, cuando una figura aparece en la distancia en la calle oscura, alguien delgado y a pie, la misma joven, supongo, pero no hay una bicicleta y no viste como anoche.

Ella comienza a cruzar la calle y luego el sorprendente resplandor blanco como si fuese una alienígena o una deidad. Se acerca a la entrada del edificio, cómoda y relajada, la cabeza resplandeciente como una aureola.

—Esa no es la manera en que iba vestida —le comento a Lucy.

—El acoso —dice—. Ensayos. Hasta ahora he encontrado cinco en las últimas dos semanas.

—Anoche vestía una camisa de color claro. ¿Por lo tanto, lo que acabamos de ver en la grabación era de cuando...? —empiezo a preguntar, pero me detiene el sonido de la voz de Jaime Berger.

«... Me doy cuenta de que una vez más estoy rompiendo la regla de no contacto que yo misma impuse.» La voz conocida sale de un altavoz y Lucy clica en el volumen para subirlo mientras la figura en el vídeo desaparece en la oscuridad de la calle delante del edificio de Jaime. «Supongo que ya sabes que Kay está aquí y me ayudará con uno de mis casos. Acabamos de cenar y me temo que esté enfadada conmigo. Siempre surge la leona cuando se trata de ti y eso no ayuda. Dios bendito, nunca ayudó.

Una triangulación desafortunada para no decir algo desagradable. De alguna manera yo siempre sentía que ella estaba en la habitación, no importa en qué habitación. Las luces fuera, hola, tía Kay, ¿estás ahí? Bueno, vale. Hemos pasado por todo esto hasta la saciedad...»

—Para —le digo a Lucy, y ella detiene los dos archivos—. ¿Te llamó a tu número nuevo? ¿Cuándo lo hizo?

Tengo la sensación de saberlo.

La voz de Jaime es entrecortada y arrastra las palabras. Suena muy parecida a como lo hacía anoche, cuando la dejé, pero un poco más deteriorada y más desagradable. Miro el BlackBerry conectado al cargador sobre la mesa.

—Tu móvil viejo —le digo a Lucy—. No cambiaste el número, te dieron uno nuevo cuando te pasaste a un iPhone.

—Ella no tenía mi número nuevo. Nunca se lo di y nunca lo pidió —dice Lucy—. No lo he usado nunca más.

Señala el BlackBerry.

—Lo conservaste porque continuó llamándote.

—No es la única razón. Pero llamó. No muy a menudo. Sobre todo a altas horas de la noche, cuando había bebido demasiado. Guardé todos los mensajes, los descargué en archivos de audio.

—Y los escuchas en tu ordenador.

—Puedo escucharlos en cualquier lugar. Ese no es el tema.

El tema es descargarlos para asegurar que nunca se perderán.

Todos son más o menos lo mismo. Como este. No me pregunta nada. No dice que quiere que devuelva la llamada. Ella solo habla un par de minutos y acaba de repente sin decir adiós.

Más o menos de la manera en que ella vivía nuestra relación.

Declaraciones y ella hablando de mí y sin escuchar, y luego desconecta.

—Las guardaste porque la echabas de menos. Porque todavía la amabas.

—Las guardé para recordarme a mí misma por qué no debía echarla de menos. O amarla.

La voz de Lucy tiembla y oigo su dolor, la frustración y la rabia.

—Lo que intento decirte es que no sonaba enferma o con malestar físico. —Se aclara la garganta—. Suena solo como si estuviese bebiendo y eso fue una media hora después de que te hubieras ido. Por lo tanto, es probable que no sonase así de mal cuando aún estabas con ella.

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