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Authors: Lincoln Child Douglas Preston

Tags: #Trhiller, Biotecnología, Guerra biológica

Nivel 5 (37 page)

BOOK: Nivel 5
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Se dirigió hacia el edificio de administración, subió la escalera con pasos lentos y se encaminó hacia el despacho de Singer, situado en una esquina. En el extremo más alejado del vestíbulo principal vio la puerta del despacho del director, abierta, con la luz reflejándose sobre las superficies blancas. En alguna parte, en la distancia, chirrió una impresora.

Al entrar en el despacho, Carson vio a Singer sentado cerca de la chimenea de kiva. Había otro hombre de pie junto a Singer, de espaldas a Carson, un hombre con coleta y sombrero de safari. Singer levantó la mirada.

—Hola, Guy. El señor Nye y yo estábamos a punto de celebrar una reunión privada.

Carson se adelantó.

—John, hay algo que debería usted…

Nye se giró hacia él, movió una mano con impaciencia y le interrumpió. Singer se inclinó sobre la mesita de café y arregló la posición de una revista.

—Guy, en otro momento, por favor.

—Doctor Singer, se trata de algo muy importante.

Singer volvió a mirarlo fijamente, con expresión inescrutable. Carson vio que tenía los ojos inyectados en sangre y cierto tono amarillento alrededor de la pupila. Singer no parecía haberle escuchado; tomó un huevo de malaquita de la mesita de café y empezó a darle vueltas entre las manos.

Nye miró con ceño a Carson, los brazos cruzados sobre el pecho y expresión de enfado.

—¿Y bien? —dijo—. ¿Qué es eso tan condenadamente importante?

Carson vio que Singer volvía a dejar el huevo de malaquita sobre la mesa, y que ajustaba su posición meticulosamente. Luego hizo otro tanto con cada uno de los objetos que había sobre la mesa, ajustándolos y cuadrándolos.

—¿Carson? — dijo Nye con tono áspero.

El director levantó la mirada hacia Carson, como si hubiera olvidado que estaba allí. Tenía los ojos acuosos.

En un instante, otras imágenes acudieron a la conciencia de Carson: Brandon-Smith al frotarse las manos en los muslos, un gesto que repetía una y otra vez; Vanderwagon, limpiando y alineando cuidadosamente los cubiertos aquella noche en la cantina, justo antes de arrancarse un ojo.

Los ojos, pensó. Eso era otro elemento en común: todos presentaban los ojos inyectados en sangre.

—Puede esperar —dijo Carson, y retrocedió hacia la puerta.

Nye le observó retirarse. Luego, sin decir palabra, se adelantó y cerró la puerta de golpe.

En la oscuridad de su suite, en el instituto, Scopes se lavó las manos meticulosamente. Luego deambuló de un lado a otro, a la espera del helicóptero que le llevaría a Boston. Desde la habitación delantera se dominaba una vista espectacular del tormentoso Atlántico, pero las pesadas cortinas estaban echadas.

Scopes se detuvo en su deambular y, tras una breve vacilación, se dirigió hacia su ordenador personal. Sabía que el instituto disponía de una línea exclusiva con Flashnet y desde allí, gracias a su código de acceso clave, podía entrar en la red de GeneDyne.

Desde hacía varios días sentía una vaga inquietud, pero la discusión con el periodista del
Globe
permitió que surgiera con claridad. Había estado claro desde el principio, dada la calidad de la información de Levine sobre la muerte de Brandon-Smith y la investigación sobre la gripe X, que esa información había procedido de alguna parte de la propia GeneDyne, no de fuentes de la FDA o la OSHA. Pero lo que había escapado a la atención de Scopes fue el momento en que Levine dio a conocer esa información.

Levine había conocido detalles sobre la gripe X que ni siquiera aquel bastardo de Teece, el inspector, habría podido conocer hasta su llegada a Monte Dragón. Levine había aireado su información en el programa de Sammy Sánchez cuando Teece todavía estaba husmeando por Nuevo México. Y desde Monte Dragón no había comunicación telefónica normal con el resto del país. Las únicas comunicaciones que salían de Monte Dragón tenían que hacerse a través de la red informática de GeneDyne. El propio Scopes se había ocupado de que fuera así.

Eso significaba que Levine había obtenido su información de una filtración dentro de GeneDyne y, de hecho, de una filtración dentro de Monte Dragón. Y eso significaba a su vez que Levine había logrado un acceso sin precedentes al ciberespacio de la GeneDyne.

Una vez conectado con la red interna de la empresa, Scopes trabajó silenciosa y concentradamente. Al cabo de pocos minutos se encontró en una región del ciberespacio a la que sólo él tenía acceso. Allí, sus dedos le tomaban el pulso a toda la organización: terabytes de datos que abarcaban cada una de las palabras y cifras escritas sobre cada proyecto, correspondencia electrónica, archivo de programa y charlas en directo de los empleados de GeneDyne durante las últimas veinticuatro horas. Después de pulsar unas teclas más, Scopes se movió a través de su región personal de la red, para dirigirse hacia un servidor exclusivo que contenía una sola aplicación masiva, a la que él mismo había llamado, caprichosamente, cifraespacio.

Lentamente, un extraño paisaje se materializó en su pequeña pantalla. No se parecía a ningún otro paisaje de la tierra, y era demasiado complejo y simétrico como para haber sido concebido exclusivamente por una mente humana. Eso representaba el paisaje virtual del ciberespacio de GeneDyne. La aplicación del cifraespacio utilizaba el sistema operativo de GeneDyne para transformar corrientes de datos, contenidos de memoria y todos los procesos activos en formas, superficies, sombras y sonidos. Un extraño sonido, como de suspiro, parecido a notas musicales sostenidas, vibró en los altavoces del ordenador. Para cualquier lego en la materia aquel paisaje resultaría algo surrealista y extraño, pero para Scopes, a quien le encantaba recorrer esta extraña jungla informática a últimas horas de la noche, era algo tan familiar como el patio trasero de su casa.

Scopes recorrió el paisaje y se dedicó a mirar, escuchar y observar con atención. Por un momento, sintió la tentación de acudir a un lugar especial del paisaje, a un secreto entre muchos secretos, pero no disponía de tiempo.

De repente, Scopes se irguió y respiró entrecortadamente. En el paisaje había algo anormal. Se trataba de un hilo invisible que sólo se manifestaba por aquello que oscurecía. Cuando Scopes cruzó el hilo invisible, la extraña música quedó silenciada por un instante. Aquello era un túnel de nada, una ausencia de datos, un agujero negro en el ciberespacio. Scopes sabía lo que era: un canal de información oculto, sólo visible por estar demasiado escondido. Quien hubiera programado ese canal trasero debía ser alguien muy inteligente. No podía haber sido Levine. Levine era brillante, pero Scopes sabía que sus habilidades informáticas eran su talón de Aquiles.

Así pues, Levine contaba con ayuda.

Después de acceder a su reserva de trucos digitales, Scopes seleccionó un relé transparente, listo para ser insertado en el canal. Luego, lentamente, con infinito cuidado, empezó a seguir el hilo por un camino laberíntico que trazaba vueltas y revueltas, y que a veces perdía, para volver a recuperarlo metódicamente, con el propósito de llegar a su objetivo oculto.

Carson encontró a Susana en el laboratorio C, sumida en el trabajo. Sostenía un pequeño frasco de PurBlood, todavía humeante debido a la congelación profunda, situado sobre la mesa de bioprofilaxis.

—Ha estado usted fuera desde hace ocho horas —le dijo ella a través del canal privado—. ¿Lo llevaron en avión a Boston para la ceremonia de entrega de premios?

Carson avanzó hacia su silla y se sentó, aturdido.

—Estuve en los archivos de la biblioteca —dijo.

Susana hizo girar la pantalla del ordenador hacia él.

—Eche un vistazo a esto.

Carson permaneció inmóvil un largo momento. Finalmente, se volvió hacia la pantalla. No deseaba saber lo que Susana hubiese descubierto.

Sobre la pantalla había dos imágenes de cápsulas fosfolípidas, una al lado de la otra. Una era suave y perfecta. La otra aparecía mellada, llena de agujeros y desgarrones allí donde las moléculas se habían visto desplazadas de su orden normal.

—La primera imagen muestra una célula PurBlood no filtrada. La segunda muestra lo que le ocurre a la PurBlood después de haber pasado por el GEF. — La excitación de la mujer se puso de manifiesto incluso a través de los altavoces del casco de Carson. Al confundir su silencio por incredulidad, ella continuó—: Escuche. Usted recuerda cómo se hizo la PurBlood. Una vez encapsulada la hemoglobina, tiene que ser purificada para eliminar todos los productos accesorios de la fabricación y cualquier toxina que hayan podido producir las bacterias. Así pues, utilizaron la filtración GEF de Burt con la hemoglobina para…

Se detuvo de pronto, frunció el ceño y miró a Carson, que se había situado entre ella y la videocámara del laboratorio, bloqueando el objetivo. Movía las manos enguantadas hacia abajo, con un gesto que indicaba que se detuviera. A través del visor ella le vio sacudir la cabeza, y pronunciar en silencio la palabra «alto». De Vaca frunció el ceño.

—¿Qué ocurre? — preguntó—. ¿Ha estado masticando brotes de peyote,
cabrón
?

Bruscamente, Carson le indicó con gestos que esperara. Luego miró alrededor, por el laboratorio, como si buscara algo. Se dirigió a un armario, extrajo un gran vial de polvos desinfectantes y espolvoreó una ligera capa sobre la superficie acristalada de la mesa de bioprofilaxis. Dio la espalda a la videocámara y escribió sobre el polvo, con el dedo enguantado:

«No use intercom.»

Susana miró fijamente las palabras. Extendió después un dedo enguantado y formó un gran signo de interrogación.

«Dígalo aquí», escribió Carson.

De Vaca hizo una pausa y miró a Carson. Luego, lentamente, escribió el mensaje: «PurBlood contaminada por filtración GEF. Burt la usó como probador alfa.»

Rápidamente, Carson borró el mensaje y vertió un poco más de polvos desinfectantes sobre la superficie. Luego escribió: «Si Burt fue probador alfa, ¿quiénes fueron probadores beta?»

Observó una expresión de temor en Susana, que pronunciaba en silencio palabras con la boca, pero él no podía comprenderlas.

Entonces escribió: «Biblioteca. Media hora.» Tras esperar a que ella asintiera, borró el mensaje con un movimiento del guante.

La biblioteca de Monte Dragón era una rareza en aquella catedral de la tecnología: sus cortinas amarillas de carraclán a cuadros, las rústicas vigas del techo y las bastas tablas del suelo habían sido diseñadas para que el conjunto se pareciera a una cabaña típica del Oeste. La intención de los diseñadores había sido ofrecer alivio con respecto a los asépticos pasillos blancos del resto de las instalaciones. No obstante, y dada la prohibición de que hubiera nada con que escribir en Monte Dragón, la biblioteca contenía sobre todo bibliografía en soporte informático, así como videoteca. Pero, en cualquier caso, eran pocos los miembros del agobiado personal de Monte Dragón que disponían de tiempo para acudir allí. El propio Carson sólo había estado en dos ocasiones: la primera cuando recorrió las instalaciones durante sus exploraciones iniciales, y la segunda apenas unas horas atrás, inmediatamente después de haber dejado a solas a Singer y Nye.

Tras cerrar la pesada puerta detrás de él, le alegró comprobar que el único otro ocupante de la biblioteca era Susana. Estaba sentada en una silla Adirondack blanca, medio adormilada, con mechones de largo cabello negro caído sobre la cara. Levantó la mirada cuando él se aproximó.

—Es un día muy largo —dijo ella—. Y una noche también muy larga. — Lo miró—. Se preguntarán por qué hemos salido tan temprano del Tanque de la Fiebre —añadió.

—Se habrían preguntado muchas más cosas si yo le hubiera permitido seguir moviendo la boca —murmuró Carson.

—Demonios, y yo que creía ser paranoica. ¿Cree realmente que alguien se molesta en escuchar todas esas cintas de control,
cabrón
?

Carson asintió con la cabeza.

—No podemos correr ese riesgo.

Susana se puso ligeramente tensa.

—No me eche encima a otro Vanderwagon, Carson. Y ahora, ¿qué es eso de los probadores beta para la PurBlood?

—Se lo mostraré.

Le indicó con un gesto que se acercara a una terminal de datos situada en un rincón de la biblioteca. Acercó dos sillas, se colocó el teclado de la terminal sobre el regazo e introdujo su tarjeta de identificación.

—¿Qué investigación ha llevado a cabo sobre PurBlood desde que llegó aquí? — le preguntó, volviéndose hacia ella.

—No mucha —contestó con un encogimiento de hombros—. Revisé los últimos informes de laboratorio de Burt. ¿Por qué?

Carson asintió.

—Exactamente. Ésa fue la misma clase de material que yo examiné: series de pruebas y notas de laboratorio que efectuó Burt cuando dirigía toda su atención hacia la gripe X. La única razón por la que nos interesamos por la PurBlood fue porque Burt había trabajado en ello antes de participar en nuestro propio proyecto, el de la gripe X.

Pulsó unas teclas.

—He ido a ver a Singer esta mañana, aunque no he podido hablar con él. Luego vine aquí. Recordé lo que dijo usted sobre la PurBlood y deseaba saber un poco más sobre su desarrollo. Mire lo que he descubierto.

Indicó la pantalla con un gesto:

mol_desc_uno
fcv
10.240.342
01/11/95
mol_desc_dos
fcv
12.320.302
01/11/95
bipol_simetr
fcv
41.234.913
14/12/96
hemocil_grp_r
fcv
7.713.653
03/01/96
difrac_series_a
fcv
21.442.521
05/02/96
difrac_senes_b
fcv
6.100.824
06/02/96
pr
vid
940.213.727
27/02/96
transfec_locus_h
fcv
18.921.663
10/03/96

—Éstos son todos los archivos de vídeo que existen en la investigación de la PurBlood —explicó—. La mayoría de ellos son habituales, animaciones de moléculas y todo eso. Pero fíjese en el penúltimo de la lista, el
pr
. Observe su extensión; se trata de un vertido procedente de una videocámara, no del formato de compresión de vídeo usado en las animaciones por ordenadora. Y fíjese en su enorme extensión. Contiene casi un gigabyte.

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