Authors: Lincoln Child Douglas Preston
Tags: #Trhiller, Biotecnología, Guerra biológica
—¿Qué es?
—Es un vídeo casero, no editado, creado probablemente por motivos de relaciones públicas.
Pulsó unas teclas y llamó un programa de software de comunicación para acceder al vídeo. En la pantalla apareció la imagen de una ventana, granulosa, pero perfectamente visible.
—Tendrá que observar cuidadosamente —dijo Carson—, porque no hay audio.
Una caravana de Hummers se acerca por el desierto. La cámara enfoca brevemente para mostrar el complejo de Monte Dragón, los edificios blancos y el cielo azul de Nuevo México.
La cámara regresa a la caravana, ahora en el aparcamiento de Monte Dragón. Se abre la portezuela de pasajero del primer vehículo y baja un hombre. Se queda de pie sobre la zona asfaltada; saluda, sonríe y estrecha manos.
—Scopes —murmuró Carson.
Acude todo el personal de Monte Dragón para saludarlo. Muchas sonrisas y palmaditas en la espalda.
—Parece una reunión de campamento —comentó Susana—. ¿Quién es el tipo de la nariz grande, el que está junto a Singer?
—Burt. Ése es Franklin Burt.
Burt está de pie junto a Scopes, sobre la zona asfaltada; dirige unas palabras a los allí reunidos. Scopes lo rodea con el brazo y ambos levantan las manos con el signo de la victoria. La cámara enfoca a la multitud.
La escena cambia al gimnasio de Monte Dragón. Se han quitado todos los aparatos de ejercicios y en el centro se han instalado dos hileras de sillas cuidadosamente dispuestas. Están ocupadas por lo que parece todo el personal de Monte Dragón. La cámara, situada en el pasillo central, enfoca un estrado provisional montado delante de las sillas. Scopes dirige unas palabras a los allí reunidos, que se muestran entusiasmados.
Mientras Scopes continúa hablando, la cámara vuelve a recorrer el grupo. Algunos rostros parecen haberse puesto sombríos, incluso con expresiones inciertas.
Una enfermera se acerca al estrado empujando una camilla con un soporte de frasco de goteo. El soporte contiene una bolsa de sangre.
Scopes se sienta en el borde de la camilla y la enfermera le arremanga el brazo izquierdo. Franklin Burt sube al estrado y empieza a hablar apasionadamente, moviéndose de un lado a otro.
La cámara toma un primer plano de la enfermera, y ésta frota el brazo de Scopes y le introduce la jeringuilla. Luego la conecta con la bolsa de sangre y gira una ruedecilla de plástico para regular el goteo. Mientras Scopes recibe la sangre, Burt habla con él y controla sus signos vitales.
—Dios mío —exclamó Susana—. Está recibiendo PurBlood, ¿verdad?
La cámara efectúa unos cortes y al cabo de pocos minutos la bolsa de sangre está vacía. La enfermera le retira el goteo, le coloca una gasa en el brazo y se lo hace doblar para cerrar la vena.
Scopes se pone en pie con una sonrisa y levanta su otro brazo haciendo el signo de la victoria.
La cámara se vuelve hacia los presentes. Todos aplauden; algunos con entusiasmo, otros con reserva. Un científico se levanta. Luego otro. Pronto, todo el grupo le dedica a Scopes una prolongada ovación. Aparece otra enfermera en escena, haciendo rodar dos grandes soportes de goteo, cada uno de los cuales contiene unas dos docenas de bolsas de sangre.
Nye se adelanta hacia el estrado. Estrecha la mano de Scopes y se arremanga el brazo izquierdo. La enfermera le inserta la jeringuilla y la conecta a una bolsa de sangre.
Otro científico se adelanta, y luego un obrero de mantenimiento. A continuación, Singer empieza a acercarse al estrado, y el público prorrumpe en aplausos. La cámara se centra en el rostro rollizo de Singer. Aparece pálido y unas gotitas de sudor perlan su frente. Sin embargo, él también se sienta sobre una camilla, se arremanga y pronto recibe la sangre en las venas.
A continuación, todos los presentes se levantan al unísono. Al cabo de unos momentos se forma una fila ante el estrado que se extiende hasta las sillas.
—Mire —susurró Susana—. Ahí está Brandon-Smith. Y Vanderwagon, y Pavel comosellame. Y también… Oh, Dios mío.
Carson apagó el vídeo y también la terminal.
—Salgamos a dar un paseo —dijo.
—Ellos fueron las cobayas beta —dijo Susana, mientras daban un lento paseo por el interior del perímetro vallado—. Todos la recibieron, ¿verdad?
—Todos y cada uno de ellos —asintió Carson—. Desde los vigilantes hasta el propio Singer.
Todos, excepto nosotros dos. Somos los únicos que llegamos aquí después del 27 de febrero, la fecha de ese archivo.
—¿Cómo lo descubrió? — preguntó Susana, que se abrazaba los costados mientras caminaban, como si tuviera frío a pesar del calor de la tarde.
—Esta mañana, cuando fui a hablar con Singer, lo vi ordenar meticulosamente los objetos que había en la mesita de café. Sus movimientos obsesivos me llamaron la atención, como si no correspondieran a su carácter habitual. Recordé cómo había actuado Vanderwagon antes de que se sacara un ojo, y las manías de Brandon-Smith en sus últimos días. Luego vi los ojos inyectados en sangre de Singer, y cierto tono amarillento en la pupila. Era el mismo aspecto que tenía Vanderwagon. Y también Nye. Piense en ello. ¿No le parece que en estos últimos días hay por aquí mucha gente que tiene los ojos inyectados en sangre? Yo suponía que se debía a la tensión. — Se encogió de hombros—. Así pues, me pasé el día en la biblioteca, revisando los archivos de investigación.
—Y descubrió esa cinta.
—Sí. Tuvo que haber sido idea de Scopes el inducir al resto del equipo de Monte Dragón a que se convirtiera en sujeto beta de la prueba de la PurBlood. Como ya sabe, es algo bastante habitual en las empresas farmacéuticas, donde suele obtenerse el grupo de voluntarios entre los mismos empleados de la empresa. Seguramente lo filmaron creyendo que más tarde sería un buen reportaje para la prensa.
—Aunque algunos de los voluntarios no parecieron sentirse muy complacidos —comentó ella con sequedad.
Carson asintió con un gesto.
—Scopes es un orador brillante. Entre él, Burt y la presión de los demás, no resulta difícil comprender por qué todos se pusieron en la fila.
—Pero ¿qué demonios les está sucediendo ahora? — preguntó ella, y tuvo que hacer un esfuerzo para que en su voz no asomara el pánico.
—La PurBlood se está descomponiendo en sus cuerpos, y eso tiene efectos tóxicos. Quizá se hayan introducido impurezas en la cápsula fosfolípida, o hayan ocurrido mutaciones del ADN. No hay tiempo para descubrirlo con exactitud, pero a medida que se descompone la cápsula, todo se libera.
—¿Cómo puede estar seguro de que es PurBlood? — preguntó ella con ceño.
—¿Qué otra cosa podría ser? Todos recibieron transfusiones. Y todos empiezan a mostrar los mismos síntomas.
—Dopamina —murmuró Susana como para sí misma—. ¿Qué dijo Teece acerca de la dopamina?
—Dijo que Burt y Vanderwagon sufrían de elevados niveles de dopamina y serotonina. Brandon-Smith también, aunque en menor grado. — Carson se volvió a mirarla—. Me dijo que una presencia excesiva de esos neurotransmisores en el cerebro puede causar paranoia, ilusiones y comportamiento psicótico. Usted asistió dos años a la facultad de medicina; así pues, debe saber si tiene razón en lo que me dijo. —Ella se detuvo—. Continúe andando. ¿Tiene razón?
—Sí —contestó ella tras un momento—. El equilibrio de la producción de sustancias químicas en el cuerpo es muy delicado. Si el ADN mutado en la PurBlood envía instrucciones al cuerpo para que bombee grandes cantidades de… —Se interrumpió, pensando, y luego continuó—: Se desarrollarían inquietud mental y desorientación, quizá combinados con comportamiento obsesivocompulsivo. Si los niveles fueran suficientemente elevados, el resultado sería una paranoia aguda y una psicosis fulminante.
—Y las hemorragias capilares que Teece describió tienen que ser otro síntoma —añadió Carson.
—La hemoglobina pura que se filtrara a través de las paredes capilares no haría sino empeorar una situación ya de por sí grave. Envenenaría todo el cuerpo. Los ojos inyectados en sangre serían el menor de los problemas.
Caminaron durante varios minutos en silencio.
—Burt fue el sujeto alfa de la prueba —dijo finalmente Carson—. Tiene sentido que él fuera el primero en verse afectado. Luego, la semana pasada, le siguió Vanderwagon. ¿Ha observado comportamientos extraños en algún otro?
Susana pensó y luego asintió con un gesto.
—Ayer, durante el desayuno, una técnica del laboratorio de secuenciado me recriminó a gritos el haberme sentado en su silla. Me levanté y me marché a otro sitio, pero ella siguió despotricando contra mí. Normalmente es una persona muy tímida. Pensé que la tensión estaba haciéndole mella.
—Evidentemente, la gente se ve afectada de formas diferentes. Pero sólo es cuestión de tiempo hasta que…
Se detuvo. No era necesario terminar la frase: «Hasta que todo el personal de este laboratorio se vuelva loco, en un lugar remoto, en medio del desierto, precisamente donde son los guardianes de un virus capaz de destruir la raza humana.»
De repente, otro pensamiento le asaltó.
—Susana, ¿sabe cuándo está previsto que se inicie la comercialización de PurBlood?
Ella negó con la cabeza.
—Esta mañana he leído varios memorándums al respecto en la biblioteca. El departamento de marketing de GeneDyne ha organizado un lanzamiento por todo lo alto con los medios de comunicación. Quieren todo un acontecimiento, a bombo y platillo y con toda clase de fanfarrias. Han elegido cuatro hospitales en todo el país. Cien hemofílicos y niños que esperan ser sometidos a operaciones serán los primeros en recibir la PurBlood.
—¿Para cuándo está previsto eso? — preguntó ella.
—Para el 3 de agosto.
Susana se llevó las manos a la boca.
—¡El próximo viernes!
Carson asintió.
—Tenemos que advertir a las autoridades. Obligarles a que detengan la venta y uso de PurBlood, y conseguir ayuda para la gente de aquí.
—¿Y cómo demonios se supone que vamos a conseguirlo? Las únicas comunicaciones telefónicas a larga distancia que hay aquí son las de la línea directa con Boston. Y aunque lo consiguiéramos, ¿quién nos creería?
—Quizá Scopes ya esté sufriendo los efectos —dijo él tras reflexionar un momento.
—Aun así —replicó Susana—, nadie lo relacionaría con lo que está sucediendo aquí.
Se volvió hacia ella.
—Quizá nos preocupamos innecesariamente. Si todos los residentes de Monte Dragón desarrollaran paranoias, ¿no les volvería eso los unos contra los otros, eliminando así la amenaza?
—¿En este ambiente? —repuso ella negando con la cabeza—. No es probable, sobre todo con alguien tan carismático como Scopes al frente de todo. Es una situación de libro:
folie à deux
.
—¿Qué?
—Locura compartida. Todo el mundo actúa según la misma fantasía retorcida, o, como decíamos en la facultad, se encuentra una con un pastel doble-loco.
Carson sonrió con una mueca.
—Estupendo. Eso quiere decir que sólo disponemos de una opción. Largarnos de aquí cuanto antes.
—¿Cómo?
—No lo sé.
Susana sonrió y se dispuso a decir algo, pero se detuvo y le dio un leve codazo.
—Mire allí.
Delante de ellos estaba el aparcamiento de vehículos. Allí había media docena de Hummers relucientes, aparcados en hilera y arrojando largas sombras sobre el asfaltado.
Se acercaron a los vehículos con fingida naturalidad.
—Primero hay que encontrar las llaves —dijo Carson—. Luego, tendremos que salir del recinto sin que nadie lo advierta.
De repente, ella se arrodilló a su lado.
—¿Qué hace?
—Me ato el zapato.
—Pero si lleva mocasines…
De Vaca se levantó.
—Ya lo sé, idiota. — Se limpió el polvo de la rodilla, se sacudió el cabello hacia atrás y le miró—. No existe ningún vehículo de motor al que no pueda hacerle un puente y ponerlo en marcha. —Carson la miró—. Solía robarlos.
—Me lo creo —asintió Carson.
—Sólo por diversión —añadió ella.
—Ya. Pero éstos eran vehículos militares, y estas instalaciones también. No será lo mismo que robar un Honda Civic.
Susana frunció el entrecejo y pateó el polvo.
—El día que llegué —siguió Carson—, Singer me dio a entender que las medidas de seguridad son mejores de lo que parecen. Aunque nos lanzáramos contra la valla del perímetro y la cruzáramos, la persecución se iniciaría al instante.
Se produjo un prolongado silencio.
—Hay otras dos posibilidades —dijo ella—: cabalgar o caminar.
Carson miró hacia el vasto e interminable desierto.
—Sólo un estúpido lo intentaría —dijo.
Ambos se quedaron nuevamente en silencio, contemplando el desierto. Él se dio cuenta de que no experimentaba ningún temor, sólo un peso opresivo sobre sus hombros, como si soportara una carga terrible. No sabía si eso significaba que era valiente o, simplemente, que se sentía exhausto.
—A Teece no le gustaba mucho ese producto —observó finalmente—. Me lo dijo en la sauna. Apuesto a que su precipitada salida tuvo que ver con la PurBlood. Probablemente, tuvo dudas suficientes sobre la gripe X como para detener la comercialización de los otros productos, al menos hasta comprobar que no había ningún defecto en nuestros procedimientos, o hasta que supiera más sobre Burt.
Mientras hablaba, Susana se puso alerta.
—Alguien se acerca —susurró ella.
La figura de Harper descendió por la pasarela cubierta que salía de la residencia. Carson observó un bulto bajo la camisa del científico, allí donde llevaba un grueso vendaje. Harper se acercó a ellos.
—¿Van a cenar? — preguntó.
—Desde luego —contestó Carson.
—Vamos, pues.
El comedor estaba atestado y sólo quedaban un par de mesas vacías. Mientras se sentaban, Carson miró alrededor. Desde el episodio de Vanderwagon, se había acostumbrado a comer a solas, bastante después de la hora habitual. Ahora se sintió incómodo al verse rodeado de tantos residentes en Monte Dragón. ¿Es posible que toda esta gente…? Apartó bruscamente aquel pensamiento de su mente.
Un camarero se aproximó a su mesa. Mientras pedían las bebidas, Carson observó que el camarero se atusaba continua y meticulosamente un bigote imaginario. La piel del labio superior estaba enrojecida a causa del continuo tironeo.
—¡Bien! — exclamó Harper cuando se alejó el camarero—. ¿En qué han estado metidos ustedes dos?