—¿Cuál cree que sería mi primera pregunta?
—¿Si no tuviera una docena de ellas dándole vueltas en la cabeza? Creo que su primera pregunta, al menos para sí mismo, sería: ¿Ashton está loco? Porque, si es así, eso explicaría muchas cosas. Pero, si no, entonces su segunda pregunta sería: ¿por qué demonios iba a querer casarse con una mujer con un historial tan conflictivo? Para la primera pregunta, no tengo respuesta creíble. Ningún hombre es garante fiable de su propia cordura. A la segunda pregunta, le diría que está sesgada injustamente, porque Jillian tenía otra cualidad que he olvidado mencionar: brillantez. Era brillante hasta el extremo. Tenía la mente más rápida, más ágil que haya encontrado nunca. Soy un hombre excepcionalmente inteligente, detective. No estoy siendo inmodesto, solo sincero. ¿Ha visto el tablero de ajedrez construido en esta mesa? No hay piezas. Juego sin ellas. Me resulta un estimulante desafío mental jugar al ajedrez en mi mente, imaginando y recordando las posiciones de las piezas. En ocasiones juego contra mí mismo, visualizando el tablero del lado blanco y del lado negro, adelante y atrás. A la mayoría de la gente esta habilidad le impresiona. Pero créame cuando le digo que la mente de Jillian era más formidable que la mía. Esa clase de inteligencia en una mujer me resulta muy atractiva, atractiva tanto en el sentido de compañerismo como en el erótico.
Cuanto más oía Gurney, más preguntas se le ocurrían.
—He oído que los abusadores son con frecuencia también víctimas de abusos sexuales. ¿Es cierto?
—Sí.
—¿Cierto en el caso de Jillian?
—Sí.
—¿Quién abusó de ella?
—No fue solo una persona.
—¿Quiénes fueron, entonces?
—Según un recuento no verificado, fueron los amigos adictos al crac de Val Perry y el abuso ocurrió repetidamente cuando ella tenía entre tres y siete años.
—Dios. ¿Hay registros de intervención legal, expedientes de servicios sociales?
—Nada de eso se denunció en su momento.
—Pero ¿todo salió a la luz cuando finalmente la enviaron a Mapleshade? ¿Qué hay del registro del tratamiento que le dieron, afirmaciones que ella hizo a sus terapeutas?
—No hay nada. Debería explicarle algo sobre Mapleshade. Para empezar, es una escuela, no un centro médico. Una escuela privada para jóvenes con problemas especiales. Desde hace unos años he admitido un porcentaje creciente de estudiantes cuyos problemas se centran en cuestiones sexuales, en especial en el abuso.
—Me han dicho que trata a los abusadores, más que a los que han sufrido los abusos.
—Sí, aunque lo de «tratar» no es la palabra correcta, porque no se trata, como he dicho, de un centro médico. Y la línea entre abusador y el que ha sufrido los abusos, el abusado, no es siempre tan clara como podría pensar. Lo que quiero destacar es que Mapleshade es eficaz porque es discreto. No aceptamos derivaciones judiciales ni de servicios sociales ni de seguros médicos ni ayuda estatal, no proporcionamos ningún diagnóstico médico o psiquiátrico, y (esto es de suma importancia) no guardamos historiales de pacientes.
—Sin embargo, la escuela, aparentemente, tiene fama de ofrecer tratamientos de vanguardia, o como quiera llamarlo, dirigidos por el afamado doctor Scott Ashton. —La voz de Gurney adoptó un tono más cortante, al cual Ashton no mostró reacción.
—Estos trastornos llevan añadido un estigma mayor que ningún otro. Saber que todo aquí es absolutamente confidencial, que no hay expedientes de casos o formularios de aseguradoras o notas de terapia que puedan ser sustraídas o requeridas por un juez, es una ventaja inestimable para nuestra clientela. Desde un punto de vista legal solo somos una escuela de secundaria privada con un personal bien preparado que está disponible para mantener charlas informales sobre diversas cuestiones delicadas.
Gurney se recostó en el sillón, dándole vueltas a la inusual estructura de Mapleshade y a lo que aquello implicaba. Quizá percibiendo su inquietud, Ashton añadió:
—Tenga en cuenta esto: la sensación de seguridad que nuestro sistema ofrece permite que nuestros estudiantes y sus familias nos cuenten cosas que nunca soñarían con divulgar si la información fuera a ir a parar a un expediente. No hay fuente de culpa, vergüenza y miedo más profunda que los trastornos con los que tratamos aquí.
—¿Por qué no le reveló el horrendo historial de Jillian al equipo de investigación?
—No había razón para hacerlo.
—¿No había razón?
—A mi mujer la mató mi jardinero psicótico, que luego escapó. La obligación de la Policía es localizarlo. ¿Qué debería haber dicho? Oh, por cierto, cuando mi mujer tenía tres años, fue violada por los amigos enloquecidos de su madre adictos al crac. ¿Cómo ayudaría eso a detener a Héctor Flores?
—¿Qué edad tenía cuando hizo la transición de víctima a abusadora?
—Cinco.
—¿Cinco?
—Esta área de disfunción siempre asombra a la gente de fuera del campo. La conducta es muy inconsistente con lo que nos gusta considerar la inocencia de la infancia. Desafortunadamente, los abusadores de cinco años de niños aún más pequeños no son tan raros como podría pensar.
—Madre mía. —Gurney miró con creciente preocupación la foto de la pared—. ¿Quiénes fueron sus víctimas?
—No lo sé.
—¿Val Perry sabe todo esto?
—Sí. Todavía no está preparada para hablar de ello con detalle, en caso de que se esté preguntando por qué no se lo contó. Pero por eso acudió a usted.
—No le sigo.
Ashton respiró hondo.
—Val actúa impulsada por la culpa. Para resumir una historia que es muy complicada, a los veintitantos años ella estaba metida en el mundo de la droga y no era una gran madre. Se rodeó de adictos aún más desquiciados que ella, lo cual llevó a la situación de abuso que he descrito, que a su vez llevó a Jillian a cometer agresiones sexuales y a sufrir otros trastornos de conducta con los que Val no podía tratar. La culpa la desgarraba; es un cliché manido pero preciso. Se sentía responsable por todos los problemas en la vida de su hija y ahora se siente culpable por su muerte. Está frustrada por la investigación policial oficial: sin pistas, sin progresos, sin cierre. Creo que acudió a usted en un intento final de hacer algo bien por Jillian. Ciertamente, demasiado poco y demasiado tarde, pero es lo único que se le ocurrió. Uno de los agentes del DIC le habló de usted, de su reputación como detective de Homicidios en la ciudad; ella leyó algunos artículos en la revista
New York
y decidió que representaba su mejor y última oportunidad para enmendar el haber sido una madre terrible. Es patético, pero ahí está.
—¿Cómo sabe todo esto?
—Después del asesinato de Jillian, Val estuvo al borde de una crisis nerviosa y todavía lo está. Hablar de estas cosas era una forma de mantener la cordura.
—¿Y usted?
—¿Yo?
—¿Cómo ha mantenido la cordura?
—¿Es eso curiosidad o sarcasmo?
—Su relato del suceso más horrible de su vida, y cómo habla de la gente implicada en ello, parece desapegada. No sé cómo interpretarlo.
—¿No? Cuesta de creer.
—¿Y eso qué significa?
—Tengo la impresión, detective, de que respondería del mismo modo a la muerte de alguien cercano a usted. —Miró a Gurney con la neutralidad del terapeuta clásico—. Sugiero el paralelismo como una forma de ayudarle a comprender mi posición. Se está preguntando: «¿Está ocultando su emoción por la muerte de su mujer o no tiene ninguna emoción que ocultar?». Antes de que le dé la respuesta, piense en lo que vio en el vídeo.
—¿Se refiere a su reacción a lo que vio en la cabaña?
La voz de Ashton se endureció y habló con una rigidez que parecía vibrar con el poder de una furia apenas contenida.
—Creo que parte de la motivación de Héctor era infligirme dolor. Lo consiguió. Mi dolor está registrado en ese vídeo. Es un hecho que no puedo cambiar. No obstante, tomé la resolución de no volver a mostrar nunca ese dolor. A nadie. Nunca.
Los ojos de Gurney descansaron en la delicada taracea del tablero de ajedrez.
—¿No tiene ninguna duda sobre la identidad del asesino?
Ashton pestañeó, dando la impresión de que tenía problemas para entender la pregunta.
—¿Perdón?
—¿No tiene ninguna duda de que Héctor Flores fue la persona que mató a su mujer?
—Ninguna duda. He pensado en la insinuación que hizo ayer de que Carl Muller podría estar involucrado pero, la verdad, no lo veo.
—¿Es posible que Héctor fuera homosexual y que el motivo del crimen…?
—Eso es absurdo.
—Es una teoría que la Policía estaba considerando.
—Sé algunas cosas sobre sexualidad. Confíe en mí. Héctor no era gay. —Miró deliberadamente su reloj.
Gurney se recostó en la silla; esperó a que Ashton estableciera contacto visual con él.
—Hace falta ser una persona especial para dedicarse al campo al que se dedica.
—¿Y eso qué significa?
—Tiene que ser deprimente. He oído que los agresores sexuales son casi imposibles de curar.
Ashton se recostó como Gurney, le sostuvo la mirada y apoyó los dedos bajo la barbilla.
—Es una generalización de los medios. Mitad verdad, mitad absurdo.
—Aun así, tiene que ser un trabajo difícil.
—¿Qué clase de dificultad está imaginando?
—Toda la tensión… Hay mucho en juego. Las consecuencias del fracaso.
—Como el trabajo policial. Como la vida en general. —Ashton miró otra vez su reloj.
—Así pues, ¿cuál es el pegamento? —preguntó Gurney.
—¿El pegamento?
—Lo que lo vincula al campo del abuso sexual.
—¿Esto es relevante para encontrar a Flores?
—Podría serlo.
Ashton cerró los ojos y osciló la cabeza de manera que los dedos que tenía bajo la barbilla adoptaron una posición de plegaria.
—Tiene razón respecto a que hay mucho en juego. La energía sexual en general tiene un poder tremendo, no hay nada que tenga tanto poder para concentrar la atención en uno mismo, para convertirse en la única realidad, para torcer el juicio, para eliminar el dolor y la percepción del riesgo. El poder de hacer que todas las demás decisiones sean irrelevantes. No hay fuerza en la Tierra que se acerque a la energía sexual en su poder de cegar e impulsar al individuo. Cuando esta energía interior de una persona se concentra en un objeto inapropiado (sobre todo, en otra persona con fuerza y conocimiento inferiores), el potencial de daño es verdaderamente infinito. Porque en la intensidad de su poder y excitación primitiva, la capacidad de retorcer la realidad de la conducta sexual inapropiada puede ser tan contagiosa como la mordedura de un vampiro. En la persecución del poder mágico del abusador, el abusado puede convertirse a su vez en abusador. Hay raíces evolutivas, neurológicas y psicológicas en la fuerza abrumadora del impulso sexual. Se pueden analizar, describir y representar gráficamente sus desviaciones en canales destructivos. Pero alterar esas desviaciones es algo muy distinto. Comprender la génesis de un maremoto es una cosa; cambiar su dirección es otra. —Abrió los ojos y bajó las manos.
—¿Es ese reto lo que le atrae?
—Es la influencia.
—¿Se refiere a la capacidad de cambiar algo?
—¡Sí! —Algún reostato interno encendió la luz en los ojos de Ashton—. La capacidad de intervenir en lo que de otro modo sería una cadena sin fin de dolor que se extiende desde el abusador hasta cualquier persona que toque, y de estos a otros, y a futuras generaciones. Esto no es como extirpar un tumor que podría salvar una vida. El índice de éxito en el campo es debatible, pero incluso un solo éxito podría impedir la destrucción de cientos de vidas.
Gurney sonrió, parecía impresionado.
—¿Así que esa es la misión de Mapleshade?
Ashton percibió su sonrisa.
—Exacto. —Otra mirada a su reloj—. Y ahora tengo que irme. Puede quedarse si lo desea, eche un vistazo al terreno, mire la cabaña. La llave está debajo de la roca negra, a la derecha del umbral. Si quiere ver el lugar donde se encontró el machete, vaya hasta la ventana de la parte de atrás de la cabaña. Desde allí camine recto unos cien metros hacia el bosque y encontrará una estaca alta en el suelo. Hubo originalmente una cinta amarilla atada en la parte de arriba, pero podría haber desaparecido. Buena suerte, detective.
Acompañó a Gurney a la puerta, lo dejó en el sendero pavimentado de ladrillo y salió conduciendo un Jaguar clásico, tan evocadoramente inglés como el aroma a manzanilla en el aire húmedo.
G
urney sentía una necesidad imperiosa de clasificar y revisar, de coger la masa de datos y posibilidades que se agolpaban en su mente y ordenarla de manera manejable. Aunque la llovizna había cesado por fin, fuera de la casa de Ashton no había un sitio lo bastante seco para sentarse, así que regresó a su coche. Sacó el bloc de espiral con sus notas sobre Calvin Harlen, pasó a una página nueva, cerró los ojos y empezó a reproducir la grabación mental de su reunión con Ashton.
Este proceso disciplinado enseguida le pareció inútil. Por más que trataba de repasar los detalles en un orden cronológico, de sopesarlos, de hacerlos encajar como piezas de un puzle con piezas similares, un hecho de enormes proporciones seguía abriéndose paso a codazos por delante de todos los demás: Jillian Perry había abusado sexualmente de otros niños. No era algo fuera de lo común que una víctima de abusos, o un miembro de la familia de la víctima, buscara venganza. No era inédito que esa venganza adoptara forma de asesinato.
El impacto de esta posibilidad ocupó su mente. Encajaba como ningún otro aspecto del caso lo había hecho hasta entonces. Por fin había un motivo que tenía sentido, que no conllevaba una inmediata oleada de dudas, que no creaba más problemas de los que resolvía. Y ello ocasionaba ciertas implicaciones. Por ejemplo: las preguntas clave sobre Héctor Flores podrían no ser dónde y cómo desapareció, sino de dónde vino y por qué. Había que mover el foco de lo que pudiera haber ocurrido en Tambury para llevar a Flores a cometer un asesinato, a lo que podría haber ocurrido en el pasado que lo llevó a él hasta aquel lugar.
Se sentía demasiado inquieto como para quedarse sentado. Salió del coche, miró alrededor de la casa, el garaje con tejado de pizarra, la pérgola que conducía al jardín de atrás. ¿Fue esa la primera visión que tuvo Héctor Flores de la enorme propiedad tres años y medio antes? ¿O había estado vigilándola durante cierto tiempo, observando a Ashton ir y venir? Cuando llamó a la puerta por primera vez, ¿a cuánta distancia veía sus planes? ¿Jillian había sido su objetivo desde el principio? ¿Ashton, el director de la escuela a la que ella había asistido, era una ruta hacia ella? ¿O sus planes eran más generales, quizás un asalto violento sobre una o más agresoras que Mapleshade había acogido? O para el caso, ¿podía ser que el objetivo original fuera el propio Ashton, el protector, el doctor que ayudaba a las abusadoras? ¿El asesinato de Jillian podría haber matado dos pájaros de un tiro: su muerte y el dolor de Ashton?