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Authors: Agatha Christie

Tags: #policiaco, #Intriga

Noche Eterna (24 page)

BOOK: Noche Eterna
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—¿Cómo puedo evitarlo? Le vendí mi alma al Campo del Gitano. Nunca ha sido un lugar seguro. Nunca ha sido un lugar seguro para nadie. No lo fue para Ellie, no lo es para mí y quizá tampoco lo sea para ti.

—¿Qué quieres decir?

Me levanté. Me acerqué a ella. La amaba. Sí, la amaba con un último e intenso deseo sexual. Pero el amor, el odio, el deseo, ¿no es todo lo mismo? Tres en uno y uno en tres. Nunca hubiera podido odiar a Ellie, pero odiaba a Greta. Disfrutaba odiándola. La odiaba con toda el alma y con un deseo exultante. No podía esperar a los medios seguros, no quería esperar. Me acerque todavía más.

—¡Maldita zorra! ¡Eres una maldita y hermosísima zorra rubia! No estás a salvo. Greta. No estás a salvo de mí. ¿Lo entiendes? He aprendido a disfrutar... a gozar matando. Me sentí muy excitado el día en el que Ellie salió a cabalgar hacia la muerte. Disfruté durante toda la mañana porque sabía que iba a morir, pero nunca estuve tan cerca de la muerte como ahora. Esto es diferente. Quiero algo más que saber que alguien va a morir por una cápsula que tomó durante el desayuno. Quiero algo más que empujar a una vieja por un barranco, quiero usar mis manos.

Ahora Greta tenía miedo. Yo, que le pertenecía desde que la conocí aquel día en Hamburgo, había renunciado a mi trabajo para quedarme con ella. Sí, le había pertenecido en cuerpo y alma. Pero ahora ya no le pertenecía. Era yo mismo. Entraba en otra dimensión distinta a la que había soñado.

Greta tenía miedo. Me encantaba saber que tenía miedo y le apreté el cuello con mis manos. Incluso ahora, mientras escribo todas estas cosas sobre mí mismo (que por cierto es algo muy agradable de hacer), lo que he pasado y sobre cómo los engañé a todos. Sí, me sentí maravillosamente feliz cuando maté a Greta.

Capítulo XXIV

No queda mucho más que decir después de aquello. Me refiero a que las cosas llegaron a su punto culminante. Uno se olvida, supongo, que ya no hay nada más que lo pueda superar, que lo has hecho todo. Permanecí sentado allí durante mucho tiempo. No sé cuando llegaron. Tampoco sé si llegaron todos al mismo tiempo. No podía ser que ya estuvieran allí porque no me habrían dejado matar a Greta. Al primero que vi fue a Dios. No me refiero a Dios, me estoy liando, sino al comandante Phillpot. Siempre me cayó bien, se portó muy bien conmigo. Creo que en algunas cosas era como Dios, quiero decir si Dios fuera un ser humano y no algo sobrenatural que vive en algún lugar del cielo. Era un hombre muy justo, además de bondadoso. Se preocupaba por las cosas y la gente. Procuraba hacer todo lo posible por las personas.

No sé cuánto sabía de mí. Recuerdo que me miraba de una manera extraña aquella mañana en la subasta cuando dijo que estaba «eufórico». Todavía me pregunto por qué lo diría.

Después, cuando estábamos delante de aquel pequeño montón de ropa en el suelo que era Ellie con su traje de montar, me pregunté si él lo sabría o si tendría alguna sospecha de que yo había tenido algo que ver.

Como ya dije, después de la muerte de Greta, permanecí sentado en la silla, con la mirada fija en la copa de champán. Estaba vacía, todo estaba vacío, absolutamente vacío. Sólo había una luz. La habíamos encendido Greta y yo, pero estaba en un rincón. No daba mucha luz y el sol... creo que el sol se había puesto hacía horas. Continué sentado mientras me preguntaba sin mucho interés qué pasaría a continuación.

Entonces fue cuando comenzaron a llegar en grupo. Llegaron en silencio, porque si no tendría que haberles escuchado o ver a alguno.

Tal vez si Santonix hubiera estado allí podría haberme dicho lo que debía hacer, pero Santonix estaba muerto. Había seguido un camino distinto al mío, así que no podía ayudarme. La verdad es que no había nadie que pudiera hacerlo.

Al cabo de un rato advertí la presencia del doctor Shaw. Estaba tan callado que a duras penas me di cuenta de que estaba allí. Permanecía sentado bastante cerca, como si estuviera esperando alguna cosa. Después comprendí que esperaba a que yo dijera alguna cosa.

—He regresado a casa —le dije.

Había un par de personas que se movían por las sombras detrás del médico. Ellos también parecían estar esperando algo, esperando a que él hiciera algo.

—Greta está muerta —añadí—. Yo la maté. Supongo que ya se habrán llevado el cadáver.

Vi el destello de un flash. Tenía que ser un fotógrafo de la policía fotografiando el cadáver. El doctor Shaw volvió la cabeza bruscamente.

—Todavía no —ordenó.

Una vez más, me miró a la cara. Me incliné hacia él,

—Esta noche vi a Ellie.

—¿Sí? ¿Dónde?

—En la carretera, junto a un árbol. En el mismo lugar donde la vi por primera vez. —Hice una pausa antes de añadir—: Ella no me vio. No podía verme porque yo no estaba allí. Eso me intranquilizó. Me dio mucho miedo.

—Estaba en la cápsula, ¿verdad? —me preguntó Shaw—. ¿Había cianuro en la cápsula? ¿Fue cianuro lo que le dio a Ellie aquella mañana?

—Era para la fiebre del heno. Ella siempre tomaba una cápsula como preventivo contra la alergia cada vez que salía a cabalgar. Greta y yo preparamos un par de cápsulas con veneno para las avispas que cogimos del Cobertizo. Lo hicimos en el templete. No estuvo mal, ¿no le parece? —Entonces me eché a reír. No reconocí mi propia risa. Sonó como un cacareo ahogado—. Usted comprobó toda la medicación que tomaba Ellie cuando vino a curarle el tobillo. Píldoras para dormir, cápsulas para la alergia... y todo estaba en orden. Nada peligroso.

—Efectivamente —señaló Shaw—, una medicación absolutamente normal.

—Eso fue algo muy bien pensado y muy astuto, ¿verdad?

—Sí, fue usted muy listo, pero no lo bastante.

—De todas maneras, no comprendo cómo lo descubrió.

—Lo descubrimos cuando se produjo una segunda muerte, una desaparición con la que no había contado.

—¿Claudia Hardcastle?

—Así es. Ella murió de la misma manera que Ellie. Se cayó del caballo en un coto de caza. Claudia era una joven sana, pero cayó del caballo y se murió sin más. Claro que esta vez no pasó tanto tiempo. La recogieron casi de inmediato y aún se olía el olor a cianuro. Si hubiese permanecido en campo abierto durante un par de horas como en el caso de Ellie, no hubiéramos olido ni encontrado nada. Sin embargo, no entiendo como Claudia tomó la cápsula envenenada. A menos que ustedes se dejaran una olvidada en el templete. Claudia iba por allí de vez en cuando. Encontraron sus huellas digitales y también un encendedor.

—Evidentemente fue un error. Se nos resbalaban de los dedos y costó mucho rellenarlas. —Miré al médico—. Usted sospechaba que había tenido algo que ver con la muerte de Ellie, ¿no es así? —Miré a las sombras—. Quizá todos ustedes.

—A menudo uno lo sabe, pero no estaba seguro de si podríamos hacer algo al respecto.

—Tendría usted que advertirme de mis derechos —le reproché.

—No soy un policía —respondió Shaw.

—Entonces, ¿qué es usted?

—Soy médico.

—No necesito a ningún médico.

—Eso está por ver.

Entonces vi a Phillpot.

—¿Qué hace usted aquí? ¿Ha venido a juzgarme, a presidir el tribunal?

—Sólo soy un juez de paz. Estoy aquí como un amigo.

—¿Amigo mío? —repliqué sorprendido.

—Amigo de Ellie.

No entendía nada. Nada de todo esto tenía sentido, pero no por eso dejaba de sentirme importante. ¡Todos ellos estaban aquí! La policía, los forenses, Shaw y Phillpot, quienes, a su manera, eran hombres muy ocupados. Todo el asunto resultaba muy complicado. Comencé a perder el control de las cosas. Me sentía muy cansado. De pronto sentí un cansancio enorme y me dormí.

Luego, todas aquellas idas y venidas. La gente venía a verme, gente de toda clase. Abogados, un procurador, letrados y doctores. Varios doctores. Me molestaban y no quería contestar a sus preguntas.

Uno de ellos no dejaba de preguntarme si quería alguna cosa. Le dije que sí: un bolígrafo y muchas hojas de papel. Quería escribir todo esto, contar cómo había llegado a suceder. Quería contarles lo que había sentido, lo que había pensado. Cuanto más pensaba en mí mismo, más interesante me parecía para los demás. Porque yo era interesante, una persona interesante de verdad y que había hecho cosas interesantes.

Los doctores, o por lo menos uno de los doctores, consideró que era una buena idea.

—Ustedes siempre dejan que la gente haga una declaración. Entonces, ¿por qué no puedo escribir la mía? Quizás algún día todos querrán leerla.

Me dejaron hacerlo. No podía escribir largas tiradas, me cansaba. Alguien utilizó la frase «responsabilidad limitada» y otro se opuso. Escuchaba toda clase de comentarios. Algunas veces ni siquiera se dan cuenta de que les escuchas. Luego tuve que presentarme ante el tribunal. Les pedí que me trajeran mi mejor traje porque quería causar buena impresión. Al parecer desde hacía tiempo me habían hecho vigilar por unos detectives. Los nuevos criados. Creo que los había contratado Lippincott, o por lo menos él les había dado la pista. Descubrieron muchas cosas sobre Greta y yo. Es curioso, pero ya no pensaba en Greta. Después de matarla, había perdido toda importancia.

Intenté recuperar aquella maravillosa sensación de triunfo que había experimentado mientras la estrangulaba, pero incluso aquello se había esfumado.

Un día, sin previo aviso, trajeron a mi madre. Allí estaba ella mirándome desde el umbral. No parecía angustiada como otras veces. Creo que ahora sólo se la veía triste. No tenía mucho que decir ni yo tampoco. Lo único que dijo fue:

—Lo intenté, Mike. Hice todo lo posible por mantenerte a salvo. Fracasé. Siempre tuve miedo de fracasar.

—Está bien, mamá, no fue culpa tuya. Escogí el camino que quería.

Entonces, pensé: «Eso fue lo que dijo Santonix. Él también sufría por mí, pero nadie podía hacer nada excepto quizás yo mismo. No lo sé. No estoy seguro. Pero recuerdo el día en que Ellie me dijo: «¿En qué piensas», y yo le repliqué: «¿Por qué lo preguntas». Ella me contestó: «Me miras como si me quisieras». Supongo que, en cierta manera, la quería. Hubiera podido amarla. Era tan dulce. Ellie, dulce placer.

Supongo que el problema conmigo era que quería demasiadas cosas. Además, las quería obtener de la manera más fácil.

La primera vez, el primer día que llegué al Campo del Gitano y conocí a Ellie, mientras bajábamos la carretera, volvimos a encontrarnos con Esther. Aquello fue lo que me dio la idea de pagarle, la advertencia que le hizo a Ellie. Sabía que era capaz de hacer cualquier cosa por dinero. Le pagué. La gitana se ocupó de asustar a Ellie, le hizo sentir que estaba en peligro. Incluso creí en la posibilidad de que Ellie llegara a morir del susto. Ahora sé que aquel primer día, Esther estaba asustada de verdad. Tenía miedo por Ellie. Le advirtió, le dijo que se marchara, que no permaneciera ni un segundo más en el Campo del Gitano, que huyera de mí. Yo no me di cuenta y creo que Ellie tampoco.

¿Ellie me tenía miedo? Creo que es posible aunque ella no se diera cuenta. Ella sabía que algo la amenazaba, sabía que estaba en peligro. Santonix conocía la maldad que vivía en mi interior, lo mismo que lo sabía mi madre. Quizá los tres lo sabían. Ellie lo sabía, pero no le importaba, nunca le importó. Es extraño, muy extraño. Ahora lo sé.
Fuimos
muy felices juntos, sí, muy felices. Ojalá hubiera sabido entonces que lo éramos. Tuve mi oportunidad. Quizá todos tenemos una oportunidad. Sin embargo, yo le volví la espalda.

Es extraño que Greta no tenga ya ninguna importancia, ¿verdad?

Incluso que mi hermosa casa no tenga importancia.

Sólo Ellie, pero Ellie nunca podrá volver a encontrarme.
Noche eterna
. Así termina mi historia.

En el fin está el principio
. Eso es lo que siempre dice la gente.

Pero, ¿qué significa?

¿Dónde comienza mi historia? Debo volver a repasarlo y pensar...

BOOK: Noche Eterna
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