A las dos de la tarde creo que pasé más calor que en toda mi vida. Moverse representaba un esfuerzo enorme. Estaba enfadada conmigo misma porque sencillamente era incapaz de bajar hasta la playa, hasta donde el helicóptero izaba a la lancha de patrulla del río. Cuando finalmente conseguí llegar hasta allí, me había perdido la toma. Mi cámara no había empezado a filmar a tiempo. Producción no pudo conseguir uno de los helicópteros Chinook grandes y han tenido que utilizar un Huey. Levantó la lancha con unos cables largos; pero pesaba demasiado. En vez de posada en el río, la dejaron caer en la laguna y se partió en dos.
12 de mayo, Baler
Esta mañana John me contó su versión de la historia del tigre en el avión. Me dijo que el piloto saltó desde la ventanilla de la cabina al suelo, que estaba a bastante distancia. Después de que lograron meter al tigre en su jaula, el piloto se negó a subir por la puerta normal de pasajeros y a tener que pasar junto a la jaula, de manera que tuvieron que traer una escalera para que subiera hasta el ala y, desde allí, entrara por la ventanilla de la cabina. Y no volvió a salir hasta que aterrizaron y el tigre estuvo fuera del avión.
Estoy sentada sobre un par de hojas grandes. El suelo sigue mojado; anoche debió de llover mucho. Estoy apoyada contra el tronco de un cocotero. Recuerdo vagamente que alguien dijo que si a uno le cae un coco en la cabeza, podía matarlo. Y, ahora que lo pienso, no he visto a nadie que se siente debajo de ellos. Estamos en un pequeño claro, rodeados por el denso follaje de la selva. Francis está sentado con los actores, ensayando. Debemos de estar cerca del agua porque hay un cangrejo ermitaño con una concha de caracol por aquí cerca. Ayer, una joven entrevistó a Francis en el set y le dijo:
-Ahora que ha conseguido tantas cosas y es conocido en todo el mundo, ¿hay algo que pueda representar un reto para usted?
Francis le contestó:
-Sólo intento superar el día de hoy.
Hablaba en serio. Ha estado increíblemente frustrado por todos los problemas de la producción. Todavía no están resueltos, pero con el nuevo personal de producción, otros son responsables de solucionarlos y Francis puede concentrarse en su propio trabajo. Mientras tenía la atención centrada en los helicópteros, y demás, los problemas eran enormes pero objetivos. En el último par de días ha trabajado codo a codo con los actores, concentrado en el texto y la dirección. En este caso, Francis tiene que enfrentarse a sí mismo. Trabaja de una manera que le permite generar algunos momentos increíbles, pero que es arriesgada e incómoda. Hoy está esperando hasta el último minuto para establecer el lugar de la cámara y los diálogos.
Ayer pasamos la noche en Baler. No estaba planeado, pero la filmación duró hasta muy tarde. El avión no puede despegar después de la puesta de sol oficial, las 18:08. Nos alojamos en la casa del juez, que producción ha alquilado para unos cuantos actores. Janet y Martin Sheen nos prepararon una selección de muestras en nuestro vestidor: había un frasco de vitaminas, un cepillo de dientes y pasta de dientes, champú, espuma de afeitar y una maquinita, desodorante, una botellita de aceite corporal, colonia, una foto del Papa y de la Virgen María, un libro de filosofía china, un condón marca Trojan, una camisa . limpia para cada uno y un paquete de alfileres de gancho.
Hace diez años, un tifón destruyó el generador que abastecía de electricidad a Baler y jamás fue restituido. Producción compró un generador nuevo que no es suficiente para toda la población. Salí a pasear. Las calles estaban a oscuras. Las casas que han sido alquiladas para el reparto y el equipo de filmación eran las únicas que estaban bien iluminadas. El resto de las casas y de las pequeñas tiendas estaban iluminadas con lámparas de queroseno y velas. Los rostros de la gente vacilaban de la luz a la sombra. Pasé junto al tigre, encerrado en una jaula hecha de barrotes de bambú atados. Estaba encima de un camión estacionado en el camino, cerca de la , oficina de producción. Había muchos niños a su alrededor, husmeando entre los barrotes.
Francis y yo fuimos a casa del equipo italiano a cenar. Yo me senté aliado de Vittorio. Empezó a contarme cómo había estado a punto de rechazar el trabajo en esta película, porque nunca había trabajado en una producción norteamericana y temía no ser lo bastante preciso y específico, no ser capaz de trabajar a la manera norteamericana. En un momento dado, Francis se unió a nuestra conversación. Había estado bebiendo bastante vino y hablando con otra persona. Entonces dijo:
-Vittorio, tengo que confesarte algo. Cada día tengo mucho miedo de que pienses que soy un imbécil. que no soy lo bastante específico, que estoy intentando encontrar mi camino, y el de la película.
Vittorio nos hablaba en inglés, y Francis le hablaba en italiano.
Un poco antes, Francis le había comentado a Martin Sheen lo mucho que temía que la gente de producción no tuviese ni idea de si la película sería buena o mala. Dijo:
-De hecho, si el equipo encuentra divertida una escena o alguien cree que unos fragmentos son buenos, cuidado; porque si algo funciona bien por sí mismo, eso suele significar que está demasiado acabado y que probablemente no funcionará bien en el conjunto de la película.
Le contó a Marty que, durante el rodaje de
El Padrino I
, un día estaba en el baño del estudio, sentado en el inodoro, y dos miembros del equipo entraron y se pusieron a comentar que la película era una mierda total y que el imbécil del director no sabía lo que hacía. Francis dijo que entonces levantó los pies para que no le reconocieran los zapatos. Ahora tiene la sensación de que todo el mundo en producción está mirando lo que hace y pensando: «Esto es una mierda total. ¿Y éste es el director de
El Padrino
? Pues a mí me parece que no sabe nada».
13 de mayo, Baler
Los sábados llevo a los niños al seto Roman se queda en el departamento de maquillaje. Dice que ahora es capaz de hacer una herida de bala tan bien como el ayudante de maquillaje.
Hoy la compañía está filmando en una zona de selva cercana a la aldea. A la hora del almuerzo, comimos en el patio del colegio. Había tantas moscas que las iba espantando con la mano izquierda mientras comía con la derecha. A los filipinos no parecían molestarles. En la mesa de al lado había una mujer que comía dos platos de arroz; las moscas parecían pasas en movimiento.
Las largas mesas de madera sin barnizar en las que comíamos eran de caoba maciza.
16 de mayo, Manila
Ayer fue el último día de filmación en Baler. La compañía estuvo trabajando junto al río, con todos los actores metidos en la lancha de patrulla, y no quedaba ninguna buena ubicación desde la cual pudiéramos filmar. Doug se subió a la torre de la segunda cámara y filmó una toma general. Luego decidimos ir al pueblo de pescadores. Había oído a gente hablar de él y lo había visto desde el helicóptero. Pensaba que estaba lejos, pero resultó estar a sólo cinco minutos de la oficina de producción. Fuimos en un jeep amarillo, todo pintado y con tres caballos amarillos en el capó. Por el camino hicimos un par de tomas de los pequeños puestos callejeros y de la gente asomada a las ventanas. Cuando llegamos a la playa, nos encontramos con el paisaje más bello de todo Baler. Un pueblecito de chozas de bambú y ramas de palmera rodeaba la desembocadura del río, donde sus aguas se encontraban con el mar. En la playa había hileras de gente tirando de los largos cabos de las redes que había en el agua. Eran personas morenas y sonrientes, y al tirar de las redes hacían una especie de paso de baile rítmico. Más arriba, en la arena, había un grupo de embarcaciones pintadas de colores claros, azul y naranja, violeta, verde y rojo. La gente debía de cambiar pescado por arroz. Había pequeños huertos, pollos y cerdos alrededor de sus casas, y cocoteros por todas partes. Parecía el paraíso. Como uno se imaginaría Tahití hace doscientos años. Prácticamente no había ningún signo de civilización occidental. Ni cables de teléfono o electricidad, ni estaciones de servicio, ni hoteles, ni restaurantes, ni anuncios de Coca-Cola. Ni rastro de la existencia del resto del mundo, excepto por algunos productos empaquetados en un puesto junto a la carretera y algunas palanganas de plástico desperdigadas junto a las casas. No hacía tanto calor como sólo a medio kilómetro tierra adentro; corría la brisa marina. Una barca transportaba a la gente de una orilla a otra del río; en la otra ribera había una franja de arena con chozas. Subir costaba 10 centavos (alrededor de un centavo de dólar). Ni siquiera había los típicos dos o tres expatriados o jóvenes viajeros extranjeros que uno espera encontrarse antes de la llegada de las cadenas de hoteles.
Intentamos filmar un poco de metraje, pero la gente nos rodeaba con una curiosidad tan inquieta que no podíamos situarnos a la distancia suficiente para enfocar la cámara. Algunos se plantaban delante de nosotros, rodeándose con los brazos y, con sus mejores sonrisas, nos pedían que los filmáramos. Al final dejamos la cámara en el jeep y nos limitamos a sentarnos en el risco. Había un grupo de niños, morenos y sonrientes, que jugaban con sus barquitos de madera tallados a mano en una pequeña ensenada. A nuestras espaldas, los cocoteros se inclinaban por encima de las chozas de paja. Parecía todo sacado de una película.
Mayo, Manila
En muchos aspectos, vivir en Manila es como retroceder en el tiempo. Por ejemplo, las plantas de plástico están muy de moda y, además, son caras. En cambio, las plantas de verdad son muy baratas. Se pueden encontrar palmeras grandes en macetas por unos cuatro dólares; de la clase que en Estados Unidos vale al menos cincuenta dólares. Los bonitos cestos hechos a mano se consideran baratijas para los turistas. Los filipinos prefieren los artículos de plástico. Sirven los helados en unos potes metálicos muy bonitos que luego tiran; los saquitos de té son de tela; la leche todavía se vende en botellas de vidrio retornables. La comida congelada parece estar sólo empezando a aparecer. Hace poco vi unos paquetes de arvejas congeladas en el supermercado: costaban 1,50 dólares, y, en cambio, las arvejas chinas frescas están a sólo 30 centavos el kilo. Un día compré un litro de jugo de uva de California; pensé que costaba cuatro pesos, pero luego resultó que eran cuarenta, lo que equivale a unos cinco dólares. El café instantáneo les parece muy elegante. Hace poco nos invitaron a cenar a casa de un general de la Fuerza Aérea. Después de servimos una cena muy elaborada, un sirviente nos trajo una bandeja de plata en la que había, junto con una jarrita de leche y una azucarera de plata, un frasco de café instantáneo Maxwell House.
[2]
18 de mayo, Manila
Esta mañana sonó el despertador muy temprano. Mientras permanecía en la cama, despierta, oí una vocecita que me decía «Hoy no vayas». Había quedado con Doug y Larry para ir a Pagsanjan y filmar los progresos en la construcción del set allí arriba. Deliberé mentalmente: ¿debía obedecer a la vocecita o seguir adelante con mis planes? Al final decidí mandarlos a ellos sin mí y limitarme a comprobar, por una vez, si esta clase de información podía formar parte, de alguna manera, de este mundo. Pensé decirles a Doug y Larry que no me sentía bien, pero al final me armé de valor, titubeando de vergüenza, y les confesé la verdad. Se echaron a reír y me contestaron que, si no era conveniente que yo fuera, ¿por qué debería serlo que fueran ellos? Quizás la camioneta se caía por un acantilado o algo así. Era extraño, pero yo estaba muy segura de que ellos podían ir sin ningún problema. Finalmente recogieron el material y se marcharon sin mí. A media mañana subí a mi habitación para estar a solas e intentar comprender por qué me había quedado en casa. Parecía el día ideal para ir a Pagsanjan: Francis estaba pasando la semana en el set de Iba y los niños estaban en el colegio. No había ninguna razón lógica para no haber ido.
Al cabo de media hora Francis apareció en la puerta. La lancha de patrulla se había averiado y no podía filmar. Estaba enojado; se había marchado del set furibundo y había volado de regreso a casa. Les dijo que no pensaba volver hasta que encontraran una lancha decente que funcionara. Se recostó en el sofá y exteriorizó todo su agobio. Sé que se alegró de encontrarme en casa.
19 de mayo, Manila
Hoy es el primer día de lluvia torrencial. Hay un tifón frente a la costa. Nunca había visto llover con tanta fuerza; apenas se ven las palmeras del jardín. Cuando llamé a la oficina, me dijeron que Francis salió hace una hora y media. Está a sólo diez minutos de aquí y empiezo a preocuparme. Los niños y yo nos hemos comido casi un tercio del asado, esperando a que él llegara para la cena.
20 de mayo, Manila
La tormenta arrecia. Las habitaciones de la planta baja se inundaron y hay zonas en que la alfombra parece flotar. Los niños dicen que es como una cama de agua y saltan por encima. Pronto el agua empieza a salir por la puerta del dormitorio hacia las otras habitaciones. Llega gente de la oficina porque las calles están tan inundadas que no pueden ir a sus casas. Llegar hasta nuestra casa ya les ha llevado casi dos horas. Estamos todos en la cocina, abriendo botellas de vino de los italianos, cuando alguien repara en que las cajas de pasta están almacenadas abajo, en el agua. Larry y Dean se quitan los zapatos y empiezan a subir las cajas al piso de arriba. Francis llega finalmente. Ha estado atrapado en un cruce inundado durante la última hora y media. Se bajó a empujar el coche y está totalmente empapado. Los editores llevan todo el día en mi casa, preparando un rollo para hacer una proyección en Cannes. Llegaron a la conclusión de que no valía la pena intentar llegar a su casa; así que nos ponemos a contar cuántos somos para la cena. Catorce, y el pequeño asado alcanzaba para cuatro. Francis decide hacer pasta. Como está a dieta, siempre está a la caza de una buena excusa.
Sofía se pone un impermeable y corre de un lado al otro del patio trasero. Hay una parte totalmente encharcada y las , ranas que suelen saltar por el césped están todas nadando. Sofía las persigue, y de vez en cuando hasta logra cazar alguna. La tierra de los canteros de flores empieza a filtrarse hacia la piscina. Francis pone
La Bohéme
a todo volumen. Marc, Roman y Gio juegan una ruidosa partida de póquer. Los truenos y la lluvia son tan fuertes que tenemos que hablar a gritos. Al final logramos comer una cena estupenda. Cuando estamos a punto de llegar al postre hay un apagón. Comimos bananas
flambé
a la luz de las velas. Después de la cena, Francis y yo nos sentamos en el sofá. Hay tres velas y un grupo de gente a cada extremo de la larga mesa ovalada. Francis comenta lo fabulosos que son nuestros ojos, capaces de compensar la baja intensidad de luz y ver con una nitidez perfecta. Jamás se podría filmar con tan poca luz. Francis se maravilla de lo bien ubicada que está la gente en la mesa, como en un escenario. De vez en cuando alguien se levanta para ir a la cocina. Todos están tan perfectamente ubicados, inclinados un poco hacia adelante o ligeramente hacia atrás, atrapando la luz, proyectando sombras en la pared de atrás y siluetas delante. Francis dice que no habría logrado una distribución mejor si hubiera intentado hacer una puesta en escena. Al cabo de un rato nos vamos a la cama.