Creo que la lluvia amainó y todo el mundo decidió intentar llegar a sus casas. Empezaron a marcharse, llegaron hasta el camino principal pero tuvieron que regresar. Hacia las cuatro de la madrugada volvió la electricidad y, de pronto, empezó a sonar
La Bohéme
a todo volumen. La cafetera se puso a bufar, se iluminó toda la casa… Fui al piso de abajo a apagar aparatos; había gente durmiendo por todos los rincones.
21 de mayo, Iba
Esta mañana llegamos a Iba. Fue un vuelo de unos veinticinco minutos desde Manila. Durante las próximas seis semanas la locación estará ubicada aquí. Está en la costa pero no es tan bonito como Baler. O quizá no me parece porque hoy no hace buen tiempo; hay una luz gris y el viento levanta arena a través de la playa, hacia los camiones de equipamiento y la zona del comedor.
14:00 - Durante el almuerzo, el asistente de dirección pidió cuarenta voluntarios para ayudar porque se han roto las amarras de la lancha de la cámara y la lancha de patrulla está arrastrando el ancla. El tifón sigue avanzando hacia nosotros. La lluvia se intensifica y también el viento. Las láminas de plástico que habían puesto encima del techo de paja que cubre el comedor están empezando a dar latigazos; los sacos de arena no son suficientes para sujetarlas.
15:00 - El pronóstico meteorológico ha anunciado vientos de unos cien kilómetros por hora. Oigo a través de los walkie-talkies las instrucciones de atado todo. Ha empezado a llover en serio; no puedo ver a través del patio abierto donde están estacionados los camiones: hay una cortina gris de agua. El encargado de vestuario está hablando por la radio; las carpas donde guarda los trajes para unos ochocientos extras se están volando.
22 de mayo, Iba
Estoy sentada en uno de los salones del hotel. Francis está ensayando. Los sillones y sofás de madera tienen una capa de pintura dorada envejecida. Los tapizados son de plástico estampado con flores anaranjadas y las cortinas, verde palta. Hay dos grandes centros de flores artificiales, uno con girasoles de plástico y el otro con espigas de falso trigo pintado. Hay un piano blanco y varios ceniceros negros y uno de color turquesa. También hay una consola con un equipo de alta fidelidad y una mesita redonda con las patas en forma de V, de hierro envejecido. Tengo la sensación de haber visto un salón exactamente igual en otra parte. Quizás en algún libro de diseño de interiores de los años cincuenta. Era el salón de «antes». El de diseño danés moderno era el de «después».
Set del hospital de campaña, 16:00 - Estoy en una carpa, sentada en una mesa de operaciones. La lluvia viene y va. Ha refrescado, gracias a Dios. Desde aquí oigo cómo bombean el agua del río para inundar la zona que rodea las carpas. El camino ha desaparecido. Todos caminaron hasta aquí a través del barro. La mayoría de los nativos van descalzos. Me hundí en el barro y mis sandalias se quedaron ahí pegadas. Tuvo que ayudarme a salir un chico. Aquí en la carpa es la hora del té. El equipo italiano habla y toma café.
17:00 - El viento sopla cada vez más fuerte. Las cosas se deslizan solas por el suelo.
Cerca de mí hay un grupo de extras jóvenes. Hablan de sus cortes de pelo militares, de lo que les tardará en volver a crecer, sobre black-jack, sobre que les pagan 25 dólares al día y todavía no han tenido que hacer nada, excepto esperar. Hoy regresaron trescientos extras en ómnibus.
23 de mayo, Iba
Estoy en el helicóptero. Francis está verificando el exterior con el piloto, comprobándolo todo para asegurarse de que la tormenta de anoche no provocó daños. Es como ir sentado en un coche, con la diferencia de que la visibilidad es mejor. Están sacando los sacos de arena de los varaderos. Gray pasó por allí en coche y dijo que fue una suerte que nos quedáramos en Iba. Anoche, en el hotel de Olongapo no había agua ni electricidad y todo el mundo se metió en la piscina con pastillas de jabón. Varias personas pasaron la noche en la pileta; se había estropeado el aire acondicionado y las habitaciones eran como saunas llenas de mosquitos.
Bill Graham está aquí para hacer el papel de jefe de las conejitas de
Playboy
. Me describió la fabulosa suite del hotel Park Lane de Nueva York, en la que siempre se aloja, y me contó que en Londres siempre va al Savoy. Dice que se ha ganado el derecho de ser muy caprichoso con los sitios donde se aloja, que su personal lo sabe y que siempre le reservan las mejores habitaciones de los mejores hoteles. A causa del tifón, las últimas cuatro noches no ha tenido agua ni electricidad en ninguno de los hoteles donde se alojó. Bill me dice que va a llamar a su oficina y comenta la costumbre que tiene de estar siempre colgado del teléfono. Cuando los teléfonos no funcionaban en Manila, él seguía marcando números una y otra vez. En su oficina estaban convencidos de que lo echarían el primer día de filmación por desobediente. Estaban seguros de que sería incapaz de trabajar para nadie. Me pregunta el motivo por el cual Francis quiso que interpretara un papel, y me dice que estaba tan intrigado por el interés de Francis que decidió meterlo en su apretada agenda. Y que había tenido que hacer reprogramar todo un congreso en el que él era el orador principal.
Hoy es el segundo día de espera dentro de la carpa del hospital de campaña. Ya he tomado todas las fotos que deseaba. Dick White me ha dado todo un curso sobre el mantenimiento de helicópteros, los problemas en que hay que fijarse y las estadísticas de siniestros. Me contó la historia de un aterrizaje en una pequeña aldea hace unos meses, arriba en las montañas, un anochecer con mal tiempo. Descendió en el patio de una iglesia cerrada y abandonada. En la puerta todavía se leían los nombres de la gente que había hecho ofrendas un domingo de septiembre de 1974. Muchas de las ofrendas eran de tres centavos de dólar; seis centavos por persona era lo máximo. De pronto salieron unas cuantas personas del sótano de la iglesia, donde vivían, y se puso a hablar con ellos. Lo invitaron a comer y a dormir allí. Le dieron un poco de vino tinto de arroz, servido en un bol como de sopa y que aún contenía un poco de arroz. Tenía que sacar el arroz con la cuchara y luego beberse el vino. Se agarraron una buena borrachera pero al día siguiente no tuvieron resaca. Así que les compró tres botellas para llevárselas a casa. Esa gente guardaba las botellas enterradas en el suelo y las desenterraron para él.
Sigo pensando en todo lo que podría estar haciendo si estuviera en casa, en Manila. No estoy ayudando a Francis ni estoy filmando nada. Simplemente estoy esperando en esta especie de limbo. En esta carpa. Hay seis niños vietnamitas. Un puñado de materiales de utilería. Mesas de operaciones, cajas de cerveza americana, cartones de helado Foremost, material de maquillaje. Hay una mesa de televisión vacía y una mesa con té, café y refrescos. Hay tanques de aire comprimido. Algunos hombres traen somieres y los apilan. Hay botellas de suero. Un encargado de utilería norteamericano muy corpulento levantó a un filipino y finge que va a lanzarlo fuera, al barro. Están colocando unas mesas en el centro. Creo que están preparándose para servir el almuerzo aquí.
Una enfermera se está instalando en el otro extremo de la mesa a la que estoy sentada. Tiene ya una pequeña cola de hombres que necesitan atención: un corte en un dedo, una jaqueca, una astilla clavada, una erupción, y demás. Tengo tendencia a evitar mirar los problemas de los demás. Fuera, Dean se pelea con el nuevo utilero. Lo oigo decir:
-Bueno, pues entonces vete a tu casa.
Gray intenta hacer de árbitro. Creo que el utilero se marchó.
Joe Lombardi lleva el tractor como si fuera un cowboy, arrastrando el falso helicóptero por el camino, hacia el set.
Una de las patas del helicóptero se ha desprendido y ha herido a Joe en el pie. Todos se amontonan a su alrededor.
Los hombres del departamento de pintura han mezclado barro dentro de los cascos y están salpicando con él las paredes del hospital de campaña.
23 de mayo, Manila, al anochecer
A pesar de los avisos de tormenta, regresamos de Iba en el helicóptero. El piloto propuso iniciar el viaje y, si empeoraba la situación, aterrizar junto a la carretera y buscar a alguien que nos llevara hasta el hotel más próximo para pasar la noche. Volamos a muy poca altitud y teníamos la sensación de velocidad que no se tiene normalmente. El suelo parecía una pantalla en la que se proyectaban imágenes cambiantes del mar, la playa, casas, arrozales, colinas y montañas. Luego pasamos por una zona de estanques enormes y diques de contención. De vez en cuando se veía una zona más ancha en el dique, con una casa colocada sobre una pequeña parcela de tierra totalmente rodeada de agua; o una pequeña aldea de unas pocas hileras de casas, en una franja de tierra de cinco metros, con los botes como único medio de comunicación con el resto del mundo. Yo siempre creí que en estas zonas inundadas sólo había arrozales, pero el piloto me dijo que había piscifactorías, con unos cuarenta mil peces en cada estanque. También crían gambas y cangrejos. Durante todo el trayecto, la gente salía de sus cabañas y nos saludaba con la mano.
Cuando alcanzamos el puerto de Manila llovía a mares y había mucho viento. El helicóptero parecía volar de lado y desde él veíamos varios barcos destrozados por el temporal.
24 de mayo, Manila
Hace cinco días que llueve en Manila. En el patio de atrás hay más de un palmo de agua. Vino el casero y sacó la alfombra empapada, que realmente empezaba a apestar. Cecilia está intentando barrer el agua hacia la puerta lateral o por la rejilla que hay en el suelo del cuarto de baño.
Las bombas eléctricas que impulsan el agua hacia esta zona llevan cuatro días sin funcionar. Esta mañana me metí bajo la lluvia y llené un balde con agua de la piscina. Lo llevé al cuarto de baño para lavarme la cara y los dientes. Luego necesité dos baldes más para el inodoro.
Llevé a los niños a unas grandes tiendas para comprarles zapatillas. Tardamos casi tres horas. No fui capaz de comprender el funcionamiento hasta al cabo de un rato: primero uno toma una muestra de los zapatos que quiere y la lleva a un mostrador, donde debe esperar su turno hasta que una chica pide un par de su talle. Al cabo de unos quince minutos un chico trae los zapatos para que uno se los pruebe. Puesto que llegar hasta aquí lleva media hora, uno lo piensa dos veces antes de decir que no le van bien. Cuando uno dice que sí, una joven hace la factura por triplicado, con el viejo sistema de papel carbónico. Entonces toca un timbre y, al cabo de un rato, un muchacho aparece y se lleva el dinero y la factura a no sé dónde. Luego regresa con el cambio y un recibo de entrega. Uno lleva el recibo a otro mostrador y hace cola para que le entreguen su paquete. Los zapatos estaban todos en el entrepiso, pero el laberinto de mostradores para probarse, hacer la factura, envolver, etcétera, no estaba indicado con claridad. Resultó que mis botas de lluvia estaban en el departamento de señoras, las zapatillas de Sofía en el de niños, las de Roman en el de jóvenes y las de Gio en el de hombres, cada uno con su serie de mostradores. Llegó un momento en que me puse a mirar por el balcón y empecé a preguntarme cuánto tardarían y cuántos papeles carbónicos emplearían si me lanzaba al vacío y tenían que recogerme. Me senté en un banco y me eché a llorar como una tonta, pensando en Macy's
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y en mi tarjeta de crédito.
25 de mayo, Manila
Está lloviendo realmente fuerte. Hay mucho viento y las palmeras azotan la casa. Parece una de esas tormentas tropicales que uno lee en los diarios, y de las cuales no recuerda que hayan mencionando su tremendo mido. Tenemos que hablamos a gritos.
Es fantástico sentir el frescor, pero ahora estamos totalmente empapados. Todo está blando y empezando a llenarse de moho.
El domingo por la noche, Francis, Bill Graham y el equipo italiano se marcharon en ómnibus hacia Iba. Los aviones no pueden despegar con este tiempo. Les llevó ocho horas hacer un trayecto que suele durar cuatro, y al final tuvieron que detenerse porque el camino estaba hecho un barrial. Ayer no pudieron filmar, con lo cual imagino que Francis estará de un humor de perros.
Estuve en la oficina. Aquello parecía un cuartel, con el personal de producción inclinado sobre los mapas y tratando de decidir qué hacer. No hay conexión telefónica con Iba. La compañía había contratado a un hombre para teclear los mensajes en código Morse, pero ahora eso tampoco funciona. Querían coordinar la llegada de unos camiones hasta el camino para trasladar a la gente desde allí en embarcaciones. El camino que llega hasta el set de Pagsanjan también está cerrado, y la lancha de patrulla nueva que iba en camión desde Baler hasta Iba está atrapada en algún pueblo de montaña. No hay comunicación posible entre ninguno de los puntos.
26 de mayo, Manila
Hoy es el octavo día seguido de lluvia. Acabo de prepararles a Sofía y a sus amigos un poco de plastilina en la cocina. Están cantando
Jingle Bells
y Sofía está haciendo un precioso Santa Claus, con su trineo y sus renos y unas bolas de nieve.
Llamaron desde la oficina para avisar que toda la compañía regresa a Manila. Los sets de Iba han quedado destrozados por la tormenta. Probablemente Francis vendrá a casa esta noche, si pueden encontrar la manera de traerlo. Están reservando pasajes para mandar a la gente a casa, a Los Ángeles, a Nueva York y a Roma. Se interrumpe la producción.
18:00 - Mona me acaba de llamar para decirme que no espere a Francis. Al final, mañana van a filmar. Un helicóptero logró llegar y se llevó a Francis y al equipo de camarógrafos al set de Iba. Francis quiere lluvia para la escena del hospital de campaña, de modo que ahora esperan que siga lloviendo hasta mañana. Mona me contó que el perito de la compañía aseguradora vendrá desde Singapur para evaluar los daños del tifón, pero de pronto tuvo que colgar porque debajo de su mesa había un ratón o una cucaracha tan grande que se podía cabalgar encima.
27 de mayo, Manila
Luciano es un corpulento romano con una gran melena. Parece un gladiador. El domingo estuvo en casa con su mujer. Acaban de adoptar un bebé filipino de dos días. Se sentó en la silla de Francis, con su hijo en brazos, realmente radiante. El bebé pesa menos de tres kilos; apenas llenaba la palma de la mano de Luciano. Le han puesto Fabrizio.
Maureen, la vecina de al lado, nos llevó a Sofía y a mí, con su hija pequeña Claire, a ver un grupo de danza de Mindanao. Actuaron en el pequeño salón de baile de un hotel. Nos sentamos en una mesa en primera fila. El programa empezó con unos bailes bastante atléticos, en los que usaban lanzas falsas. Los largos palos parecían casi rozamos las cabezas y a veces uno golpeaba la pared del diminuto escenario. Yo tenía la esperanza de ver telas espléndidas en sus trajes. Había muy pocas, pero la falda y el turbante más preciosos hechos a mano estaban combinados con una blusa de poliéster que parecía recién sacada del Woolworth's
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