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Authors: Delphine Bertholon

Tags: #Drama, romántico

Nunca olvides que te quiero (11 page)

BOOK: Nunca olvides que te quiero
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Papy me había prometido que me llevaría a Tokio cuando cumpliera doce años. Teníamos que ir a ver a Hikari y aquel habría sido mi primer GRAN VIAJE. Nunca he ido en avión, y Japón habría sido mi primera vez. Pero claro, Hikari me debe de odiar con tantas cartas a las que no puedo responder, y eso me da ganas de empezar a girar sobre mí misma hasta que no me tenga en pie. ¡Hay tantas cosas que aún no he hecho nunca…!

Cuando se publicó el libro el año pasado, Papy me dedicó el primer ejemplar, la «primera tirada», como dicen en el ramo. Escribió: PARATWIST, LA QUE DA COLOR A MI VIDA. Mi abuelo suele escribir en mayúsculas; cuando le pregunté por qué, me respondió partiéndose el pecho que era algo «viril», y cuando quise saber qué quería decir «viril», contestó que quería decir «fuerte»: por eso yo también escribo las cosas que son muy fuertes en mayúsculas. En la portada hay una foto tomada en el lago azul cuando yo tenía nueve años, un día en que íbamos de excursión. Pasé un frío de muerte, pues nos encontrábamos a mucha altura y el agua estaba helada como la nieve, tanto que cortaba la respiración. De repente, mamá discutió con Papy, le dijo que por su culpa me pondría enferma, pues ya tenía los labios completamente azules (pero mamá siempre tiene miedo a que me ponga enferma y yo no me pongo nunca enferma). Es una foto muy chula y espero que ahora mismo todo el mundo la mire y piense en mí. En el libro de Stanislas, escribí en turquesa: «Para el profe de tenis que más mola, M. E.» y dibujé un corazón rojo atravesado por una flecha. Estuvo tan contento que me abrazó y me lanzó por los aires diciendo que yo era su «alumna más molona», y aquel fue el mejor día de mi vida.

En fin…

A veces me pregunto si R. conoce el libro, pero claro, preguntárselo: IMPOSIBLE.

(Ahí viene.)

MIS MUÑECAS

En toda mi vida no he hecho más que huir.

Huir de lo cotidiano, como si para mí fuera poco la vida familiar. Tantos viajes, reportajes, vivacs, hoteles y aeropuertos… Tantos años inmortalizando la muerte, los tanques y los cielos plomizos…

El odio: mi fondo comercial.

Pues vuestro amor: mis cadenas.

Mis mujeres: mis cadenas.

Mi hogar: mis cadenas.

Pero toda esta libertad: ¡ridícula! Mis grandes ambiciones: ¡ridículas!

Por supuesto, creía ser un hombre, pero no estuve donde tenía que estar un hombre, nunca he sido más que un crío que lo quería todo a la vez… ¡la ilusión del heroísmo es tan confortable, y la vida hace tanto daño!

Ha tenido que morir vuestra madre, ha tenido que morir para que yo me diera cuenta de que todo lo que quería era estar cerca de vosotros / vivir a vuestro lado / morir a vuestro lado. Toda mi vida quise crear para que existiera algo en vez de nada. La Nada ha vencido. Toda mi vida he buscado un sentido pero no he encontrado nada. Y durante ese tiempo, vuestra madre, muerta sin que yo le haya dicho te quiero, años sin decir te quiero… ¡esta evidencia! ¿Qué sentido tiene remachar tal evidencia?

Como siempre: me equivoqué.

Erais mi país, pero el mundo es tan grande que no comprendí que el mundo erais vosotros. Ese miedo de estar prisionero, ¡y encadenado por mí mismo!

Me reí de vosotros (Madison), oh, con ternura, pero me reí. Léonore, un baile a pesar de todo, claro: ¡no había más que mirarla y nacía la música! Mi Twist, mi tercera muñeca, aquella con la que habría podido expiar.

Pero me la robaron.

Me la robaron y sin duda ella tenía razón, sin duda se ha vuelto minúscula a fuerza de que yo la inmovilizara en mis papeles. ¿Es posible que se haya convertido en algo tan pequeño (una partícula, un quark) que ya no se la pueda detectar…?

Ya sé, ya sé lo que dicen (¡Su investigación! ¡Palos de ciego!), ya sé, pero ellos no saben nada.

¿Cómo decolorar lo que nunca ha tenido color?

Igual la sombra / Igual la luz.

Sin cesar, muñecas mías, lo peor supera lo peor.

Ya no sé cómo vivir. Lo intento, pero ya no vale un pimiento.

No tengo miedo: ¡la última rebelión de un viejo, ignorante toda su vida!

He amado la vida. La he amado demasiado y me he saciado de ella / hasta enfermar. Y hoy, juzgar en mi alma y conciencia que ya no vale la pena. Partir hacia el infinito, helarse en el infierno o, por la gracia de Dios (¡dios!), reencontrar a mi Lucie y pedirle perdón,

Perdón por haber estado siempre

(en otra parte)

Perdón por haberos amado

(tan mal)

Perdón, pero mi corazón,

ahí está atropellado al borde de todas esas rutas

surcadas en vano,

esos desiertos / esas llanuras / esas ciudades ocupadas,

nunca he comprendido nada, nunca, pero quizá hoy hago lo que hay que hacer,

por primera vez

lo que hay que hacer,

y más allá de los tiempos y más allá de las noches,

(muñecas mías),

sigo siendo vuestro padre.

Guéthary, 2 de noviembre,

9
o
, cielo blanco, mar negro

Cariño:

Por primera vez desde hace un año y medio estoy contenta de que no estés aquí. No, eso no es exactamente lo que quiero decir.

Pero.

Sé que nunca leerás estas cartas. Si un día te encontramos sana y salva (no abandonaré nunca, Madi, nunca. ¡Que me traigan tus restos a la puerta para obligarme a abandonar! ¡Que me los traigan!), las quemaré en la chimenea porque estarás en mis brazos y las palabras, todas estas palabras, ya no tendrán sentido.

Sé que nunca leerás estas cartas, por ello te revelo la verdad. Cruda, sucia, triste, sí, esta verdad es una auténtica marranada, Madi.

No hay poesía.

A él, tu abuelo, mi padre, ¡sin duda su acto le pareció poético! ¡Valiente! ¡Artístico! «Ultima rebelión», escribió. ¡El día de Todos los Santos…! Eso, los símbolos, su manía, ¡los símbolos! Siempre egoísta, siempre, ¡este padre jamás pensó en nadie más que en él! ¡Tras sus grandes discursos humanistas! ¡Este arte! ¡Esta tara! ¿Poesía? ¡No hay más que ira! Voy a desbordar de ira, cariño, soy un embalse que explota, ¿comprendes? ¡Exploto!

¿Poética la silla tumbada sobre la vieja marca que dejaron los aceites de motor?

¿Poético su cuerpo en el fondo del garaje, colgando de un hilo como una marioneta?

¿Poética la puerta corrediza con forma de horca?

¿Poético ese cadalso… esos ojos en blanco?

¡Poesía, y qué más!

¡Ridículo, sí! Él mismo encontró la palabra justa: ¡ridículo! Toda su vida ridícula, ¡este padre! ¿Y yo decía que el ridículo no mata?

Yo también:

«Como siempre: me equivoqué.»

Durante toda nuestra infancia, nuestra madre lloró en las soperas. No perdió de vista la televisión, el teléfono, el correo. Y cuando él estaba en casa, espiaba cada uno de sus gestos para saber dónde… la amante, cuándo, cómo y de qué edad.

Y yo amaba a este padre. Le amaba como amamos sistemáticamente aquello que se nos escapa.

Le amábamos.

Le amábamos casi tanto como te amo a ti, cariño.

Casi tanto.

De uno en uno vais desapareciendo como aquellas siluetas contra las que se tira en la feria.

Las noches con él, colocando las películas en cajitas en el salón. Los días enteros esperando frente a la habitación oscura a que saliera por fin y se dignara mirarnos. Todo lo que traía, aquellos manjares que no habíamos probado nunca. ¡Las partidas de dardos, de billar, y luego de tiro al arco! Las mañanas en el lago, en verano, con su bañador a rayas y nuestra madre, radiante, que devoraba con los ojos a ese Dios universal. Y las imágenes de otros lugares, las que hacían soñar. El mundo, tan vasto, y nosotros sin saber qué hacer en ese estúpido piso parisino, la ciudad cuna de los periódicos que nos daban de comer. Ansiábamos disfrutar de nuestro padre durante más tiempo. ¡Una sola palabra de él y nos habríamos marchado para seguirle, a donde fuera, como fuera, al precio que fuera… con tal de estar con él!

Una palabra que él nunca pronunció.

Todo lo que sabía decir era hasta la vista.

Una vez más lo ha conseguido.

Nunca olvides que te quiero.

TU MAMÁ, HUÉRFANA

La isla desierta

—¡«Para el profe de tenis que más mola»!

Tumbada de forma extraña en mi cama, con los pies contra la pared dentro de sus botines de helio, Louison sostenía el libro cual una sombrilla por encima de su rostro. Se dio la vuelta para mirarme, mientras yo servía el enésimo vodka en unos vasitos blancos con forma de dedal. Sonreí y encendí un cigarrillo.

—Creo que estaba un poco enamorada de mí.

—Cuando yo era pequeña —declaró ella volviendo a su posición inicial—, me enamoré de mi profe de música, el señor Tournel, en quinto. Te lo juro, se parecía a Rimbaud, tenía los ojos grises y el pelo oscuro peinado a lo zuavo… ¡Un poco como tú! Estaba loca por él. ¿Sabes? La primera vez que me masturbé, lo hice pensando en él.

Hice girar el líquido viscoso en el vaso, sin saber muy bien adonde quería ir a parar ella, si me estaba excitando o simplemente se había emborrachado. Pero como parecía decidida a contarme la anécdota, me senté en el suelo con la espalda apoyada en el radiador.

—Desde hacía algún tiempo, dormía con la almohada entre las piernas, así, ¿ves? —Cogió la mía y se la metió entre los muslos—. Probablemente tenía la idea de que era agradable, pero nunca había ocurrido nada. Además, no es el tipo de rollo del que hablas con las colegas en quinto, ya me entiendes… Pensándolo bien, ahora tampoco. Parece mentira lo remilgadas que son las chicas en esto, ¿verdad?

—Sí —solté, sin saber qué otra cosa responder, hipnotizado por mi almohada entre sus muslos.

—De noche imaginaba que era una chica de campo encerrada desnuda en un ataúd de cristal por una banda de piratas sanguinarios; era mi gran fantasía en aquella época, no me preguntes por qué, es increíble lo que me excitaba eso del ataúd. En fin. De modo que me acariciaba mientras me contaba a mí misma la historia de los piratas, el miedo que me daba que me violaran, y de pronto el señor Tournel aparecía por encima del cristal, vestido con harapos, como un náufrago, con los pectorales bronceados que destacaban bajo la tela que levantaba el viento. Veía su rostro al trasluz inclinado hacia mí, como si se dispusiera a besarme. Sabía que me veía completamente desnuda y la situación era bastante embarazosa, pero, cómo no, aquel era mi pasaje preferido. Entonces, apretaba la almohada entre las piernas y …¡de repente fue una auténtica explosión! Te juro que me angustió, fue muy fuerte… Hasta pensé que estaba enferma. Una sensación tan distinta de todo lo vivido hasta entonces…

Se quedó en silencio un momento, claramente perdida en los pasillos de sus recuerdos. Yo la miraba fijamente sin tener la menor idea de lo que tenía que hacer. Me planteé seriamente lanzarme sobre ella, pero el canguelo me paralizaba, me impedía hacer cualquier movimiento. ¡Todo era tan fácil con las otras! ¡Todo había sido siempre tan fácil! Louison era mi castigo por aquellos años de desenfreno y de conquistas pasivas, una especie de tortura militar: suplicio de la gota, desgarro, evisceración. Por otro lado, tenía unas ganas terribles de vomitar y no sabía con certeza si el abuso del vodka era la causa o si ella, y solo ella, me provocaba vértigo. Con un gesto brusco, Louison cogió la almohada y la lanzó al otro lado del estudio.

—Ahora se ha convertido en una rutina —dijo con un suspiro—. ¡Y pienso en cosas mucho menos católicas! Es triste envejecer.

—Para mí eran los catálogos de 3 Suisses. Las páginas de lencería… ¡Hay que reconocer que tu historia es mucho más rebuscada que la mía!

—¡Por supuesto! A mí lo que me encanta son las páginas de «intimidad» con señoras de esas tan dignas con un falo artificial en la mejilla.

—Exactamente; ¡y debajo la referencia «Utensilios para el masaje»!

—Tienes razón, ¡utensilios para el masaje! —Se rió ella antes de liquidar el vodka—. ¡Hablas con unas perífrasis…! En fin, esperemos que los pequeños perversos como tú no aprendan demasiado pronto todas las sutilezas del mundo moderno…

El disco se paró. Lo cambié, sustituí a Chet Baker por Eddy Louiss y luego fui a echarme agua en la cara. Ante el espejo, jadeé frente a un piel roja enfermo, sensación agravada por los reflejos verduscos de las baldosas que me jaspeaban la tez como si tuviera manchas de moho en la piel. Cuando volví del baño, bastante más airoso, Louison había cogido de nuevo
Twist
y lo hojeaba con atención. No me lanzó ninguna mirada, absorbida como estaba por el libro, o simulando estarlo. Me senté de nuevo como un desgraciado contra el radiador, y la observé: se detenía mucho tiempo en cada página, estudiando el trabajo de Francis Capdevielle como una alumna aplicada, moviendo el ojo bajo su flequillo rubio. Durante la cena me había enterado de que ella era también fotógrafa, aunque de momento neófita. Me enteré de que había estado en Bellas Artes, pero no soltó nada de los talleres con cristalera que iban a acabar destrozándome unos ocho meses más tarde.

—¿Sabías que Helmut Newton era daltónico? —me dijo por fin—. Estaba orgulloso de serlo. Siempre decía: «¡Es algo que nunca me ha impedido ver!».

Sin consciencia de ello, me levanté y fui a sentarme a su lado en la cama. Miramos la última imagen: Madison con un vestido vaporoso y una sofisticada espiral en la cabeza —sin duda una de sus creaciones—, suspendida de un árbol como un pez en el anzuelo. En segundo plano pude reconocer, desdibujado, el cobertizo de herramientas de mi casa. Louison levantó la vista.

—¿Así que está muerto? Capdevielle…

—Se suicidó.

—¿Por esto? ¿Por su libro?

—No lo sé… En parte, sin duda. Durante la investigación es posible que pensara que sus fotos habían incitado a alguien. Que si no se hubiera publicado el libro, no habría ocurrido nada. Era una persona seria, pero también algo radical…

—Yo creo que simplemente se sentía demasiado desgraciado por haber perdido a su pequeña. Viendo estas fotos te das cuenta de hasta qué punto la quería… Nadie hace un trabajo así sin sentir un amor extraordinario.

A petición suya, le había dejado leer mi último cuento, un relato sobre una mujer en un país sin nombre devastado por la guerra y ya había captado en ella cierta sensibilidad. Pero ante
Twist
se había conmovido profundamente: recuerdo que durante un segundo incluso pensé que se iba a echar a llorar. Tal vez los humanos la dejaban fría, pero en cuanto se trataba de arte, Louison era de lo más sensible. Aquella primera noche intuí que no era lo que daba a entender: durante toda nuestra relación me aferré a ese instante en que un corazón se manifestó tras la pantalla irónica que proyectaba al mundo para protegerse de él.

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