Read Panteón Online

Authors: Laura Gallego García

Panteón (10 page)

BOOK: Panteón
4.93Mb size Format: txt, pdf, ePub
ads

—¡Buscamos a Ymur, el sacerdote! —gritó Ydeon.

—¡Basura! —chilló el desconocido, con voz aguda—. ¡Nada más que un pedazo de escoria! ¡Eso es lo que eres!

Shail parpadeó, confuso. Ydeon, sin embargo, no parecía ofendido.

—¿Conoces a Ymur? —insistió.

El otro se rió como un loco y trepó a lo alto de una columna, donde se sentó y se puso a rascarse un pie.

—¡Cómo has osado dejarte ver! —le espetó—. ¡Vuelve al lugar del que procedes, sobras, restos, desperdicios!

Shail no sabía si enfadarse o echarse a reír.

—Está completamente chiflado —murmuró.

—¡No deberías estar aquí! —seguía berreando el humano—. ¡Profanando esta tierra con tu sucia presencia! ¡Fuera de aquí! ¡Vete! ¡Largo!

Se puso en pie y lanzó un agudo chillido. Después, empezó a tirarse del pelo y a arrancárselo a mechones, mientras lloraba desconsoladamente.

—¡Bastaaaaaa! —aulló—. ¡Callaos ya, malditos! ¡Malditos! ¡Canallas! ¿Por qué me hacéis esto?

Empezó a dar saltos sobre la columna.

—¡Se va a matar! —dijo Shail, alarmado.

Para cuando el hombre se arrojó al vacío desde lo alto de la pilastra, el mago ya tenía preparado un hechizo de levitación. El último grito agónico del loco suicida finalizó en un quejoso llanto apagado mientras su cuerpo flotaba suavemente hasta el suelo. Shail se apresuró a acercarse al lugar donde había quedado tendido, hecho un guiñapo. En dos zancadas, Ydeon lo alcanzó.

El hombre seguía llorando, encogido sobre sí mismo, y no podían verle el rostro, oculto tras una maraña de greñas de color gris.

—Ojalá supiéramos quién es —murmuró Shail— y cómo ha llegado a este estado.

—Se llama Deimar —dijo una voz a sus espaldas—. En cuanto a la segunda cuestión, me temo que aún no tengo una respuesta.

Ydeon y Shail se volvieron. Tras ellos estaba Ymur, el sacerdote, observándolos con gravedad. Cargaba sobre sus poderosos hombros un enorme bulto peludo.

—¿Habéis cenado ya? —preguntó—. Porque yo me muero de hambre.

—Me costó reconocerlo cuando lo vi —dijo Ymur un rato después, cuando estaban los tres sentados en torno a la hoguera, y el loco dormitaba en un rincón, bajo los efectos de un conjuro sedante—. Deimar era un hombre cuerdo cuando abandonó Nanhai hace diecisiete años. Me pidió que me marchara con él a Awa, pero no quise dejar este lugar, ni siquiera después de que fuera destruido.

—¿Os conocíais bien?

Ymur suspiró.

—No —admitió—. Habitábamos los dos en el Oráculo, pero apenas teníamos relación... hasta que llegó la conjunción astral, y poco después, el ataque de los sheks. Lo último que recuerdo fue que el techo se derrumbaba sobre mi cabeza, y que hacía mucho frío... Cuando recuperé el sentido no podía creer que siguiera vivo. Todos los hermanos y hermanas del Oráculo habían muerto: el abad Yskar, los sacerdotes y sacerdotisas... Nunca llegué a conocerlos bien, pero en ese momento los eché de menos. Pensé que era el único superviviente, hasta que encontré a Deimar entre los escombros.

Hizo una pausa y contempló el fuego durante unos instantes, pensativo.

—Cuando se recuperó de sus heridas —prosiguió— se despidió de mí y se fue. Tenía entonces otro aspecto muy distinto. Y su mente estaba sana.

»Hace varios meses volvió a aparecer por aquí, los dioses saben cómo, en el estado lamentable en el que está. Llevo desde entonces cuidando de él, esperando que me diga algo coherente que pueda darme una pista acerca del mal que lo aqueja. Lo he dejado solo otras veces, como cuando fui a ver qué era esa extraña fuerza que sacudía las montañas. Nunca antes había intentado suicidarse.

—Quizá hicimos o dijimos algo que lo asustó —aventuró Shail.

Ymur negó con la cabeza.

—Últimamente se estaba poniendo peor, de eso estoy seguro Sobre todo por las noches, así que estos días he procurado no alejarme demasiado, o regresar antes del último atardecer. Hoy me he retrasado un poco. —Hizo una pausa—. Otros asuntos requerían mi atención... lejos de aquí.

Shail se enderezó.

—Todavía hay movimientos sísmicos en la cordillera. Hemos oído el sonido de los aludes cuando veníamos hacia aquí. ¿Te refieres a eso?

—Ese es uno de los asuntos que me preocupan, sí. Pero no es el único. Por lo visto, Nanhai se está llenando de extraños visitantes en los últimos tiempos. Una criatura salvaje vaga por las cuevas del este. Dejó malherido a un gigante, y no hay muchas bestias capaces de hacer eso.

—¿Por qué te avisaron a ti? —quiso saber Ydeon.

—Porque no sabían muy bien qué era, si un humano o un animal. Si era un animal, tratarían de darle caza; si se trataba de un ser humano, intentarían capturarlo sin hacerle daño. Pensé que podría ser alguien como Deimar, un humano que hubiese perdido el juicio. Pero después de verlo... ya no sé qué pensar.

»Por fortuna, parece que el ataque de locura asesina ya se le ha pasado, porque ahora rehúye los lugares poblados y se ha escondido en una caverna más apartada. De momento sigue ahí. Los habitantes de la zona lo vigilan discretamente a distancia, tratando de averiguar qué es exactamente.

Shail desvió la mirada, turbado. Ymur lo notó.

—¿Sabes acaso de qué estoy hablando?

—Me parece que sí —repuso el mago—. Sin embargo, no estoy muy seguro de poder resolver vuestro dilema. Porque creo que puedo deciros
quién
es esa criatura... pero no
qué
es.

Los dos gigantes lo miraron con cierta sorpresa.

—Y si es quien creo que es —prosiguió Shail—, tengo que ver en qué se ha convertido. Si es quien creo que es...

Su voz se apagó, pero sus pensamientos seguían dando vueltas. «Si es quien creo que es, una vez fue mi amigo. Antes de la noche del Triple Plenilunio».

—Pareces saber muchas cosas, mago —comentó Ymur—. Muchas, para ser tan joven. Yo llevo dos siglos estudiando los misterios del mundo, y sin embargo hay cosas para las que todavía no tengo explicación. Como la presencia de ese hombre-bestia en Nanhai. O esa cosa invisible que está destrozando la cordillera.

—De la presencia del hombre-bestia tengo mucho que decir —asintió Shail—, pero no sin haber comprobado antes si estoy en lo cierto. En cuanto a esa... manifestación invisible que sacude las rocas de Nanhai, no tengo certezas. Sólo suposiciones.

—¿Te refieres a la teoría de que se trata de un dios que ha descendido al mundo? —Ymur negó con la cabeza—. Si esa es la respuesta al misterio, entonces habría preferido no formular ninguna pregunta.

Shail no respondió.

—Ya ha llegado mi nuevo dragón —dijo Kimara, sonriendo sin poder evitarlo—. Es de color rojo, como Fagnor, el dragón que tenía Kestra. Te he hablado de Kestra, ¿verdad? —Victoria asintió con una sonrisa—. Es maravilloso, o debería decir que es maravillosa, porque parece una hembra. Es un poco más pequeña que los otros dragones, pero de líneas más suaves y rasgos más dulces. Tanawe está empezando a fabricar dragonas también, ¿no es increíble?

—Sí que lo es —asintió Victoria.

Paseaban las dos por el mirador, bajo la luz del primer atardecer. Victoria ya caminaba, aunque todavía tenía que apoyarse en alguien; y, aunque Kimara tendía inconscientemente a acelerar el paso, Victoria se esforzaba por seguirla.

—Me muero de ganas de probarla. Parece mucho más fuerte y rápida que el dragón que piloté en Awa. Y ya no quiero otro dragón dorado. Se lo he dicho a Tanawe. Las dos estamos de acuerdo en que Yandrak debe ser el único dragón dorado de Idhún. Además... de esta forma, tanto los sheks como los pilotos de dragones lo reconocerán desde lejos cuando lidere a nuestras escuadras en la batalla.

Victoria se detuvo en seco y la miró.

—¿Jack se va con vosotros a Kash-Tar?

Kimara cambió el peso de una pierna a otra, incómoda.

—Bueno... no exactamente. Nosotros nos vamos mañana y él no va a abandonarte ahora, en tu estado... Pero estaba hablando de futuras batallas. A todos nos gustaría que un verdadero dragón nos guiara en la lucha contra los sheks... aunque a ti no te gusta que luche contra los sheks, ¿verdad?

—No mucho. Incluso con los dragones de Tanawe cubriéndole las espaldas, no deja de ser peligroso. Los sheks son criaturas poderosas.

Kimara dejó escapar un suspiro de impaciencia.

—¿Cómo pueden gustarte esos monstruos, Victoria? Jack los aborrece, y el único motivo por el que ya no quiere matarlos es que a ti te disgusta eso. ¡No puedes pedirle que renuncie a su instinto de dragón!

—Se lo pido porque quiero que siga con vida, Kimara. Los sheks me parecen hermosos, pero no he olvidado que son letales, y que odian a Jack con todas sus fuerzas. ¿Está mal que quiera protegerlo?

Kimara la miró de reojo.

—A pesar de eso, sientes algo por uno de ellos.

Victoria bajó la cabeza.

—O él siente algo por ti —prosiguió la semiyan.

—Eso era antes. Hace tiempo que no sé nada de él. Yo he cambiado mucho y... quién sabe, puede que él haya cambiado también.

—Por mucho que haya cambiado, dudo que nada pueda extirpar el instinto asesino de su negro corazón —respondió Kimara con rencor.

Victoria no respondió. En otro tiempo habría defendido a Christian, pero en aquellos momentos no encontró nada que decir. Quizá porque, cuando recordaba al shek, el frío y el miedo se adueñaban de su alma. «Pero yo le quería», pensaba a menudo. Y, sin embargo, ya no era capaz de recordarlo con cariño. Se llevó la mano al anillo de Christian, que todavía llevaba puesto. Ya no la reconfortaba. Le transmitía frío y oscuridad, y la siniestra mirada de aquella piedra de cristal le daba escalofríos. Con todo, no se lo había quitado ni una sola vez. Porque, aunque aún no sabía si de verdad deseaba seguir ligada a Christian, tampoco quería traicionarle. Aquel anillo era uno de los símbolos de su poder, le había dicho en una ocasión: un poder oscuro y letal, pero que era también parte de su alma helada. Victoria se sentía responsable por ello. Sentía que él le había entregado algo muy valioso, y que debía cuidarlo con todo el cariño del que fuera capaz. Porque él confiaba en ella. «O confiaba en Lunnaris, el unicornio», pensaba Victoria a menudo, con amargura. A veces soñaba que él regresaba, la miraba a los ojos y ponía esa extraña cara de decepción que se le escapaba a Jack al perderse en su mirada. Soñaba que él le pedía que le devolviera el anillo. «Ya no eres digna de llevarlo», le decía. «Solo eres una pobre chiquilla asustada». Y entonces ella, a pesar del miedo que sentía, a pesar de que una garra de hielo oprimía su corazón ante su mera presencia, lloraba la pérdida de Christian, lloraba su ausencia, lloraba cuando él daba media vuelta y se alejaba de ella sin mirar atrás. Las lágrimas se congelaban sobre sus mejillas, como el rocío en la madrugada, pero Victoria seguía echando de menos al shek, y corría tras él... y cada paso que daba la congelaba un poquito más.

Solía despertarse, temblando de miedo y de frío, en los brazos de Jack. El la consolaba con su cálido abrazo, y Victoria se sentía mejor, pero era solo un momento... hasta que el fuego de Jack la abrasaba por dentro.

«Ya no soy capaz de resistir a ninguno de los dos», pensó.

Tiempo atrás, su abuela le había hablado del aura. Le había dicho que todas las personas irradian un suave halo de energía, que las hadas ven con facilidad, pero que pocos humanos pueden detectar. Le había dicho que el aura de Jack y de Christian —y en aquel entonces también la de la propia Victoria— era brillante y poderosa, mucho más que la de cualquier otra persona. La más poderosa de las tres era la de Christian, una aureola blanco-azulada tan fría como el hielo. Pero eso era antes de que Jack aprendiera a transformarse en dragón, antes de que Victoria asumiera del todo su esencia de unicornio. Después se habían separado. Victoria había vuelto a encontrarse con Allegra en Nurgon, después de la supuesta muerte de Jack. Entonces ella ya era un unicornio del todo, pero su aura, tan poderosa como debía ser, estaba, sin embargo, preñada de tinieblas. Y Allegra la había mirado con miedo, con el mismo miedo con el que Victoria miraba a Christian en sus sueños.

Y luego se había marchado de Nurgon en busca de Christian, en busca de venganza. No había vuelto a ver a su abuela. Y ya no la vería nunca más.

Había llorado su muerte amargamente, la muerte de quien había sido como una madre para ella. Allegra no había llegado a ver al unicornio en todo su esplendor, ni tampoco el aura de la criatura, valiente, serena y rebosante de luz, que se había enfrentado a Ashran, como habían predicho los Oráculos. Y ahora ya no quedaba nada de todo eso. De haber estado allí, Allegra no habría percibido nada extraordinario en ella.

La echaba de menos. A Allegra, y también a Shail.

Y ahora, el aura de Jack la quemaba, la devoraba. Y seguía queriéndolo, pero se sentía pequeña e insignificante a su lado... preguntándose cuánto tiempo más podría soportarlo.

—Es por eso por lo que Jack defiende a ese shek, ¿no? —preguntó entonces Kimara—. Es por ti.

Victoria le dirigió una mirada cansada.

—Supongo que sí. Pero ya no vale la pena el esfuerzo, ¿verdad? No por mí. Quizá por la que fui un día, pero 
no
 por lo que soy ahora.

—Yo no he dicho eso... —protestó Kimara.

—Y cuando se den cuenta de ello —prosiguió ella— pensarán que ya no tienen motivos para controlar su odio. Y se matarán el uno al otro.

Se apoyó sobre la balaustrada, agotada; pero no era sólo un cansancio físico. Kimara le pasó una mano por los hombros.

—No te atormentes. Has sufrido mucho. Ese bastardo de Ashran te hizo mucho daño. Tardarás un tiempo en recuperarte, pero entonces volverás a ser la de siempre. Jack te esperará. Sabes que lo hará.

Victoria la miró, llena de incertidumbre. Kimara le sonrió, y la joven terminó por sonreír también.

Alguien salió al mirador, y las dos se volvieron para ver quién era.

—¡Jack! —saludó Kimara—. ¿Has visto mi nuevo dragón?

—No he tenido el gusto —respondió él, cauto. Los dragones artificiales le inspiraban sentimientos contradictorios. Por un lado, lo reconfortaba verlos volar. Le hacían sentirse como en casa, en un hogar que no había conocido pero que, a pesar de todo, añoraba. Por otro lado, sabía perfectamente que no eran dragones de verdad, porque no había ningún otro dragón en el mundo, aparte de él, y eso lo llenaba de frustración, de dolor y de ira.

BOOK: Panteón
4.93Mb size Format: txt, pdf, ePub
ads

Other books

Trust by Sherri Hayes
1957 - The Guilty Are Afraid by James Hadley Chase
Inked In (Tattooed Love) by Knowles, Tamara
Children of the Wolf by Jane Yolen
Miss Chopsticks by Xinran
Back To Me by Unknown