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Authors: Laura Gallego García

Panteón (7 page)

BOOK: Panteón
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Qaydar se volvió hacia Kimara.

—Tienes quince días para pensártelo. Sé que deseas marcharte ahora, pero ¿sabes?... no es un buen momento. Las cosas están cambiando, para bien o para mal. ¿Entiendes?

La semiyan asintió.

—Entiendo.

—Está anocheciendo, Tanawe. Pediré que te preparen una habitación. Después podremos cenar juntos, si lo deseas, pero ahora... hay otros asuntos que requieren mi atención. Buenas tardes, señoras.

Con una breve inclinación, Qaydar se despidió de ellas y volvió a entrar en la torre.

—¿Las cosas están cambiando? —repitió Tanawe—. ¿A qué se refiere?

Kimara recordó la petición de Jack.

—A nada en particular —mintió—. Ya sabes cómo es... ve conspiraciones y profecías en todas partes. —Alzó la mirada hacia ella—. Quince días, Tanawe. Sigo queriendo ir con vosotros, pero no me necesitáis, al menos no de momento; y, después de todo, Qaydar sigue siendo mi maestro.

—Me habría gustado contar contigo para poner a punto a los dragones, pero entiendo tu postura, y la respeto.

«No es por Qaydar», se dijo Kimara. «Es por ti, Victoria. Qaydar tiene razón: estoy en deuda contigo, y puede que estos días necesites a una amiga cerca».

Shail observó con aprensión la reluciente pierna metálica que Ydeon le mostraba.

—No puedes estar hablando en serio —dijo. Era la enésima vez que repetía aquellas palabras.

El gigante sacudió la cabeza.

—Ha estado toda la noche dentro del hexágono de poder que tú mismo creaste, empapándose de energía mágica. Ha costado mucho trabajo, pero ya está lista, estoy seguro de que has notado los cambios. ¿Vas a echarte atrás ahora?

El mago contempló la pierna artificial. Era cierto que, si se quedaba mirándola fijamente, podía apreciar una leve palpitación en su superficie, pulida y brillante. Suspiró.

—¿Y cómo esperas acoplar eso a mi muñón? Por muy viva que parezca estar, no es una parte de mí.

—Y, sin embargo, desea ser una parte de ti, porque es tu magia la que le ha otorgado la vida, y porque es una pierna que cree ser de carne y hueso. Necesita un cuerpo en el que acoplarse. Pero tú ya deberías saber de estas cosas. ¿Acaso no eres un mago?

Shail dudó. Sí, era cierto, un mago mantenía su mente abierta a todas las posibilidades de la magia; un mago creía en lo increíble. Particularmente él, que había visto en la Tierra cómo la energía podía mover cosas artificiales; que había asistido allí mismo, en Idhún, al despegue de los fabulosos dragones de Tanawe, máquinas que cobraban vida gracias a la magia. «Pero no eran dragones de verdad», se dijo. «Aunque lo parecieran».

No obstante, habían sido reales para mucha gente, personas que habían luchado por la libertad de Idhún bajo la sombra de sus grandes alas. Eran máquinas, pero habían sustituido a los verdaderos con gran eficacia. Igual que las máquinas de la Tierra sustituían a muchas otras cosas.

«Para llenar un vacío», pensó de pronto. «Para eso sirven estos objetos».

Tras una breve vacilación, se subió lentamente el bajo de la túnica y se remangó el pantalón hasta dejar al descubierto el muñón de la pierna derecha, que las hadas le habían amputado tiempo atrás, en el bosque de Awa, para impedir que el veneno de un shek se extendiese al resto de su cuerpo.

Ydeon hizo ademán de acercarle la pierna artificial, pero Shail lo detuvo con un gesto.

—No. Lo haré yo mismo.

Tomó el miembro de metal con ambas manos. Le sorprendió sentirlo cálido entre sus dedos. También le pareció que palpitaba. Respiró hondo y lo acercó al muñón, como quien intenta calzarse una bota. Titubeó un momento, antes de colocarlo en el lugar donde había estado la pierna perdida.

Fue instantáneo. El metal fluyó a través de su piel, de su carne, buscando fundirse con ella. Shail lanzó un grito y soltó la pierna artificial, pero esta ya había lanzado sus tentáculos de metal líquido y los trenzaba en torno al muslo del mago.

—¡Quítame esa cosa! —jadeó Shail, aterrorizado—. ¡Arráncamela!

Ydeon se limitó a contemplar la escena, cruzado de brazos, con impasibilidad pétrea. Cuando, por fin, Shail se dejó caer sobre el suelo, convulso, la pierna de metal se había solidificado, uniéndose por completo a su cuerpo de carne, y era una fusión perfecta.

—¿Lo ves? —dijo el gigante—. No ha sido para tanto.

Shail se atrevió a echar un vistazo. Su nueva pierna reverberaba con un suave reflejo metálico que sugería la magia que latía en ella. Recorrió con un dedo su superficie lisa y perfecta, sus formas suaves y equilibradas.

—Es hermosa —dijo en voz baja; alzó la cabeza para mirar a Ydeon—. ¿Podré caminar con ella?

—Inténtalo.

Shail dudó. Por si acaso, alcanzó su bastón y se puso en pie, apoyándose en él, y en la pierna izquierda. Dobló la rodilla derecha.

—Pero es de metal —dijo.

—Inténtalo —repitió Ydeon.

Shail se mordió los labios, pero trató de mover el tobillo derecho... un tobillo artificial.

Para su sorpresa, el pie de metal ejecutó la orden, y trazó un semicírculo, tal y como Shail deseaba. Agitó entonces los dedos de metal, y contempló, estupefacto, cómo se movían. Dobló la rodilla. Parecía imposible que aquella articulación metálica pudiera moverse... y, no obstante, lo hizo, sin un solo ruido.

Tragó saliva y apoyó la planta del pie en el suelo, con cuidado. Vaciló antes de dejar caer el peso del cuerpo sobre la pierna derecha.

Esta se mantuvo tan firme como la izquierda. Shail dejó escapar una breve carcajada incrédula. Intentó dar un paso, todavía sin soltar el bastón. La pierna de metal obedeció sus deseos y sostuvo su cuerpo mientras el pie izquierdo avanzaba un poco. Pesaba más que su pierna de carne, pero podía moverla aplicando solo un poco más de esfuerzo.

Maravillado, Shail siguió dando pasos, uno detrás de otro, lentamente, hasta que se sintió lo bastante seguro como para dejar de lado el bastón. Después de dar varias vueltas por la sala, y una vez se hubo convencido de que, en efecto, su pierna de metal funcionaba a la perfección, alzó la cabeza hacia Ydeon, radiante.

—Puedo caminar —dijo; le temblaba la voz—. ¡Puedo caminar de nuevo! Había llegado a creer que nunca volvería a hacerlo. —Se puso serio de pronto—. Gracias, Ydeon. Estoy en deuda contigo. ¿Cómo puedo pagártelo?

El gigante sonrió.

—Desearía volver a ver algún día a Domivat, la espada de fuego, y conocer a su portador.

Shail calló un momento. Después asintió, con energía.

—Te prometo que los traeré a ambos en cuanto me sea posible.

Pensó en Jack. Mientras Victoria estuviese enferma no se separaría de ella, y menos para ir al fin del mundo. Pero Kirtash había dicho que ella había despertado.

Respiró hondo. Hacía ya varios días que el shek había abandonado Nanhai, y Shail se había visto tentado de seguirlo y regresar a Kazlunn, con Jack y con Victoria. Pero, aunque le doliera admitirlo, Kirtash tenía razón: la joven ya no era responsabilidad suya. De todas formas, no había resistido la tentación de escribir un mensaje a Zaisei contándole todo lo que había sucedido. Había invocado a un pájaro de las nieves para que llevara el mensaje hasta Rhyrr, donde se encontraba la joven sacerdotisa.

—¿Vas a marcharte, pues? —preguntó entonces Ydeon.

Shail llevaba tiempo considerándolo, y si había demorado su partida se había debido a que la pierna de metal todavía no estaba lista. Días atrás le había prometido a Ydeon que esperaría, que se arriesgaría a probarla. Le echó un vistazo crítico. Sí, parecía extraña, pero funcionaba. Y sospechaba que si se sentía algo incómodo con ella no era debido a que fuera un miembro artificial, sino al hecho de que llevaba tanto tiempo arreglándoselas con una sola pierna que le costaba hacerse a la idea de que volvía a tener dos.

Pero todavía no estaba seguro de haber concluido su misión en Nanhai. Había obtenido información muy valiosa, y quería hablar con Ha-Din y con Gaedalu acerca de la llegada de Karevan a Idhún. Sin embargo, aún no tenía noticias de Alexander y, por otra parte, Ymur le había dicho que lo aguardaba en el Gran Oráculo.

Karevan, si es que era realmente él, seguía haciendo temblar las montañas. Pero los gigantes parecían haberse acostumbrado ya al fenómeno, porque habían dejado de prestarle atención. Ynaf se había instalado en otra cueva, más al sur, y estaba ocupada tratando de hacerla habitable. Había corrido la voz, a través de la piedra, de que aquella zona era peligrosa, y algunos gigantes habían optado por trasladarse, como había hecho ella, lejos de allí. Por lo demás, todo seguía como siempre.

Ymur había regresado a las ruinas del Gran Oráculo. Según les había contado, esperaba visita. Ha-Din había enviado a un grupo de sacerdotes, constructores y albañiles para iniciar las obras de reconstrucción del edificio, que había sido destruido por los sheks muchos años atrás. Tras la caída de Ashran, nada parecía impedir que los Oráculos fuesen levantados de nuevo. Los sheks tenían cosas más importantes en qué pensar.

—Voy a marcharme —decidió Shail entonces—, pero no hacia el sur, sino en dirección al norte. Al Gran Oráculo. Les contaré a los enviados de Ha-Din lo que hemos visto en las montañas. Tal vez ellos quieran echar un vistazo por sí mismos. Y si regresan al Oráculo de Awa..., entonces me iré con ellos.

«Y desde allí partiré hacia Rhyrr», se dijo, «para ver a Zaisei».

El Anillo de Hielo había estado a punto de acabar con él cuando había intentado atravesarlo, tiempo atrás. Tal vez no fuera buena idea partir solo; y, de todas formas, desde el Gran Oráculo podía tomar la ruta de la costa que bordeaba Nanhai hasta llegar a Nanetten, y que era el camino por el que llegaría, y se marcharía, el grupo enviado por HaDin.

Ydeon se encogió de hombros.

—Como quieras —dijo—. Que tengas buen viaje. Yo estaré aquí cuando regreses, con o sin el portador de Domivat.

Y dio media vuelta y se metió en su taller. Shail se quedó con la boca abierta. Lo siguió, y mientras caminaba no pudo dejar de advertir que su nueva pierna seguía adaptándose a sus movimientos a la perfección.

—¡Un momento! ¿No quieres acompañarme?

Ydeon se volvió hacia él.

—¿Para qué? No tengo nada que hacer allí y... ah, comprendo. Quieres que te acompañe. Necesitas que te acompañe.

Shail enrojeció levemente. Un humano habría considerado enseguida la idea de que tal vez al mago no le apeteciera viajar solo por una tierra extraña. Al gigante ni se le había ocurrido.

—Los humanos necesitáis compañía. Siempre se me olvida ese detalle.

«Kirtash no necesita compañía», pensó Shail de pronto. «Por eso Ydeon y él se llevan tan bien. Pero es que... Kirtash no es del todo humano, de todas formas».

—Déjalo. Tengo mi magia y una nueva pierna; me las arreglaré bien.

Ydeon asintió.

—Muy bien. Que tengas buen viaje, mago.

«Un humano habría insistido», pensó Shail.

—Gracias —dijo sin embargo.

Aquella noche la pierna de metal le dio problemas. De pronto, sin ninguna razón aparente, la zona donde la carne se fusionaba con el metal empezó a dolerle terriblemente, como si se estuviese abrasando. El intenso dolor lo despertó de un sueño ligero e inquieto, y tuvo que contenerse para no gritar. Apartó las mantas y se arrastró hasta la burbujeante caldera de lava que calentaba la estancia y la iluminaba tenuemente. Bajo la luz rojiza examinó su nueva pierna, apretando los dientes para resistir el dolor. Le pareció que tenía el muslo hinchado.

Respirando entrecortadamente, se aplicó a sí mismo un hechizo para calmar el dolor y reducir la hinchazón. Cuando las molestias remitieron, se incorporó como pudo y fue a buscar a Ydeon.

Para cuando el gigante estuvo lo bastante despejado como para echarle un vistazo a su pierna, el dolor se había calmado casi por completo. Shail lo atribuyó a su hechizo, aunque no dejó de sorprenderse de que hubiera funcionado tan bien.

—Parece que vuelve a soldarse —comentó Ydeon.

—¿Que vuelve a qué?

—A soldarse.

—Sí, ya lo había oído. ¿Quieres decir que la pierna se estaba... desprendiendo?

Ydeon lo miró a los ojos.

—Cuando duermes —dijo—, los latidos de tu corazón se ralentizan y tu respiración se hace más pausada. Lo mismo sucede con tu magia. Se adormece, por así decirlo. Tu magia es lo que mantiene la pierna en su sitio, lo que la convierte en un objeto... vivo. Si te duermes, o pierdes el conocimiento, la magia se debilita.

Shail calló un momento, confuso.

—¿Quieres decir que tengo que estar consciente para que la pierna siga en su sitio? ¿Y que si me duermo... se caerá? Pero... ¿y el dolor? ¿Es esa falta de magia lo que ha hecho que mi cuerpo reaccionara contra el metal de esa manera?

—Me temo que sí.

Shail apretó los dientes.

—Sabía que no era buena idea.

—¿Quieres que intente quitártela?

—¿Puedes hacerlo?

—Entre los dos podemos, sí. Pero solo mientras la magia fluya entre tu cuerpo y el miembro artificial. Entonces se puede desprender de la misma manera que se unió a ti. Pero si intento quitártela cuando esa unión no sea limpia y perfecta... será una carnicería.

A Shail se le puso la piel de gallina.

—Hay otra opción, sin embargo —añadió Ydeon—. Dos, en realidad. Una de ellas consiste en evitar que la magia se debilite. En mantener activo tu poder incluso cuando estás dormido.

—Puede hacerse —asintió Shail—. Hay amuletos especiales para eso. Pero a veces fallan. ¿Y la otra opción?

—La otra opción es transferir al metal un poder superior al que tú, como mago, posees. Me refiero al poder de un dragón, de un unicornio o de un shek.

El mago calló, pensativo.

—¿Pero eso no tendría efectos secundarios? Piensa en Domivat. Está forjada con fuego de dragón y ningún humano puede blandiría sin abrasarse.

Ydeon rió, con una risa que retumbó como una avalancha de rocas.

—Está pensada para eso: para que ningún humano pueda empuñarla. Pero hay niveles y niveles. Tal vez a tu pierna solo le haga falta un poco de fuego de dragón, o de escarcha de shek, o un leve roce del cuerno de un unicornio.

Shail movió la cabeza.

—No puedo evitar pensar que me estás utilizando para un extraño experimento, Ydeon. Me niego a creer que hayas probado esto antes con otras personas.

—No lo he hecho —admitió el gigante—. Pero no voy a obligarte a seguir con esa pierna, si no quieres. La decisión es tuya.

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