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Authors: James Wesley Rawles

Tags: #Ciencia Ficción

Patriotas (35 page)

BOOK: Patriotas
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A preguntas de Mike, que era el que dirigía la patrulla, el hombre les contó que el nombre completo de la organización era los Templarios de Troya, y que, en efecto, llevaban uniformes de camuflaje y armas paramilitares. El granjero les contó que el modelo de ropa de camuflaje que llevaban los templarios era algo distinto al suyo. Al preguntársele más sobre este tema, lo único que alcanzó a decir fue que «el esquema no está hecho con esas cosas digitales de ahora, es más como los de toda la vida: verde, marrón, negro y todo mezclado». Para complicar todavía un poco más las cosas, les contó también que los Templarios de Troya llamaban a su propia organización el Grupo.

El granjero, al que los templarios solo habían visitado en una ocasión, no pudo dar más detalles acerca de la misteriosa organización.

—Si esos templarios vuelven a visitarle —le dijo Mike—, dígales por favor que contacten con nosotros por la banda ciudadana a la hora de la cena para que podamos hablar de algunas cosas.

—¿Competís los unos contra los otros? —le preguntó el granjero.

—Aún no lo sabemos. Dígales solo que se pongan en contacto con nosotros.

—¿Y a quién les digo que tienen que llamar? —preguntó entonces el granjero.

Mike se quedó mudo un momento.

—A la Milicia del Noroeste —contestó por fin.

Esa noche, en cuanto la patrulla hubo pasado las formalidades de recibir el alto, dar la contraseña y volver a entrar dentro del perímetro del refugio, Mike subió deprisa hasta la casa para consultar con Todd y T. K. En cuestión de minutos, Mike informó de lo que había visto y oído durante la patrulla.

—¿Cómo? —preguntó Todd con tono incrédulo cuando Mike les contó que había identificado al grupo con el nombre de la Milicia del Noroeste.

—Se me ocurrió de repente —contestó Mike encogiéndose de hombros—. No se me ocurría ninguna otra cosa, y tenía claro que no podía decir simplemente «mi grupo». Ese no es buen nombre para los desconocidos, y tenemos que hacer que nos identifiquen de alguna manera.

—Bueno, con un nombre así —caviló Todd tras esbozar una sonrisa irónica— seguro que se quedan intrigados pensando en el número de fuerzas con las que contamos. Casi parece que seamos un pequeño ejército. Pero bueno, teniendo en cuenta las circunstancias actuales, me imagino que sí, que somos un pequeño ejército. ¿El granjero te dio alguna pista acerca del tamaño de este grupo, de los templarios?

Mike negó con la cabeza.

—No, me contó que a su granja había ido una patrulla formada por cinco hombres, y que cuando les había preguntado con cuántos hombres contaban en el fuerte, habían cambiado de tema.

—Aja —comentó Todd—, esos Templarios de Troya son reservados. Da toda la impresión de que ya habían estado preparando las cosas antes de que todo se viniera abajo. Lo más seguro es que sean
survivalistas
o miembros de la milicia, aunque también cabe la posibilidad de que sean alguna especie de chiflados radicales.

—¿Qué clase de nombre es ese de «Templarios de Troya»? —intervino T. K.—. Suena a popurrí de referencias históricas.

—¿A qué te refieres? —preguntó Mike.

T. K. se mordió el labio y se quedó un momento dudando.

—Bueno, si son de Troya, deberían haberse denominado «troyanos», pero se hacen llamar «templarios». Los caballeros templarios eran una orden religiosa que tuvo su inicio durante la época de las cruzadas. Formaban parte de la misma categoría que los Hospitalarios. La función de los templarios era proteger a los peregrinos que viajaban a Tierra Santa. Eran monjes guerreros: con una cruz en una mano y una espada en la otra. Me imagino que estos nuevos templarios han elegido ese nombre porque se consideran protectores de toda esta zona. No deja de ser interesante.

—Entonces las preguntas clave son —dijo Todd, después de quedarse pensando en aquello que T. K. había explicado—: Uno, ¿qué intenciones tienen? Dos, ¿son respetuosos con la ley, la moral y la ética? Tres, ¿con cuántos efectivos cuentan? Cuatro, ¿qué doctrina política profesan, si es que profesan alguna? Y cinco, suponiendo que están del lado de «la verdad, la justicia y la forma de vida americana», ¿qué actitud tendrán hacia nosotros?

Las preguntas de Todd quedaron pendientes de respuesta durante nueve días. A las seis en punto de la tarde del 22 de enero, a través del canal 7 de la banda ciudadana, recibieron una llamada.

—Com 1 de los Templarios de Troya llamando a la Milicia del Noroeste, cambio.

Como la mayoría del grupo acababa de terminar de cenar, Todd estaba allí presente y cogió él mismo el auricular de la radio.

—Soy Todd Gray, de la Milicia del Noroeste, lo escucho.

—Señor Gray, soy Roger Dunlap, Com 1 de los templarios. ¿Es usted el líder del grupo? Cambio.

—Así es, cambio.

—Por lo que tengo entendido nuestras respectivas patrullas han comenzado a entrar en contacto con las mismas granjas y ranchos, cambio.

—Sí, eso es lo que parece, cambio —contestó Todd.

—Por lo que hemos oído, su grupo está situado en la zona de Bovill, ¿es eso correcto? Cambio.

—Es correcto. ¿Y el suyo en la zona de Troya? Cambio.

—Afirmativo, cambio.

—No había tenido ninguna noticia acerca de su refugio antes de que todo se desmoronase —comentó entonces Todd.

—Ni nosotros del suyo. Parece que los dos hemos mantenido un perfil bajo, cambio.

—Me gustaría seguir hablando, pero no creo que este sea el sitio idóneo, cambio.

—Sí, estoy de acuerdo, esta comunicación dista mucho de ser segura. ¿Dónde y cuándo prefiere que nos reunamos?

Se acordó una reunión de dos representantes de cada grupo para el mediodía del día siguiente, si el tiempo lo permitía. El lugar elegido fue el cementerio que había al oeste de Deary, localidad que quedaba más o menos a mitad de camino entre Bovill y Troya.

Todd y T. K. fueron a la reunión en la camioneta de Jeff. Todd decidió llevar el vehículo, tanto por el efecto psicológico, como por la posibilidad de huir a toda prisa en caso de que se produjese una emboscada. Todd y T. K. llegaron diez minutos antes de la hora acordada. Llevaban sus mejores uniformes británicos de campo perfectamente lavados. Los templarios llegaron a caballo, dos minutos antes del mediodía.

Cuando se acercaron un poco, Todd pudo advertir que llevaban uniformes de campaña y gorras de camuflaje. La ropa que llevaban no tenía tampoco ningún rastro de suciedad. Los dos hombres llevaban rifles M1A y correaje LC-1 reglamentario del ejército. También portaban unas pistolas Beretta modelo 92 en unas pistoleras de marca Bianchi de color verde oliva que llevaban a la altura de las caderas.

El primero en hablar fue el más mayor de los dos hombres: tendría unos cuarenta y cinco años de edad, sus rasgos eran finos y el poco pelo que le quedaba era de color gris.

—Hola, me llamo Dunlap, ¿cuál de los dos es el señor Gray?

—Yo soy —contestó Todd—. Es un placer conocerlo, señor.

—Lo mismo digo. Este es Ted Wallach, el Com 2, es el coordinador de seguridad.

—Bonito caballo —dijo Todd, tras quedarse un momento callado, sin saber qué decir.

—Bonita camioneta —contestó Dunlap, tras cruzarse de brazos.

Durante unos instantes se quedaron mirándose en silencio.

—Por lo que parece, tenemos muchas cosas en común —dijo Todd—. Dígame, ¿a qué escuela de
survivalistas
pertenece su grupo?

—Yo pertenezco en líneas generales —contestó Dunlap después de quedarse un momento pensando— a la escuela de Mel Tappan, con algunas influencias de Bruce Clayton y Kurt Saxon.

—Tappan fue también mi mayor referente —dijo Todd asintiendo con la cabeza—, con influencias de Dean Ing, Rick Fines, Jeff Cooper, Mike Carney, Bill Cooper y una pizca de Ayn Rand.

—Entonces compartimos los mismos amigos —respondió Dunlap, riendo—. Supongo que eso significa que estamos en el mismo bando.

—Quizá—contestó Todd, tratando de resultar algo ambiguo; a continuación, dijo—: ¿Su grupo es cristiano?

—Por supuesto. Todos nos hemos arrepentido y comprometido con Cristo. Desde el colapso, en nuestro refugio se está viviendo un auténtico renacer espiritual. —Dunlap se cogió las manos, miró fijamente a Todd a los ojos y preguntó—: ¿Cuáles son las intenciones de la Milicia del Noroeste?

—Supongo que serán muy similares a las de los Templarios de Troya.

—¿Y cuáles son exactamente? —preguntó Dunlap.

Todd supo que la pelota estaba en su tejado.

—Restaurar el orden y la primacía de la ley constitucional, y proteger el derecho a trasladarse y a comerciar libremente —contestó dejando que sus palabras retumbaran.

—Veo que nos entendemos. Hemos utilizado unas palabras muy parecidas al redactar las normas de los Templarios. —Los dos hombres sonrieron.

—¿Es muy grande su grupo, señor Dunlap?

—Contamos con veintiséis miembros, que tienen desde cinco hasta setenta y tres años. Éramos veintisiete, pero uno de nuestros hombres murió de apendicitis. ¿Y cuántos son ustedes?

—Somos doce miembros. No hay ningún niño, por lo menos de momento. Todos los integrantes de la milicia han recibido entrenamiento táctico y en el uso de armamento. Nuestro miembro de mayor edad tiene cincuenta y dos años. Todos estamos entrenados y en perfectas condiciones físicas.

—¿Y eso significa...? —preguntó Dunlap.

—Significa que en caso necesario, los doce podemos entrar en combate. Dunlap se quedó un momento callado mirando al suelo, luego volvió a alzar la vista.

—Creo que su grupo podrá entrar a formar parte de la organización templaría. Todd dijo que no con la cabeza, muy lentamente.

—No he venido aquí para eso. Creía que hablaríamos en igualdad de términos. Tenía en mente algún tipo de colaboración, no de fusión.

—Pero nuestro grupo es el doble de grande que el suyo. No cabe duda de que disponemos de más capacidad operativa. Logísticamente, tenemos una base excelente. Antes de que todo se viniese abajo, yo poseía una importante fortuna. Gracias a esto, tuvimos los medios para acumular una reserva de comida, armas, herramientas y medicinas de dimensiones muy considerables. Así que lo más razonable es que su grupo se sitúe bajo el auspicio de un grupo más numeroso y mejor equipado.

—En primer lugar —dijo Todd frunciendo el ceño—, puede que el tamaño de su grupo sea mayor, pero a la hora de vigilar una determinada zona no creo que su capacidad real sea mucho mayor que la nuestra. Como ya he dicho antes, los doce integrantes de nuestro grupo pueden entrar en combate, así que en cuestión de combatientes capaces y entrenados, calculo que las fuerzas de su grupo serán bastante similares a las nuestras, o quizá tan solo ligeramente superiores. Aparte de esto, deben tener en cuenta que estamos perfectamente bien pertrechados. No tuvimos ningún «tío rico» que nos subvencionara, pero hemos invertido cada céntimo que hemos podido ahorrar a lo largo de diez años en tenerlo todo preparado.

A Roger Dunlap no parecía gustarle lo que estaba oyendo.

—Escuchen, les he hecho una propuesta razonable, y ni siquiera se han tomado el tiempo necesario para considerarla.

—Si no lo hecho, señor Dunlap, es porque está fuera de toda discusión. Nuestra milicia tiene sus propios principios y su propio cuadro de mando. Estoy de acuerdo en que nuestros dos grupos tienen una filosofía y unos objetivos muy similares, pero de ninguna manera vamos a quedar «bajo su auspicio».

—Pero formarían parte de la organización, tendrían derecho a voto.

—Me da igual cómo lo quiera pintar, estaríamos renunciando a ser una organización independiente para pasar a formar parte de la suya. Además, a la hora de votar, seríamos una minoría. Su propuesta me parece inaceptable. Propongo otro acuerdo distinto.

—¿En qué consiste?

—En que formemos una alianza en la que nuestro grupo mantenga su independencia.

—Señor Gray, hoy he acudido aquí preparado para ofrecerle entrar a formar parte de mi organización. La posibilidad de negociar cualquier tipo de alianza tendrá que ser sometida a votación de nuevo.

—Bueno, en ese caso imagino que nuestra conversación ha terminado —replicó Todd.

—¿Qué le parece —dijo Dunlap tras respirar profundamente— si nos reunimos pasado mañana a esta misma hora y según estas mismas condiciones, pero trescientos metros más al oeste de donde ahora estamos?

—Me parece bien. Venga preparado para discutir los parámetros que fijen nuestra alianza.

—No puedo prometerle nada hasta que no consulte con el resto de templarios.

—Cuando informe a su grupo acerca de nuestra conversación —dijo Todd, mirando fijamente a Dunlap— transmítales el siguiente mensaje: «La Milicia del Noroeste puede, o bien ser el aliado más leal, valioso, fiable y temeroso de Dios que exista, o bien, si alguien trata de someternos a algún tipo de coacción, el peor de los enemigos. La decisión es suya».

—Transmitiré el mensaje. Adiós, señor Gray.

—Adiós, señor Dunlap.

Los dos hombres se estrecharon la mano, pero ninguno esbozó la más mínima sonrisa. Después, se dieron la vuelta y cada uno emprendió su camino.

—¿Qué opinión te merecen, Todd? —preguntó T. K. mientras cerraba la puerta del acompañante.

Todd no contestó a la pregunta que le había hecho Kennedy hasta que no hubo puesto en marcha el motor de la camioneta y dado la vuelta para coger de nuevo el camino hacia Bovill.

—No sé qué decirte, T. K. No es fácil saber lo que está pensando ese Dunlap. El tío tiene una auténtica cara de póquer. Por lo menos ahora sabemos lo grande que es su grupo.

—Eso si lo que nos ha dicho es verdad —afirmó T. K. ladeando un poco la cabeza.

—Creo que sí que era cierto. En caso contrario, no creo que hubiese incluido en la misma frase la edad de los miembros del grupo —dijo Todd. Los dos guardaron silencio durante unos minutos.

—¿Crees que estarán de acuerdo en formar una alianza? —preguntó T. K.

—Eso espero —contestó Todd con tono grave—. Si no es así, las cosas pueden llegar a ponerse bastante feas. Intenté dejar clara nuestra posición, sin petulancia pero con firmeza. Es como esa frase que dicen en
Las aventuras de Buckaroo Banzai:
«Si nos tratáis bien, nosotros os trataremos aún mejor. Si nos tratáis mal, peor aún os trataremos nosotros».

Una vez de vuelta en el refugio, Todd convocó una reunión para después de la cena, donde él y T. K. informaron de lo que había sucedido. Pese a que todos los integrantes del grupo apoyaron la negativa de Todd a la oferta de los templarios, también surgieron algunas críticas.

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