Piratas de Venus (15 page)

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Authors: Edgar Rice Burroughs

BOOK: Piratas de Venus
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Gamfor avisó a Kiron que no revelase el plan a ningún prisionero que confesara con demasiado descaro su odio hacia los thoristas.

—Ésa es una artimaña que adoptan los espías para evitar todo recelo de traición y para tentar a los otros a confesar su apostasía.

—Escoged a quienes hayan sufrido verdaderos agravios y se muestren muy reservados —aconsejé.

Sabía yo muy poca cosa del manejo del barco, si conseguíamos capturarlo, y traté de ello con Gamfor y Kiron. Sus explicaciones me sirvieron de orientación, aunque no fueron todo lo detalladas que yo hubiera deseado.

Los amtorianos habían concebido una brújula similar a la nuestra. Según me contó Kiron, señalaba siempre hacia el centro de Amtor, es decir, hacia el centro de la mítica zona circular que lleva por nombre Strabol, o Tierra Caliente. Esta afirmación me daba a entender que nos hallábamos en el hemisferio sur del planeta. La aguja de la brújula tenía dirección Norte, hacia el polo magnético Norte. Como no existe sol, luna ni estrellas, la navegación tiene que orientarse a ciegas. Debido a esto han perfeccionado instrumentos de extremada precisión, que localizan la costa a gran distancia, determinando ésta con justeza, así como su dirección. Cuentan además con otros instrumentos para determinar la velocidad, longitud de millas y rumbo, y del mismo modo la profundidad. También recogen los sonidos en un radio de una milla.

En todos los instrumentos de medición de distancias utilizan la radioactividad de los núcleos de varios elementos. El rayo gamma, al que ellos dan, desde luego, otro nombre, es invulnerable contra las fuerzas magnéticas más intensas y resulta, naturalmente, el medio ideal para este fin. Se mueve en línea recta y a una velocidad uniforme, hasta que encuentra un obstáculo, ante el que, aunque no interrumpe su expansión, la retarda y el instrumento se encarga de recoger este retraso y la distancia a que ocurrió. El instrumento capta la distancia que media entre el barco y el fondo del océano, donde los rayos encuentran resistencia. Trazando un triángulo rectángulo en el que está representada esta distancia por la hipotenusa, es fácil calcular tanto la profundidad del océano como la distancia desde el barco, ya que se dispone de un triángulo del que se conoce un lado y los tres ángulos.

Debido a lo defectuoso de los mapas, el valor de estos instrumentos queda muy reducido, pues sean cuales sean las rutas marcadas, salvo hacia el Norte, si las naves avanzan en línea recta siempre se acercan a las regiones antárticas. Saben que existe suelo firme delante, pero nunca identifican el país excepto cuando se trata de una travesía corta y ya conocida. Por eso, viajes que debían ser cortos se alargan de un modo considerable. Otra consecuencia es que el radio de la navegación de Amtor está muy reducido.

Llego a pensar que existen áreas enormes en la zona templada del sur que nunca han visitado ni los pobladores de Vepaja ni los de Thora, y del hemisferio norte no tienen ni idea siquiera. En el mapa que me mostró Danus había áreas extensísimas en las que sólo aparecía la palabra “joram”, océano.

Debido a esto precisamente tenía yo confianza en poder conducir la nave por lo menos con la misma destreza que sus oficiales y en esto coincidía Kiron.

—Al menos conocemos en líneas generales cuál es el camino de Thora —arguyó—. Así pues, podríamos navegar en dirección contraria.

Según iba madurando nuestro plan, se iba perfilando más y más su viabilidad. Veinte prisioneros estaban ya confabulados con nosotros. Cinco de ellos eran de Vepaja. Organizamos el grupo utilizando consignas secretas que se cambiaban diariamente, signos y una clave sencilla, recuerdo de mis días escolares. Adoptamos asimismo una denominación. Nos llamábamos Soldados de la Libertad. A mí me designaron “vookor”, o sea capitán. Gamfor, Kiron, Zog y Honan eran los principales lugartenientes. Yo dispuse que Kamlot sería el segundo de a bordo, caso de que consiguiéramos adueñarnos de la nave.

El plan estaba trazado con todos los detalles y pormenores. Cada hombre sabía exactamente cuál era su misión. Unos tenían que reducir al silencio a los centinelas y otros tenían que infiltrarse en los camarotes de los oficiales para apoderarse de las llaves y armas. Luego teníamos que enfrentarnos con la tripulación y hacer un llamamiento general a los que se nos quisieran incorporar. En cuanto a los otros... Bueno, se me presentaba un problema. Casi unánimemente, todos los Soldados de la Libertad deseaban aniquilar en masa a los que no se unieran a nosotros, y verdaderamente no había otra alternativa, pero confié que, al fin, quizá podría hallar otra solución más humanitaria.

Había un individuo entre los presos que despertaba el recelo de todos nosotros. Era muy rudo, pero no era esto lo que nos hacía desconfiar, sino que se mostraba demasiado atrevido en censurar a los thoristas. Lo vigilamos estrechamente evitando su trato lo más posible, y todos los de la banda estaban prevenidos contra él. Gamfor fue el primero en juzgarle sospechoso. Se llamaba Anoos y constantemente buscaba el trato de los confabulados, trabando con ellos conversaciones que casi siempre se referían al mismo asunto: los thoristas y el odio que les tenía. Siempre estaba yendo a preguntarnos cosas de los otros e insinuaba que algunos debían ser espías, pero como todos estábamos apercibidos, sabíamos guardarnos. Podía abrigar tantas sospechas como quisiese. Mientras no pudiera presentar pruebas contra nosotros, no podría hacernos daño.

Un día, vino a verme Kiron, evidentemente muy excitado.

Era al atardecer y ya nos había traído la cena: pescado frío y un pan duro y negruzco.

—Tengo noticias, Carson —susurró.

—Vamos a un rincón y cenaremos juntos —le propuse.

Allí nos dirigimos, riendo y hablando con naturalidad de los incidentes de la jornada. Cuando nos habíamos sentado en el suelo y nos disponíamos a cenar, se nos acercó Zog.

—Siéntate aquí, Zog —le dijo Kiron—. Tengo que decir algo que sólo los Soldados de la Libertad pueden oír.

No dijo Soldados de la Libertad, sino “kung, kung, kung”. Eran las iniciales del grupo en lenguaje amtoriano. Kung es el signo gráfico que representa el sonido “K” y cuando traduje las iniciales, no pude evitar la sonrisa al observar la coincidencia con el nombre de una célebre sociedad secreta norteamericana.

—Mientras yo hablo —nos advirtió Kiron—, vosotros debéis reír a menudo, como si os estuviera contando una anécdota graciosa. Así nadie sospechará... Hoy he estado trabajando en la armería del barco, en la limpieza de pistolas. El soldado que me vigilaba es un antiguo amigo mío. Servimos juntos en el ejército del Jong y me quiere como a un hermano. Estuvimos hablando de otros tiempos, de cuando luchábamos bajo la bandera del Jong y comparamos aquellos días con los actuales. Especialmente, comparábamos los oficiales del viejo régimen con los de hoy. Mi amigo, igual que yo y que todos los antiguos soldados, detesta a los oficiales. Por esto pasamos juntos un buen rato. De pronto, me preguntó: “¿Qué hay de ese rumor que corre sobre una rebelión de los prisioneros?” Casi di un brinco, pero me contuve sin dejar traslucir emoción alguna. Hay veces en que uno no puede fiarse ni de un hermano. “¿Qué has oído decir?”, le pregunté. “Oí como hablaban dos oficiales”, me contó, “y uno de ellos decía que cierto individuo llamado Anoos había informado al capitán de lo que ocurría y que el capitán le dijo que obtuviera los nombres de los prisioneros que juzgaba comprometidos en la conspiración y los planes que tenían, si le era posible conseguirlo. “¿Y qué dijo Anoos?”, pregunté a mi amigo. “Contesto que si el capitán le proporcionaba una botella de vino, creía poder conseguir emborrachar a uno de los conspiradores y sonsacarle todos los detalles de la trama.” Mi amigo me miró fijamente y luego dijo: “Kiron, somos más que hermanos. Si puedo ayudarte, no tienes más que pedírmelo.” Yo sabía que hablaba sinceramente y, comprendiendo lo cerca que estábamos de vernos descubiertos, decidí mostrarme franco con él y solicitar su cooperación. Así lo hice. Espero que no juzgarás equivocada mi táctica, Carson.

—De ninguna manera —le tranquilicé—. Nos hemos visto obligados a revelar nuestros planes a otros a quienes conocíamos menos, y en los que podíamos confiar también menos. ¿Qué contestó tu amigo al revelarle la verdad?

—Me dijo que nos ayudaría y que cuando diéramos el golpe se uniría a nosotros. Me prometió también que muchos otros harían como él... Pero lo más importante de todo fue que me proporcionó una llave de la armería.

—¡Magnífico! —exclamé—. Ahora ya nada puede aplazar nuestra rebelión.

—¿Esta noche? —preguntó Zog con ansiedad.

—Esta noche —repuse—. Comunica la palabra de consigna a Gamfor y a Honan, y los cuatro encargaos de transmitirla a todos los Soldados de la Libertad.

Nos echamos a reír ruidosamente, como si uno de nosotros acabase de contar un chiste graciosísimo, y entonces Kiron y Zog se marcharon para comunicar a Gamfor y Honan nuestro plan.

Pero en Venus, como en la Tierra, los planes mejor preparados pueden convertirse en agua de borrajas. Todas las noches, desde que comenzamos a navegar, partiendo del puerto de Vepaja, habían dejado la escotilla abierta para aminorar los pésimos olores de nuestro calabozo y favorecer la ventilación. Un solo centinela patrullaba por allí para evitar que alguno de nosotros saliera. Pero aquella noche la escotilla permaneció cerrada.

—Esto es el resultado de la delación de Anoos —gruñó Kiron.

—Tendremos que dar el golpe de día —susurré—, pero esta noche no podremos hacer circular la consigna. Está tan oscuro abajo que podría descubrirnos alguno que no pertenezca a la banda.

—Entonces, mañana —dijo Kiron.

Tardé mucho en dormirme aquella noche. Mi mente estaba conturbada por mil temores sobre la suerte de nuestro plan. No cabía duda de que el capitán abrigaba sospechas y aunque no conocía en detalle lo que se tramaba, sospechaba que algo ocurría, por lo que había decidido adoptar medidas de seguridad.

Durante las horas que permanecí en vela ultimé los detalles del plan que habíamos de llevar a la práctica la mañana siguiente. De pronto, sentí que alguien se movía en la estancia y de vez en cuando escuché cuchicheos.

Comencé a cavilar sobre quién sería y de qué podría tratarse. Recordé la botella de vino que Anoos debía de tener ya en su poder y pasó por mi mente la idea de que acaso estuviese invitando a alguien. Finalmente escuché un rumor ahogado, luego otro semejante a un suspiro y, por último, reinó de nuevo el silencio en la estancia.

—Alguien debía de tener una pesadilla —me dije, y me dormí.

Llegó al fin la mañana y se abrió la escotilla permitiendo que una leve claridad alumbrara nuestra prisión. Un marinero se presentó con un cesto que contenía nuestro frugal desayuno, y lo rodeamos. Cada uno cogió su ración y os apartamos para desayunar. De pronto, oyóse un grito en el otro extremo del calabozo.

—¿Qué es esto? —exclamó alguien—. ¡Anoos ha sido asesinado!

10. EL MOTÍN

Sí, Anoos había sido asesinado y se produjo un gran alboroto y un enorme griterío. Más alboroto y más griterío, a mi modo de ver, de lo que lógicamente debía ocasionar la muerte de un simple prisionero. Los oficiales y los soldados irrumpieron en el calabozo. Encontraron a Anoos tendido boca arriba con una botella de vino al lado. En su garganta observábanse las huellas de unos dedos vigorosos. Había perecido estrangulado.

Se nos llevó prestamente a cubierta y se nos sometió a un registro por orden del capitán para ver si llevábamos armas. El propio capitán de la nave dirigía la investigación y se mostraba enfurecido y excitado, y, según me pareció, manifiestamente atemorizado. Nos interrogó a cada uno y cuando me llegó el turno, no le dije lo que había oído durante la noche, manifestando que había dormido todo el tiempo en uno de los rincones del calabozo, al otro extremo de donde fue hallado el cuerpo de Anoos.

—¿Tratabas al hombre asesinado? —me preguntó.

—Igual que le trataban los demás —repuse.

—Pero tu habías trabado estrecha amistad con algunos de los encarcelados —me hizo observar, receloso—. ¿Hablabas con ese hombre?

—Sí, me habló en varias ocasiones.

—¿De qué? —insistió el capitán.

—Principalmente me hablaba de sus resentimientos con los thoristas.

—¡Pero si él era thorista! —exclamó el capitán.

Comprendí que estaba tratando de averiguar si abrigaba yo alguna sospecha sobre las maquinaciones de Anoos pero no fue lo suficientemente hábil para salir airoso.

—Pues nunca lo hubiera creído, si he de hacer caso de sus palabras —repuse—. Si era thorista resultaba traidor a su patria, ya que no hacía más que insistir en que me incorporase a cierta confabulación para apoderarse del barco y asesinar a la oficialidad. Creo que hizo la misma proposición a otros muchos.

Hablaba yo lo suficientemente alto para que me oyeran todos, ya que quería que los Soldados de la Libertad siguieran mi ejemplo. Si algunos de nosotros contaban lo mismo, tal vez quedaran los oficiales persuadidos de que la conspiración no pasaba de una trama que ideó el muerto para captarse simpatías y obtener recompensas de sus superiores. Esta táctica no era nueva entre los espías...

—¿Y consiguió convencer a alguno de los prisioneros? —preguntó el capitán.

—Me parece que no... Todos se burlaban de él.

—¿Tienes idea de quién ha podido asesinarlo?

—Probablemente algún patriota indignado por su felonía.

Procedió a interrogar a otros en términos parecidos, y me satisfizo ver que todos contestaban lo mismo. El traidor los había acosado con sus perfidias, pero los Soldados de la Libertad rechazaron virtualmente sus propuestas. Zog afirmó que no había hablado nunca con él, lo que me pareció cierto.

Cuando el capitán hubo acabado su interrogatorio, estaba más lejos de la verdad que cuando comenzó las pesquisas y creo que se alejó bien convencido de que en la denuncia de Anoos no había nada de cierto.

Estuve bastante preocupado mientras se llevaba a cabo el registro por temor de que hallaran la llave de la armería encima de Kiron, pero no fue así y más tarde me enteré de que se la había escondido entre el cabello, la noche anterior, como precaución ante una eventualidad como la que estaba ocurriendo.

El día amtoriano tiene 26 horas, 56 minutos, 4 segundos del sistema terrestre, que los amtorianos dividen en veinte períodos iguales llamados “te”, denominación que, para mayor claridad, traduciré utilizando el equivalente más idóneo: la hora, aunque ésta se halla formada de 80,895 minutos. Se daban las horas a bordo por medio de una trompeta y se empleaba distinta tonalidad musical en cada hora del día. La primera hora, o sea la una, coincidía con la presunta salida del sol. A tal hora se obligaba a los prisioneros a levantarse y se les daba el desayuno. Cuarenta minutos después tenían que comenzar a trabajar y la jornada duraba hasta las diez, con un breve intervalo de descanso para almorzar a mediodía. A veces se nos permitía cesar en el trabajo a las nueve, y hasta a las ocho, a capricho de nuestros amos.

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