Pórtico (31 page)

Read Pórtico Online

Authors: Frederik Pohl

BOOK: Pórtico
5.48Mb size Format: txt, pdf, ePub

—Rob, amigo mío —dijo—, si puedo encontrarte algo, ¿me podrás ayudar?

—¿Ayudarte? ¿Cómo?

—¡Llévame contigo! —exclamó—. Soy capaz de hacer cualquier cosa excepto ir en el módulo. Creo que en esta misión no importa demasiado. Hay una prima para todos, incluso para el que se quede en órbita.

—¿De qué estás hablando?

La droga ya me había hecho efecto; notaba el calor detrás de las rodillas y el agradable desdibujamiento de todas las cosas a mi alrededor.

—Metchnikov ha tenido una larga conversación con el conferenciante —explicó Shicky—. Por lo que ha dicho, creo que sabe algo de una nueva misión. Sólo que... hablaban en ruso, y no les he entendido muy bien. Sin embargo, estoy seguro de que ésta es la que estaba esperando.

Yo contesté razonablemente.

—La última vez que salió no consiguió gran cosa, ¿verdad?

—¡Esto es diferente!

—No creo que quiera incluirme en nada bueno...

—Claro que no, si no se lo pides.

—¡Oh, demonios! —gruñí—. Está bien. Hablaré con él.

La cara de Shicky resplandeció de satisfacción.

—Y después, Rob, por favor..., ¿me llevarás contigo?

Aplasté el cigarrillo, sólo a medio fumar; me sentía como si quisiera recuperar toda la agilidad mental que había perdido.

—Haré lo que pueda —prometí, y me dirigí hacia la sala de lectura justo cuando Metchnikov salía de ella.

No habíamos hablado desde su regreso. Tenía el mismo aspecto sólido y firme de siempre, y sus patillas estaban cuidadosamente recortadas.

—Hola, Broadhead —saludó con recelo.

Yo no perdí el tiempo en rodeos.

—Me he enterado de que tienes algo bueno en perspectiva. ¿Puedo acompañarte?

Él tampoco se anduvo con rodeos.

—No.

Me miró con franca antipatía. En parte era lo que siempre había esperado de él, pero estaba seguro de que en parte era porque había oído comentar lo de Klara y yo.

—Sé que vas a salir —insistí— ¿Qué es, una Uno?

Se pasó una mano por las patillas.

—No —confesó de mala gana—. No es una Uno; son dos Cinco.

—¿
Dos
Cinco?

Me miró recelosamente unos segundos, y después casi sonrió; no me gustaba verle sonreír, nunca sabía cuál era el motivo de su sonrisa.

—Está bien —decidió—. Si así lo quieres, así será, por lo que a mí respecta. Naturalmente, no soy yo quien debe resolver. Tendrás que pedírselo a Emma; mañana por la mañana nos dará instrucciones. Quizá te deje ir. Es una misión científica, con una bonificación mínima de un millón de dólares. Además, tú estás implicado.

—¿Qué yo estoy implicado? —¡Esto sí que era una novedad!—. ¿En qué?

—Pregúntaselo a Emma —dijo, y siguió su camino.

En la sala de información había unos doce prospectores, a la mayoría de los cuales ya conocía: Sess Forehand, Shicky, Metchnikov, y otros con los que había tomado una copa o me había acostado alguna vez. Emma aún no había llegado, y me las arreglé para salirle al paso cuando iba a entrar.

—Quiero formar parte de esta misión —le dije.

Pareció muy sorprendida.

—¿En serio? Pensaba que... —Pero se interrumpió, sin decir qué era lo que pensaba.

Yo insistí:

—¡Tengo tanto derecho a ir como Metchnikov!

—Te aseguro que no tienes un expediente tan bueno como él, Rob. —Me miró de pies a cabeza, y después dijo—: Bueno, te explicaré de qué se trata, Broadhead. Es una misión especial, y tú eres parcialmente responsable de ella. El disparate que hiciste ha resultado ser interesante. No me refiero a estropear la nave; eso fue una estupidez, y si hubiera algo de justicia en el universo la pagarías. Sin embargo, tener suerte vale casi tanto como tener cerebro.

—Se ha recibido el informe de Pórtico Dos —adiviné.

Meneó la cabeza.

—Aún no. Pero no importa. Como de costumbre, programamos tu misión en la computadora, y encontró algunas correlaciones interesantes. El rumbo que te llevó a Pórtico Dos... Oh, diablos —dijo—, entremos de una vez. Por lo menos, te autorizo para quedarte durante la reunión. Lo explicaré todo y después... ya veremos.

Me cogió por el codo y me empujó hacia la habitación, que era la misma que habíamos usado como aula de clases hacía... ¿cuánto tiempo? A mí me parecía que un millón de años. Me senté entre Sess y Shicky, y esperé a oír lo que ella tenía que decirnos.

—La mayoría de vosotros —empezó— habéis sido invitados a venir... con una o dos excepciones. Una de las excepciones es nuestro distinguido amigo, el señor Broadhead. Él fue quien se las arregló para estropear una nave cerca de Pórtico Dos, como casi todos sabéis. Lo lógico habría sido que le aplicáramos el castigo que se merece, pero antes de hacerlo descubrió accidentalmente varios hechos interesantes. Al parecer sólo hay cinco franjas que resultan críticas para determinar el punto de destino: las cinco que concuerdan con las de la combinación habitual para ir a Pórtico Dos, y la nueva Broadhead. No sabemos qué significan las demás, pero no tardaremos en averiguarlo.

Se acomodó en el asiento y entrelazó las manos.

—Esta misión tiene múltiples propósitos —dijo—. Vamos a hacer algo nuevo. En primer lugar, enviaremos dos naves al mismo punto de destino.

Sess Forehand alzó una mano.

—¿Con qué objeto?

—Bueno, en parte para estar seguros de que es el mismo punto de destino. Variaremos ligeramente las franjas que no son críticas... las que creemos que no lo son. Efectuaremos el lanzamiento con treinta segundos de diferencia. Por lo tanto, si no estamos equivocados, esto significa que saldréis a una distancia igual a la recorrida por Pórtico en treinta segundos.

Forehand frunció el ceño.

—¿En relación a qué?

—Buena pregunta —concedió ella—. Creo que en relación al Sol. Creemos que el movimiento estelar con relación a la galaxia no tiene importancia en este caso. Por lo menos, suponiendo que vuestro punto de destino esté dentro de la galaxia, y no tan lejos que el movimiento galáctico tenga un vector totalmente distinto. Es decir, si salierais en el lado opuesto, serían setenta kilómetros por segundo, en relación al centro galáctico. No creemos que eso ocurra. Sólo esperamos una diferencia relativamente pequeña en velocidad y dirección, y... bueno, de todos modos, tendríais que salir a una distancia entre dos y doscientos kilómetros unos de otros.

»Naturalmente —prosiguió, sonriendo alegremente—, esto es sólo una teoría. Es posible que los movimientos relativos no signifiquen nada en absoluto. En este caso, el problema consiste en impedir que choquéis unos con otros. Pero estamos seguros, bastante seguros, de que por lo menos habrá algún desplazamiento. Lo único que necesitáis son unos quince metros... el diámetro longitudinal de una Cinco.

—¿Qué quiere decir exactamente «bastante seguros»? —preguntó una de las chicas.

—Bueno —admitió Emma—, razonablemente seguros. ¿Cómo vamos a saberlo antes de intentarlo?

—Suena peligroso —comentó Sess.

A pesar de todo, no parecía asustado; sólo expresaba una opinión. En esto era totalmente opuesto a mí; yo estaba muy ocupado tratando de borrar mis sensaciones internas, tratando de concentrarme en los tecnicismos de la reunión.

Emma dio muestras de asombro.

—¿Esta parte? Escuchad, aún no he llegado a la parte peligrosa. Este destino ha sido rechazado por todas las Uno, casi todas las Tres, y algunas Cinco.

—¿Por qué? —preguntó alguien.

—Eso es lo que tenéis que averiguar —contestó pacientemente—. Es la combinación escogida por la computadora como la más idónea para probar las correlaciones entre dos combinaciones de rumbo. Tenéis dos Cinco acorazadas, y ambas aceptan este destino en particular. Eso significa que tenéis lo que los diseñadores Heechee consideran apropiado para el caso, ¿de acuerdo?

—Eso fue hace mucho tiempo —objeté yo.

—Oh, desde luego. Nunca he dicho lo contrario. Es peligroso... por lo menos hasta cierto punto. Éste es el motivo por el que ofrecemos el millón.

Dejó de hablar, mirándonos seriamente, hasta que alguien le preguntó:

—¿Qué millón?

—La prima de un millón de dólares que recibirá cada uno de vosotros cuando regrese —dijo—. Hemos destinado diez millones de dólares de los fondos de la Corporación a este propósito. Partes iguales. Evidentemente es posible que sea más de un millón para cada uno. Si encontráis algo que valga la pena, aplicaremos la escala de pagos normal. Y la computadora cree que hay muchas posibilidades de que así ocurra.

—¿Por qué vale diez millones? —pregunté.

—Yo no soy quien toma estas decisiones —contestó pacientemente. Entonces me miró como a una persona, no como a parte del grupo, y añadió—: Por cierto, Broadhead, hemos anulado la multa que debíamos imponerte por estropear la nave. Por lo tanto, todo lo que recibas será tuyo. ¿Un millón de dólares? No está mal, ¿verdad? Puedes volver a casa, montar un pequeño negocio y vivir de eso durante el resto de tu vida.

UNA NOTA SOBRE SEÑALES

DE IDENTIFICACIÓN

Doctor Asmenion:
Así pues, cuando buscas señales de vida en un planeta, no esperas ver un gran letrero con letras luminosas que diga «Aquí Vive Una Raza Desconocida». Buscas señales de identificación. Una «señal de identificación» es lo que te demuestra que allí hay algo más. Como tu firma en un cheque. Si yo la veo, sé que quieres pagar aquello, de modo que lo hago efectivo. Naturalmente, no me refiero a la suya, Bob.

Pregunta:
¡Qué simpáticos son los profesores que se pasan de listos!

Doctor Asmenion:
No se ofenda, Bob. El metano es una señal de identificación muy típica. Muestra la presencia de mamíferos de sangre caliente, o algo parecido a ellos.

Pregunta:
Yo creía que el metano procedía de la vegetación en descomposición y todo eso, ¿no es así?

Doctor Asmenion:
Oh, desde luego. Sin embargo, la mayor parte procede de los intestinos de los grandes rumiantes. Casi todo el metano que hay en la Tierra está ocasionado por los pedos de las vacas.

Nos miramos unos a otros, y Emma no dijo nada más, limitándose a sonreír afablemente y esperar. No sé qué pensarían los demás. Yo me acordaba de Pórtico Dos y el primer viaje, durante el que nos gastamos los ojos de tanto mirar los instrumentos, en busca de algo que no existía. Supongo que los otros también debían de tener fracasos que recordar.

—El lanzamiento —declaró al fin— está previsto para pasado mañana. Los que quieran apuntarse que vengan a verme a mi despacho.

Me aceptaron. Shicky fue rechazado.

Sin embargo, no resultó tan sencillo, nada lo es; el que se aseguró de que Shicky no viniera fui yo. La primera nave se llenó rápidamente: Sess Forehand, dos chicas de Sierra Leona y una pareja de franceses; todos hablaban inglés, todos habían asistido a la reunión, y tenían experiencia. Metchnikov se inscribió como jefe de tripulación de la segunda nave; un par de homosexuales, Danny A. y Danny R., fueron su primer fichaje. Después, a regañadientes, me escogió a mí. Eso dejaba una plaza vacante.

—Podemos apuntar a tu amigo Bakin —dijo Emma—. ¿O preferirías a tu otra amiga?

—¿Qué otra amiga? —pregunté.

—Tenemos una solicitud —explicó— del artillero Susanna Hereira, del crucero brasileño. Le han concedido un permiso para que haga este viaje.

—¡Susie! ¡No sabía que se hubiese presentado como voluntaria!

Emma estudió detenidamente su hoja de servicios.

—Está muy bien preparada —comentó—. Además, no le falta ningún miembro. Naturalmente —dijo con dulzura—, me refiero a sus piernas, aunque tengo entendido que tú te interesas igualmente por el resto de su cuerpo. ¿O no te importa volverte homosexual para esta misión?

Sentí un absurdo acceso de cólera. No es que sea persona sexualmente reprimida; la idea de un contacto físico con otro hombre no me asustaba en sí. Pero... ¿con Dane Metchnikov? ¿O con uno de sus amantes?

—El artillero Hereira puede estar aquí mañana —declaró Emma—. El crucero brasileño amarrará en cuanto termine la órbita.

—¿Por qué demonios me lo preguntas a mí? —repliqué—. Metchnikov es el jefe de la tripulación.

—Prefiere que lo decidas tú, Broadhead. ¿Cuál?

—¡Me importa un bledo! —grité, saliendo del despacho.

Sin embargo, no puede decirse que esto me librara de toda culpa. El hecho de no haber tomado una decisión ya era bastante decisión para no incluir a Shicky entre los tripulantes. Si hubiera luchado por él, le habría aceptado; al no hacerlo, Susie era la elección lógica.

Pasé el resto del día esquivando a Shicky. Conocí a una novata en el Infierno Azul, recién salida de la clase, y pasé la noche en su habitación. Ni siquiera volví a la mía para buscar ropa limpia; me deshice de todo y compré un equipo nuevo. Sabía muy bien en qué lugar me buscaría Shicky —el Infierno Azul, Central Park, y el museo—, de modo que no me acerqué a ninguno de estos sitios; fui a dar un largo y solitario paseo por los túneles desiertos, donde no vi a nadie, hasta entrada la noche.

Entonces decidí arriesgarme y fui a nuestra fiesta de despedida. Lo más probable era que Shicky estuviera allí, pero habría más gente.

Allí estaba; y también Louise Forehand. De hecho, ella parecía ser el centro de atención; yo ni siquiera sabía que había regresado.

Me vio y me hizo señas de que me acercara.

—¡Soy rica, Rob! Bebe lo que quieras... ¡yo pago!

Dejé que me pusieran un vaso en una mano y un cigarrillo de marihuana en la otra, y antes de llevármelo a la boca conseguí preguntarle qué había encontrado.

—¡Armas, Rob! Maravillosas armas Heechee, cientos de ellas. Sess dice que nos darán una recompensa de cinco millones de dólares como mínimo. Además de las regalías... en el caso de que descubran el modo de fabricar las armas, claro.

Saqué una bocanada de humo y borré el sabor con un trago.

—¿Qué clase de armas?

—Son como los azadones de los túneles, sólo que portátiles. Pueden hacer un agujero en el material que sea. Perdimos a Sara en el aterrizaje; se le agujereó el traje con uno de ellos. Tim y yo nos repartimos su parte, de modo que cobramos dos millones y medio por cabeza.

—Felicidades —dije—; pensaba que lo último que necesitaba la raza humana eran nuevas formas de matarse unos a otros, pero... felicidades. —Intentaba adoptar un aire de superioridad moral, y lo necesitaba; cuando me aparté de ella vi a Shicky, suspendido en el aire, mirándome.

Other books

Twin Dangers by Megan Atwood
Secrets and Seductions by Jane Beckenham
Brood of Bones by Marling, A.E.
Passion's Mistress by Bianchin, Helen
The Fall of the Imam by Nawal el Saadawi
Warlord by S. M. Stirling, David Drake
The Right Time by Marquis, Natasha