Pórtico (30 page)

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Authors: Frederik Pohl

BOOK: Pórtico
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Me encontrarían culpable, eso era seguro, y la multa mínima que me impondrían sería de varios cientos de miles de dólares. No los tenía. Podía ser mucho más, pero eso no supondría ninguna diferencia; una vez te quitan todo lo que tienes, ya no te queda nada.

De modo que, a fin de cuentas, mis ocho mil dólares eran dinero ficticio. Podían desvanecerse con el rocío de la mañana. En cuanto llegara el informe de los xenotécnicos desde Pórtico Dos, la Junta se reuniría y eso sería el fin de todo.

Por lo tanto, no tenía ninguna razón concreta para estirar mi dinero. Podía gastármelo tranquilamente.

Tampoco había ninguna razón para pensar en reclamar mi antiguo puesto como jardinero, suponiendo que me lo dieran, ahora que Shicky había sido despedido de su empleo como capataz. En el momento que dictaran sentencia en contra mía, mi saldo acreedor desaparecería. Lo mismo ocurriría con el dinero que había adelantado para pagar. Estaría sujeto a una inmediata defenestración.

Si daba la casualidad de que había una nave de la Tierra en aquel momento, tendría el tiempo justo de embarcar en ella, y tarde o temprano me encontraría nuevamente en Wyoming, solicitando mi antiguo trabajo en las minas de alimentos. Si no había ninguna nave, me encontraría en dificultades. Quizá pudiera convencer a los del crucero americano, o a los del brasileño si Francy Hereira usaba su influencia en mi favor, para que me acogiesen a bordo hasta que llegara alguna nave. Sin embargo, entraba dentro de lo posible que no lo lograse.

Estudiadas con detenimiento, las probabilidades no eran muy buenas.

Lo mejor que podía hacer era actuar antes de que lo hiciera la Junta, y en ese caso tenía dos alternativas.

Podía tomar la primera nave que regresara a la Tierra y las minas de alimentos, sin esperar la decisión de la junta.

O podía salir a explorar en una nave Heechee.

Eran dos alternativas magníficas. Una de ellas significaba renunciar a cualquier posibilidad de lograr una vida decente... y la otra me aterrorizaba

.

Pórtico era como un club de caballeros en el cual nunca sabías qué socios estaban en la ciudad. Louise Forehand se había marchado; su marido, Sess, se quedó pacientemente en su puesto, esperando que ella o su única hija viva volvieran para embarcarse otra vez. Me ayudó a instalarme nuevamente en mi habitación, que había sido ocupada durante un tiempo por tres mujeres húngaras hasta que se fueron juntas en una Tres. El traslado fue sencillo; ya no tenía nada, a excepción de lo que había comprado en el economato.

Lo único permanente era Shicky Bakin, indefectiblemente amable y siempre allí. Le pregunté si sabía algo de Klara. Me contestó que no.

—Apúntate en otra misión —aconsejó—. Es lo único que puedes hacer.

UNA NOTA SOBRE LOS AGUJEROS NEGROS

Doctor Asmenion:
Vamos a ver, si empiezan con una estrella mayor que tres masas solares, y se desintegra, no sólo se convierte en una estrella de neutrones. Sigue en movimiento. Su densidad aumenta tanto que la velocidad de escape supera los treinta millones de centímetros por segundo... que es...

Pregunta:
Uh... ¿La velocidad de la luz?

Doctor Asmenion:
Muy bien, Gallina. Por lo tanto, la luz no puede salir. Por lo tanto, se forma un espacio negro. Por eso se llama un agujero negro... sólo que, si se acercan bastante, llegando a lo que se denomina la ergosfera, no lo verán tan negro. Probablemente vieran algo.

Pregunta:
¿Qué aspecto tendría?

Doctor Asmenion:
Eso querría yo saber, Jer. Si alguien llega a ver uno alguna vez, ya volverá y nos lo dirá, si es que puede. Lo más probable es que no pueda. Lo máximo que quizá consiga es tomar grabaciones, datos, y regresar... y obtener, jesús, no lo sé, un millón de dólares. Si pudiera embarcar en el módulo, veamos, y hacer retroceder la masa principal de la nave, disminuyendo su velocidad, podría darse suficiente velocidad extra para escapar. No sería fácil. Pero tal vez, si las cosas fueran bien... Pero después, ¿adónde iría? No podría regresar a casa en un módulo. Y hacerlo al revés no serviría de nada, el módulo no tiene suficiente masa para impulsar la nave hacia delante... Veo que a nuestro amigo Bob no le interesa el tema, así que pasaremos a estudiar los tipos planetarios y las nubes de polvo.

—Sí. —No quería hablar del tema; tenía la razón. Quizá lo hiciera... Dije—: Me gustaría no ser un cobarde, Shicky, pero lo soy. No sé cómo podría mentalizarme para volver a meterme en una nave. No tengo valor para enfrentarme con un centenar de días durante los que no haría más que pensar en la muerte.

Esbozó una sonrisa y saltó de la cómoda para darme unos golpecitos en la espalda.

—No necesitas tanto valor —dijo, volviendo a la cómoda—. Sólo necesitas valor para un día: para subir a la nave y marcharte. Después ya no tienes que tener valor, porque ya no tienes alternativa.

ANUNCIOS CLASIFICADOS

¿No habrá
en Pórtico algún no fumador de habla inglesa para completar nuestra tripulación? Quizás ustedes deseen acortar su vida (¡y nuestras reservas de supervivencia!), pero nosotros dos no. 88-775.

¡Necesitamos
una representación de los prospectores en la Junta de la Corporación de Pórtico! Asamblea plenaria mañana 1.300 Nivel Babe. ¡Todo el mundo será bienvenido!

Seleccione vuelos
seguros y sus sueños se harán realidad. Este libro de 32 páginas le dirá cómo, $ 10. Consultas, $ 25. 88-139.

—Creo que me habría sentido con ánimo —repuse—, si las teorías de Metchnikov sobre las claves de colores hubieran sido acertadas. Pero algunas de las «seguras» son mortales.

—Sólo era una cuestión de estadística, Rob. La verdad es que ahora hay un récord de seguridad mejor, así como un récord de éxito mejor. Sólo marginal, desde luego, pero mejor.

—Los que murieron están igualmente muertos —repliqué—. Sin embargo... quizá vuelva a hablar con Dane.

Shicky pareció sorprendido.

—Está fuera.

—¿Desde cuándo?

—Más o menos, desde que tú te fuiste. Pensaba que lo sabías.

Me había olvidado.

—Me pregunto si habrá encontrado lo que buscaba.

Shicky se rascó la barbilla con un hombro, manteniendo el equilibrio con suaves aleteos. Después bajó de la cómoda y voló hacia el piezófono.

—Veamos —dijo, pulsando varios botones. El tablero de anuncios apareció en la pantalla—. Lanzamiento 88-173 —leyó—. Bonificación, $ 150.000. No es mucho, ¿verdad?

—Pensaba que aspiraba a más.

—Bueno —dijo Shicky, leyendo—, no fue así. Aquí dice que regresó anoche

.

Ya que Metchnikov me había casi prometido que compartiría su experiencia conmigo, era lógico que fuese a hablar con él; pero yo no me sentía nada lógico. No llegué más allá de averiguar que había regresado sin descubrir nada que justificara la bonificación, y no fui a verle.

La verdad es que no hice gran cosa. Me paseé de un lado a otro.

Pórtico no es el lugar más ameno del universo, pero conseguí no aburrirme demasiado. Era mucho mejor que las minas de alimentos. Cada hora que pasaba me acercaba más al momento en que llegaría el informe del xenotécnico, pero conseguí no pensar demasiado en ello. Instalé mi cuartel general en el Infierno Azul, trabando amistad con los turistas, los tripulantes de los cruceros que estaban de paso, los que regresaban de una misión, los novatos que seguían acudiendo de diversos planetas, en busca de otra Klara. No descubrí a ninguna.

Releí las cartas que le había escrito durante el viaje desde Pórtico Dos, y después las rompí en pedazos. En su lugar escribí una nota sencilla y corta para disculparme y decirle que la amaba y bajé a la oficina de comunicaciones para transmitirlo por radio. ¡Pero ella no estaba en Venus! Me había olvidado de lo lentas que eran las órbitas Hohmann. La oficina de localización identificó rápidamente la nave donde había embarcado; era una orbitadora de ángulo recto, que se pasaba la vida cambiando deltas para encontrarse con vuelos del plano de la eclíptica entre los planetas. Según los informes, su nave se había encontrado con un carguero que iba rumbo a Marte, y después con un crucero de lujo de alta G con rumbo a Venus; probablemente se habría trasladado a una de ellas, pero no sabían cuál, y ninguno de los dos llegaría a su destino antes de un mes o más.

Transmití el mensaje a las dos naves, pero no recibí contestación.

La que más se acercó a convertirse en mi nueva amiga fue una tercera artillera perteneciente al crucero brasileño. Francy Hereira la acompañaba.

—Mi prima —dijo, al presentarnos; después, en privado, añadió—: Debes saber, Rob, que no experimento sentimientos familiares por mis primas.

Todos los tripulantes obtenían permiso para bajar a Pórtico de vez en cuando y aunque, como ya he dicho, Pórtico no era Waikiki ni Cannes, superaba ampliamente a una nave de combate. Susie Hereira era muy joven. Me dijo que tenía diecinueve y no podía tener menos de diecisiete para estar en la Armada Brasileña, pero no los aparentaba. No hablaba inglés demasiado bien, pero no necesitamos mucho idioma en común para tomar una copa en el Infierno Azul, y cuando nos acostamos descubrimos que, aunque tuviéramos muy poca conversación en el sentido verbal, nos comunicábamos extraordinariamente bien con nuestro cuerpo.

Pero Susie sólo estaba en Pórtico una vez a la semana, y eso dejaba una gran cantidad de tiempo que ocupar.

Lo intenté todo: un grupo de ayuda mutua, otro grupo de contacto físico, y otro en el que descargábamos nuestros amores y hostilidades sobre nuestros compañeros. Una serie de conferencias del viejo profesor Hegramet sobre los Heechees. Un programa de charlas sobre astrofísica, encaminadas a obtener bonificaciones científicas de la Corporación. Gracias a una cuidadosa distribución de mi tiempo, conseguí abarcarlo todo, y fui posponiendo la decisión día a día.

No quiero dar la impresión de que seguía un plan preconcebido para matar el tiempo; vivía al día, y cada día estaba ocupado. Los jueves me encontraba con Susie y Francy Hereira, y los tres almorzábamos en el Infierno Azul. Después Francy se iba a pasear solo, o buscaba a una chica, o se daba un baño en el Lago Superior, mientras Susie y yo nos retirábamos a mi habitación y mis cigarrillos de marihuana para nadar en las aguas más calientes de mi cama. Después de cenar, algún tipo de distracción. El jueves por la noche era cuando tenían lugar las conferencias de astrofísica, y oíamos hablar del diagrama Hertzsprung-Russell, de gigantes y enanas rojas, estrellas de neutrones o agujeros negros. El profesor era un rechoncho viejo verde salido de alguna remota escuela próxima a Esmolensko, pero a pesar de los chistes subidos de tono había mucha poesía y belleza en lo que decía. Se extendió en las viejas estrellas que nos dieron vida a todos nosotros, escupiendo silicatos y carbonato de magnesio al espacio para formar nuestros planetas, e hidrocarburos para formarnos a nosotros. Habló de las estrellas de neutrones que doblaban la gravedad de su alrededor; ya lo sabíamos, porque dos naves habían quedado reducidas a chatarra al entrar en el espacio normal a demasiado proximidad de una de esas enanas hiperdensas. Nos habló de los agujeros negros, que eran los lugares donde había estado una estrella densa, ahora sólo detectable por el hecho evidente de que habían engullido todo lo que había cerca, incluso la luz; no sólo habían doblado el pozo de gravedad, sino que se habían envuelto en él como si fuera una manta. Describió estrellas tan etéreas como el aire, inmensas nubes de gas incandescente; nos habló de la nebulosa de Orión, donde se estaban formando unas masas de gas caliente que probablemente se convertirían en soles al cabo de un millón de años. Sus conferencias eran muy populares; incluso asistían veteranos como Shicky y Dane Metchnikov. Mientras escuchaba al profesor, sentía el misterio y la belleza del espacio. Era demasiado inmenso y glorioso para producir miedo, y hasta pasado un rato no relacionaba estas depresiones de radiación y pantanos de gas con mi propia persona, con el frágil, asustado y vulnerable cuerpo que era el mío. Entonces pensaba en salir al encuentro de aquellos remotos titanes y... me moría de miedo.

Después de una de estas reuniones me despedí de Susie y Francy y me senté en un nicho cercano a la sala de lectura, medio oculto por la hiedra, para fumar un cigarrillo de marihuana. Shicky me encontró allí, y se detuvo a mi lado, sosteniéndose con las alas.

—Te estaba buscando, Rob —dijo.

La hierba empezaba a hacerme efecto.

—Una conferencia interesante —comenté distraídamente, tratando de alcanzar la agradable sensación que buscaba en la droga y no muy interesado por si Shicky estaba allí o no.

—Te has perdido lo más interesante —me reprochó Shicky.

Me dio la impresión de que estaba temeroso y esperanzado a la vez; algo le preocupaba. Fumé un poco más y le ofrecí el cigarrillo; él meneó la cabeza.

—Rob —dijo—, creo que se prepara algo que vale la pena.

—¿De verdad?

—¡Sí, de verdad, Rob! Algo muy bueno. Y pronto.

Yo no estaba preparado para una cosa así. Quería seguir fumando mi cigarrillo de marihuana hasta que la primera emoción de la conferencia se desvaneciera, a fin de poder seguir matando el tiempo. No quería saber nada de una nueva misión que mi complejo de culpabilidad me impulsaría a aceptar y mi miedo me impediría hacerlo.

Queridísimos padre, madre, Marisa y Pico-Joao.

Os ruego comuniquéis al padre de Susie que está muy bien y goza de gran consideración entre los oficiales. Decidid vosotros mismos si es conveniente decirle que está saliendo mucho con mi amigo Rob Broadhead. Es un hombre bueno y serio, pero no demasiado afortunado. Susie ha solicitado un permiso para salir en una misión y, si el capitán se lo concede, habla de ir con Broadhead. Todos hablamos de ir pero, como ya sabéis, no todos lo hacemos, de modo que quizá no haya por qué preocuparse.

Siento no poder escribir más; casi es hora de empezar a trabajar, y tengo una 48 para Pórtico.

Con todo mi amor,

Francescito

Shicky agarró el estante de hiedra y se sostuvo allí, mirándome con curiosidad.

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