Premio UPC 1996 - Novela Corta de Ciencia Ficción (50 page)

BOOK: Premio UPC 1996 - Novela Corta de Ciencia Ficción
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—Lástima que yo no sepa nadar.

—Tampoco podrás ahogarte —explicó Richard arqueando las cejas y quitando importancia al asunto—. Vamos, pero antes...

Se acercó a un mueble y pasó la mano por delante. De repente, la pared se desvaneció y el interior se iluminó: aparecieron una considerable cantidad de botellas de licor y otro número similar de copas de cristal finamente talladas y con incrustaciones de esmeraldas y diamantes. Había una bebida para cada momento y cada estado de ánimo. La ideal para aquella noche era de color turquesa y estaba contenida en un insinuante recipiente.

Subieron por las escaleras. Fuera estaba oscuro y la única luz que llegaba a sus ojos era la que emanaba del camino de lava que, en un detalle de buen gusto, no despedía ningún desagradable olor a azufre. O al menos quedaba disimulado por la fragancia de las flores que llegaba a ellos junto con una cálida brisa.

Fueron hacia el lago siguiendo el sendero luminoso. Richard había ido dejando sus ropas por el camino y al instante se zambulló en el agua.

—Ven, está buenísima —gritó a Amanda mientras se sumergía en aquella transparencia azulada.

—No, ven tú. Tomemos este licor; es delicioso. —Se sentó en la hierba y llenó las dos copas con aquel líquido. Se recostó mientras miraba el cielo.

Acababa de aparecer una estrella fugaz, pero no le dio tiempo a pedir un deseo.

Richard llegó junto a ella y agitó la cabeza. Miles de finas gotas cayeron sobre su cuerpo mojándola un poco. Brindaron en silencio.

—¿Te gusta? —preguntó Richard, que respiraba agitadamente.

—Está delicioso.

—Lo he hecho yo. Son las primeras pruebas con sabores —dijo orgulloso—. Pero ten cuidado; no lo parece pero es un licor muy fuerte. —Y después de decir esto se lanzó de nuevo al agua—. Venga, ven. No te arrepentirás.

Amanda se levantó y comenzó a bajarse la cremallera invisible que su vestido llevaba en un costado. La luna iluminó aquella piel suave que se había mantenido siempre oculta bajo trajes provocativos. No llevaba nada debajo.

La mujer se tiró al agua de cabeza y en pocos instantes se encontraba delante de Richard, completamente paralizado ante lo que por fin podría tocar, oler, apretar... disfrutar. Ella le miró fijamente y, tras un silencio eterno, abrazó a Richard y le dio un largo beso en la boca. El se aferró a aquel cuerpo, que al contacto huyó deslizándose como una sirena.

—Es verdad, se puede nadar fácilmente aunque no sepas. —Y echó a nadar hacia el centro del lago.

Richard la siguió pero ella volvió a escaparse para dirigirse a la orilla y tenderse sobre la hierba. Se acercó a Amanda y se recostó a su lado sin dejar de mirar aquel cuerpo armonioso.

—¿Te acuerdas de la pregunta que te hice aquí mismo el primer día que pasamos juntos? —dijo ella acariciando el pecho húmedo de Richard.

—Sí. —La besó. Acarició por primera vez aquellos senos calientes y húmedos. Deslizó su mano hasta la cadera. Mordió. Besó el cuello hasta llegar a los pezones.

Amanda giró y se colocó encima de él repitiendo sus movimientos. Jamás habían imaginado que el contacto físico pudiera ser tan real: los labios, la lengua, la piel, el vello... Pero el calor del cuerpo que tenía encima le produjo una extraña sensación: hambre. ¿Era normal que aquella situación produjera hambre? Y calor, un calor abrasador ¿Era también normal? No, o al menos no lo era cuando había pagado por hacerlo en los hoteles de Intercom.

Richard abrió los ojos y vio en Amanda una expresión de dolor. El paisaje también había cambiado. Se encontraban ante una chabola de barro, el lago había desaparecido y en lugar de hierba les rodeaba un desierto de arena abrasadora que ahora le quemaba la espalda. Se había hecho de día y un sol cegador brillaba en el cielo. Richard comenzó a ver cómo el cuerpo de Amanda se deformaba, encogiéndose y oscureciéndose como si estuviera friéndose con aquel calor insoportable. Miró sus manos, encogidas y negrecidas. Precozmente marchitas.

—¿Qué está pasando? —preguntó asustada.

—No lo sé. Casi no tengo fuerzas y tengo un hambre terrible. Todo ha cambiado. No lo entiendo.

También él estaba asustado.

Amanda se separó con un gran esfuerzo y cayó a su lado extenuada. Le dolía el estómago de una manera que nunca había experimentado antes. Sentía sus movimientos compulsivos, como si se devorase a él mismo buscando un poco de comida entre sus paredes rugosas. Propuso con un hilo de voz y un tono urgente y aterrado:

—Vamos a esa cabaña. Quizás el calor sea más soportable dentro y haya algo que comer.

A duras penas pudieron arrastrarse hacia la cabaña. El interior era pobre, una desapacible continuación del ambiente terroso y áspero del exterior. Había una mesa de madera medio destrozada y encima algo semejante a una torta de pan y un jarro con agua que despedía un hedor insoportable. Richard intentó tranquilizarse y pensar racionalmente.

—Todo esto no es real. Estamos en Virtual Cognition y podemos desconectarnos.

Movió una mano en el aire. En su habitación tecleó las órdenes que liberarían el conector de la máquina. Entonces dejaría de sufrir. Debían dejar de sufrir. Ya.

—¿Qué pasa? —dijo débilmente Amanda.

—El ordenador no responde.

Ninguno de los dos dijo nada. Les costaba pensar; les costaba creerlo.

—¿Estamos atrapados? —preguntó Amanda, entre la desesperanza y la incredulidad.

—Eso me temo. Pero no te preocupes, pronto se darán cuenta de lo que está pasando y vendrán a ayudarnos.

Richard no creía sus propias palabras, pero no le quedaba más remedio que ser optimista. Era lo único que podía hacer allí. Esta idea le desesperaba y a la vez le irritaba: durante sus Estancias en Intercom había pasado un par de veces la desagradable experiencia de vivir un virus virtual. No era nada doloroso, sino simplemente humillante, una humillación ideada por cualquier programador mal pagado que odiaba su trabajo.

Sin embargo, nunca pensó que en Virtual Cognition pudiese ocurrir una cosa similar; porque aquello era un virus, una broma. Tenía que ser eso.

—Vamos a intentar comer un poco de esto —propuso, señalando al pan que se encontraba sobre la mesa.

Se llevaron un poco de aquel alimento a la boca. El sabor era horrible, y el aire, pesado, caliente e irrespirable lograba que la saliva no apareciera. Comer dolía.

Luego se vistieron con unos harapos que había en la choza y se sentaron en espera de aquella ayuda que tenía que llegar pronto, en cuanto los vigilantes del sistema se dieran cuenta de que algo funcionaba mal. Pero la ayuda no llegó esa noche, ni durante el día caluroso y ardiente que le siguió.

18

Richard salió de la choza tapándose los ojos y miró detenidamente a su alrededor con la mano en la frente, para que aquellos rayos no le quemaran la retina. El paisaje había cambiado: ahora su cabaña se encontraba rodeada de otras, formando un pequeño poblado que rodeaba una de aquellas bombas manuales que aparecían en las viejas películas del Oeste. Allí debía de haber agua.

Miró dentro de la cabaña y vio a Amanda que aún dormía. Después miró el trozo de torta que había sobrado y contuvo sus deseos voraces de comérselo todo; esperaría a que Amanda despertara y comiera antes. Cogió el jarro e intentó aliviar la sed —tenía la garganta seca y la boca como un estropajo viejo y seco—, pero recordó que la noche anterior se habían bebido todo el agua para poder engullir aquella seca comida que tenían. «Tiene que haber comida y agua ahí fuera», así que salió con el recipiente, decidido a llenarlo de lo que saliese de aquella bomba que había aparecido misteriosamente durante la noche.

Al llegar a la puerta vio cómo otro hombre iba en dirección a la fuente. «Quizá no quede agua suficiente para dos jarros.» Richard corrió todo lo que pudo hasta la fuente y comenzó a bombear con las pocas fuerzas que le quedaban. Al principio tan sólo salió aire seco de aquella tubería que parecía reírse de sus intenciones, pero poco después comenzó a caer un hilillo de agua maloliente, sucia y oxidada.

El otro hombre esperaba al lado de Richard y su cara demacrada se alegró un poco al ver que el agua salía ahora con un poco más de fuerza.

—¿Sabe lo que ha pasado? —preguntó—. Yo estaba cenando con mi mujer cuando de repente me encontré en este desierto.

—No, no lo sé, pero no se preocupe. Pronto llegará ayuda, seguro —respondió Richard haciendo un enorme esfuerzo para mostrarse confiado.

Reunió las pocas fuerzas que le quedaban y fue a dar una vuelta por el pueblo con la esperanza de encontrar algún campo donde hubiera algún cultivo, algún árbol frutal o cualquier cosa que pudiera echarse al estómago para saciar aquella feroz hambre que sentía. No encontró nada; sólo desierto que se extendía y se extendía hasta donde alcanzaba la vista. Al final, en el horizonte, se levantaban unas escarpadas y peladas montañas. No había ningún sitio donde ir.

—¿Nada? —le preguntó Amanda tan pronto entró por la puerta. Estaba muy delgada y su aspecto era cadavérico, sin expresión.

—Nada. Sólo tenemos esa vieja bomba, y gracias a Dios que está ahí. Si no estaríamos deshidratados.

Abrazó a Amanda, que se encontraba muy débil para moverse y apenas notó su pulso. Por alguna macabra razón, en Virtual Cognition no se habían olvidado ni de colocar el pulso a los cuerpos. Allí también se podía morir (quizá realmente) . Y no sabía a quién implorar clemencia. Tenía una extraña sensación de claustrofobia, como cuando de pequeño imaginaba lo que se sentía dentro de la oscuridad llena de ecos de un florero de barro que gustaba mucho a su madre. Ahora pensaba en aquellas curiosas muñecas rusas: ellos eran la talla de madera más pequeña y estaban dentro de otra más grande. ¿Era a esa muñeca a la que debía odiar? ¿O también estaba rodeada por otra muñeca mayor, rodeada a su vez de otra mayor, rodeada a su vez...? Se sentía minúsculo y observado por ojos gigantes que le controlaban. Aquel inmenso desierto infinito era en realidad como una caja. Dentro, unos cuantos juguetes intentando llegar a los bordes, luchando contra una mano que les devuelve otra vez al centro.

Respiró hondo e intentó alejar aquellos pensamientos de su cabeza. Fue a llenar el jarro a la fuente. Había varios hombres sacando agua del único punto de vida que había en el poblado, y se puso educadamente en la cola. Incluso el jarro le pesaba demasiado para la fuerza que le quedaba. Otro desconocido se puso tras él, pero al instante se desplomó en el suelo. Los demás se giraron y no hicieron nada porque de nada hubiese servido. Richard se agachó y buscó el pulso en la muñeca del hombre; durante unos segundos sintió la leve presión de las venas y, después, nada. Había desaparecido, pero Richard en cierto modo le envidiaba: aquel hombre había vuelto, estaría en una habitación, en su casa, junto a un terminal de Virtual Cognition. ¿O no?

Un hombre de la cola cayó de rodillas presa del pánico:

—¿Es que no va a venir nadie a ayudarnos? ¿Saben que estamos aquí? Sí, tienen que saberlo. ¡¡¡Tienen que venir a ayudarnos o nos moriremos de hambre y de sed!!! —gritó.

Los demás se quedaron mirándole un rato y después siguieron llenando sus jarros uno a uno. Richard volvió con el agua llorando y esperando que terminara pronto aquel sufrimiento.

Aquella noche oyeron cómo se acercaba un ruido que venía de lejos. Parecía un motor y todos los habitantes de aquel infierno salieron a toda prisa al exterior. Hacía un frío penetrante y afilado como una cuchilla de afeitar. Las ráfagas de viento eran dolorosos latigazos contra los cuerpos semidesnudos de aquellos espectros.

A lo lejos, en el cielo, se aproximaba una luz. Pasó por encima de ellos a toda velocidad y dejó caer pequeñas lucecitas que descendían despacio y oscilantemente. Tres pequeñas cajas de madera, provistas de sus correspondientes paracaídas, impactaron contra la arena y levantaron una pequeña polvareda. Aquello era ayuda. Comida.

Uno de los paquetes había caído cerca de la bomba de agua. Todos salieron corriendo para llegar hasta aquella suerte que les permitiría vivir tal vez un par de días, quizá tres. La caja se había roto en la caída y no tuvieron que abrirla, lo que hubiera resultado imposible en el estado en el que se encontraban.

Leche en polvo, algunas conservas, chocolate.

Richard cogió lo que pudo llevar y salió corriendo para darle un mínimo de sustento a Amanda, cada vez más débil y desconectada de lo que la circundaba. Vació la leche en polvo dentro del jarro y la removió con la mano. Cuando creyó que ya estaba lo suficientemente disuelta, le acercó la bebida a los labios de Amanda, que yacía desfallecida en el suelo.

Recobraron un poco las fuerzas con aquellos alimentos y salieron al atardecer como tantos otros a buscar lo que había quedado de las otras dos cajas. De pronto, el suelo empezó a temblar y un torbellino de arena creó un enorme agujero. Disparado por una fuerza descomunal, emergió un extraño árbol repleto de ramas, que se movieron rápidamente y atrajeron hacia el tronco a uno de los hombres que había salido en busca de comida. El pobre empezó a gritar espeluznantemente. Aquellas ramas parecían absorberle por completo y no soltaron a su presa hasta alimentarse de su energía. Un cuerpo rígido y sin color cayó sobre la arena.

Richard apartó de un golpe a Amanda, pero antes de que cayera al suelo a causa del empujón ya se encontraban de nuevo junto al lago. Otro cometa volvió a cruzar el cielo estrellado, pero no había ya nadie que lo contemplase. De manera instintiva, Ricardo se desconectó para llevar a Amanda al hospital, pero no tardó en darse cuenta de que aquello era inútil. No tenía ni idea de dónde vivía ella en realidad: podían sentir los roces de sus cuerpos en Virtual Cognition, pero una vez desconectados aparecían cada uno en su casa. Donde habían estado realmente todo el tiempo.

19

Las noticias no dejaban de hablar del atentado que había tenido lugar en Virtual Cognition. Se barajaban diversas hipótesis, desde un loco hasta grupos armados que luchaban a favor del tercer mundo, pero nadie explicaba realmente lo que había ocurrido. Tan sólo se oían cifras de muertos e ingresados en el hospital.

Laura aumentó el volumen de su receptor: «... Cuatrocientos muertos por parada cardíaca y tres mil ingresados ha sido el balance del desgraciado incidente que, de manera aún inexplicable, se ha producido este fin de semana en los ordenadores de la empresa Virtual Cognition. Por fin nos llegan las primeras imágenes de lo sucedido, gracias al archivo de seguridad intervenido por la policía y que se encarga de registrar, a determinados intervalos de tiempo, diferentes Estancias en lugares públicos elegidos aleatoriamente.»

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