Presa (4 page)

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Authors: Michael Crichton

Tags: #Tecno-Thriller

BOOK: Presa
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Se arrimó a mí y se hizo un hueco bajo mi brazo. Todo muy íntimo, como en los viejos tiempos. Aún me sentía incómodo, pero la abracé.

—A propósito —dije—, ¿por qué ahora te duchas por la noche, y no por la mañana?

—No lo sé —respondió—. ¿Eso hago? Sí, supongo que sí. Es solo que me resulta más fácil, cariño. Por las mañanas todo son prisas, y últimamente he de atender todas esas llamadas desde Europa; me llevan mucho tiempo. —Señalando la pantalla, dijo—: Ahí tienes.

Vi un caos de puntos en blanco y negro y finalmente la imagen cobró nitidez.

En la grabación Julia aparecía en un amplio laboratorio equipado como un quirófano. Un hombre yacía de espaldas en la camilla, con un catéter en el brazo y un anestesiólogo al lado. Sobre la mesa había una placa redonda de metal de unos dos metros de diámetro, que podía levantarse y bajarse, pero en ese momento estaba levantada. Se veían monitores por todas partes. Y en primer plano, mirando un monitor, estaba Julia. Tenía al lado a un técnico de vídeo.

«Es espantoso —decía, señalando el monitor—. ¿Qué son todas esas interferencias?».

«Creemos que son los purificadores de aire. Esa es la causa».

«Pero esto es inaceptable».

«¿En serio?».

«Sí, en serio».

«¿Qué quieres que hagamos?».

«Quiero que lo arregléis», dijo Julia.

«Entonces tenemos que cortar la corriente, y vosotros…»

«Me da igual —lo interrumpió Julia—. No podemos presentar a los inversores una imagen de esta calidad. Han visto imágenes de Marte mucho mejores. Arregladlo».

A mi lado, en la cama, Julia dijo:

—No sabía que hubieran grabado todo esto. Es anterior a la demostración. Pásalo.

Pulsé el botón del mando a distancia. La imagen se aceleró. Esperé unos segundos y detuve el avance rápido.

El mismo escenario. Julia aún en primer plano. Carol, su ayudante, hablándole en susurros.

«Bien, pero ¿qué le digo?».

«Dile que no».

«Pero quiere empezar».

«Lo entiendo. Pero falta una hora para la transmisión. Dile que no».

En la cama, Julia me dijo:

—Perro Loco era nuestro sujeto experimental. Estaba impaciente. Se moría por empezar.

En la pantalla, la ayudante bajó la voz.

«Creo que está nervioso, Julia. Yo también lo estaría con un par de millones de esas cosas arrastrándose dentro de mi cuerpo…»

«No son un par de millones, ni se arrastran —replicó Julia—. Además, son un invento suyo».

«Aun así».

«¿No es ese un anestesiólogo?».

«No, es cardiólogo».

«Bueno, quizá el cardiólogo pueda darle algo para los nervios».

«Ya se lo ha dado. Una inyección».

En la cama, a mi lado, Julia dijo:

—Pásala más adelante, Jack.

Obedecí. La imagen avanzó rápidamente.

—Ya, aquí.

Vi otra vez a Julia de pie ante el monitor, y al técnico junto a ella.

«Esto ya es aceptable —decía Julia en la pantalla, señalando la imagen—. No extraordinario pero aceptable. Ahora muéstrame el ME».

«¿Cómo?».

«El ME. El microscopio electrónico. Enséñame esa imagen».

El técnico parecía confuso.

«Esto…, nadie nos ha dicho nada de un microscopio electrónico».

«¡Por Dios, léete el guión!».

El técnico parpadeó.

«¿Está en el guión?».

«¿Te has mirado el guión?».

«Lo siento, creo que se me ha pasado por alto».

«No hay tiempo para lamentarse. ¡Resuélvelo!».

«No hace falta gritar».

«Sí hace falta, porque estoy rodeada de idiotas. —Agitó las manos—. Estoy a punto de entrar en conexión y hablar a inversores de cinco países, con una aportación de capital riesgo por valor de once mil millones de dólares, y resulta que no tengo una toma del microscopio para que vean la tecnología».

En la cama, Julia dijo:

—Casi he perdido los estribos con ese tipo. Ha sido muy irritante. Habíamos empezado la cuenta atrás para la transmisión vía satélite, con un espacio de tiempo reservado y cerrado. No podíamos cambiarlo. Teníamos que llegar a tiempo, y ese tipo era un imbécil. Pero al final lo hemos conseguido. Pasa la imagen.

La pantalla mostró un rótulo fijo en el que se leía:

UNA DEMOSTRACIÓN PRIVADA DE

FORMACIÓN AVANZADA DE IMÁGENES MÉDICAS

A CARGO DE

XYMOS TECHNOLOGY

MOUNTAIN VIEW, CALIFORNIA

LÍDER MUNDIAL EN MANUFACTURA MOLECULAR

Luego en la pantalla apareció Julia, de pie ante la camilla y los instrumentos médicos. Se había peinado y remetido la blusa en la cintura.

«Hola a todos —dijo, sonriendo a la cámara—. Soy Julia Forman, de Xymos Technology, y estamos a punto de presentar un revolucionario procedimiento de formación de imágenes médicas recién desarrollado por nuestra empresa. El sujeto, Peter Morris, está tendido en la camilla detrás de mí. Dentro de un momento vamos a ver el interior de su corazón y sus vasos sanguíneos con una facilidad y precisión inimaginables hasta la fecha».

Sin dejar de hablar, comenzó a pasearse alrededor de la camilla.

«A diferencia del cateterismo cardíaco, nuestro procedimiento es absolutamente seguro. Y a diferencia del cateterismo, nos permite examinar cualquier parte del cuerpo, cualquier conducto, por grande o pequeño que sea. Entraremos en su aorta, la principal arteria del cuerpo. Pero también veremos los alvéolos de sus pulmones y los pequeños capilares de las yemas de los dedos. Podemos hacerlo porque la cámara introducida en sus vasos sanguíneos es menor que un glóbulo rojo. Mucho menor, de hecho.

»La tecnología de microfabricación de Xymos permite ya producir estas cámaras en miniatura, y producirlas en grandes cantidades, deprisa y a bajo coste. Se necesitaría un millar de ellas para formar un punto del tamaño de la punta de un lápiz. Podemos fabricar un kilo de estas cámaras en una hora.

»Sin duda me escuchan con escepticismo. Todos somos conscientes de que la nanotecnología ha hecho promesas que no podía cumplir. Como bien saben, el problema residía en que los científicos eran capaces de diseñar dispositivos a escala molecular pero no manufacturarlos. Pero Xymos ha resuelto el problema».

De pronto tomé conciencia de la magnitud de sus afirmaciones.

—¿Cómo? —pregunté, sentado en la cama—. ¿Es broma? —Si eso era cierto, representaba un extraordinario avance, una auténtica innovación tecnológica, e implicaba…

—Es cierto —aseveró Julia tranquilamente—. Estamos fabricándolas en Nevada. —Sonrió, regodeándose de mi asombro.

En la pantalla Julia decía:

—Tengo una de las cámaras de Xymos bajo el microscopio electrónico, aquí —señaló el monitor—, así que pueden verla en comparación con el glóbulo rojo que hay al lado.

La imagen cambió a blanco y negro. Una delgada cánula empujó lo que parecía un diminuto calamar colocado sobre un campo visual de titanio. Era un objeto de punta ahusada, con filamentos ondulantes en la parte de atrás, diez veces más pequeño que el glóbulo rojo, que en el vacío del microscopio electrónico era un óvalo arrugado, como una pasa gris.

«Nuestra cámara tiene una longitud de una diez mil millonésima de centímetro aproximadamente. Como ven, presenta forma de calamar —explicó Julia—. La formación de imágenes se produce en el morro. Los microtúbulos de la cola sirven de estabilizadores, como la cola de una cometa. Pero también pueden ondular activamente y proporcionar así locomoción. Jerry, si es posible girar la cámara para mostrar el morro… Muy bien, ahí. Gracias. Ahora, en este plano frontal, ¿ven esa hendidura del centro? Es el detector de fotones de arseniuro de galio, que actúa como una retina, y la superficie ribeteada circundante, esa especie de neumático radial, es bioluminiscente e ilumina el área que tiene delante. Dentro del propio morro quizá distingan una serie muy compleja de moléculas trenzadas. Eso es la cascada de trifosfato de adenosina, ATP, patentada por nosotros. Puede concebirse como un cerebro primitivo, que controla el comportamiento de la cámara…, un comportamiento muy limitado, sí, pero suficiente para nuestros propósitos».

Oí un zumbido de estática y una tos. En un ángulo de la imagen se abrió una pequeña ventana, y en ella apareció Fritz Leidermeyer, desde Alemania. El corpulento inversor cambió de posición en su silla.

«Disculpe, señorita Forman. ¿Sería tan amable de decirme dónde está la lente?».

«No hay lente».

«¿Cómo puede haber una cámara sin lente?».

«Se lo explicaré sobre la marcha», respondió ella.

Observando, dije:

—Debe de ser una cámara oscura.

—Exacto —confirmó Julia, asintiendo con la cabeza.

La cámara oscura, del latín
camera obscura
, era el dispositivo para formación de imágenes más antiguo que se conocía. Los romanos descubrieron que si se practicaba un pequeño orificio en la pared de una habitación oscura, aparecía en la pared opuesta una imagen invertida del exterior. Eso ocurría porque, a través de cualquier pequeña abertura, la luz se concentraba, como si pasara por una lente. Regía el mismo principio que en la cámara de agujero de un niño. Por eso, desde la época romana, se llamaba «cámara» a todo dispositivo destinado a registrar imágenes. Pero en este caso…

—¿Qué hace la función de abertura? —pregunté—. ¿Hay un agujero?

—Pensaba que lo sabías. Tú eres el responsable de esa parte.

—¿Yo?

—Sí. Xymos autorizó el uso de unos algoritmos basados en agentes que elaboró tu equipo.

—No, no lo sabía. ¿Qué algoritmos?

—Para controlar la red de partículas.

—¿Vuestras cámaras están conectadas en red? ¿Todas esas cámaras minúsculas se comunican entre sí?

—Sí —contestó Julia—. Forman un enjambre, de hecho. —Aún sonreía, divirtiéndose con mis reacciones.

—Un enjambre.

Pensé en ello, intentando comprender qué quería decirme. Desde luego mi equipo había desarrollado varios programas para controlar enjambres de agentes. Esos programas tomaban como modelo el comportamiento de las abejas. Tenían muchas características útiles. Por el hecho de componerse de numerosos agentes, los enjambres respondían al medio ambiente de un modo enérgico. Ante condiciones nuevas e imprevistas, los programas enjambre no fallaban; sorteaban los obstáculos, por así decirlo, y seguían adelante.

Pero nuestros programas creaban agentes virtuales en el ordenador; Julia, en cambio, había creado agentes reales en el mundo real. Inicialmente no entendí cómo podían adaptarse nuestros programas a sus necesidades.

—Los utilizamos para la estructura —aclaró—. El programa constituye la estructura del enjambre.

Era lógico. Obviamente una sola cámara molecular no bastaba para registrar imágenes. Por tanto, la imagen debía ser el resultado de la combinación de millones de cámaras funcionando simultáneamente. Pero, además, las cámaras tenían que disponerse en el espacio conforme a una estructura ordenada, probablemente una esfera. Ahí era donde intervenía el programa. Ahora bien, eso implicaba a su vez que Xymos debía de estar generando el equivalente a…

—Estáis creando un ojo.

—Sí, más o menos.

—Pero ¿dónde está la fuente de luz?

—El perímetro bioluminiscente.

—Eso no produce luz suficiente.

—Sí. Observa.

Entretanto, en la pantalla, Julia se volvía con soltura y señalaba el catéter a sus espaldas. Sacó una jeringuilla de un cubo de hielo cercano. El tubo parecía lleno de agua.

«Esta jeringuilla —dijo— contiene aproximadamente veinte millones de cámaras en una solución salina isotónica. De momento existen como partículas pero, una vez inyectadas en el flujo sanguíneo, aumentará su temperatura y pronto se agruparán y constituirán una metaforma, del mismo modo que una bandada de aves se dispone en forma de V».

«¿Qué clase de forma?», preguntó uno de los inversores.

«Una esfera —dijo Julia—. Con una pequeña abertura en un extremo. Podría considerarse el equivalente a una blástula en embriología. Pero en realidad las partículas forman un ojo. Y la imagen de ese ojo será una combinación de millones de detectores de fotones, de igual manera que el ojo crea una imagen mediante sus bastones y conos».

Se volvió hacia un monitor que mostraba una animación en bucle, repitiéndose la secuencia una y otra vez. Las cámaras entraban en el flujo sanguíneo como una masa en desorden, desorganizada, una especie de efervescente nube en la sangre. En el flujo sanguíneo, la nube se aplanaba de inmediato y quedaba reducida a un haz alargado. Pero en cuestión de segundos el haz empezaba a fusionarse y adoptar una forma esférica. La forma se hacía cada vez más definida hasta que finalmente parecía casi sólida.

«Si esto les recuerda a un ojo real, hay razones para ello —dijo Julia—. En Xymos imitamos explícitamente la morfología orgánica. Puesto que diseñamos con moléculas orgánicas, sabemos que, gracias a millones de años de evolución, el mundo que nos rodea contiene innumerables disposiciones moleculares viables. Así que las utilizamos».

«¿No pretenderán inventar la rueda?», comentó alguien.

«Precisamente. O el globo ocular».

Hizo una señal, y la antena plana descendió hasta hallarse a solo unos centímetros del sujeto.

«Esta antena potenciará la cámara y captará la imagen transmitida —dijo—. La imagen, claro está, puede almacenarse digitalmente, reforzarse, manipularse o someterse a cualquiera de los procesos que es posible llevar a cabo con datos digitales. Ahora, si no hay más preguntas, empezaremos».

Acopló una aguja a la jeringuilla y la clavó en un tapón de goma del catéter.

«Inicia la cuenta».

«Cero punto cero».

«Allá vamos».

Empujó el émbolo rápidamente.

«Como ven, lo hago deprisa —dijo—. Nuestro procedimiento no requiere especial delicadeza. No hay riesgo de estropear nada. Si la microturbulencia generada por el flujo a través de la aguja daña los túbulos de unos cuantos miles de cámaras, no importa. Tenemos millones, de sobra para hacer el trabajo. —Retiró la aguja—. ¿Bien? Por lo general, tenemos que esperar unos diez segundos para que se forme la esfera, y pasado ese tiempo debería empezar a recibirse una imagen… Ah, parece que ya llega algo… Y ahí está».

La escena mostraba a la cámara avanzando a considerable velocidad por lo que parecía un campo de asteroides. Salvo que los asteroides eran glóbulos rojos, flexibles bolsas violáceas desplazándose por un líquido transparente, un poco amarillento. De vez en cuando surgía un glóbulo blanco mucho mayor, llenaba la pantalla por un instante y desaparecía. Lo que estaba viendo se asemejaba más a un videojuego que a una imagen médica.

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