Q (54 page)

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Authors: Wu Ming Luther Blissett

Tags: #Histórico, Aventuras

BOOK: Q
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Apenas sonrío:

—¿Qué más os dice mi mirada?

En voz baja:

—Que no os importan mucho los derroteros que puedan tomar los acontecimientos, pero que aún sois capaz de dejaros fascinar por un paisaje desconocido. Y que precisamente por eso podríais embarcaros en esta empresa. De lo contrario, no habríais venido a verme, ¿o me equivoco?

Perna es un hombre singular, materialista y roñoso, pero al mismo tiempo agudo y refinado conocedor de los hombres. Une la sapiencia doctrinal a un sentido concreto de las cosas: una mezcla que he encontrado raramente en la vida.

Degluto el vino, el sabor llena mi boca. Le dejo continuar, he aprendido que no es fácil frenar su lengua.

—Habéis conocido las armas y las letras. Habéis luchado por algo en lo que creíais y habéis perdido la causa, pero no la vida. Espero me comprendáis, hablo del sentido de la vida que une en común a gente como vos y yo, la incapacidad de detenerse, de quedarse cómodamente en algún oscuro rincón, en espera del fin; la idea de que el mundo no es más que una gran plaza a la que se asoman los pueblos y los individuos, desde los más grises a los más extravagantes, desde los matachines a los príncipes, cada uno de ellos con su insustituible historia, que nos habla de la historia de todos. Vos debéis de haber conocido la muerte, la pérdida. Tal vez ha sido una familia, en alguna parte, en las tierras del norte. Con seguridad muchos amigos, perdidos por el camino y nunca olvidados. Y quién sabe cuántas cuentas que ajustar, destinadas a seguir estando pendientes.

La luz del fuego le ilumina media cara, le hace asemejarse a una criatura fabulosa, un gnomo sabio e intrigante al mismo tiempo, o tal vez un sátiro, que te susurra secretos al oído. Sus ojillos diminutos parpadean junto a las llamas.

—Estoy hablando de eso, ¿entendido? De la imposibilidad de detenerse. No es acertado. No lo es nunca. Habríamos tenido que hacer otras elecciones, hace mucho tiempo, y hoy es ya demasiado tarde. La curiosidad, la insolente, terca curiosidad de saber cómo va a terminar la historia, cómo concluirá la vida. De eso se trata, de nada más. Nunca es el afán de lucro el que nos lleva por el mundo, nunca es solo la esperanza, la guerra… o las mujeres. Hay algo más. Algo que ni yo ni vos podremos describir nunca, pero que conocemos perfectamente. Incluso ahora, incluso en el momento en que os parece haberos alejado demasiado de las cosas, incuban en vos las ganas de conocer el final. De seguir viendo. No hay nada que perder cuando se ha perdido todo.

Una sonrisa de desapego debe de habérseme quedado grabada en el semblante durante todo el tiempo. Y sin embargo nace de la sensación de estar escuchando el consejo de un viejo amigo.

Me toca el brazo:

—Yo parto mañana para Milán, voy a vender los libros de Oporinus allí. Tendré que permanecer allí un tiempo para despachar algunos asuntos que dejé pendientes. Tras lo cual partiré hacia Venecia. Si mi propuesta os atrae, la cita es en la librería de Andrea Arrivabene, que tiene en el letrero un pozo, acordaos de este nombre. ¿Por qué os reís?

—Nada, pensaba en las coincidencias de la vida. Un pozo, ¿habéis dicho?

—Exactamente eso.

Me mira perplejo.

Vacío el vaso. Tiene razón: cuarenta y cinco años y ya nada que perder.

—Descuidad, allí estaré.

El ojo de Carafa

(1545)

Carta enviada a Roma desde Viterbo, dirigida a Gianpietro Carafa, fechada el 13 de mayo de 1545.

Al ilustrísimo y reverendísimo señor mío Giovanni Pietro Carafa, en Roma.

Muy honorable señor mío:

Escribo a Vuestra Señoría para comunicarle que no hay ya vuelta atrás. Reginaldo Polo ha decidido, en efecto, realizar el primer movimiento.

Como seguramente sabrá V.S., Su Santidad Paulo III ha encargado a Polo redactar un documento que exponga las intenciones del Concilio, en previsión de su próxima apertura en el mes de diciembre.

Pues bien, precisamente hoy he tenido ocasión de oír una conversación entre el inglés y Flaminio en la que han sido confrontados los contenidos de dicho documento, que lleva el título cuando menos neutral de
De Concilio
.

Parece que el primer argumento introducido por el inglés es precisamente la definición de la doctrina de la justificación. Para exponer el problema, ha empleado un tono suave y aparentemente inocente, y no obstante tendencioso, avalando ya alguna que otra compatibilidad entre la doctrina protestante y la católica. Por tanto es seguro ya que el cardenal quiere comprometer desde sus primeras frases a los padres conciliares en la búsqueda de un compromiso con los luteranos.

La impresión y difusión de
El beneficio de Cristo
aparecen hoy bajo su verdadera luz: la de una estrategia calculada.

Desde hace dos años a esta parte Polo y sus amigos han conseguido, con ese maléfico libelo, difundir la simiente de sus ideas criptoluteranas y desatar, además, el debate sobre su significado, y ahora esperan recoger los frutos en Trento.

Que Dios omnipotente nos proteja de una desventura semejante, iluminando el ánimo de mi señor y aconsejándole las indispensables medidas preventivas.

Besando las manos de Vuestra Señoría, me encomiendo a su protección.

De Viterbo, el día 13 de mayo de 1545, el fiel observador de Vuestra Señoría,

Q.

El diario de Q.

Viterbo, 13 de mayo de 1545

En el fresco soy una de las figuras del fondo.

En el centro destacan el Papa, el Emperador, los cardenales y los príncipes de Europa.

En los márgenes, los agentes discretos e invisibles, que atisban desde detrás de las tiaras y las coronas, pero que en realidad sostienen toda la geometría del cuadro, lo llenan y, sin dejarse descubrir, permiten a aquellas cabezas ocupar su centro.

Con esa imagen en la mente me decido a llevar estos apuntes.

En toda la vida no he escrito ninguna línea para mí mismo: no hay página del pasado que pueda comprometer el presente, no hay ningún rastro de mi paso. Ni un nombre, ni una palabra. Nada más que recuerdos en los que nadie puede creer, ya que son los de un fantasma.

Pero ahora es distinto: tal vez hoy es más difícil y arriesgado que en Münster. Los años italianos enseñan que los palacios son mortales de necesidad, tanto como los campos de batalla, solo que aquí dentro el ruido de la guerra está amortiguado, absorbido por el parloteo de las negociaciones y por las mentes agudas y asesinas de estos hombres.

Nada es lo que parece dentro de los palacios romanos.

Nadie puede captar el cuadro de conjunto, ver al mismo tiempo la figura y el trasfondo, el objetivo final. Nadie excepto aquellos que tienen en sus manos los hilos de la trama, hombres como mi señor, como el Papa, como los decanos del Sacro Colegio.

Nota: comprender, anotar, no descuidar detalles en apariencia irrelevantes, que podrían resultar ser las claves de bóveda de toda una estrategia.

Los elementos del cuadro: un libro peligroso; un Concilio inminente, un hombre poderosísimo; el servidor más secreto.

Sobre «El beneficio de Cristo»

Hará casi dos años que se imprimió el libro. Ha desencadenado polémicas (el cardenal Cervini lo ha prohibido en su diócesis), pero pese a eso continúa circulando sin problemas, o mejor dicho aún, conoce una gran difusión.

Los «viterbeses» fingen que no pasa nada, mientras se preparan para llevar las tesis del libro al Concilio de Trento (Reginald Pole: «Hay momentos y lugares adecuados para las ideas que, cuidadosamente escogidos, pueden impedir a los nuevos tribunales pararlas»). Pole espera derrotar a Carafa en lo que al tiempo se refiere: la difusión de las ideas reformadas contra la creación de la Inquisición.

¿Puede ser
El beneficio de Cristo
un arma de doble filo que golpee a quien la ha forjado? ¿Y cómo?

¿Arreglárselas para que el Concilio lo condene inmediatamente y desenmascare a sus autores? ¿Atribuirlo a Pole y a su círculo de amigos?

No, el inglés lo negaría todo, su credibilidad es demasiado alta para poder hacerle la imputación de herejía, y además, no hay pruebas de que haya sido el autor del libro. Si consigue disculparse saldría más reforzado que nunca. Mi señor esto lo sabe; es hombre demasiado prudente para conceder una oportunidad semejante a su mayor adversario.

Mejor aún: urdir una tela de araña, donde uno tras otro caigan todos los cardenales que ven con buenos ojos a los reformados. Un libro que pase de mano en mano, de biblioteca en biblioteca, y contagie a todo aquel que lo toque. Y cuando se recoja la red, pescar a todos los peces gordos de una vez. Es preciso dejarlo circular, aunque el Concilio lo condene, dejar que los amigos de Pole lo lean, se queden fascinados por él, tanto como lo están por ese brillante intelecto inglés. Mientras tanto Carafa trabaja, construye paso a paso la máquina capaz de darles la puntilla a todos de un plumazo. Sí, así es como razona mi señor. Pero un juego de este tipo puede escapársele de las manos, volverse demasiado grande incluso para su mente ubicua.

Sobre el Concilio

29 de junio de 1542: publicada la bula papal de convocatoria del Concilio ecuménico.

21 de julio de 1542: bula papal
Licet ab initio
que instituye la Congregación del Santo Oficio de la Inquisición.

Entre estas dos fechas, reanudación de la guerra entre Carlos V y Francisco I.

Por lo que parece, si no hay Concilio, habrá guerra, de ejércitos o de intelectos, no existe mayor diferencia.

De Concilio
: una defensa velada de las tesis de
El beneficio de Cristo
. Los cardenales espirituales quieren transformar el Concilio de Trento en la sede privilegiada para afrontar la cuestión de la justificación. El Concilio debería convertirse en la fuerza contrapuesta a la Inquisición, que debe robustecerse bajo la astuta guía de Carafa. No cabe duda de que mi señor se prodigará a fin de que las tesis de El beneficio sean condenadas aun antes de ser discutidas.

Sobre Carafa

Cabe preguntarse qué debió de encontrar Vesalio, el necrófilo, dentro de ese hombre cuya mirada parece apuntar hacia un horizonte demasiado lejano, no de esta tierra. Tal vez todo el temor que él infunde. O la gracia divina de la mente insondable del Creador bajo las celadas facciones de la crueldad.

Pero ¿quién es este?

Mi señor y monje, maestro del disimulo y de la simulación, de casta de mando, primero prelado y luego pobre teatino por voto. Enemigo del Emperador, al que tuvo de hecho sobre sus rodillas, despreciándolo ya; de intuición que diríase diabólica, si no conociéramos su fe; sumo arquitecto del Santo Oficio, renacido para él y bajo él, que custodia sus secretos, sus miras, y lo hace crecer como una prole amada, con desmesurada energía, a una edad en la que gran parte de los hombres hace ya tiempo que está entre tierra y gusanos; apóstol de lo que lo entusiasma por encima de cualquier otra cosa: la guerra espiritual, lucha interior y exterior, sin cuartel, contra los embelecos de la herejía, bajo cualquier forma en que estos se presenten.

Pero ¿quién es este?

Sobre mí

El ojo de Carafa.

Capítulo 6

Paso del San Gotardo, 17 de mayo de 1545

No tendría que haberlo hecho. ¿Volveré a controlar los gestos, la mente?

Ridícula, sublime, pavorosa visión.

¿O bien abandonarme completamente?

Los bosques ondulantes del Mittelland hasta llegar al Aare, luego lentamente en la plana y amplia barcaza pasando Olten, Suhrsee y por fin Lucerna, en el extremo profundo del oscuro lago de los cantones, donde se cruza con el Reuss. De ahí, a lomo de un mulo, o, mejor dicho, de dos, uno para los bagajes y los libros de Perna, entre los cientos que suben cargados las pendientes del torvo monte Pilatos resoplando por los senderos a menudo inaccesibles, pero atestados de tráfico comercial y de hombres, carros y bestias. Arriba y abajo de este obligado tránsito de pendientes soleadas y prados alpestres, de bosques salvajes y espléndidos, rodeados de pronunciados picos, de un aire nítido y punzante que surcan en sus alturas extremas las alas del halcón peregrino. Clara mañana de primavera, experimento la tónica ebriedad de las cotas altas. Observo el desfiladero impracticable en otra estación, el puerto que desde Andermatt lleva a Airolo, San Gotardo que mira a suelo italiano.

Debo de estar completamente loco. Un viejo chiflado que se pone en camino desde estas montañas hacia el gran burdel del mundo que mira de cara al Turco.

Ridícula y sublime visión.

Un pánico que transmite entumecimiento a los miembros. Un gamo se escabulle rápido como una flecha entre los árboles.

Podría morir ahora. En medio del éxtasis de una terrible euforia, en la parálisis del sol cálido sobre unos músculos envejecidos y doloridos. Ahora. Sin saber quién soy. Sin un plan, y con dos pesadas alforjas de libros. Antes de que la absurda inercia se reanude, de que el insensato intelecto me haga volver a la silla de ese mulo. Dos alforjas. Contemplo los escarpados valles italianos que preceden a la llanura, hasta el mar. Para encontrar a los espectros, bajo el letrero del Pozo. Ven conmigo, constructor de tejados, pues no sé quién soy. Y mis piernas no son ya firmes. Ahora.

Bérgamo, República de Venecia, 25 de mayo de 1545

¿Así que unas pocas tiras de estas largas hojas enrolladas, los aromáticos cigarros de Ultramar que me traje de tierras holandesas, pueden verdaderamente provocar en esos picachos semejantes emociones intensas y desequilibradas?

Me siento todavía turbado. Pero con ese miedo parecido al vértigo del extravío, de la fascinación de lo desconocido y de la posibilidad extrema, de las regiones inexploradas y de la visión profunda. Distinto de la ebriedad del vino, de la cerveza o del aguardiente. Sin esos humos y la confusa mezcla de pensamientos e insensata verborrea.

Otro ser dentro de ti. Que se desvanece ligero, sin dejar rastro en el cuerpo pero inmutables las preguntas.

A lo largo del Ticino hasta el pequeño pueblo de Biasca. Desde allí, acompañado por un guía, a través de senderos de montaña, al este hacia Chiavenna, superando los valles de Calanca y Mesolcina, por encargo de Perna, para entregar libros en el círculo de los exiliados reformados que desde la Italia del norte afluyen a la República Rética.

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