Recuerdos (25 page)

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Authors: Lois McMaster Bujold

Tags: #Novela, Ciencia ficción

BOOK: Recuerdos
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Miles se imaginó a sí mismo, con piquetas y montones y montones de cuerda, escalando el monte Delia. Una cara muy peligrosa.

—¿Y cómo te llevas con Ivan últimamente? No sabía si debería pedir disculpas por apartarte de él esa noche.

—Oh, Ivan.

Miles sonrió débilmente.

—¿No te mueres de ganas por esta boda imperial?

—Bueno, mi madre sí que está entusiasmada, al menos para suerte de Gregor. Ya está ideando todos nuestros vestidos, y preguntándose si mi hermana Kareen podrá regresar de la Colonia Beta para asistir. Me pregunto si cree que las bodas son contagiosas. No paran de hacernos pequeñas insinuaciones de que a papá y mamá les gustaría recuperar la casa para ellos solos algún día. O al menos los cuartos de baño.

—¿Y tú?

—Bueno, habrá baile —se animó—. Y tal vez hombres interesantes.

—¿Ivan no es un hombre interesante?

—He dicho hombres, no niños.

—Tiene casi treinta años. ¿Tú cuántos tienes, veinticuatro?

—No son los años, es la actitud. Los niños sólo quieren irse a la cama. Los hombres quieren casarse, y continuar con sus vidas.

—Estoy seguro de que también los hombres quieren irse a la cama —dijo Miles, como pidiendo disculpas.

—Bueno, sí, pero no es un deseo tan acuciante. Les quedan algunas células cerebrales para otras funciones.

—No vas a decirme que a las mujeres no les pasa lo mismo.

—Tal vez somos más selectivas.

—Las estadísticas no apoyan tu razonamiento. Casi todo el mundo se casa. No pueden ser tan selectivas.

Ella reflexionó, aparentemente sorprendida por aquello.

—Sólo en nuestra cultura. Kareen dice que en la Colonia Beta lo hacen distinto.

—En la Colonia Beta lo hacen todo distinto.

—Entonces tal vez sea simplemente contagioso.

¿Y cómo es que yo soy inmune?

—Me sorprende que ninguna de vosotras se haya casado ya.

—Es porque somos cuatro, creo —confesó Delia—. Los tipos se acercan al rebaño, y luego no distinguen cuál es su objetivo.

—Ya veo —concedió Miles. En masa, las rubias Koudelka eran un fenómeno de lo más enervante—. Tienes ganas de librarte de tus hermanas, ¿no?

—Cuanto antes —suspiró Delia.

Los Vorvolk se acercaron y se detuvieron a charlar; Miles y Delia acabaron regresando, con madame Koudelka detrás. Miles volvió a la Residencia Vorkosigan, para cumplir diligentemente todas las otras tareas que Lady Alys le hubiera encomendado.

Miles estaba sentado en el Salón Amarillo después de la cena, revisando con atención el informe financiero mensual de Tsipis, tomando notas e ignorando todavía el montón de polvorientos volúmenes encuadernados en cuero del rincón, cuando entró Martin.

—Ha venido alguien —anunció con un ligero desconcierto. Como aprendiz de mayordomo, una tarea que había elegido por omisión junto con sus deberes como conductor y ocasional lavaplatos, Martin había recibido instrucciones sobre los métodos apropiados para conducir a los visitantes al interior y guiarlos a través del laberinto de la casa hasta su habitante. Quizás era hora de revisar brevemente los principios básicos de aquel trabajo.

Miles soltó su unidad lectora.

—¿Y lo has hecho pasar? Espero que no sea un vendedor; el guardia de la puerta suele ser bueno manteniéndolos a raya…

Duv Galeni entró detrás de Martin. Miles se tragó la cháchara. Galeni iba de uniforme todavía. No parecía armado. De hecho, sólo parecía cansado. Y un poco preocupado, pero sin el sutil frenesí maniático que Miles había aprendido a evitar.

—Oh —consiguió decir Miles—. Pasa. Toma asiento.

Galeni abrió secamente la mano para aceptar la invitación a pesar del hecho de que ya estaba dentro. Se sentó envarado en una silla recta.

—¿Te… apetece una copa?

—No, gracias.

—Ah, eso será todo, Martin. Gracias.

Tras un segundo, Martin comprendió la insinuación y se marchó.

Miles no tenía ni idea de adónde iba a conducir aquello, así que, simplemente, alzó las cejas.

Galeni se aclaró la garganta, incómodo.

—Creo que te debo una disculpa. Estaba fuera de mí.

Miles se relajó. Tal vez todo iba a salir bien.

—Sí, y sí. Pero era comprensible. Ya está todo dicho.

Galeni asintió brevemente, de vuelta a su tono frío normal.

—Um… espero haber sido tu único confidente, esa noche.

—Sí. Pero eso era sólo el preámbulo para lo que venía a decirte. Se ha presentado algo aún más conflictivo.

¿Ahora qué? Por favor, no más vidas amorosas complicadas

—¿Sí? ¿Qué clase de algo?

—Esta vez es un dilema profesional, no personal.

Estoy fuera de SegImp
. Pero Miles tuvo buen cuidado de no señalarlo. Esperó, despierta su curiosidad.

Galeni frunció más profundamente el ceño.

—Dime… ¿has pillado alguna vez a Simon Illyan en un error?

—Bueno, me despidió —dijo Miles secamente.

Galeni apartó la mano, rechazando el chiste.

—No. Me refiero a un error.

Miles vaciló.

—No es suprahumano. Le he visto divagar con alguna línea incorrecta de razonamiento, pero no demasiado a menudo. Es bastante bueno replanteando constantemente sus teorías a la vista de nuevos datos.

—Errores complejos no. Sencillos.

—En realidad no. —Miles hizo una pausa—. ¿Y tú?

—Nunca antes de ahora. No he trabajado estrechamente con él, ya comprendes. Hay una reunión semanal con mi departamento, y las peticiones especiales de información, de vez en cuando. Pero ha habido cuatro… extraños incidentes en los tres últimos días.

—¿Incidentes? ¿De qué tipo?

—El primero… me pidió un resumen que estaba preparando. Lo terminé y lo envié, y dos horas más tarde me llamó y volvió a pedirlo. Hubo un momento de confusión, y entonces su secretario confirmó desde el archivo de la oficina que yo lo había entregado, y dijo que ya se lo había dado. Illyan encontró entonces la tarjeta en código sobre su mesa, y pidió disculpas. Y yo no volví a pensar en el tema.

—Estaba… impaciente —sugirió Miles.

Galeni se encogió de hombros.

—La segunda cosa fue una pequeñez, sólo un informe de su oficina con la fecha equivocada. Llamé a su secretario y se corrigió. Sin problema.

—Mm.

Galeni tomó aliento.

—Lo tercero fue un memorándum con la fecha equivocada, enviado a mi predecesor, que hace más de cinco meses que no está allí, pidiendo el último informe sobre cierta flota comercial conjunta komarresa-barrayaresa que había realizado un largo circuito más allá de Tau Ceti. Y que había regresado a la órbita de casa hace seis meses. Cuando llamé para averiguar qué clase de información quería, él negó haber pedido una cosa así. Le envié de nuevo el memorándum, y se quedó muy callado, y cortó la comunicación. Eso ha sido esta mañana.

—Ya son tres.

—Luego está lo de la reunión semanal con mi departamento de esta tarde, con los cinco analistas de asuntos komarreses y el general Allegre. Ya sabes cómo suele hablar Illyan. Largas pausas, pero muy incisivo cuando habla. Hubo… más pausas. Y entre ellas parecía ir dando saltos, algo asombroso. Nos despidió temprano, antes de que termináramos.

—Um… ¿cuál era el tema del día?

Galeni cerró la boca.

—Sí, comprendo, no puedes decírmelo; pero si se trata del inminente enlace matrimonial de Gregor… tal vez se estaba saltando cosas en vuestro beneficio, para no llamar la atención o algo.

—Si no confiaba en mí, no debería de haberme llamado —replicó Galeni. Añadió, reluctante—: Es una buena teoría. Pero no del todo… ojalá hubieras estado allí.

Miles apretó los dientes para no hacer la broma obvia.

—¿Qué estás sugiriendo?

—No lo sé. SegImp gastó un montón de tiempo y dinero para entrenarme como analista. Yo busco variaciones en las pautas. Esto lo es. Pero soy nuevo en la ciudad, y además komarrés. Tú conoces a Illyan de toda la vida. ¿Ha sucedido esto antes?

—No —admito Miles—. Pero todos parecen errores humanos normales.

—Si hubieran sido más espaciados, dudo que me hubiera dado cuenta. No necesito, ni quiero, conocer detalles, ¿pero sufre Illyan alguna tensión en su vida personal ahora mismo, algo que ninguno de la oficina conozca?

¿Como tú, Duv?

—No creo que Illyan tenga vida personal. No se ha casado jamás…; vivió en el mismo apartamentito a seis manzanas del trabajo durante quince años, hasta que derribaron el edificio. Hace dos años se mudó a uno de los apartamentos para testigos del nivel inferior del cuartel general como refugio temporal, y no se ha molestado en marcharse. No conozco su juventud, pero no ha habido ninguna mujer últimamente. Ni hombres tampoco. Ni ovejas. Aunque supongo que las ovejas son una buena opción. No pueden hablar, ni siquiera bajo los efectos de la pentarrápida. Eso ha sido un chiste —añadió, ya que Galeni no llegó a sonreír—. La vida de Illyan es tan regular como un reloj. Le gusta la música, nunca baila, capta los perfumes, y las flores con mucho aroma, y los olores en general. Es un impulso sensorial que no se desvía a través de su chip. No creo que el chip tenga nada que ver con los aspectos somáticos tampoco, ni con el tacto, es sólo audiovisual.

—Sí. Me estaba preguntando por ese chip. ¿Sabes algo sobre esa supuesta psicosis chipinducida?

—Creo que no se trata del chip. No conozco demasiados detalles técnicos, pero todos esos tipos se volvieron majaretas al año o dos de su instalación. Si Illyan tuviera que haberse vuelto loco, lo habría hecho hace décadas. —Miles vaciló—. ¿Será cosa de… estrés? ¿Minicolapsos? Tiene más de sesenta… demonios, tal vez sólo esté cansado. Lleva treinta años en ese maldito trabajo. Sé que planeaba jubilarse dentro de cinco años. —Miles decidió no explicar cómo sabía eso.

—No me imagino SegImp sin Illyan. Son sinónimos.

—No estoy seguro de que en realidad le guste su trabajo. Simplemente, es muy bueno haciéndolo. Tiene tanta experiencia, que es casi imposible que se sorprenda. O que se deje llevar por el pánico.

—Tiene una forma muy personal de dirigir el lugar —observó Galeni—. Muy Vor, en realidad. La mayoría de las organizaciones que no son barrayaresas tratan de organizar sus tareas de forma que la gente que las realiza sea intercambiable. Asegura la continuidad de la organización.

—Y elimina la inspiración. El estilo de liderato de Illyan no es muy deslumbrante, lo admito, pero es flexible e infinitamente digno de confianza.

Galeni alzó una ceja.

—¿Infinitamente?

—Normalmente digno de confianza —corrigió rápidamente Miles. Por primera vez, se preguntó si Illyan era de naturaleza gris. Siempre había supuesto que su modo de ser obedecía a las necesidades de alta seguridad de su trabajo… una vida sin asideros que el enemigo pudiera agarrar y retorcer. Pero tal vez su aburrida forma de ser era en cambio el resultado de tratar con el chip de memoria que había anulado todo lo demás.

Galeni apoyó las manos sobre las rodillas.

—Te he dicho lo que he observado. ¿Tienes alguna sugerencia?

Miles suspiró.

—Observa. Espera. Lo que tienes hasta ahora no es ni siquiera una teoría. Es un puñado de agua.

—Mi teoría es que pasa algo muy raro con un puñado de agua.

—Mera intuición. Lo cual no es un insulto, por cierto. He aprendido a sentir un profundo respeto por la intuición. Pero no debes confundirla con las pruebas. No sé qué decir. Si Illyan padece algún tipo de problema cognitivo, son los jefes de su departamento quienes… —¿Qué? ¿Debían amotinarse? ¿Pedir la cabeza de Illyan? Las dos únicas personas en el planeta con esa clase de autoridad eran el primer ministro Racozy y el Emperador Gregor—. Si esto es algo real, otras personas lo advertirán tarde o temprano. Y es mejor que el primero que lo haga notar sea cualquier persona de SegImp menos tú. O yo. Eso sería peor.

—¿Y si todos piensan lo mismo?

—Yo… —Miles se frotó la frente—. Me alegro de que me lo hayas contado a mí.

—Sólo porque eres la única persona que conozco que conoce de veras a Illyan. Por lo demás… No estoy seguro de si debía hablar del tema. Al menos fuera de SegImp.

—Ni tampoco dentro. Aunque está Haroche. Ha trabajado directamente a las órdenes de Illyan casi tanto tiempo como yo.

—Por eso tal vez me resulta difícil abordarlo.

—Bueno… habla otra vez conmigo, ¿eh? Si algo más te preocupa.

—Tal vez todo sea humo —dijo Galeni, sin mucha esperanza.

Miles reconocía una negativa a cien metros.

—Sí. Um… ¿quieres cambiar de opinión respecto a esa copa?

—Sí —suspiró Galeni.

Dos días después, Miles estaba haciendo inventario del limitado suministro de prendas de civil que contenía su armario, anotando lo que le faltaba y preguntándose si no sería más sencillo contratar simplemente a un mayordomo y decirle «Encárgate de todo», cuando la comuconsola de su dormitorio sonó. La ignoró durante un minuto, luego se tiró al suelo junto a la montaña de ropa descartada y se arrastró para atenderlo.

El duro rostro de Illyan apareció en el vid, y la espalda de Miles se enderezó automáticamente.

—¿Sí, señor?

—¿Dónde está? —preguntó Illyan bruscamente.

Miles se le quedó mirando.

—En la Residencia Vorkosigan. Me acaba de llamar aquí.

—¡Ya lo sé! —dijo Illyan, irritado—. ¿Por qué no se ha presentado aquí a las 09.00, según lo ordenado?

—Discúlpeme. ¿Qué órdenes?

—Mis órdenes. «Esté aquí a las 09.00 en punto y traiga su portátil. Esto le gustará. Es un logro.» Pensaba que vendría temprano.

Miles reconoció el estilo de una autocita textual illyanesca, claro. El contenido hizo sonar una campana muy lejana. Una campana de alarma.

—¿De qué va todo esto?

—Se trata de algo que mis analistas cetagandanos han descubierto. Han pasado una semana informándome sobre ello. Podría ser un poco de judo táctico de bajo coste y buenos resultados. Hay un caballero llamado coronel Tremont que pensamos que podría ser el mejor hombre para dar a la débil resistencia marilacana un golpe en la cara. Sólo hay una pequeña pega. En la actualidad es un invitado en el campo de prisioneros cetagandano de Dagoola IV. La experiencia debe de haberle motivado muchísimo. Si se le pudiera liberar… Anónimamente, por supuesto. Planeo darle un considerable margen de actuación, pero éstos son los resultados que quiero: un nuevo líder para Marilac, y ninguna conexión con Barrayar.

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