—No puedo hacer eso, mi señor.
—Claro que puede. Es su trabajo. ¿Quién es el oficial de guardia hoy?
—El mayor Jarlais, mi señor.
—Bien. Me conoce. Pídale la autorización.
La cara de Jarlais apareció sobre la comuconsola del encargado un par de minutos más tarde.
—¿Sí?
El encargado explicó la petición de Miles.
—Creo que no es posible, señor —le dijo algo inseguro Jarlais a Miles, que se inclinaba para aparecer en el campo de visión del vid.
Miles suspiró.
—Llame a su jefe… no, demonios, voy a tardar treinta minutos en recorrer toda la cadena de mando. Evitemos los intermediarios, ¿eh? Odio molestarlo cuando sin duda está tan ocupado esta mañana, pero llame al general Haroche.
Jarlais, obviamente, se sentía igualmente reacio a interrumpir a su superior, pero un Lord Vor en el vestíbulo de uno era difícil de despedir, e imposible de ignorar. Conectaron con la comuconsola de Haroche en apenas diez minutos; buen trabajo dadas las circunstancias, pensó Miles.
—Buenos días, general —dijo Miles a la imagen de Haroche sobre la placa vid del encargado—. He venido a ver a Simon.
—Imposible —rezongó Haroche.
La voz de Miles se cargó de tensión.
—Es imposible sólo si está muerto. Creo que intenta decir que no desea permitirlo. ¿Por qué no?
Haroche vaciló.
—Cabo, fije su cono de silencio y ceda su asiento ante la comuconsola a Lord Vorkosigan, por favor.
El encargado se hizo obedientemente a un lado; una sombra cayó alrededor de Miles y la imagen de Haroche, producida por el generador de seguridad de la estación.
—¿Dónde se ha enterado de esto? —preguntó Haroche, receloso, en cuanto su intimidad quedó asegurada.
Miles alzó las cejas, y cambió de marchas sin un instante de pausa.
—Estaba preocupado. Como no me llamó usted después de mi comunicado de anteayer, y no contestó a ninguno de mis otros mensajes, finalmente llamé a Gregor.
—Oh —dijo Haroche. Su recelo se convirtió en irritación.
Eso ha estado cerca
, advirtió Miles. Si Haroche no había informado a Gregor todavía, podía haber sido un tropezón importante, potencialmente muy peligroso para Galeni. Sería mejor que fuera cuidadosamente vago al respecto cuando mencionara que había hablado con el Emperador, hasta que lo hiciera.
—Quiero ver a Illyan.
—Illyan puede que ni siquiera sea capaz de reconocerlo —dijo Haroche, tras una larga pausa—. Farfulla material clasificado a metro por minuto. Tuve que asignarle guardias de los más altos niveles de seguridad.
—¿Y qué? Yo tengo permiso en los más altos niveles de seguridad también.
Demonios, él era material clasificado.
—Seguro que no. Su permiso debió ser revocado cuando fue usted… licenciado.
—Compruébelo.
Ah, demonios. Haroche tenía ahora acceso a todos los archivos de Illyan; podría buscar la historia completa del despido de Miles en cuanto tuviera un minuto. Miles esperaba que no tuviera demasiados minutos libres que perder para dedicarlos a tales pesquisas.
Haroche, tras mirar a Miles con los ojos entornados, tecleó un código en su comuconsola.
—Su permiso sigue aún vigente —dijo, algo sorprendido.
—Ahí tiene.
—Illyan debió olvidar modificarlo. ¿Ya empezaba a sentirse confundido entonces? Bien… —Siguió tecleando—. Queda revocado.
¡No puede hacer eso!
Miles reprimió el grito de furia. Haroche podía, evidentemente. Lo miró, frustrado. ¿Y qué iba a hacer ahora? Salir de SegImp al grito airado de «¡Ya veremos! ¡Voy a decírselo a mi hermano mayor!». No. Gregor era una carta que sólo se atrevía a usar una vez, y sólo en la emergencia más acuciante. Dejó escapar su aliento, y su furia, en un suspiro cuidadosamente controlado.
—General. La prudencia es una cosa. La paranoia que no sabe distinguir amigo de enemigo es otra bien distinta.
—Lord Vorkosigan —dijo Haroche, igualmente tenso—. Todavía no sabemos lo que tenemos entre manos. No tengo tiempo que perder entreteniendo a civiles ociosos esta mañana, amistosos o no. Por favor, no moleste más a mi personal. Lo que el Emperador decida contarle es asunto suyo. Mi único deber es informarle. Buenos días.
Cortó la comunicación con un gesto firme; el cono de silencio se desvaneció alrededor de Miles, dejándolo de nuevo en el vestíbulo, con el encargado mirándolo fijamente.
Esto no ha salido bien
.
Lo primero que hizo tras regresar a la Residencia Vorkosigan fue encerrarse en su dormitorio y llamar a Gregor. Tardó cuarenta y cinco minutos en comunicar con él. Si hubieran hecho falta cuarenta y cinco horas, habría insistido igualmente.
—Gregor —empezó Miles sin preámbulos cuando el rostro del Emperador apareció sobre la placa vid—. ¿Qué demonios está pasando con Illyan?
—¿Dónde te has enterado de eso? —preguntó Gregor, repitiendo sin saberlo las palabras de Haroche. Parecía preocupado.
Miles resumió la llamada que le había hecho Illyan, y su propia llamada a Haroche, dos días antes. Dejó a Galeni fuera del asunto.
—¿Y luego qué pasó? Porque pasó algo, obviamente.
Gregor le dio un breve informe sobre el colapso de Illyan, menos algunos de los detalles escabrosos suministrados por Galeni.
—Haroche hizo que lo ingresaran en la propia clínica de SegImp, lo cual tiene sentido, dadas las circunstancias.
—Sí, he tratado de ver a Illyan esta mañana. Haroche no me ha dejado pasar.
—Traerán todo el equipo o los expertos que hagan falta. He garantizado personalmente fondos y autorización para todo lo que Haroche quiera pedir.
—Gregor, atiéndeme un momento. Haroche no me dejó entrar. A ver a Illyan.
Los dedos de Gregor se abrieron en un gesto de frustración.
—Miles, dale un respiro. Tiene las manos llenas. De repente debe encargarse de todo el trabajo de Illyan, transferir su propio departamento a su segundo. Deja que se asiente durante unos días sin estar tirándole del codo, por favor. Cuando se sienta más al control, seguro que se relajará. Tienes que admitir que Simon sería el primero en aprobar una política de cautela en una emergencia semejante.
—Cierto. Simon preferiría estar en manos de gente que realmente se preocupara por la seguridad. Pero empiezo a pensar que yo preferiría que hubiera algún signo de que se halla en manos de gente que realmente se preocupa por Simon Illyan.
Recordó la larga pesadilla de su propio arrebato de amnesia postcriorresurrección.
Había sido uno de los periodos más aterradores de su vida; perder tantos recuerdos, a sí mismo… ¿estaba Illyan experimentando algo así ahora mismo? ¿O algo aún más grotesco? Miles se encontraba entre desconocidos. Illyan parecía perdido entre lo que deberían ser amigos…
Miles suspiró.
—Muy bien, dejaré en paz al pobre Haroche. Dios sabe que no le envidio el trabajo. ¿Pero quieres mantenerme informado sobre lo que digan los médicos? Encuentro todo esto… insospechadamente preocupante.
Gregor lo miró con cierta compasión.
—Illyan fue realmente un mentor para ti, ¿no?
—A su propia manera áspera y exigente, sí. En perspectiva, fue una manera excelente. Pero antes que eso, incluso… sirvió a mi padre durante treinta años, toda mi vida. Hasta los ocho años le llamé «tío Simon», hasta que fui admitido en la Academia y entonces le llamé solamente «señor». No le quedaba ningún miembro superviviente de su familia. Su trabajo y, empiezo a pensar, ese maldito chip de su cabeza se comieron cualquier posibilidad de que fundara una nueva.
—No me había dado cuenta de que lo consideras una especie de padre adoptivo, Miles.
Miles se encogió de hombros.
—Un tío adoptivo, al menos. Es… un asunto familiar. Y yo soy Vor.
—Me encanta oír que lo admites —murmuró Gregor—. A veces me pregunto si te das cuenta de ello.
Miles se ruborizó.
—Le estoy agradecido a Illyan por ser una mezcla de tío adoptivo y criado familiar… y soy el único Vorkosigan del planeta en este momento. Siento que… no, es mi responsabilidad.
—Los Vorkosigan siempre han sido leales —reconoció Gregor.
—Debe tratarse de una especie de costumbre.
Gregor suspiró.
—Naturalmente que te mantendré informado.
—¿Una vez al día? Sé que Haroche te presentará un informe una vez al día, en tu reunión matinal de SegImp.
—Sí, Illyan y mi café solían llegar juntos. A veces, si él venía en persona, traía el café. Siempre me pareció que era una indirecta educada: «Siéntate y presta atención.»
Miles sonrió.
—Así es Illyan. ¿Una vez al día, entonces?
—Oh, muy bien. Mira, ahora tengo que irme.
—Gracias, Gregor.
El Emperador cortó la comunicación.
Miles se echó atrás en su asiento, parcialmente satisfecho. Tenía que dar a los acontecimientos y a la gente tiempo para aclararse. Pensó en su propio y plácido consejo a Galeni sobre intuiciones contra pruebas. Su demonio de la intuición podía volver a su caja. Se imaginó metiendo un pequeño gnomo en forma de Naismith en un baúl, y asegurando la tapa con correas. Y pequeños gemidos y golpes sonando en el interior…
No me convertí en el mejor agente de Illyan por seguir las mismas reglas que todos los demás
. Pero era demasiado pronto para decir «Aquí pasa algo raro», o incluso para pensarlo muy fuerte.
SegImp se encargaría de todo; siempre lo hacía. Y no iba a quedar como un idiota en público otra vez. Esperaría.
La semana pasó lentamente. Los breves informes diarios que Gregor enviaba a través de la comuconsola le parecieron bien al principio, pero a medida que se iban sucediendo sin ninguna sensación de progreso, la cautela de SegImp empezó a parecerle absolutamente glacial a Miles. Se quejó de esto a Gregor.
—Siempre eres tan impaciente, Miles —señaló Gregor—. Nada va nunca lo suficientemente rápido para complacerte.
—Illyan no debería tener que esperar a los médicos. Otra gente tal vez, pero no él. ¿No han llegado todavía a ninguna conclusión?
—Han descartado que fuera un colapso.
—Lo descartaron el primer día. ¿Y luego qué? ¿Qué hay del chip?
—Al parecer hay alguna prueba de deterioro en el chip.
—Ya habíamos supuesto también eso. ¿De qué clase? ¿Cuándo? ¿Cómo? ¿Por qué? ¿Qué demonios están haciendo allí todo este tiempo?
—Siguen trabajando para descartar otros problemas neurológicos. Y los psicológicos. Al parecer, no es fácil.
Miles se encogió, cabizbajo.
—No me trago la idea de la psicosis iatrogénica. Ha tenido ese chip demasiado tiempo sin que hubiera ningún signo de problemas antes.
—Bueno… parece que ésa es la cuestión. Illyan ha tenido ese particular aumento neural en su sitio y funcionando más tiempo que ningún otro ser humano. No hay punto de comparación. Es el único. Nadie sabe qué pueden hacerle a una personalidad treinta y cinco años de memoria artificial acumulada. Quizá lo averigüemos.
—Sigo pensando que deberíamos averiguarlo más rápido.
—Están haciendo todo lo que pueden, Miles. Tendrás que esperar, como el resto de nosotros.
—Sí, sí…
Gregor cortó la comunicación; Miles contempló, sin verlo, el espacio vacío sobre la placa vid. El problema con la información sintetizada era que siempre resultaba muy neblinosa. El demonio se nutría de los detalles, de los datos pelados; en ellos se hallaban todas las pequeñas pistas que alimentaban al demonio de la intuición hasta que se volvía fuerte y gordo y, a veces, se desarrollaba hasta convertirse en una Teoría de verdad, o incluso en una Prueba. Miles estaba al menos a tres capas de distancia de la realidad; los médicos de SegImp resumían el caso para Haroche, quien lo condimentaba para Gregor, quien se lo filtraba a Miles. En las sucesivas cribas no quedaban datos suficientes para poder formarse una opinión.
Lady Alys Vorpatril regresó de su viaje oficial a Komarr a la mañana siguiente; esa tarde llamó a Miles a su comuconsola. Él se preparó para el impacto de los deberes sociales que se le venían encima; una reprimida voz interna gritó
¡Nos atacan!
, y se lanzó a cubierto, sin éxito. El hombre interior tendría simplemente que ser sacado a rastras por los tobillos y enderezado para obedecer sus órdenes.
Sin embargo, las primeras palabras de ella fueron:
—Miles, ¿cuánto tiempo hace que sabes algo sobre este horrible absurdo de Simon?
—Um… un par de semanas.
—¿Y nunca se os ocurrió a ninguno de los tres jóvenes patanes que yo querría estar informada?
Jóvenes patanes: Ivan, Miles y… ¿Gregor? Sí que estaba molesta.
—No había nada que pudieras hacer. Estabas a medio camino de Komarr. Y ya tenías un trabajo de máxima prioridad. Pero no, confieso que no se me ocurrió.
—Idiotas —jadeó ella. Sus ojos marrones echaban chispas.
—Um… por cierto, ¿cómo te fueron las cosas en Komarr?
—No demasiado bien. Los padres de Laisa están bastante preocupados. Hice lo que pude por tranquilizar sus temores, dado que considero que algunas de sus ansiedades están más que justificadas. Le pedí a tu madre que se pasara a verlos y hablara con ellos un poco más.
—¿Mi madre viene de camino?
—Pronto, espero.
—Ah… ¿estás segura de que es la persona más adecuada para este trabajo? Llega a ser más que brusca en sus opiniones sobre Barrayar. Y no es siempre muy diplomática.
—No, pero es absolutamente sincera. Y tiene esa habilidad especial de hacer que las cosas más sorprendentes parezcan perfectamente sensatas, al menos durante el tiempo en que está hablando contigo. La gente acaba estando de acuerdo con ella, y luego se pasa el mes siguiente preguntándose cómo sucedió. En cualquier caso, yo he cumplido todos los requisitos y deberes adecuados como Baba de Gregor.
—Entonces… ¿la boda sigue adelante o no?
—Oh, adelante, por supuesto. Pero hay una diferencia entre las cosas hechas a la carrera y las cosas hechas soberbiamente bien. Ya habrá suficientes tensiones que yo no pueda suavizar. No pretendo dejar colgado nada que sea capaz de eliminar. Va a hacer falta buena voluntad. —Frunció el ceño con ferocidad—. Hablando de buena voluntad, o de su falta… me han dicho que Simon estaba en la clínica del cuartel general de SegImp, así que desde luego he ido inmediatamente a verlo. ¡Ese idiota de general como-se-llame no me dejó pasar!