—A Haroche no le gustará.
—Haroche se subirá por las paredes, seguro. Y no puedo estar llamándote cada quince minutos para que me reiteres tu apoyo. Quiero autoridad de verdad. Quiero que me asignes un Auditor Imperial.
—¡¿Qué?!
—Incluso SegImp tiene que agachar la cabeza ante un Auditor Imperial. Un Auditor puede exigir legalmente cualquier cosa, y a Haroche o a quien sea no le queda más que reconcomerse… y entregarlo. Un Auditor habla con tu Voz. Ellos tienen que escuchar. No vas a pretender que esto no es lo bastante importante para justificar las atenciones de uno.
—No, desde luego, pero… ¿qué estarías buscando?
—Si ya lo supiera, no tendría que buscar. Lo único que sé es que esto tiene un… —extendió las manos— aspecto feo. Los motivos tal vez resulten triviales. O no. No lo sé. Tengo que saberlo.
—¿Qué Auditor tienes en mente?
—Um… ¿puede ser Vorhovis?
—Mi mejor hombre.
—Lo sé. Creo que sabría trabajar con él.
—Por desgracia, va camino de Komarr.
—Oh, por nada demasiado serio, espero.
—Mantenimiento preventivo. Lo envié junto con Lord y Lady Vorob'yev para ayudar a acelerar los acuerdos con la oligarquía komarresa para anunciar mi inminente matrimonio. Tiene un considerable talento diplomático.
—Mm.
Miles vaciló. Realmente tenía a Vorhovis en mente cuando le asaltó la inspiración.
—Vorlaisner, Valentine y Vorkalloner son todos un poco… conservadores.
—¿Temes que se unirían a Haroche contra ti?
—Um.
Los ojos de Gregor chispearon.
—Siempre queda el general Vorparadijs.
—Oh, Dios. Ni en broma.
Gregor se frotó la barbilla, pensativo.
—Preveo un problema. Sea cual sea el Auditor que te asigne, hay un cincuenta por ciento de posibilidades de que vuelvas a la mañana siguiente exigiendo a otro para mantener al primero bajo control. Realmente no quieres a un Auditor; quieres un escudo en forma de Auditor para que te cubra las espaldas mientras haces tus propias investigaciones.
—Bueno… sí. No sé. Tal vez… tal vez podría hacer algo con Vorparadijs después de todo. —El alma se le cayó a los pies ante la perspectiva.
—Un Auditor no es sólo mi Voz —dijo Gregor—. Es mis ojos y oídos también, en el sentido literal de la palabra. Mi oyente. Una sonda, aunque sin duda, no un robot, que va a sitios a los que yo no puedo ir y me informa, con un punto de vista absolutamente independiente. Tú —el labio de Gregor se torció hacia arriba— tienes el punto de vista más independiente que haya visto jamás.
El corazón de Miles pareció detenerse. Sin duda que Gregor no podía estar pensando en…
—Creo que me ahorraré muchos pasos si, simplemente, te nombro Auditor Imperial en funciones. Con la habitual amplitud de poderes de un Auditor: hagas lo que hagas tiene que estar al menos ligeramente relacionado con el hecho a evaluar, en este caso, el derrumbe de Illyan. No puedes ordenar ninguna ejecución, y en el caso improbable de que efectúes algún arresto… bueno, agradecería que tuvieras suficientes pruebas para seguir adelante con la acusación. Uno espera cierto… um, decoro tradicional en las investigaciones de un Auditor Imperial, y el debido cuidado.
—Todo lo que merece la pena hacerse, merece la pena hacerse bien. —Miles citó a la condesa Vorkosigan. Se preguntó si los ojos empezaban a brillarle. Se los notaba encendidos como ascuas.
Gregor reconoció el origen de la frase y sonrió.
—Eso es…
—Pero Gregor… Haroche sabrá que es un truco.
La voz de Gregor se volvió muy suave.
—Entonces Haroche estará peligrosamente equivocado. Yo tampoco estaba muy contento con la forma en que se estaban desarrollando los acontecimientos —añadió—, pero aparte de ir allí en persona, no veía qué más hacer. Ahora sí. ¿Te satisface eso, Lord Vorkosigan?
—Oh, Gregor. No puedes imaginar cuánto. Trabajar dentro de la cadena de mando estos últimos treinta años ha sido como tratar de bailar un vals con un elefante. Lento, torpe, dispuesto a pisarte en cualquier momento y reducirte a papilla. ¿Tienes idea de lo hermoso que será por una vez bailar encima del maldito elefante, en vez de debajo?
—Sabía que te gustaría.
—¿Gustar? Será absolutamente orgásmico.
—No te entusiasmes —advirtió Gregor; los ojos le chispeaban.
—No. —Miles contuvo el aliento—. Pero… creo que esto saldrá bien. Gracias. Acepto tu nombramiento, mi señor.
Gregor llamó a su mayordomo, y lo envió a la bóveda de la Residencia en busca de una simbólica cadena de oficio de Auditor, y el no demasiado simbólico sello electrónico que la acompañaba. Mientras esperaban su regreso, Miles aventuró:
—Es tradicional que un Auditor haga su primera visita sin anunciar. Probablemente les resultará muy divertido.
—Hace tiempo que lo sospecho —reconoció Gregor.
—Pero yo preferiría que no me aturdieran al atravesar la puerta principal de SegImp. ¿No crees que deberías llamar personalmente a Haroche, y preparar mi primera cita?
—¿Quieres que lo haga?
—Mm… no estoy seguro.
—En ese caso… sigue con la tradición. —La voz de Gregor adquirió un frío tono científico—. Veamos qué pasa.
Miles se detuvo, asaltado por la sospecha.
—Hablas igual que mi madre cuando dices eso. ¿Qué sabes que yo no sé?
—Sé menos que tú ahora mismo, estoy seguro. Pero… he estado pensando en Haroche. Observándolo. A excepción de este asunto con Illyan, en el que parece comprensiblemente trastornado, se está haciendo cargo de la rutina normal de SegImp con normalidad. Si Illyan… no se recupera, tarde o temprano deberé enfrentarme a la decisión de confirmar a Haroche en su puesto, o nombrar a otro hombre. Siento curiosidad por saber de qué está hecho. Podrías ser una prueba para él en más de un sentido.
—¿Estás diciendo que quieres darle una oportunidad de cagarla?
—Mejor pronto que tarde.
Miles sonrió.
—¿Funciona eso además a la inversa? ¿Me estás dando una oportunidad de cagarla también?
Una sonrisa muy leve curvó la boca de Gregor.
—Digamos que… una visión paralela del problema sería muy reveladora. He pensado en la hipótesis del sabotaje en lugar del deterioro natural de la potenciación neural de Illyan.
—¿Sí?
—El sabotaje tendría que haber venido seguido por algún tipo de ataque, durante la confusión provocada por la caída de Illyan.
—O aún mejor, justo antes de que cayera —dijo Miles.
—Cierto. Pero nada ha sucedido fuera de lo corriente excepto… no estoy seguro de cómo llamarlo… ¿la enfermedad de Illyan, la indisposición?
—Indisposición es un término acertado —concedió Miles—. Enfermedad implica una causa interna. Herida implica una externa. No estoy seguro de qué palabra usar ahora mismo.
—Eso es. Pues bien, hasta ahora no ha ocurrido nada fuera de lo habitual, excepto la indisposición de Illyan.
La destrucción de Illyan
.
—Ya —dijo Miles—. A menos que la motivación fuera algo parecido a, digamos, una venganza personal. No un golpe previo, sino único.
—¿Has empezado a elaborar una lista de sospechosos potenciales?
Miles gruñó.
—Si empiezas a tener en cuenta motivaciones personales, además de las políticas… podría haber sido en respuesta a cualquier cosa que SegImp haya hecho en los últimos treinta años. No tiene que responder siquiera a una lógica… alguien podría haber estado incubando un resquemor desproporcionado.
»Y aquí no se acaba el problema; es demasiado enorme. Yo preferiría empezar por el chip. Sólo hay uno. —Se aclaró la garganta—. Sigue quedando el problema de que no me aturdan en la puerta. Tenía la intención de presentarme en SegImp desarmado. Había supuesto que me acompañaría un Auditor de verdad tras el que esconderme… uno de esos almirantes gordinflones retirados. Y sigo pensando que me gustaría tener un testigo. Alguien en quien yo pueda confiar, y tú también. Alguien con el acceso de seguridad necesario pero que no esté dentro de la jerarquía de SegImp.
—¿Tienes a alguien en mente? —preguntó Gregor.
—Dios mío —dijo Ivan, repitiendo inconscientemente las palabras de Gregor mientras miraba boquiabierto a Miles—. ¿Es esto auténtico?
Extendió un dedo para tocar la pesada cadena de oro del rango y oficio de Auditor Imperial que ahora colgaba del cuello de Miles. Sus gruesos eslabones unían grandes placas cuadradas cinceladas con las armas y logotipos de Vorbarra. Pasaba por encima de los hombros de Miles, le cruzaba el pecho, y pesaba aproximadamente un kilo. El sello electrónico, también grabado con las armas de Gregor, se sujetaba en el centro por una hebilla de oro.
—¿Quieres tratar de quitar el papel de plata y comerte el chocolate de dentro? —preguntó Miles secamente.
—Uf.
Ivan contempló el despacho de Gregor. El Emperador estaba sentado en el borde de su mesa, balanceando una pierna.
—Cuando el mensajero de Gregor llegó corriendo al cuartel general y me apartó de mi trabajo, pensé que la maldita Residencia estaba ardiendo, o que mi madre había tenido un infarto, o algo así. ¿Pero eras sólo tú, primito?
—Será Lord Auditor Primito para ti, mientras dure.
Ivan apeló a Gregor.
—Dime que es una broma.
—No —dijo Gregor—. Es bastante real. Una auditoría es exactamente lo que quiero. O, para decirlo de modo más oficial, Nos no estamos contentos con el progreso actual. Como sabes, un Auditor Imperial puede pedir lo que se le antoje. Lo primero que pidió fue un ayudante. Enhorabuena.
Ivan puso los ojos en blanco.
—Quería un burro que le llevara el equipaje, y el primero que se le ocurre soy yo. Qué halagador. Gracias, Lord Auditor Primito. Estoy seguro de que esto va a ser muy divertido.
—Ivan —dijo Miles en voz baja—, vamos a revisar cómo maneja SegImp el colapso de Illyan. No sé qué clase de carga te pediré que lleves, pero hay al menos una posibilidad de que sean explosivos. Necesito un burro en el que pueda confiar por completo.
—Oh. —La ironía de Ivan desapareció bruscamente; se enderezó—. Oh. Illyan, ¿eh? —vaciló, luego añadió—: Bien. Ya era hora de encender un fuego debajo de alguien por ese tema. Mi madre estará encantada.
—Eso espero —dijo Gregor sinceramente.
Los labios de Ivan se curvaron hacia arriba a pesar de la nueva seriedad de sus ojos.
—Bien, bien, Miles. Debo decir que te sienta la mar de bien. Siempre pensé que necesitabas una cadena con la que ahogarte.
Esta vez, Miles hizo que Martin detuviera el vehículo de tierra ante la verja principal de SegImp. Dejó que los dos hombres de armas de Vorbarra que Gregor le había prestado salieran primero, luego les indicó que lo flanquearan mientras se acercaba a los guardias. Ivan lo siguió, fascinado. Miles dejó que los dos hombres de armas e Ivan presentaran sus credenciales para que fueran examinadas y confirmadas primero.
—Buenas tardes, caballeros —saludó cordialmente a los guardias, en el momento en que estos rituales quedaron concluidos y las luces de sus máquinas destellaron en verde. Inseguros, los ojos entornados, se prepararon. Haciendo examen de conciencia, imaginó Miles. Se dirigió al sargento mayor—. Por favor, utilice su comuconsola y dígale al general Haroche que el Auditor Imperial está aquí. Solicito y requiero que se presente aquí en persona. Ahora.
—¿No es usted el mismo tipo que echamos de aquí esta mañana? —preguntó el sargento, preocupado.
Miles le dirigió una fina sonrisa.
—No exactamente, no.
He experimentado unos cuantos cambios desde entonces
. Mostró las manos vacías.
—Comprenda, por favor, que no intento entrar en sus instalaciones. No tengo ninguna intención de plantearle el dilema de elegir entre desobedecer una orden directa o cometer un acto de traición. Pero sé que hacen falta aproximadamente cuatro minutos para llegar desde el despacho del jefe hasta la verja. En ese momento, sus problemas se habrán acabado.
El sargento se retiró a su caseta y habló precipitadamente por el comunicador, dándose interesantes tirones del cabello. Cuando volvió a salir, Miles comprobó la hora en su crono.
—Ahora veamos qué ocurre, como diría Gregor.
Ivan se mordió el labio inferior, y mantuvo la boca cerrada. De inmediato, un puñado de uniformes aparecieron en las enormes escalinatas de SegImp; Haroche bajaba rápidamente los peldaños mojados por la lluvia, seguido por un sicario destacado: el secretario de Illyan.
—Cuatro minutos, veintinueve segundos —murmuró Miles a Ivan—. No está mal.
—¿Puedo ir detrás de los matorrales y vomitar ya? —murmuró Ivan a su vez, viendo cómo el poder de SegImp caía sobre ellos.
—No. Deja de pensar como un subordinado.
Miles adoptó la posición de descanso militar, y esperó a que Haroche se detuviera ante él. Se permitió un breve y glorioso momento de diversión al ver la expresión sorprendida del general cuando Haroche advirtió los detalles, luego lo descartó. Ya recordaría el momento más tarde. Su visión interior de Illyan, atormentado por los médicos, le impulsó a seguir.
—Buenas tardes, general.
—Vorkosigan. Le dije que no volviera.
—Inténtelo otra vez —dijo Miles, sombrío.
Haroche contempló la cadena que brillaba en su pecho. A pesar de los dos hombres de armas de Vorbarra que lo flanqueaban, ambos conocidos suyos, se atragantó.
—Esto no puede ser de verdad.
—La pena por falsificar las credenciales de un Auditor Imperial —dijo Miles llanamente— es la muerte.
A Miles le pareció oír los engranajes rechinando dentro de la cabeza de Haroche. Los segundos se hicieron eternos. Luego Haroche se corrigió con voz levemente cascada.
—Milord Auditor.
—Gracias —respondió Miles. Ahora seguían el guión, con su nueva autoridad formalmente reconocida y acatada, y podían continuar—. Mi amo imperial Gregor Vorbarra me solicita y requiere que analice el manejo de SegImp de la situación actual. Solicito y requiero su plena cooperación en este examen. ¿Continuamos en su despacho?
Las cejas de Haroche cayeron; una luz irónica asomó a sus ojos.
—Oh, creo que deberíamos. Milord Auditor.
Miles despidió a sus dos guardaespaldas de Vorbarra para que Martin los llevara de regreso a la Residencia Imperial, y condujo a Haroche al interior.
El insípido aire filtrado del despacho de Illyan estaba cargado de recuerdos. Miles se había sentado o había permanecido de pie allí dentro un centenar de veces, para recibir órdenes o entregar resultados. Se había sentido fascinado, entusiasmado, ciertamente desafiado, ocasionalmente triunfante, a veces exhausto, a veces derrotado, a veces dolorido. A veces muy dolorido. Aquella habitación había sido el centro desde donde había irradiado su vida. Todo eso había desaparecido. La posición de Miles al otro lado de la mesa de Illyan era la misma, pero el flujo de autoridad era inverso. Tendría que tener cuidado con los antiguos reflejos.