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Authors: Lois McMaster Bujold

Tags: #Novela, Ciencia ficción

Recuerdos (32 page)

BOOK: Recuerdos
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—Sí. Por supuesto.

Miles contempló todo el proceso. Tener a una persona familiar presente parecía ejercer una influencia tranquilizadora sobre Illyan. La gente que conocía desde hacía más tiempo sería la mejor; así, fuera cual fuese el día y el año en que abriera los ojos, cada cinco minutos, vería un rostro conocido que podría contarle una historia en la que sería capaz de confiar. Vestido de nuevo, Illyan se sentó en una silla, y comió de una bandeja que trajo un soldado. Al parecer era en un par de días la primera comida que no había tratado de convertir en arma arrojadiza.

Un oficial apareció en la puerta y habló con Ruibal.

—La reunión que ha solicitado usted ha sido preparada, milord Auditor —le dijo Ruibal a Miles. Su tono obsequioso no era sólo en honor de la amenaza de Miles como Auditor, porque añadió ansiosamente—: ¿Volverá después?

—Oh, sí. Mientras tanto… —Miles miró a Ivan.

—Preferiría atacar desnudo el emplazamiento de un cañón láser que quedarme aquí solo —declaró Ivan en voz baja.

—Lo recordaré —dijo Miles—. Mientras tanto… quédate con él hasta que yo vuelva.

—Sí. —Ivan se sentó en una silla junto a Illyan.

Mientras Miles seguía a Ruibal hasta la puerta, oyó la voz de Illyan, para variar más amistosa que tensa:

—Ivan, idiota. ¿Qué estás haciendo aquí?

17

La sala de conferencias de la clínica se parecía mucho a las demás salas de conferencias de SegImp en las que Miles había pasado interminables horas. Una mesa redonda negra con un proyector holovid cuyo panel de control parecía el ordenador de a bordo de una nave de salto. Cinco asientos a su alrededor, ocupados por tres hombres que se levantaron rápidamente y se pusieron firmes cuando Ruibal condujo a Miles al interior. De los reunidos en la sala, no había nadie que estuviera por debajo del rango de coronel, excepto Miles. Esto no era nada extraño en Vorbarr Sultana; en el cuartel general de Servicio Imperial en el que trabajaba Ivan, al otro lado de la ciudad, el chiste era que los coroneles servían el café.

No: no estaba ni por debajo ni por encima de ellos en rango, se recordó Miles. Estaba en otro nivel distinto. Estaba claro que por muy acostumbrados que estuvieran a generales y almirantes, éste era su primer encuentro con un Auditor Imperial. Habían pasado casi cinco años desde la última Auditoría Imperial a la que SegImp se había sometido y había sido de carácter financiero. Miles se había enfrentado a ella desde el otro lado, en aquella ocasión, ya que el Auditor se atragantó con ciertos aspectos de la contabilidad mercenaria. Esa investigación había tenido un peligroso sesgo político, por lo que Illyan lo aisló.

Ruibal presentó al equipo. El propio Ruibal era neurólogo. A continuación, o quizá primero en importancia, había un almirante en la reserva, el doctor Avakli, el biociberneticista. Avakli había sido enviado por el grupo médico que se encargaba de los implantes neurales de todos los pilotos de naves de salto del Servicio Imperial, la única tecnología de neuroampliación que actualmente existía en Barrayar que se parecía en algo a la que había producido el chip eidético de Illyan. Avakli, en claro contraste con el grueso Ruibal, era alto, delgado, intenso y calvo. Miles esperaba que esto último fuera signo de una frenética actividad intelectual. Los otros dos hombres eran ayudantes de apoyo técnico de Avakli.

—Gracias, caballeros —dijo Miles una vez finalizadas las presentaciones. Se sentó; todos lo imitaron, excepto Ruibal, que aparentemente era el chivo expiatorio elegido como portavoz.

—¿Por dónde le gustaría que empezara, milord Auditor? —le preguntó a Miles.

—Um… ¿por el principio?

Obediente, Ruibal empezó a mencionar una larga lista de tests neurológicos, ilustrada con holovids de los datos y resultados.

—Discúlpeme —dijo Miles pasados unos minutos—. No me he expresado bien. Puede saltarse todos los datos negativos. Vaya directamente a los resultados positivos.

Hubo un corto silencio. Luego Ruibal dijo:

—En resumen, no encuentro ninguna prueba de daño neurológico orgánico. Considero que los niveles de estrés fisiológicos y psicológicos, peligrosamente altos, son un efecto más que una causa del colapso biocibernético.

—¿Está usted de acuerdo con esa valoración? —le preguntó Miles a Avakli. Éste asintió, aunque con un pequeño y juicioso mohín que indicaba la posibilidad, siempre presente, de error humano. Avakli y Ruibal intercambiaron un movimiento de cabeza, y Avakli ocupó el puesto de Ruibal ante el proyector holovid.

Avakli presentó un detallado mapa holovid de la arquitectura interna del chip, que empezó a comentar. Miles se sintió aliviado. Tenía un poco de miedo de que fueran a decirle que los médicos de SegImp habían perdido el manual de instrucciones en los treinta y cinco años que habían pasado, pero parecía que conocían bastantes datos. El chip era un sandwich inmensamente complejo de capas orgánicas e inorgánicas de unos cinco por siete centímetros de ancho y medio centímetro de grosor; reposaba en posición vertical entre los dos lóbulos del cerebro de Illyan. El número de conexiones neurológicas que surgían de él hacían del casco de control de un piloto de salto un juguete de niños. La mayor complejidad parecía estar en la red de retirada de información, más que en el almacenamiento de datos basado en proteínas, aunque ambos eran no sólo terriblemente complicados, sino que estaban muy poco cartografiados: era un sistema de autoaprendizaje que se había montado a sí mismo de modo no lineal después de instalado el chip.

—¿Entonces el… daño o deterioro que estamos viendo está limitado a las partes orgánicas o a las inorgánicas? ¿O afecta a ambas? —preguntó Miles.

—A las orgánicas —respondió Avakli—. Casi con toda certeza.

Miles se dio cuenta de que Avakli era uno de esos científicos que nunca dan nada por seguro.

—Por desgracia —continuó Avakli—, no se diseñó para ser descargado. No hay ningún equivalente a un puerto de datos al que conectar; sólo miles y miles de sendas neuronales que entran y salen por toda la superficie del chip.

Considerando que el chip era el vertedero de datos ultraseguro del Emperador Ezar, eso tenía sentido. A Miles no le habría sorprendido saber que habían creado el aparato para que fuera imposible de descargar.

—Veamos… tenía la impresión de que esa cosa trabajaba en paralelo con la memoria cerebral de Illyan. No la reemplaza, ¿no?

—Correcto, mi señor. El impulso neurológico sólo se deriva de los nervios sensores, no se descarta. Los sujetos aparentemente tienen recuerdos duales de todas sus experiencias. Esto parece haber sido el principal factor de la alta incidencia de esquizofrenia iatrogénica que más tarde desarrollaron. Una especie de defecto de diseño inherente, no tanto del chip como del cerebro humano.

Ruibal se aclaró la garganta en amable desacuerdo teórico, o tal vez teológico.

Illyan debía haber sido un espía nato. Contener en equilibrio en tu cerebro más de una realidad hasta que llegaran pruebas, sin volverte loco por el suspense, era sin duda la marca de un gran investigador.

Avakli pasó entonces a un discurso altamente tecnológico acerca de tres proyectos para extraer del chip algo parecido a una descarga de datos. Todos parecían improvisados y de resultado incierto; el propio Avakli, al describirlos, no parecía demasiado entusiasmado. La mayoría implicaba largas horas de delicada microneurocirugía. Ruibal pestañeó mucho.

—Entonces —interrumpió Miles—, ¿qué sucede si quitan el chip?

—Para usar una terminología profana —dijo Avakli—, entra en shock y muere. Evidentemente se supone que ha de ser así, al parecer para impedir, um, el robo de datos.

Cierto. Miles se imaginó a Illyan asaltado por chipespías, con la cabeza abierta, dejado por muerto…; alguien más había previsto eso también. En la época de Ezar eran unos paranoicos.

—Nunca fue diseñado para que pudiera ser extraído intacto de su matriz de apoyo orgánico-eléctrica —continuó Avakli—. La posibilidad de retirar datos coherentes queda enormemente reducida, de todas formas.

—¿Y si no se extrae?

—La disposición de la cadena proteínica no muestra signos de dejar de disociarse.

—O, en lenguaje científico, el chip se está convirtiendo en moco dentro de la cabeza de Illyan. Uno de ustedes, chicos listos, parece que usó esa frase y él la oyó, por cierto.

Uno de los ayudantes de Avakli tuvo el detalle de parecer culpable.

—Almirante Avakli, ¿cuáles son sus principales teorías sobre la causa del deterioro del chip?

Las cejas de Avakli se entornaron.

—Por orden de probabilidad… senectud, es decir, vejez que dispara la autodestrucción, o algún tipo de ataque químico o biológico. Tendría que descartarlo para probar la segunda hipótesis.

—Entonces… no hay manera de quitar el chip, repararlo, y volver a instalarlo.

—No lo creo.

—Y no lo pueden reparar
in situ
sin saber la causa, que no pueden determinar sin extraerlo para examinarlo por dentro. Lo cual podría destruirlo.

Los labios de Avakli se comprimieron en un seco reconocimiento de que el problema era un pez que se mordía la cola.

—Me temo que la reparación es imposible. He estado concentrándome en tratar de elaborar un esquema de descarga práctico.

—Parece que no han entendido mi pregunta inicial —continuó Miles—. ¿Qué le pasará a Illyan si se extrae el chip?

Avakli hizo un gesto hacia Ruibal, un intento de lanzar la patata caliente.

—No podemos predecirlo con seguridad —dijo Ruibal.

—¿Ninguna suposición razonable? ¿Volverá, por ejemplo, a tener de nuevo veintisiete años de edad?

—No, no lo creo. Una simple extracción, sin ningún intento de salvar el chip, sería de hecho una operación razonablemente sencilla. Pero el cerebro es un órgano complejo. No sabemos, por ejemplo, hasta qué grado ha reconducido sus propias funciones internas alrededor del artefacto a lo largo de treinta y cinco años. Y luego está el elemento psicológico. Sea lo que sea que él ha hecho con su personalidad y que le ha permitido trabajar sin volverse loco, quedará desequilibrado.

—¿Como… quitar una escayola y descubrir que tus piernas se han atrofiado?

—Quizá.

—¿De cuánto daño cognitivo estamos hablando? ¿Un poco? ¿Mucho?

Ruibal se encogió de hombros, impotente.

—¿Ha sido localizado ya algún anciano experto galáctico en esta obsoleta tecnología? —preguntó Miles.

—Todavía no —contestó Ruibal—. En eso quizá tardemos varios meses.

—Para entonces —dijo Miles, sombrío—, si no entiendo mal, el chip será gelatina y Illyan estará permanentemente loco o muerto de agotamiento.

—Ah —dijo Ruibal.

—Eso lo resume todo, mi señor —dijo Avakli.

—¿Entonces por qué no hemos arrancado la maldita cosa?

—Nuestras órdenes, mi señor —advirtió Avakli—, eran salvar el chip, o tantos datos como pudieran ser recuperados.

Miles se mordió los labios.

—¿Por qué? —dijo por fin.

Avakli alzó las cejas.

—Supongo que porque los datos son vitales para SegImp y el Imperio.

—¿De veras? —Miles se inclinó hacia delante, contemplando el mapa iluminado del chip, la pesadilla biocibernética que flotaba ante sus ojos sobre la placa vid central de la mesa—. El chip nunca fue instalado para convertir a Illyan en un superhombre. Fue sólo un juguete para el Emperador Ezar, a quien le apetecía tener un grabador vid con piernas. Lo admito, ha sido bueno para Illyan. Le da un aura de infalibilidad que asusta a la gente. Pero eso es una chorrada y él lo sabe aunque ellos no lo sepan.

»En realidad el chip no tiene nada que ver con dirigir SegImp. Illyan consiguió el puesto porque estaba a la derecha de mi padre el día en que las fuerzas vordarianas asesinaron a su predecesor, y a mi padre le agradaba y confiaba en él. No hubo tiempo para ponerse a buscar talentos en mitad de una guerra civil. De todas las cualidades que hicieron de Illyan el mejor jefe en toda la historia de SegImp… el chip es sin duda la más trivial.

Su voz se había reducido casi a un susurro. Avakli y Ruibal tuvieron que inclinarse hacia delante para oírlo. Se aclaró la garganta, y se enderezó.

—Sólo hay cuatro categorías de información en ese chip —continuó Miles—. Antigua y obsoleta. Actual, que está apoyada en la realidad… Illyan siempre ha tenido que actuar teniendo en cuenta que podía morirse o podían matarlo en cualquier momento, y que Haroche o alguien tendría que hacerse cargo de todo en mitad de una crisis. Luego están los datos basura, asuntos personales que no sirven de nada a nadie excepto a Illyan. Tal vez ni siquiera a él. Treinta y cinco años de duchas, comidas, cambios de ropa, rellenar informes. No demasiados actos sexuales, me temo. Montones de malas novelas y dramas de holovid, todos allí, al pie de la letra. Un millar de veces más de eso que de otra cosa. Y, en alguna parte de todos los billones de imágenes, tal vez una docena de secretos importantes que nadie más sabe. O que quizá ni siquiera nadie deba saber.

—¿Qué desea que hagamos, milord Auditor? —preguntó Ruibal en el silencio que se produjo tras este soliloquio.

Querías autoridad. Ahora ya la tienes, chico
. Miles suspiró.

—Quiero hablar con un hombre más. Mientras tanto… reúnan todo lo que necesiten para la extirpación quirúrgica del chip. Equipo, sin duda, pero sobre todo, el hombre. Quiero el mejor par de manos que puedan conseguir, dentro de SegImp o fuera.

—¿Cuándo debemos empezar, mi señor? —preguntó Ruibal.

—Me gustaría que estuviera terminado en dos horas. —Miles golpeó la mesa, y se levantó—. Gracias, caballeros. Pueden retirarse.

Miles llamó a Gregor a una comuconsola segura desde la misma clínica.

—¿Has encontrado lo que querías? —preguntó Gregor.

—No quería nada de esto. Pero he hecho progresos. Estoy bastante seguro de que no será una sorpresa para ti enterarte de que el problema no está en el cerebro de Illyan, sino en el maldito chip. Está haciendo vertidos incontrolados de datos. Cada cinco minutos aproximadamente inunda su mente con un nuevo conjunto de recuerdos nítidos de momentos aleatorios del pasado. El efecto es… espantoso. Causa desconocida, no pueden arreglarlo, la extracción destruirá todos los datos que aún contiene. Dejarlo ahí dentro destruirá a Illyan. Ya ves adónde conduce esto.

Gregor asintió.

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