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Authors: E. F. Benson

Tags: #Humor

Reina Lucía (25 page)

BOOK: Reina Lucía
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De modo que la mente de Lucía no había estado completamente concentrada en Beethoven, aunque Georgie, como siempre, le dijo que jamás, que él recordara, había tocado tan divinamente.

11

L
as estrategias de la semana siguiente se tornaron tan agobiantemente complicadas que, cuando llegó el miércoles, Georgie, completamente desesperado, estaba casi pensando en largarse a la playa con Foljambe y Dickie. No fue sino tras infinitas dificultades cuando pudo, no sin un gran esfuerzo mental, dejarlo todo resuelto… Aquel domingo por la noche Lucía envió una invitación a lady Ambermere para «cena y
tableaux
», a lo cual la «gente» de lady Ambermere respondió por teléfono el lunes por la tarde que su señoría lo lamentaba mucho, pero que no podría asistir. Lucía, por tanto, abandonó la idea de la cena y regresó al plan original de una fiesta nocturna con aire de idea improvisada, decidida a la ligera, como la de Olga. Mientras tanto, los ensayos para los improvisados cuadros dramáticos continuaban a puerta cerrada, y Georgie luchaba a brazo partido con sus veinte compases del «despertar de Brunilda». Lucía tenía previsto no invitar a nadie hasta el viernes por la noche, así Olga comprobaría qué clase de fiestas podía organizar Riseholme aunque las invitaciones se cursaran en el último momento.

El martes por la mañana temprano el demonio poseyó a Daisy Quantock, probablemente mediante un procedimiento de telepatía subconsciente, y la mujer procedió a recorrer la plaza a la hora del parlamento matutino, e invitó a todo el mundo a ir a disfrutar de una buena francachela en su casa, el sábado por la noche, propuesta que todos aceptaron. Georgie, Lucía y Olga no estaban presentes, así que, dispuesta a comunicar su invitación casa por casa, acudió primero a la de Georgie. Él, conociendo el secreto de los cuadros dramáticos (de hecho en aquel momento se estaba cosiendo una túnica para vestirse de rey Cophetua), apresuradamente enrolló el vestido, lo escondió bajo la mesa y se disculpó diciendo que ya tenía un compromiso previo. Aquello resultaba bastante misterioso, en opinión de la señora Quantock, pero puede que Georgie hubiera planeado una de aquellas noches suyas en las que estaba «muy ocupado en casa». Y puesto que más valía no fisgonear en lo que acontecía aquellas noches, decidió no hacer preguntas y se fue derecha a casa de Lucía para entregar allí su invitación. Allí de nuevo se encontró con una negativa igual de misteriosa. Lucía lamentaba muchísimo que a ella y a Pepino les fuera imposible acudir, y deseaba que Daisy disfrutara de una velada encantadora. En el preciso instante en que se estaba despidiendo de ella, Lucía oyó cómo sonaba el timbre del teléfono, y entró corriendo para descubrir que era Georgie, su fiel lugarteniente, que quería informarle de que la señora Quantock planeaba una fiesta para el sábado: lo que él no sabía era hasta dónde había llegado Daisy. En aquel momento estaba justo a medio camino de Old Place, trotando a una velocidad poco habitual en ella. Lucía afrontó la situación con increíble celeridad y, tras cortar a Georgie con un golpe de teléfono, y abandonando toda idea de una fiesta improvisada, llamó a Olga. Tenía que asegurarse su asistencia a toda costa…

El teléfono estaba en el vestíbulo y Olga, con su sombrero puesto, se preparaba para salir cuando sonó el timbre. Las palabras de agradecida aceptación estaban aún suspendidas en sus labios cuando el otro timbre, el de la puerta, sonó también, y lo hizo larga y repetidamente, con una sola pausa de casi medio minuto. Cuando abrió la puerta, Olga comprobó que era la señora Quantock, que estaba allí plantada con su invitación para su fiesta del sábado por la noche. Olga se vio obligada a rechazarla, pero prometió dejarse caer por su casa si no se le hacía muy tarde en la de la señora Lucas. Otro jolgorio, pensó: aquello sería estupendo.

Todos los males de la descentralización y el solapamiento de intereses ya se estaban poniendo de manifiesto. Lucía llamó casa por casa, sólo para enterarse de que sus moradores ya estaban comprometidos para ese día. Había conseguido a Olga y a Georgie, y ya podía comenzar la buena obra de educar y aplastar a su rival, no por la fuerza, sino por el ejemplo puro y refinado. Pero comprobó con disgusto que la señora Quantock tenía a todos los demás. En los viejos tiempos esto jamás habría ocurrido, porque todo giraba en torno a un órgano central. Ahora, con la aparición de aquella otra estrella rutilante, todas las leyes de la gravedad y la atracción conocidas se habían alterado.

Georgie, de nuevo al teléfono, recomendó apelar al buen talante de la señora Quantock, lo cual fue rechazado de plano por Lucía. Dudaba que Daisy tuviera buen talante, como le suponía Georgie.

—¿Y qué hacemos con los
tableaux
? —preguntó Georgie—. Nosotros tres no haremos muy buen papel interpretando escenas dramáticas exclusivamente para la señorita Olga.

Entonces Lucía se mostró verdaderamente señorial.

—Recuerda que el mérito de los
tableaux
no reside en el número de los espectadores… —dijo.

Permaneció en silencio un instante.

—¿Tienes ya preparada tu túnica de Cophetua? —preguntó.

—Oh, la tendré… —dijo Georgie con gesto abatido.

El martes por la tarde Olga llamó a Lucía de nuevo para decirle que su marido llegaría ese mismo día, de modo que… ¿podía llevarlo a la fiesta del sábado? Lucía accedió de buen grado, pero le pareció que un marido y una esposa sentados juntos y mirando a otro marido y a otra esposa haciendo cuadros dramáticos sería un entretenimiento un poco raro, y no precisamente característico de lo mejor de Riseholme. Comenzó a dudar respecto a la esencia misma de los cuadros dramáticos, y a considerar sólo la cena. También se preguntó si después de todo no habría estado siendo injusta con la buena de Daisy, y si esta, después de todo, no tendría buen talante. A lo mejor Georgie tenía razón.

El teléfono sobresaltó a Georgie mientras gozaba de una pequeña siestecilla, pues se había quedado traspuesto sobre la labor de la túnica del rey Cophetua. Lucía le explicó la situación y delicadamente le sugirió que seguro que no le costaba nada «pasarse un momento» por casa de la querida Daisy y ser muy diplomático. No había nadie como Georgie para actuar con tacto. Así que, tras un enorme bostezo, «se pasó un momento» por casa de Daisy.

—Has venido por lo del sábado,
¿no es así?
—preguntó Daisy certeramente.

Georgie recordó su talento para actuar con tacto.

—¡Me parece sorprendente que lo haya adivinado! —dijo—. Pensaba que tal vez podríamos llegar a un acuerdo si negociamos… Es una lástima estar divididos. Nosotros… quiero decir,
Lucía
ha conseguido que la señorita Olga y su marido vayan a su fiesta, y…

—Y yo tengo a todos los demás, ¿no es así? —dijo Daisy con un gesto de alegría—. Y la señorita Bracely va a pasarse luego por aquí, si consigue escaparse pronto. Siendo una fiesta tan reducida, seguramente lo conseguirá.

—Oh, yo no contaría con eso… —dijo Georgie—. Vamos a hacer unos
tableaux
, y siempre acaban alargándose más de lo que uno piensa. Oh, cielos, no debería haber dicho eso, porque son unas improvisaciones, pero ya sabes lo meticulosa que es Lucía: se está tomando muchas molestias al respecto.

—No sabía nada de eso —dijo la señora Quantock. Se detuvo a pensar un instante—. Bueno, la verdad es que no quiero aguarle la velada a Lucía —dijo—. Estoy segura de que nada podría resultar más ridículo que tres personas haciendo cuadros dramáticos para otras dos. Y, por otra parte, no quiero que ella me estropee la mía, porque… ¿qué podría impedir que estuviera haciendo
tableaux
hasta la hora de ir a misa el domingo si quisiera mantener a la señorita Bracely lejos de mi casa? Estoy segura, después del modo en que se comportó con mi gurú… bueno, eso ya no importa. ¿Y qué te parecería si primero asistiéramos todos a los cuadros dramáticos en casa de Lucía y luego nos viniéramos aquí? Si Lucía tuviera a bien sugerírmelo, y mis invitados estuvieran de acuerdo, no me importaría hacerlo.

A las seis de la tarde del martes, por tanto, todos los teléfonos de Riseholme volvieron a sonar en alegre sucesión. La señora Quantock estipuló que la fiesta de Lucía concluiría a las 10:45 exactamente, si no antes, y que todo el mundo quedaría entonces libre para ir en tropel a su casa. Propuso un jolgorio que eclipsaría incluso al de Olga, y ya andaba enfrascada en el estudio de un manual de
Juegos de corro
, entre los que se encontraba incluso «la zapatilla por detrás, tris, tras»…

Georgie y Pepino se turnaron al teléfono y llamaron a todos los invitados de la señora Quantock, informándoles del doble entretenimiento que les esperaba a todos el sábado. Como a Georgie se le había escapado el secreto de los
tableaux
improvisados delante de la señora Quantock, ya no había razón por la que el resto de Riseholme no pudiera saberlo de primera mano por los residentes de The Hurst, en vez de conocerlo de segunda mano (a pesar de las promesas de no difundirlo) por medio de la señora Quantock. Resultó que ésta tenía mejor talante del que Lucía estaba dispuesta a concederle, pero esperar que no le dijera a nadie lo de los cuadros dramáticos sería someter la virtud a una durísima prueba.

—Muy bien, pues entonces está todo arreglado —dijo Georgie mientras regresaba con la última confirmación de asistencia—. Qué maravillosamente bien ha salido todo al final. ¡Qué día hemos tenido! No hemos hecho otra cosa que llamar por teléfono, de la mañana a la noche. Si continuamos así, la compañía telefónica incluso dará beneficios este año, y nos devolverá parte de nuestro dinero.

Lucía había cogido un puñado de cuentas de perlas, y estaba haciendo con ellas un collar para el
tableau
de la reina María de Escocia.

—Ahora que todo el mundo lo sabe —dijo—, podríamos permitirnos unos preparativos algo más elaborados. Podría pedir prestada un hacha isabelina que hay en el Ambermere Arms. Y luego, sobre el
tableau
de Brunilda… Se desarrolla al amanecer, ¿no? Podríamos mantener el escenario totalmente a oscuras cuando se levante el telón, e ir subiendo muy lentamente la luz de una lámpara por detrás del decorado, de modo que ilumine mi rostro. Una lámpara iluminándose gradualmente, qué maravilloso efecto. Produce una ilusión perfecta. ¿Podrías arreglártelas para hacer eso con una mano mientras con la otra tocas el piano, Georgino?

—Estoy seguro de que no podría —dijo.

—Bueno, pues entonces tendrá que hacerlo Pepino antes de entrar a escena. Dotaremos de movimiento a los cuadros dramáticos. Creo que será una idea completamente novedosa. Pepino saldrá… sólo un par de pasos… cuando haya encendido la lámpara, y me arrebatará el escudo y la armadura…

—Pero entonces la música se quedará corta… —exclamó Georgie—. Tendré que empezar antes.

—Sí, quizá eso sería lo mejor —dijo Lucía tranquilamente—. Y la cota de malla real, también; me alegro de haberme acordado de que Pepino tenía una. Marshall está limpiándola ahora. Causará un efecto mucho más impactante que esa morralla chabacana y de cartón piedra que utilizan en la ópera. Luego me levantaré muy lentamente, y ondearé en primer lugar mi brazo derecho y luego el izquierdo, y luego ambos. Quizá debería practicar un poco en el sofá.

Lucía acababa de tumbarse cuando el teléfono volvió a sonar de nuevo. Fue Georgie quien se levantó.

—Será la compañía de teléfonos, que va a repartir beneficios —dijo, y corrió hacia el vestíbulo.

—¿Es la residencia de la señora Lucas? —dijo una voz familiar.

—Sí, señorita Olga —dijo—, y soy yo.

—Ah, señor Georgie, ¡qué suerte! —dijo—. Puede darle usted mi recado a la señora Lucas, ¿verdad? Soy una tonta, ya sabe, y espantosamente despistada.

—¿Qué es lo que ocurre? —preguntó Georgie.

—Es sobre lo del sábado. Acabo de recordar que Georgie y yo… no usted, ya sabe… que Georgie y yo habíamos planeado ausentarnos de Riseholme el fin de semana. ¿Le puede decir a la señora Lucas que siento muchísimo no asistir a su fiesta?

Georgie regresó al saloncito de música, donde Lucía había comenzado ya a hacer ondear sus brazos subida al sofá. Pero cuando vio la cara de Georgie, los dejó caer.

—Bueno, ¿qué pasa? —dijo.

Georgie dio el recado, y ella se levantó de un salto del sofá.

—Lamento que la señorita Bracely no vea nuestros
tableaux
—dijo—, pero como ella no iba a actuar en ellos, no creo que su ausencia tenga mucha importancia.

Un abatimiento mortal se cernió sobre los tres, aunque la ausencia de Olga tuviera tan poca importancia. Lucía no retomó sus ejercicios gimnásticos, pues, después de tantos años, su modo de actuar se podía considerar lo suficientemente bueno para Riseholme sin necesidad de dedicarle más ensayos, y no se dijo nada más respecto al alquiler del hacha del Ambermere Arms. Pero como había empezado a ensartar sus cuentas de perlas, concluyó la labor; en cuanto a Georgie, en fin, ya no se preocupó más de si el festón dorado de la capa del rey Cophetua rodeaba toda la espalda o no y, tras recoger la pieza que estaba cosiendo, la hizo un burruño y se la puso bajo el brazo. Al fin y al cabo acabaría siendo una fiesta normal. No podía pasar nada peor.

Pero Lucía no había agotado todavía su cuota de mala suerte. En aquel momento el poni de la señorita Lyall, tirando de su polibán correspondiente, se detuvo ante la puerta, y un minúsculo mozo de cuadra entregó una nota que requería respuesta pronta. A pesar de todo el dominio que Lucía tenía de sí misma, su reacción fue demasiado subida de tono.

—¡Menuda impertinencia! —dijo—. Fijaos en lo que dice.

Q
UERIDA SEÑORA
L
UCAS
:

Estuve en Riseholme esta mañana, y supe por la señora Weston que la señorita Bracely irá a su casa el sábado por la noche. Así que estaré encantada de ir a cenar al final. Debe usted saber que para mí es una norma inapelable no salir por las noches, excepto si hay alguna razón especial, pero sería un gran placer volverla a oír cantar de nuevo. Me pregunto si usted podría servir la cena a las 7:30 en vez de a las 8:00, porque no me gusta estar fuera de casa hasta muy tarde.

Se produjo un breve silencio.


Caro
—dijo Lucía—, tal vez tendrías la amabilidad de decirle a la señorita Lyall que no espero a la señorita Bracely el sábado, y que, por lo tanto, no espero tampoco a lady Ambermere. Un mensaje verbal será más que suficiente.

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