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Authors: E. F. Benson

Tags: #Humor

Reina Lucía (24 page)

BOOK: Reina Lucía
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Entonces ocurrió algo sorprendente cuando el señor Rumbold avanzó desde su escaño del coro hacia el púlpito para dar el sermón. Generalmente solía facilitar el número del breve himno que acompañaba dicha operación, pero aquel día no dijo ni pío. Una cortina discreta ocultaba al organista de la feligresía, y disimulaba sus ejercicios gimnásticos con las llaves de los tubos y sus ridículos bailes con los pedales. Entonces, cuando el señor Rumbold se adelantó desde su escaño, procedente del órgano se escuchó la corta introducción del
Du mein gläubiges Herz
[41]
, de Bach, de quien incluso Lucía había admitido que era casi «igual» que Beethoven. Y fue en ese momento cuando se escuchó la voz… La rebelión inducida por el festivo jolgorio de la noche anterior se apagó como una vela agotada ante aquellos cantos divinos que reverberaban con la alegría de un desconocido infante celestial. Se tornaban delicados y suaves, volvían a oírse con fuerza de nuevo, rebotando en la bóveda, se alargaban y se demoraban, y se apresuraban luego hacia el triunfo final. Ningún canto podía haber sido más sencillo, aunque aquella sencillez sólo podía haber brotado del arte más elevado. Pero en ese momento el arte era totalmente inconsciente; era parte intrínseca de la cantante, que alababa a Dios como lo harían los pajarillos del campo. Ella, que había sido la alegría de la noche anterior, era la devoción personificada a la mañana siguiente.

Cuando se sentaron para el sermón, el coronel Boucher le susurró discretamente a Georgie: «¡Por Júpiter!». Y Georgie, en un tono bastante más audible, le contestó: «Adorable…». La señora Weston entregó media corona de su monedero en vez de su chelín habitual, dispuesta a escuchar el ofertorio, y la señora Quantock se preguntó si sería ya demasiado mayor para aprender a cantar…

Aquel día, a la hora del almuerzo, Georgie se encontró con una Lucía muy habladora y notablemente más
italiana
que de costumbre. Es más: cuando Georgie entró en el salón, vio cómo apartaba una gramática italiana y la ocultaba con los ensayos de Antonio Caporelli. Aquello posiblemente guardaba alguna relación con el hecho de que hubiera alabado a Olga la noche anterior respecto a su pronunciación.


Ben arribato, Giorgio!
—dijo—.
Ho finito il libro di Antonio Caporelli questo momento. E magnifico!

Georgie pensaba que hacía mucho tiempo que ya lo había acabado, pero quizá se había equivocado. Las frases salieron de los labios de Lucía como si hubieran estado allí dispuestas para ser pronunciadas a la primera ocasión.


Sono un poco fiatigata dopo il
… vaya por Dios —añadió—, se me está oxidando el
italiano
, no puedo recordar la maldita palabra… En fin, que estoy un poco cansada después de
lo de anoche
. Una fiestecita encantadora, ¿no es así? La señorita Bracely tuvo mucha suerte de poder reunir a tanta gente con una convocatoria tan precipitada. No está mal una francachela como esa al menos una vez en la vida.

—Yo lo disfruté enormemente —dijo Georgie.

—Ya lo vi,
cattivo ragazzo
, ya lo vi —dijo ella—. Te olvidaste por completo de tu pobre Lucía y del horror que sentía ante aquel espantoso gramófono. Tuve que hacer uso de todo el sosiego que he ganado con las sesiones de yoga para no gritar. Pero fuiste un niño muy malo con el gramófono y aquello de las sillas musicales… sillas
antimusicales
, como le dije yo a Pepino, ¿verdad,
caro
?… todo el rato haciendo sonar ese cachivache, y poniéndolo en marcha, y quitándolo. Cada vez que parabas pensaba que tendríamos suerte y que sería el final.
E pronto la colazione. Andiamo!

Al rato ya estaban sentados a la mesa: el menú, cosa totalmente inusitada, estaba escrito en italiano. La caligrafía era claramente la de Lucía.

—Necesitaré mucho
tempo
de Georgino esta semana —dijo Lucía—. Pepino y yo hemos acordado que el próximo sábado, sin falta, debemos dar una pequeña fiesta nocturna, después de cenar. Quiero que me ayudes a preparar algunos
tableaux
improvisados. Como sabes, todas las improvisaciones deben ensayarse antes aunque sea mínimamente. Me atrevo a decir que la señorita Bracely ensayó tenazmente su baile de la otra noche, y ojalá hubiera visto más. Estuvo un poco torpe en el manejo de los velos, creo yo, aunque me atrevo a decir que no sabe mucho de danza. Aun así, quedó muy gracioso y fue impresionante para ser una aficionada, ¡demasiado airosa salió!

—Oh, pero si no es ninguna aficionada en absoluto —dijo Georgie—. Ha actuado en
Salomé
[42]
.

Lucía frunció los labios.

—En efecto, que actuara en esa obra es algo que yo calificaría de lamentable —dijo Lucía—. Con sus dotes, notables indudablemente, me parece a mí que podría haber encontrado otra cosa que mereciera más la pena. Naturalmente, no la he oído en ese papel: me sentiría muy avergonzada de que me hubieran visto allí. Pero ahora vayamos a nuestros pequeños cuadros dramáticos. Pepino pensaba que podríamos abrir con la ejecución de la reina María de Escocia. Es espantoso que haya perdido mis perlas romanas. Él sería el verdugo, y tú el clérigo. Luego también me gustaría representar el despertar de Brunilda.

—Eso sería encantador —dijo Georgie—. Por cierto, ¿le has preguntado a la señorita Olga si querría hacerlo?


Georgino mio
, se ve que no has entendido nada —dijo Lucía—. Esa fiesta va a ser
para
la señorita Bracely. Yo fui su invitada la otra noche, a pesar del asunto del gramófono, y, a decir verdad, espero que no encuentre en mi casa nada que la ponga tan de los nervios como su gramófono me puso a mí. Me pasé toda la noche con unas pesadillas espantosas… ¿a que sí, Pepino? Vamos entonces con el cuadro dramático de Brunilda. Pensé que Pepino podría interpretar a Sigfrido, y quizá tú podrías aprenderte aunque fuera quince o veinte compases de la música y tocarla mientras se sube el telón. Puedes tocar lo mismo otra vez si piden un bis. Y luego, ¿qué me dices del rey Cophetua y la mendiga? Yo estaría dándole la espalda al auditorio, y no me volvería de ningún modo: sería en exclusiva tu cuadro dramático. Sólo los esbozaremos, como dije. Tendremos que reunimos a ensayarlos una o dos veces para asegurarnos de no tropezar los unos con los otros, y habrá que ver si podemos contar con atuendos de algún tipo, y si podemos simplemente ponérnoslos por encima. Los cuadros dramáticos, aderezados con un poco de música, música seria, claro está, serán más que suficientes para mantener a todo el mundo interesado
[43]
.

Para entonces Georgie ya tenía una idea bastante aproximada de qué significaba realmente todo aquello. De momento, no se declararía la guerra; pero sí que asistirían a una espléndida confrontación, como la rivalidad entre las distintas ramas de los Medici, una gloriosa competición artística con las artistas mismas brillando en todo su esplendor. Para confirmar esta idea, Lucía continuó hablando con renovada animación.

—Desde luego, no tengo intención ninguna de que haya juegos… ¿o debería llamarlos
jolgorios
? —dijo—. Pues por lo poco que yo conozco Riseholme… y quizá lo conozco un poquito mejor que nuestra querida señorita Bracely… a Riseholme no le interesan nada ese tipo de cosas. No van en absoluto con nosotros: podemos estar acertados o equivocados, no lo sé, desde luego, pero es un hecho incontestable que a nosotros
no
nos interesan ese tipo de cosas. Nuestra querida señorita Bracely hizo todo lo que estuvo en su mano anoche: estoy segura de que sólo se dejó llevar por las razones más amables y hospitalarias, pero… ¿cómo iba a saberlo la pobre? Y la cena, además… Pepino contó hasta diecinueve botellas de champán vacías…

—Dieciocho,
carissima
—le corrigió Pepino.

—Creo que me dijiste diecinueve,
caro
, pero una más o menos no importa. Dieciocho botellas de champán vacías en el aparador, y un sinfín de sándwiches de caviar para tirar directamente. Fue todo excesivo, aunque, por el contrario, no había ni de lejos suficientes sillas, y, en realidad, en ningún momento pude disponer de una, en absoluto, excepto para cenar.

Lucía se inclinó hacia delante en la mesa. Tenía las manos entrelazadas.

—Hubo cierto exhibicionismo en todo aquello, Georgino —dijo—, y tú sabes cuánto odio yo el exhibicionismo. A Shakespeare le bastaba con la escenografía más sencilla para representar sus obras maestras, y sería un gran error por nuestra parte dejarnos llevar por una mera opulencia derrochadora. En todos los años que llevo viviendo aquí, y contribuyendo en mi humilde medida a la vida del pueblo, no he oído queja alguna respecto a mis cenas o mis tés, ni sobre la calidad de los entretenimientos que ofrezco a mis invitados cuando son tan amables para contestarme «sí» a
le mie invitazione
. El arte no se promueve con jolgorios y francachelas, y nosotros somos capaces de divertirnos sin que sobren doscientos sándwiches de caviar. ¡Y esa manera tan burda de cortar el jamón…! Tuve que subdividir varias veces la tajada que me sirvieron para poder comérmela.

A Georgie le pareció que no debía dejar pasar aquello.

—Bueno, pues yo disfruté de una cena excelente —dijo—, y me divertí mucho. Además, vi a Pepino zampando como nunca. ¡Pregúntale qué le pareció a él la cena!

Lucía dejó escapar su risa argentina.

—Georgino, mira que eres chiquillo —dijo, artificiosamente—, y eso de «zampar», como tú lo llamas, de ese modo tan vulgar… ni pensarlo. Yo no estoy diciendo nada en contra de la cena, pero estoy segura de que Pepino y el coronel Boucher se habrían sentido mejor esta mañana si hubiesen sido un poco más prudentes ayer por la noche. Pero ese no es el asunto. Quiero mostrarle a la señorita Bracely, y estoy segura de que me lo agradecerá, el tipo de entretenimiento que hemos disfrutado en Riseholme durante todos estos años. Lo formularé con sus mismas reglas: le pediré a todos y cada uno que se «dejen caer por aquí» sólo con unas pocas horas de antelación, como hizo ella. Todo será perfecto, y habrá de todo lo que me parece a mí que faltó ayer por la noche. Fue todo un poco… ¿cómo lo diría…? un poquitín
histriónico
. Y no me pareció que el histrionismo hubiera menguado mucho esta mañana en la iglesia. Su modo de cantar esa aria tan hermosa fue
melodramática
; porque no puedo calificarla menos que de melodramática… —clavó en Georgie su perspicaz mirada, y se atusó sus ondulados cabellos—. Melodramática —repitió—. Y ahora, vayamos a tomar el café a la salita de música. ¿Tocará Lucía un poquito de Beethoven para quitarnos de encima el mal sabor de boca del gramófono? A la nenita no le gusta nada de nada el gramófono. ¡Nada de nada!

Georgie ya comenzaba a comprender a aquel pretendiente abrumado que pensaba en lo feliz que sería con una amante
si la otra estuviera lejos
[44]
. Desde luego, él había sido muy feliz con Lucía todos aquellos años, antes de que
la otra
llegara a Riseholme, pero ahora sintió que si Lucía decidiera pasar el invierno en la Riviera —como había decidido tantas veces en los últimos tiempos—, Riseholme aún seguiría siendo un lugar de residencia de lo más agradable. Nunca había estado muy seguro respecto a cuán seriamente había contemplado Lucía la posibilidad de un invierno en la Riviera, pues la simple mención de aquel viaje siempre había sido suficiente para que él arqueara sus cejas y afirmara, con total rotundidad, que Riseholme seguramente no podría sobrevivir sin ella, pero aquel día, mientras estaba allí sentado oyendo (más que escuchando) aquella serie de lentas piezas musicales, con una breve y arriesgada ejecución del
scherzo
de la sonata
Claro de luna
, le pareció que si se aludía en algún momento a la Riviera, con seguridad no sería tan insistente respecto a la imposibilidad de que Riseholme continuara existiendo sin ella. Podría, por ejemplo, haber sobrevivido perfectamente bien a aquel domingo por la tarde si Lucía hubiera estado incluso en Tombuctú o en las Antípodas, pues la noche anterior, cuando estaba a punto de volver a su casa, Olga le había dejado caer la insinuación de que estaría en casa a la hora del almuerzo, por si no tenía nada mejor que hacer; pero lo cierto es que tenía algo
peor
que hacer…

Pepino estaba sentado en el alféizar de la ventana, con los ojos cerrados, porque así escuchaba mejor la música, y asentía de vez en cuando con la cabeza, presumiblemente por la misma razón. Pero el final de la pausada pieza naturalmente lo obligó a dejar de escuchar, y despertó y dejó escapar el suspiro con el que Riseholme siempre agradecía el final de un movimiento lento. Georgie suspiró también, y suspiró Lucía; los tres suspiraron, y luego Lucía comenzó otra vez. Así que Pepino cerró los ojos de nuevo, y Georgie continuó con su análisis mental de la situación.

De momento, o esa fue su conclusión, Lucía no iba a declarar la guerra abiertamente. Pretendía, como en los grandes desfiles militares, mostrar antes el espíritu de Riseholme con toda su panoplia y, de este modo, aplastar sin piedad, hasta la sumisión más humillante, cualquier posible rivalidad. Pretendía también ejercer una influencia educativa, pues aunque estaba dispuesta a admitir que Olga tenía grandes dones, aspiraba a educar y refinar aquellos dones, de modo que pudieran contribuir, cuando se ejercitaran tras una benévola aunque autoritaria supervisión, al fortalecimiento y al esplendor de Riseholme. Naturalmente, Lucía debía contar con una ayuda leal y competente, y Georgie se dio cuenta de que el cuadro dramático del rey Cophetua (su
tableau
, tal y como había dicho Lucía) formaba parte del soborno, o, si esa palabra resultaba ofensiva, de una
subida de sueldo
. Y del mismo modo era cierto que aquel prolongado recital de piezas relajantes estaba destinado a producir en su mente una vivida conciencia del contraste entre la algarabía de la noche anterior y el sosiego de aquellos instantes, y en ese aspecto, no falló.

Lucía bajó la tapa del piano, y casi antes de que los otros dos hubieran lanzado los preceptivos suspiros, habló.

—Creo que daremos una pequeña cena antes de los cuadros dramáticos —dijo—. Invitaré a lady Ambermere. Así seremos cuatro, contando contigo, Georgie; y con la señorita Bracely y el señor Shuttleworth seremos seis. Al resto le pediré que vengan a partir de las nueve, porque sé que a lady Ambermere no le gusta estar fuera de casa hasta muy tarde. Y ahora, ¿hablamos de nuestros
tableaux
?

BOOK: Reina Lucía
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