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Authors: Craig Russell

Tags: #Intriga, #Policíaco

Resurrección (25 page)

BOOK: Resurrección
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—Muy graciosa —murmuró Henk, y saludó con un gesto al barman negro de cabeza afeitada que se acercó a ellos.

—¿Qué puedo ofrecerles? —El barman negro hablaba alemán con un acento que era mezcla de africano e inglés.

Como respuesta, Henk exhibió su placa ovalada de policía.

—Nos gustaría hacerle algunas preguntas sobre uno de sus clientes.

—Ah, ¿sí?

—Es en relación con la investigación de un homicidio —dijo Anna—. Creemos que la víctima era un cliente habitual de este lugar. —Puso una fotografía de Hauser sobre la barra—. ¿Lo conoce?

El barman miró brevemente la fotografía y asintió.

—Es Herr Hauser. Sí, lo conozco, o lo conocía. Leí sobre su muerte en los periódicos. Terrible. Sí, era un cliente habitual.

—¿Con alguien en particular?

—No tenía a nadie especial, que yo supiera. Muchos tíos, en general…

Los otros dos encargados de la barra estaban ocupados y un cliente llamó al barman negro desde el otro extremo.

—Perdonen un momento…

Mientras iba a atender al cliente, Anna recorrió el club con la mirada. Considerando que era bastante temprano, y uno de los primeros días de la semana, había una cantidad importante de público. Como había supuesto, eran exclusivamente hombres, pero salvo por eso no había nada que distinguiera The Firestation de cualquier otro bar o club. Algunos tenían el aspecto y la indumentaria de haber venido directamente desde sus despachos. A Anna le resultó difícil imaginarse a Hauser en ese club: todo parecía demasiado «corporativo», demasiado normal. El barman negro regresó y pidió disculpas por la interrupción.

—Herr Hauser venía aquí muy a menudo, pero por lo general andaba con tíos más jóvenes, mucho más jóvenes. Acabo de preguntarles a los otros camareros. Martin me ha dicho que acostumbraba a venir con un tipo de cabello oscuro.

—¿Sebastian Lang? —Anna puso una fotografía de Lang en el mostrador, junto a la de Hauser.

—No lo conozco… ¿Martin? —El barman llamó a su colega, quien se acercó y examinó la fotografía.

—Es ése… —confirmó el segundo camarero—. Vinieron juntos durante un tiempo, pero luego el más joven de los dos dejó de venir. Pero antes que él, Herr Hauser solía beber con otro tipo más de su edad. No creo que fueran pareja ni nada así. Me parece que sólo eran amigos.

—¿Sabe el nombre de ese amigo?

—No, lo siento.

—¿Sigue viniendo?

El barman meneó la cabeza.

—No podría decirles si va a aparecer. Creo que sólo venía aquí a encontrarse con Herr Hauser.

—Gracias —dijo Henk, y le entregó al barman su tarjeta de contacto en la Polizei de Hamburgo—. Si vuelve a verlo, ¿puede llamarme a este número?

El barman cogió la tarjeta.

—Desde luego. —Frunció el ceño—. No creen que este tipo tuviera algo que ver con el homicidio de Herr Hauser, ¿o sí?

—De momento sólo estamos tratando de construir una imagen de los últimos días de la víctima —dijo Anna—. Y de la clase de gente a la que solía frecuentar. Eso es todo.

Pero mientras Henk y ella salían de The Firestation, Anna no pudo evitar pensar que aún no habían construido ninguna imagen.

9

Martes 30 de agosto de 2005, doce días después del primer asesinato

10.30 H, POUZEIPRÁSIDIUM, HAMBURGO

Fabel telefoneó a Markus Ullrich, el agente de la BKA, desde su despacho en la brigada de Homicidios. Ullrich pareció sorprendido de tener noticias de Fabel, pero no daba la impresión de estar ocultando algo.

—¿En qué puedo ayudarle, Herr Kriminalhauptkommissar? ¿Es sobre Frau Klee?

—No, Herr Ullrich. —La verdad era que Fabel sí quería seguir conversando sobre el asunto con Ullrich, pero ése no era el momento apropiado. Lo que necesitaba era un favor—. Recordará usted que el Kriminaldirektor Van Heiden preguntó por el caso en el que estoy trabajando. El del denominado Peluquero de Hamburgo, ¿verdad?

—Lo recuerdo.

—Alguien me ha sugerido que examine más de cerca la historia de las víctimas. Específicamente, que puede haber algunos trapos sucios ocultos de los días en que eran activistas estudiantiles, o más tarde, durante los años conflictivos. Ambos eran agitadores políticos, aunque en grados diferentes. Y se me ha ocurrido que si había algunas sospechas sobre ellos…

—… Entonces nosotros en la BKA tendríamos un expediente, ¿es eso?

—Sólo es una idea que se me ha ocurrido… —A continuación, Fabel hizo un resumen de lo que se sabía sobre ambas víctimas hasta el momento.

—De acuerdo —dijo Ullrich—. Veré qué puedo hacer.

Después de colgar, Fabel fue a la oficina principal de la Mordkommission y habló con Anna Wolff. Le pasó los detalles de la tarjeta de identidad de la segunda guerra mundial que se había encontrado junto a la momia de HafenCity.

—¿Podrías ponerte en contacto con los archivos del Estado y ver qué podemos averiguar? Me gustaría saber si hay algún pariente superviviente al que podamos notificarle la noticia.

Anna examinó la información que le entregó Fabel y se encogió de hombros.

—Bien,
chef
.

Fabel habló con sus distintos agentes para informarse de sus avances. Los dos asesinatos con el cuero cabelludo arrancado habían eclipsado todo lo demás y Fabel se alegró por el hecho de que la muerte en una pelea en el Kiez fuera el único otro caso pendiente, porque era relativamente fácil de cerrar. Había momentos en que Fabel se sorprendía por pensar de esa manera, por agradecer que el final violento de otra vida humana fuera convenientemente claro y por lo tanto exigiera menos de los recursos de su equipo. Detestaba la obligada insensibilidad que traía aparejado el ser el investigador de la muerte de otros.

—Todavía no hemos conseguido nada de los registros telefónicos de ninguna de las víctimas —dijo Henk Hermann, anticipándose a la pregunta de Fabel—. No hemos encontrado ningún número que no pueda explicarse claramente.

Fabel le dio las gracias y regresó a su despacho. Todavía había algo que le molestaba. Su instinto le decía que las víctimas conocían al asesino.

11-45 H, SCHANZENVIERTEL, HAMBURGO

La sala estaba cargada con el aroma espeso y dulce del inmenso. Las persianas estaban cerradas y la habitación estaba iluminada con la luz suave y bailarina de dos docenas de velas.

Beate Brandt estaba sentada con los ojos cerrados. Tenía una mano apoyada en la frente y la otra en el pecho de su cliente. Su pelo era largo y caía en cascada sobre los hombros, como cuando tenía dieciocho años. Pero el brillo satinado y sensual con el que antes encandilaba los corazones de los hombres se había perdido más de una década antes. Ahora era más gris que negro y ya no refulgía, sino que se veía seco y rugoso. De la misma manera, la oscura belleza de Beate, que había heredado de su madre italiana, se había apagado. Seguía teniendo huesos fuertes y rasgos delicados, pero la piel que los recubría se había llenado de pliegues y arrugas, como si alguien hubiera cubierto descuidadamente un buen cuadro.

—Respira profundo… —le dijo a su cliente, que parecía tener una edad parecida a la de su hijo y estaba acostado boca arriba, con los ojos bien cerrados—. Estamos regresando. A una época más allá de la vida, pero antes de la muerte. Sólo cuando nos enfrentemos a la vida que ha terminado podremos experimentar el renacimiento.

Aplicó presión sobre la frente de su cliente. Tenía los dedos cubiertos con grandes anillos, algunos de los cuales exhibían símbolos astrológicos. Su cliente tenía una piel pálida e impecable y ella comparó la lisa perfección de sus cejas con las arrugas de la palma de su mano y el engrosamiento de sus dedos, que alguna vez habían sido delgados. «¿Por qué —se preguntó— nuestros cuerpos envejecen cuando en nuestro interior nos sentimos exactamente igual que hace media vida?».

—Regresa… —Su voz era poco más que un susurro—. Regresa a la infancia. ¿Lo recuerdas? Luego más atrás. Más atrás…

Beate siempre había tenido que esforzarse para llegar a fin de mes. O, dicho de una manera más adecuada, había tenido que esforzarse para llegar a fin de mes y al mismo tiempo mantener un perfil bajo. La idea de convertirse en una capitalista de poca monta le parecía desagradable, pero peor era trabajar para algún otro. Además, tenía que pensar en su hijo. Había hecho todo lo posible para asegurarse de que a él nunca le faltara nada. Como madre soltera, no le había sido fácil. Y, por supuesto, siempre estaba la dificultad añadida de que alguien husmeara demasiado en su pasado cuando ella se presentara a algún puesto de trabajo. Había empezado con una pequeña tienda de moda en el Viertel, pero a medida que pasaba el tiempo se hizo evidente que su idea de lo que era
chic
en el Schanzenviertel estaba un poco atrasada —una década atrasada— respecto de lo que los clientes buscaban. Después de cerrar la tienda, luchó por encontrar algo que le permitiera ganar dinero. Entonces se le ocurrió el concepto del renacimiento. Beate sabía que todo aquello era una tontería. Una parte de ella, en lo profundo de su ser, encontraba atractiva la idea de la reencarnación, incluso posible, pero toda aquella historia de la «inducción del renacimiento» era pura mierda. Ella debía saberlo: después de todo, la había inventado.

Miró al cliente tumbado en el suelo delante de ella. Era uno de sus habituales, y llevaba tres meses asistiendo. Desde los homicidios de Hans-Joachim y Gunter había tomado la decisión de no admitir a clientes nuevos. Ningún desconocido. Aquellas muertes la habían dejado impresionada, atemorizada. Después de todo, si bien sus caminos no se habían cruzado en veinte años, Hans-Joachim vivía a tan sólo un par de calles.

Por lo tanto, sólo les franqueaba la entrada a aquellos clientes a los que venía atendiendo desde hacía un tiempo. Incluso había tratado de inventar una nueva variedad de «terapia de grupo», para poder atender a más de uno a la vez. Pero debido a la naturaleza íntima y personal de su «tratamiento», a sus clientes no les gustaba mucho participar en sesiones grupales. La idea más inspirada de Beate había sido montar una página de Internet a través de la cual podía ofrecer consultas en línea. Incluso había comprado un programa mediante el cual la gente podía cargar su fecha y lugar de nacimiento y recibir un resuden de una vida pasada probable. Y todo eso se pagaba mediante un sistema seguro de transacciones con tarjeta de crédito a través de Internet. Sin riesgos, sin gastos; sólo ganancia.

El concepto central del negocio de Beate era una idea esencialmente sencilla: que todos hemos vivido antes, varias veces, y que tiene que haber una llave para abrir aquellas vidas pasadas. Por supuesto que, teniendo en cuenta el crecimiento exponencial de la población del planeta, que todos tuviéramos una vida anterior era una imposibilidad estadística. Beate, que había estudiado matemática aplicada en la Universitát de Hamburgo, lo sabía demasiado bien. Pero hubo un momento, mucho tiempo antes, en que ella había estado dispuesta a suspender su incredulidad en nombre de algo más grande. Más aún: el mundo de hoy estaba lleno de personas que buscaban algo que diera sentido a su existencia; o un refugio en alguna otra verdad, alguna otra vida, cualquier cosa que ofreciera algo menos banal que su vida cotidiana. De modo que Beate, la atea, la racionalista, la matemática, se había establecido como una gurú
New Age
que ayudaba a la gente a redescubrir sus vidas anteriores. Había aprendido los principios básicos de la hipnosis, aunque dudaba que alguna vez hubiera logrado hipnotizar a algún cliente. Lo más probable era que ellos mismos se engañaran suponiendo que se encontraban en un estado hipnótico, para poder creer todas las idioteces que escupían sobre sus vidas del pasado, creer que esas tonterías surgían de algo más profundo que una simple combinación de imaginación, expresión de deseos y algo que probablemente habían leído alguna vez por ahí. Pero para cubrirse, ella hablaba de «meditación guiada», haciendo recaer en el cliente la responsabilidad de su propia hipnosis.

De todas maneras, el primer concepto era imperfecto. Beate no tardó en descubrir que una vez que ayudaba a su cliente a descubrir una «vida anterior», éste se marchaba contento, y con él una fuente de ingresos. Entonces se dio cuenta de que debía añadir otra dimensión a su «terapia», algo que prolongara el tratamiento. Fue entonces cuando se le ocurrió tanto la idea de la página web como el concepto de un «renacimiento integral de la persona». El principio era que para estar «completo», uno debía dejar al descubierto todas las vidas anteriores, combinarlas con la existencia actual y luego experimentar un «renacimiento», después del cual uno se volvía íntegro y dejaba atrás todo su pasado para empezar nuevamente. Una verdadera vida nueva.

A Beate no se le escapaba la ironía. Allí, en esa sala de su apartamento, soltaba una mezcla casera de paparruchadas
New Age
e idioteces psicológicas sobre la reencarnación y el renacimiento. Al igual que los otros miembros del grupo, ella se había reinventado, poniendo distancia entre sí misma y su vida anterior. Pero, a diferencia de algunos de ellos, había decidido mantener el perfil más bajo posible. Mientras algunos del grupo se habían sentido evidentemente inmunes a que los descubrieran, ella había buscado el anonimato. Aun así, parecía que mantener un perfil bajo no garantizaba ninguna protección. Hans-Joachim Hauser siempre había sido un egocéntrico arrogante que se exhibía todo el tiempo; pero, según creía, Gunter Griebel había elegido, como ella misma, una vida lo más reservada posible. Sin embargo, alguien lo había descubierto.

Echó una mirada al reloj de la pared. Esa sesión parecía interminable. El joven paciente estaba convencido de que tenía múltiples vidas anteriores que descubrir; sin embargo, sostenía que había algún obstáculo en el camino, algo que no podía esquivar. Beate suspiró pacientemente y trató de facilitarle el camino a través de los años, a través de los siglos, para averiguar quién había sido antes, y cuándo.

En ocasiones sentía el impulso de gritarles a sus clientes en la cara que todo aquello era un timo, un fraude; que no había nada que poner al descubierto salvo sus propias deficiencias y su incapacidad de reconciliarse con el hecho de que este mundo, hoy, era todo lo que había en la vida. Siempre divertía a Beate el hecho de que la mayoría de sus clientes exhibieran la misma falta de precisión cronológica y técnica que los típicos escritores de novelas baratas cuando descubrían sus vidas anteriores. La mayoría eran mujeres de mediana edad que cumplían alguna fantasía recordando una vida anterior en la que habían sido hermosas cortesanas, voluptuosas aldeanas o princesas de cuentos de hadas. Pocas «vidas anteriores» tenían que ver con las Pestes, las enfermedades, las hambrunas y la pobreza extrema que habían sido tan habituales en toda la historia.

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