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Authors: Craig Russell

Tags: #Intriga, #Policíaco

Resurrección (22 page)

BOOK: Resurrección
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—Asombroso. ¿Y eso era lo que investigaba el doctor Griebel? —preguntó Fabel.

—Hay una gran cantidad de investigadores de todo el mundo que trabajan en esta área. La epigenética se ha convertido en un campo de exploración importante y cada vez mayor. Usted probablemente recordará las grandes esperanzas que todos albergábamos respecto del Proyecto del Genoma Humano. Se creía que podíamos encontrar los genes de todas las enfermedades y trastornos, pero fracasamos. Se destinó una cantidad inimaginable de dinero, recursos y horas de ordenador para trazar el mapa del genoma humano, y terminamos descubriendo que, después de todo, no era tan complicado. La complejidad reside en todas las combinaciones y permutaciones dentro del genoma. La epigenética podría proporcionarnos la clave que estamos buscando. Herr Doktor Griebel era uno más de un puñado de científicos que están marcando el camino para comprender los mecanismos de la transferencia genética.

Fabel se quedó sentado un momento, considerando lo que los científicos le habían contado. Ellos aguardaron pacientemente; Kahlberg, con su aspecto de pájaro, detrás de las gruesas pantallas de sus gafas, Marksen con su rostro sonrojado y carente de expresión, como si entendieran que un lego necesitaría tiempo para asimilar la información. A Fabel todo aquello le parecía fascinante, pero también inútil para su investigación. > ¿Qué motivo podría haber encontrado el asesino de Griebel en su trabajo?

—El profesor Von Halen me comentó que el doctor Griebel tenía algunos proyectos menores a los que dedicaba parte de su tiempo —dijo por fin.

Kahlberg y Marksen se miraron con complicidad.

—Si la aplicación comercial no es inmediatamente obvia —dijo Kahlberg—, entonces Herr Professor Von Halen lo ve como un desvío. La verdad es que el doctor Griebel estaba estudiando el campo más amplio de la herencia genética. Específicamente, la posibilidad de la memoria heredada. No sólo en el nivel cromosomático, sino verdaderos recuerdos transmitidos de una generación a la otra.

—Pero eso no es posible, ¿verdad?

—Hay pruebas de que sí es posible en otras especies. Sabemos que en las ratas, por ejemplo, un peligro aprendido por una generación es evitado en la siguiente… lo que pasa es que no entendemos el mecanismo de esa conciencia heredada. El doctor Griebel acostumbraba a decir que el «instinto» era el menos científico de los conceptos científicos. Sostenía que hacemos cosas «instintivamente» porque hemos heredado la memoria de un comportamiento necesario para la supervivencia, como un bebé que aprende el movimiento de caminar minutos después del nacimiento, pero sin embargo tiene que volver a aprender a caminar casi un año más tarde… un instinto que aprendimos en algún momento de nuestro pasado genético lejano, cuando vivíamos en el desierto y la inmovilidad era po-tencialmente fatal. Al doctor Griebel le fascinaba ese tema. Estaba casi obsesionado.

—¿Usted cree en la memoria heredada?

Kahlberg asintió.

—Creo que es totalmente posible. Incluso probable. Pero, como ya he dicho, lo que ocurre es que aún no entendemos su mecanismo. Todavía falta realizar toda la tarea científica.

Elisabeth Marksen sonrió tristemente.

—Y sin el doctor Griebel, habrá que esperar mucho más.

—¿Has averiguado algo? —preguntó Werner cuando Fabel lo llamó con su teléfono móvil desde el aparcamiento del Instituto.

—Nada. Me parece que el trabajo de Griebel no tiene ninguna relación con su muerte. ¿Tú tienes alguna novedad?

—En realidad, Anna ha averiguado algo. Te lo explicará cuando regreses. Y el Kriminaldirektor Van Heiden quiere que Maria y tú vayáis a verlo hoy a las tres de la tarde.

Fabel frunció el ceño.

—¿Pidió específicamente que fuera Maria?

—Muy específicamente.

11-45 h, PolizeiprÄsidium, Hamburgo

Anna Wolff golpeó la puerta del despacho de Fabel y entró sin esperar respuesta. Fabel siempre hacía un esfuerzo consciente por no prestar atención a lo atractiva que era Anna, pero la luz de la mañana que entraba por el ventanal de la oficina hizo que a ella le brillara la piel y el pintalabios rojo enfatizó sus carnosos labios. Se la veía joven y animada y llena de energía, y Fabel se dio cuenta de que le irritaba esa juventud y esa sexualidad insolente.

—¿Qué tienes?

—Volví a entrevistar a Sebastian Lang, el amigo de Hauser… el que encontró a Kristina Dreyer limpiando la escena del crimen. Al parecer él y Hauser estaban lejos de irse a vivir juntos. Según Lang, la relación estaba resquebrajándose debido a la promiscuidad salvaje de Hauser. Aparentemente le gustaban los encuentros casuales, más allá de si estaba en una relación estable o no. Y les gustaban los jóvenes. Lang no quería hablar mucho al respecto. Creo que temía que sus celos se vieran como un motivo potencial, pero su coartada para el momento de la muerte de Hauser parece sólida.

Fabel tardó un momento en asimilar la información.

—Entonces tal vez podría ser que el hecho de que Hauser fuera homosexual tuviera algo que ver con el homicidio. En ese caso, deberíamos examinar más en detalle la sexualidad de Griebel. ¿Dónde tenía Hauser sus encuentros casuales?

—Al parecer en el mismo sitio en que conoció a Lang: un club gay en Sankt Pauli… tiene un nombre en inglés… —Anna frunció el ceño y pasó las hojas de su libreta—. Sí… un lugar que se llama The Firestation. Fabel asintió.

—Ponte a ello. Id allí Paul y tú y haced preguntas.

Anna miró a Fabel con desconcierto y confusión.

—¿Te refieres a mí y Henk?

Durante unos segundos, Fabel no supo qué decir. Paul Lindemann era el anterior compañero de Anna. La muerte de Lindemann había afectado a Anna más que a cualquier otro miembro de la Mordkommission; y había golpeado con mucha fuerza a todo el equipo. ¿Por qué habría dicho eso? ¿Acaso había escogido a Henk Hermann para reemplazar a Paul sólo porque le recordaba a su agente muerto? Confundir dos nombres era algo más o menos normal, en especial los nombres de dos personas que, por decirlo de alguna manera, ocupaban el mismo espacio. Pero Fabel nunca confundía los nombres.

—Por Dios, Anna, lo siento…

—No hay problema,
chef
… —dijo Anna—. Yo también me olvido todo el tiempo de que Paul ya no está entre nosotros. Iré con Henk a investigar el club gay y cualquier cosa que podamos averiguar sobre el pasado de Hauser.

Fabel siguió a Anna fuera de la oficina y avanzó hasta el escritorio de Maria, que estaba justo enfrente del de Werner. Notó que ambos escritorios estaban perfectamente ordenados y limpios. El había puesto juntos a Maria y Werner porque le parecía que combinaban habilidades y enfoques muy diferentes: una reunión de opuestos complementarios. La ironía era que ambos tenían un sentido idéntico del orden. Fabel recordó cómo acababa de confundir a Paul y Henk al hablar con Anna. Siempre se había permitido el autoengaño de pensar que era innovador y creativo en su elección de los miembros de su equipo. Pero tal vez no era tan innovador después de todo; tal vez, sin pensarlo, sólo escogía diferentes variaciones de un mismo tema.

—Es hora de que vayamos a la oficina del Kriminaldirektor Van Heiden —le dijo a Maria—. ¿Tienes alguna idea de qué va todo esto?

Era habitual que Fabel tuviera que presentarse en la oficina de su jefe, en especial durante una investigación de alto nivel, pero era muy poco común que Heiden solicitara específicamente la presencia de un agente de menor rango.

Maria se encogió de hombros.

—Ni idea,
chef
.

Para Fabel, su jefe representaba al perpetuo policía: siempre había habido policías como Horst van Heiden, en todas las fuerzas de seguridad de todas las regiones del mundo, desde el primer día en que había existido el concepto de policía. Incluso antes: Fabel podía imaginar a alguien como Van Heiden en el papel de vigilante de un pueblo medieval o alguacil de una aldea.

El Kriminaldirektor Van Heiden tenía unos cincuenta y cinco años y no era un hombre particularmente alto, pero su espalda siempre erguida y sus amplios hombros le daban una presencia desproporcionada respecto de su tamaño. Siempre se vestía bien pero sin imaginación y ese día se había puesto un traje azul de buen corte y una inmaculada camisa blanca con una corbata color ciruela. El traje, la camisa y la corbata parecían caros, pero de alguna manera Van Heiden siempre se las arreglaba para que hasta el traje más caro pareciera un uniforme de policía.

Además de Van Heiden, había dos hombres más aguardando a Fabel y a Maria. Fabel reconoció a uno de ellos, un hombre de baja estatura y físico robusto, también vestido de traje. Era Markus Ullrich, de la BKA, Bundeskriminalamt, la Oficina Federal del Crimen que operaba en todo el territorio alemán. Fabel y Ullrich se habían cruzado antes en un par de investigaciones importantes y el hombre de la BKA le había parecido a Fabel alguien fácil de tratar, aunque con una tendencia a proteger su propio territorio.

El otro hombre tenía la misma altura que Ullrich pero carecía de su desarrollo muscular. Llevaba gafas de montura ligera detrás de las cuales las pequeñas canicas de sus ojos celestes brillaban con una aguda inteligencia. Tenía el pelo rubio y tupido, meticulosamente cepillado hacia atrás y dejando al descubierto una frente amplia.

—Ya conoce a Herr Ullrich, por supuesto —dijo Van Heiden—. Pero permítame presentarle a Herr Viktor Turchenko. Herr Turchenko es un investigador de alto rango en la policía ucraniana.

Fabel sintió un frío en su interior, como si alguien le hubiera dejado la puerta abierta a un invierno olvidado. Se volvió para mirar a Maria pero el rostro de ella no reveló nada.

—Es un placer conocerlos a los dos —dijo Turchenko mientras extendía la mano primero a un agente y después al otro-Su cara se abrió en una sonrisa amplia y agradable, pero e1 acento fuerte y poco natural de su alemán le trajo recuerdos a Fabel y le hizo sentir que el frío en su interior se intensificaba.

—Herr Turchenko ha venido aquí a causa de una investigación que está realizando en Ucrania —continuó Van Heiden una vez que todos se sentaron—. El pidió que tuviéramos esta reunión. Herr Turchenko quería hablar específicamente con usted, Frau Klee.

—Ah, ¿sí? —El tono de Maria estaba teñido de recelo.

—En efecto, Frau Klee. Creo que usted ha trabajado en un caso… en dos casos, en realidad… que tienen una conexión directa con mi investigación. —Turchenko extrajo una fotografía de su maletín y se la entregó a Maria. Al hacerlo, reemplazó su cálida sonrisa por una expresión sombría—. Tengo un nombre para usted… un nombre que creo que usted estaba buscando.

Maria miró la fotografía. Se trataba de una adolescente, de más o menos diecisiete años. La imagen era poco nítida y María dedujo que era el detalle de una ampliación. La chica en la fotografía parecía sonreírle a alguien o a algo que estaba fuera de campo. Lejos. Tal vez, pensó Maria, estaba mirando hacia el Oeste.

—¿Cómo se llamaba? —preguntó con voz inexpresiva—. Me refiero a su verdadero nombre.

Turchenko suspiró.

—Magda Savitska. Dieciocho años. Proveniente de las afueras de Lviv, en el oeste de Ucrania.

—Magda Savitska… —Maria dijo el nombre en voz alta cuando le pasó la fotografía a Fabel—. Olga X.

—Es de la misma zona de Ucrania que yo —continuó Turchenko—. Su familia es buena gente. Creemos que Magda cayó víctima de un fraude que es la fachada de una red de tráfico sexual. Llevó a su casa una carta en la que le prometían un curso de peluquería en un instituto de Polonia, y después le garantizaba empleo en una peluquería de Alemania. Verificamos la dirección del instituto de Varsovia. Desde luego, no existe ningún instituto en Polonia, ningún trabajo en Alemania.

—Ha venido desde muy lejos sólo para encontrar a esta chica —dijo Fabel, devolviéndole la fotografía al ucraniano. Turchenko la cogió y la miró durante un momento antes de contestar.

—Esta chica es una entre muchas. Son miles las chicas engañadas o secuestradas y sometidas a esclavitud… cada año. Magda Savitska no es especial. Pero es representativa. Y es la hija de alguien, la hermana de alguien. —Apartó la mirada de la fotografía—. Creo que han atrapado a su asesino.

—Así es. El caso está cerrado —dijo Maria, e intercambió una mirada con Fabel—. Estaba trabajando aquí en Hamburgo como prostituta y uno de sus clientes la asesinó. Ya tenemos la confesión. Pero le agradezco que nos proporcionara su verdadera identidad.

—Herr Turchenko no ha venido aquí para encontrar al asesino —dijo Ullrich, el hombre de la BKA—. Como ya les ha dicho, su visita se relaciona con otro caso.

—Busco a los criminales organizados que trajeron a Maria y la obligaron a prostituirse —dijo Turchenko—. Específicamente, quiero dar con la cúpula de la organización. Lo que me trae al otro caso en el que usted está implicada… —Turchenko sacó otra fotografía de su maletín y se la entregó a Maria.

—Joder —dijo Maria con una vehemencia repentina. Le echó una breve ojeada a la fotografía y se la pasó a Fabel. No le hizo falta examinar la cara. Después de todo, la perseguía en sus sueños y también durante la vigilia. Era la misma cara, una copia de la misma fotografía que ella llevaba en su bolso—. ¡Lo sabía! Sabía que ese hijo de puta estaba relacionado con el Mercado de los Agricultores. ¡Malditos ucranianos!

Turchenko lanzó una risita y se encogió de hombros.

—Le aseguro, Frau Klee, que no somos todos iguales. Fabel contempló la fotografía de Vasyl Vitrenko.

—Sé que esto reabre viejas heridas… —dijo Ullrich. Fabel lo interrumpió.

—Ésa es una expresión de bastante mal gusto, Herr Ullrich…

—Lo lamento… No era mi intención… Maria restó importancia a la disculpa de Ullrich. —Sabía que había ucranianos relacionados con el tráfico de mujeres a Hamburgo. Sospechaba que Vitrenko estaba detrás de todo esto.

—Muy detrás —continuó Ullrich—. Nosotros hicimos muy buen trabajo… al hablar de «nosotros» me refiero a la división del crimen organizado de la Polizei de Hamburgo y a la BKA… Logramos desmantelar la operación de Vitrenko en Hamburgo. Y, por supuesto, usted y su equipo cumplieron un papel fundamental en hacer salir a Vitrenko. Si embargo, hay un par de elementos que no conseguimos eliminar. Creemos que Vitrenko está reconstruyendo su base en Alemania.

—¿Vitrenko sigue en Alemania? —El cutis de Maria empalideció aún más.

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