Rhialto el prodigioso (27 page)

Read Rhialto el prodigioso Online

Authors: Jack Vance

Tags: #Ciencia ficción

BOOK: Rhialto el prodigioso
9.15Mb size Format: txt, pdf, ePub

Ildefonse adoptó una voz grave.

—Morreion, es necesario que te convenzas de una serie de asuntos importantes. ¿Afirmas que no has estudiado el cielo?

—No extensamente —admitió Morreion—. Hay poco que ver excepto el sol, y bajo condiciones favorables. Un gran muro de impenetrable negrura.

—Ese muro de negrura —dijo Ildefonse es la «Nada», hacia la que avanza tu mundo de forma inexorable. Cualquier trabajo que hagas aquí es completamente fútil.

Los negros ojos de Morreion brillaron con duda y suspicacia.

—¿Puedes probar esta afirmación?

—Por supuesto. De hecho, hemos venido desde la Tierra hasta aquí para rescatarte.

Morreion frunció el ceño. Algunas de las piedras verdes perdieron bruscamente su color.

—¿Por qué os habéis demorado tanto?

Ao de los Ópalos lanzó una carcajada nerviosa, que reprimió con rapidez. Ildefonse le lanzó una furiosa mirada.

—Hasta hace muy poco no hemos sabido de tu condición —explicó Rhialto—. Desde ese mismo instante insistimos ante Vermoulian para que nos trajera hasta aquí en este palacio peregrino.

El blando rostro de Vermoulian se frunció con desagrado.

—¡«Insistir» no es la palabra correcta! —afirmó—. Yo estaba ya en camino cuando fueron ellos quienes insistieron en acompañarme. Y ahora, si me disculpáis unos instantes, Morreion y yo tenemos algunos asuntos importantes que discutir.

—No tan aprisa —exclamó Gilgad—. Yo también me siento ansioso por conocer la fuente de las piedras.

—Formularé la pregunta en presencia de todos —dijo Ildefonse—. Morreion, ¿dónde conseguiste tus piedras IOUN?

Morreion contempló las piedras que flotaban a su alrededor.

—Si he de ser sincero, los hechos son un tanto vagos. Creo recordar una enorme superficie brillante… ¿Pero por qué preguntáis? No tienen gran utilidad. Arrojan tantas ideas sobre mí. Parece que hubo un tiempo en que tuve enemigos, y falsos amigos. Debo intentar recordar.

—En estos momentos estás entre tus fieles amigos, los magos de la Tierra —dijo Ildefonse—. ¡Y si no estoy equivocado, el noble Vermoulian está a punto de hacer que nos sirvan la más noble comida que cualquiera de nosotros recuerde!

—Debéis pensar que mi vida es la de un salvaje —dijo Morreion son una melancólica sonrisa—. ¡No es así! He estudiado la cocina sahar, e incluso la he mejorado. El liquen que cubre la llanura puede ser preparado al menos de ciento setenta formas. El césped que hay debajo es el hogar de suculentos helmintos. Pese a toda su aparente monotonía, este mundo proporciona gran cantidad de cosas valiosas. Si debo deciros la verdad, lamentaría tener que abandonarlo.

—Los hechos no pueden ser ignorados —señaló Ildefonse—. Las piedras IOUN, o al menos eso supongo, ¿derivan de la parte norte de este mundo?

—Creo que no.

—¿Del área meridional, entonces?

—Raramente visito esa parte; el liquen es delgado; los helmintos son correosos.

Sonó un gong; Vermoulian condujo a los demás al comedor, donde la gran mesa brillaba con la plata y el cristal. Los magos se sentaron bajo los cinco candelabros; como una deferencia a su invitado, que había vivido durante tanto tiempo en soledad, Vermoulian se abstuvo de llamar a las hermosas mujeres de las eras antiguas.

Morreion comió con cautela, probando todo lo que era depositado ante él, comparando los platos con los varios guisos de líquenes de los que se alimentaba normalmente.

—Casi había olvidado la existencia de esta comida —dijo al fin—. Recuerdo vagamente otros festines así, hace mucho, mucho tiempo… ¿Dónde han ido a parar los años transcurridos? ¿Cuál es el sueño? —Mientras meditaba, algunas de las piedras rosas y verdes perdieron su color. Morreion suspiró—. Hay mucho que aprender, mucho que recordar. Algunos rostros despiertan ahora recuerdos fugitivos; ¿los he conocido antes?

—Lo recordarás todo a su debido tiempo —dijo el diabolista Shrue—. Y ahora, si tenemos la seguridad de que las piedras IOUN no pueden ser halladas en este planeta…

—¡Pero no estamos seguros! —gritó Gilgad—. ¡Debemos buscar, debemos investigar; ningún esfuerzo es demasiado arduo!

—La primera que encontremos debe ser necesariamente para mi, como compensación —declaró Rhialto—. Esto ha de quedar bien claro.

Gilgad echó hacia delante su lobuno rostro.

—¿Qué tontería es ésta? ¡Tus reclamaciones fueron satisfechas en la elección de los efectos del archivolte Xexamedes!

Morreion sufrió un sobresalto.

—¡El archivolte Xexamedes! Recuerdo este nombre… ¿Cómo? ¿Dónde? Hace mucho tiempo conocí a un archivolte Xexamedes; fue mi enemigo, o al menos eso parece… ¡Oh, las ideas que dan vueltas por mi mente! —Todas las piedras rosas y verdes habían perdido su color. Morreion gruñó y se llevó las manos a la cabeza—. Antes de que vinierais mi vida era tranquila; me habéis llenado de dudas y sorpresas.

—Las dudas y las sorpresas son la herencia de todos los hombres —dijo Ildefonse—. Los magos no están excluidos de ellas. ¿Estás dispuesto a abandonar el planeta de los sahar?

Morreion se quedó sentado, contemplando fijamente su copa de vino.

—Debo recoger mis libros —dijo—. Es todo lo que deseo llevarme.

11

Morreion condujo a los magos a su morada. Las estructuras que habían parecido milagrosos supervivientes de tiempos pasados habían sido de hecho construidas por Morreion, según uno u otro estilo de la arquitectura sahar. Les mostró sus tres telares: el primero para tejidos finos, linos y sedas; el segundo para las telas con dibujos; el tercero para tejer sus gruesas alfombras. La misma estructura albergaba cubas, tintes, decolorantes y mordientes. Otro edificio contenía el caldero para el vidrio, junto con los hornos donde Morreion producía sus artículos de loza, bandejas, lámparas y tejas. Su forja, en el mismo edificio, parecía ser de poca utilidad.

—Los sahars agotaron todas las menas del planeta. Solamente extraigo lo que considero indispensable, que no es mucho.

Morreion llevó al grupo a su biblioteca, donde había muchos originales sahar junto con libros que el propio Morreion había escrito e iluminado a mano: traducciones de los clásicos sahar, una enciclopedia de historia natural, meditaciones y especulaciones, una geografía descriptiva del planeta con un apéndice de mapas. Vermoulian ordenó a sus sirvientes que transfirieran todos aquellos artículos al palacio.

Morreion dirigió una última mirada al paisaje que había conocido desde hacía tanto tiempo y había llegado a querer. Luego, sin una palabra, se dirigió al palacio y subió los escalones de mármol. Los magos le siguieron alicaídos. Vermoulian se dirigió de inmediato al belvedere de control, donde realizó los ritos de flotabilidad. El palacio ascendió suavemente: alejándose de la superficie del último planeta.

Ildefonse lanzó una exclamación de sorpresa.

—¡La «Nada» está aquí mismo…, es mucho más inminente de lo que habíamos sospechado!

El negro muro se alzaba sorprendentemente cerca; la última estrella y su único planeta derivaban casi tocándolo.

—La perspectiva es clara —dijo Ildefonse—. No hay ninguna forma segura de juzgarlo, pero parece que nos vamos con un margen no superior a una hora.

—Esperemos y observemos —sugirió Herark—. Así Morreion podrá comprobar por si mismo nuestra buena fe.

De modo que el palacio flotó en el espacio, con la pálida luz del condenado sol reflejándose en las cinco espiras de cristal, proyectando largas sombras detrás de los magos allá donde permanecían de pie junto a la balaustrada.

El mundo de los sahar fue el primero en entrar en contacto con la «Nada». Rozó la enigmática nosustancia; luego, movido por un componente de su movimiento orbital, una cuarta parte de la esfera original se desprendió libre: un objeto con forma de montaña, completamente plano en su base, exhibiendo a la vista de todos sus estratos, zonas, pliegues y núcleo. Luego el sol alcanzó la «Nada»; la tocó, siguió avanzando. Se convirtió en media naranja ante un espejo negro, luego se sumergió fuera de la realidad. La oscuridad rodeó el palacio.

En el belvedere, Vermoulian escribió los símbolos en la rueda de mando. La hizo girar, puso doble fuego en el incienso acelerador. El palacio se deslizó alejándose del muro, de regreso a las nubes estelares.

Morreion se apartó de la balaustrada y se dirigió al gran salón, donde se sentó sumido en profundos pensamientos.

Finalmente, Gilgad se le acercó.

—¿Tal vez has recordado la fuente de las piedras IOUN?

Morreion se puso en pie. Volvió sus negros ojos hacia Gilgad, que retrocedió un paso. Las piedras rosas y verdes hacía ya mucho que se habían vuelto pálidas, y muchas de las rosas también.

El rostro de Morreion era severo y frío.

—¡Recuerdo mucho! Hubo una cábala de enemigos que me traicionó…, pero todo es tan impreciso como la película de estrellas que cuelga en el lejano espacio. De alguna forma, las piedras forman una parte importante del asunto. ¿Por qué muestras un interés tan particular en las piedras? ¿Fuiste uno de mis antiguos enemigos? ¿Es éste el caso con todos vosotros? ¡Si es así, cuidado! Soy un hombre blando hasta que encuentro antagonismo.

El diabolista Shrue se apresuró a apaciguar los ánimos.

—¡No somos tus enemigos! Si no te hubiéramos sacado del planeta de los sahar, ahora serías uno con la «Nada». ¿No es eso una prueba?

Morreion asintió hoscamente; pero ya no parecía el hombre suave y afable que habían conocido cuando lo vieron por primera vez en el planeta.

Para restablecer la anterior amigabilidad, Vermoulian se dirigió apresuradamente a la habitación de empañados espejos donde mantenía su enorme colección de hermosas mujeres del pasado en forma de matrices. Esas mujeres podían ser activadas a la corporeidad mediante un simple encantamiento antinegativo; y al poco tiempo, una tras otra, salieron de la habitación aquellas deliciosas muestras de tiempos remotos que Vermoulian había considerado conveniente revivir. Salían en cada ocasión frescas, sin ningún recuerdo de anteriores manifestaciones; cada apariencia era nueva, no importaba lo que hubiera ocurrido antes.

Entre aquellas a las que Vermoulian había llamado se hallaba la graciosa Mersei. Entró en el gran salón, parpadeando con la sorpresa habitual de las muchachas evocadas del pasado. Se detuvo sorprendida, luego corrió hacia delante con rápidos pasos.

—¡Morreion! ¿Qué haces aquí? ¡Nos dijeron que habías marchado contra los archivoltes, que habías resultado muerto! ¡Por el Rayo Sagrado, estás vivo y bien!

Morreion contempló perplejo a la muchacha. Las piedras rosas y rojas giraban en torno a su cabeza.

—Te he visto en alguna parte; te conozco de algún lugar.

—¡Soy Mersei! ¿No me recuerdas? Me trajiste una rosa roja plantada en una maceta de porcelana. Oh, ¿qué he hecho de ella? Siempre la he conservado cerca de mi… ¿Pero dónde estoy? ¿Dónde está la rosa? No importa: estoy aquí, y tú estás aquí.

—A mi modo de ver, éste ha sido un acto irresponsable —dijo Ildefonse a Vermoulian—. ¿Por qué no eres un poco más cuidadoso?

Vermoulian frunció los labios, vejado.

—Procede de la decadencia del vigesimoprimer eón, pero no anticipé nada así.

—Te sugiero que la llames de vuelta a tu habitación de matrices y allí la reduzcas. Morreion parece estar atravesando un período de inestabilidad; necesita paz y sosiego; será mejor no introducir en él estímulos tan impredecibles.

Vermoulian se apresuró a cruzar la habitación.

—Mersei, querida; ¿serias tan amable de venir por aquí?

Mersei le lanzó una dubitativa mirada, luego se volvió de nuevo a Morreion:

—¿De veras no me conoces? Hay algo muy extraño aquí; no puedo recordar nada de esto…, es como un sueño. Morreion, ¿estoy soñando?

—Vamos, Mersei —dijo suavemente Vermoulian—. Quiero hablar unas palabras contigo.

—¡Alto! —dijo Morreion—. Mago, retrocede; esta fragante criatura es alguien a quien en una ocasión amé, en un tiempo muy lejano.

—¿En un tiempo muy lejano? —exclamó la muchacha con voz angustiada—. ¡Si no fue más que ayer. Cuidaba esa hermosa rosa roja, miraba al cielo; te habían enviado a Jangk, junto a la estrella roja de Kerkaju, el ojo del Mono Polar. Y ahora estás aquí, y yo estoy aquí… ¿qué significa esto?

—Imprudente, imprudente —musitó Ildefonse—. ¡Morreion! —llamó—, por aquí, por favor. Veo una curiosa concatenación de galaxias. Quizás aquí haya un nuevo hogar de los sahars.

Morreion apoyó su mano en el hombro de la muchacha. Miró directamente a su rostro.

—La dulce rosa roja florece, y seguirá floreciendo eternamente. Estamos entre magos, y están ocurriendo extraños sucesos. —Miró a Vermoulian, luego de nuevo a Mersei—. Por el momento ve con Vermoulian el Caminante de Sueños, que te mostrará tu habitación.

—Sí, querido Morreion. Pero, ¿cuándo te veré de nuevo? Pareces tan extraño, tan cansado y viejo, y hablas de una forma tan peculiar…

—Ve ahora, Mersei. Debo conferenciar con Ildefonse. Vermoulian condujo a Mersei de vuelta a la habitación de las matrices. En la puerta, la muchacha dudó y miró por encima del hombro, pero Morreion ya se había vuelto hacia otro lado. Siguió a Vermoulian al interior de la habitación. La puerta se cerró tras ellos.

Morreion salió del pabellón, cruzó los oscuros limeros con sus plateados frutos y se inclinó sobre la balaustrada. El cielo era aún oscuro, aunque allá delante y debajo podían verse ahora algunas imprecisas galaxias. Morreion se llevó una mano a la cabeza; las piedras rosas y algunas de las rojas perdieron su color.

Morreion se dio la vuelta hacia Ildefonse y los demás magos que habían salido silenciosos del pabellón. Avanzó hacia ellos, y las piedras IOUN golpearon entre sí en su precipitación por mantenerse en sus sitios. Algunas aún eran rojas, algunas mostraban fugaces destellos de azul y rojo, algunas ardían con una fría incandescencia azul. Todas las demás habían adquirido el color de las perlas. Una de ellas derivó frente a los ojos de Morreion; ésta la tomó, la inspeccionó momentáneamente con el ceño fruncido, luego la arrojó al aire. Girando sobre si misma y oscilando, con el color momentáneamente restablecido, la piedra se apresuró a unirse a las demás, como un chiquillo azarado.

—La memoria viene y va —murmuró Morreion—. Me siento desconcertado, en mente y corazón. Los rostros desfilan ante mis ojos; luego se desvanecen; otros acontecimientos brotan a una región de claridad. Los archivoltes, las piedras IOUN…, sé algo respecto a ellas, aunque en su mayor parte es impreciso y vago, así que será mejor que contenga mi lengua…

Other books

The Spartacus War by Strauss, Barry
Depths by Mankell Henning
Come Back To Me by Mila Gray
The Blazing Star by Erin Hunter
Secret Honeymoon by Peggy Gaddis