Los relatos de
Jack Vance
de esa moribunda Tierra futura en la que Sol se apaga y la magia ha vuelto a ocupar el lugar preeminente que tuvo en la antigüedad han intrigado, deleitado y cautivado la imaginación de dos generaciones de lectores. Tras la publicación de
La Tierra moribunda, Los ojos del sobremundo y La saga de Cugel,
los amantes de la fantasía y la ciencia ficción no han dejado de pedirle al autor que regresara a ese fascinante mundo futuro. Más de treinta años después de su primera incursión en él,
Jack Vance
vuelve a la Tierra Moribunda con una nueva y apasionante aventura, la que cierra el ciclo hasta la fecha. En ella, una serie de taimados magos gobiernan una sociedad maquiavélica, extraños animales merodean por un aún más extraño paisaje, y las trampas e intrigas aguardan por todos lados a los incautos. El agonizante Sol cuelga bajo y rojo en el cielo. La magia está en todas partes… y es usada para el mal tan frecuentemente como para el bien. Es en este escenario donde se mueve el protagonista de esta nueva historia, Rhialto el Prodigioso, un mago del más alto orden… un personaje que tan sólo la fecunda mente de
Jack Vance
podía crear.
Jack Vance
Rhialto el prodigioso
La saga de la tierra moribunda IV
ePUB v2.0
Zacarias01.09.12
Título original:
Rhialto the Marvellous
Jack Vance, 1984
Traducción: Domingo Santos
Portada: Antoni Garcés
Editor original: Zacarias (v1.0)
ePub base v2.0
Éstos son relatos del vigesimoprimer eón, cuando la Tierra ya es vieja y el Sol está a punto de extinguirse. En Ascolais y Almery, regiones al oeste del Muro Desmoronante, vive un grupo de magos que han formado una asociación para proteger mejor sus intereses. Su número fluctúa, pero en esos momentos son:
Ildefonse el Preceptor.
Rhialto el Prodigioso.
Hurtiancz,
bajo y corpulento, famoso por su truculento espíritu.
Herark el Heraldo,
preciso y algo severo.
Shrue,
diabolista, cuyas agudezas desconciertan a sus asociados y a veces alteran su sueño por las noches.
Gilgad,
un hombre pequeño de enormes ojos grises en un redondo rostro gris, siempre vestido con ropas de un rojo rosado. Sus manos están constantemente húmedas y frías; todos evitan su contacto.
Vermoulian el Caminante de Sueños,
una persona peculiarmente alta y delgada, con un caminar majestuoso.
Mune el Mago,
que apenas habla y mantiene una casa con cuatro esposas.
Zilifant,
robusto de cuerpo, con largo pelo castaño y una barba agitada por el viento.
Darvilk el Miaanther,
que, por inescrutables razones, siempre lleva un dominó negro.
Perdustin,
una persona esbelta, rubia, sin amigos íntimos, que ama el secreto y el misterio y se niega a revelar dónde está su morada.
Ao de los Ópalos,
saturnino, con una barba negra en punta y modales cáusticos.
Eshmiel,
que, con un deleite casi infantil en su pureza, utiliza una extraña apariencia, mitad blanca y mitad negra.
Barbanikos,
bajo y fornido, con una gran mata de pelo blanco.
Bruma del Mar Wheary,
un hombrecillo de ardientes ojos, piel verde y hojas de sauce color naranja por pelo.
Panderleu,
coleccionista de raros y maravillosos artefactos procedentes de todas las dimensiones accesibles.
Byzant el Necropo.
Dulce-Lolo,
parecido a un solemne epicuro.
Tchamast,
de aspecto taciturno, un reconocido asceta, cuya desconfianza hacia la raza femenina es tan profunda que solamente permite el paso a los insectos machos dentro de los límites de su propiedad.
Teutch,
que apenas habla con la boca pero utiliza un extraño truco por el que hace brotar las palabras de las puntas de sus dedos. Como uno de los Ancianos del Eje, se le permite el control de su infinito particular.
Zahoulik-Khuntze,
cuyas uñas de manos y pies, de hierro, están grabadas con curiosos signos.
Nahourezzin,
sabio de la antigua Romarth.
Zanzel Melancthones.
Hache-Moncour,
cuya vanidad y aire superior sobrepasan incluso los de Rhialto.
La magia es una ciencia práctica, o mejor una actividad artesana, puesto que apunta más hacia la utilidad que hacia la comprensión clásica. Ésta es sólo una afirmación general, puesto que en un campo de tan profundo alcance cada practicante posee su estilo individual, durante los tiempos gloriosos del Gran Motholam muchos de los magos-filósofos intentaron alcanzar los principios que gobernaban el campo.
Al final, esos investigadores, que incluían los nombres mas grandes de la actividad mágica, aprendieron sólo lo suficiente para darse cuenta de que un conocimiento total y absoluto era imposible. En primer lugar, podía conseguirse el efecto deseado a través de un gran número de modos, cada uno de los cuales representaba el estudio de toda una vida y derivaba su fuerza de un entorno coercitivo distinto.
Los grandes magos del Gran Motholam tenían un espíritu lo suficientemente abierto como para percibir los límites de la comprensión humana, y gastaban la mayor parte de sus esfuerzos tratando con problemas prácticos, buscando principios abstractos sólo cuando todo lo demás fallaba. Por esta razón, la magia retiene su aroma claramente humano, pese a que los agentes activadores nunca son humanos. Una mirada casual hacia uno de los catálogos básicos enfatiza esa orientación humana; la nomenclatura posee un sabor pintoresco y arcaico. Si examinamos (por ejemplo) el capítulo cuarto del Manual de Magia Práctica de Killiclaw,
Ejecuciones Interpersonales,
observaremos, registrada en brillante tinta púrpura, una terminología como la que sigue:
Malepsia Física de Xarfaggio.
Digitalia Secuestrante de Arnhoult.
Bondad Multiplicada por Doce de Lutar Brassnose.
Conjuro del Enquistamiento Remoto.
Froust a la Antigua de Tinkler.
Brida de Largos Nervios de Clambard.
Postergación Verde y Púrpura de la Alegría.
Triunfos de la Aflicción de Panguire.
Prurito Descorazonador de Lugwiler
Intensificación Nasal de Khulip.
Penetración del Acorde Incorrecto de Radl.
En esencia, un conjuro corresponde a un código, o juego de instrucciones, insertado en el sensorio de una entidad que es capaz y se muestra dispuesta a alterar el entorno en concordancia con el mensaje introducido en el conjuro. Esas entidades no son necesariamente «inteligentes», ni siquiera «sentientes», y su conducta, desde el punto de vista del neófito, es impredecible, caprichosa y peligrosa.
Las más domeñables y cooperativas de esas criaturas se alinean desde los más inferiores y frágiles elementales hasta los sandestins. Las entidades más rebeldes son conocidas por el Temuchin con el nombre de «daihak», que incluye a los «demonios» y a los «dioses». El poder de un mago deriva de las habilidades de las entidades que es capaz de controlar. Cada mago consecuente emplea uno o más sandestins. Unos pocos archimagos del Gran Motholam se atrevieron a emplear la fuerza de los daihaks inferiores. Listar los nombres de esos magos es evocar el asombro y la maravilla. Son nombres que hormiguean poder. Algunos de los más notables y espectaculares magos del Gran Motholam fueron:
Phandaal el Grande.
Amberlin I.
Amberlin II.
Dibarcas Maior
(que estudió bajo
Phandaal
).
El archimago Mael Lel Laio
(que vivió en un palacio tallado en una única piedra lunar).
Los Vapuriales.
El Colegio Verde y Púrpura.
Zinqzin el Enciclopedista.
Kyrol el Porfirícos.
Calanctus el Tranquilo.
Llorio la Maga.
En comparación, los magos del vigesimoprimer eón eran un grupo heterogéneo y poco seguro de sí mismos, a los que les faltaba tanto grandeza como consistencia.
Una fría mañana, a mediados del vigesimoprimer eón, Rhialto se sentó a desayunar en la cúpula oriental de su morada de Falu. Aquella mañana en particular el sol se alzó tras una cortina de helada bruma, para lanzar una débil y punzante luz a través de la Pradera Baja.
Por razones que Rhialto no pudo definir, no sentía el menor apetito, y apenas dedicó atención al plato de berros, caquis escalfados y salchichas que tenía delante, inclinándose más por una taza de té fuerte y una tostada.
Luego, pese a la docena de tareas que le aguardaban en su sala de trabajo, se reclinó en su silla para contemplar con aire ausente al otro lado de la pradera, hacia el bosque Were.
En aquel talante abstraído, sus percepciones permanecían extrañamente sensitivas. Un insecto se posó sobre la hoja de un álamo cercano; Rhialto tomó cuidadosa nota del ángulo en que doblaba sus patas y la miríada de resplandores rojizos que refulgían en sus protuberantes ojos. Interesante y significativo, pensó.
Tras absorber toda la importancia del insecto, Rhialto extendió su atención al paisaje en general. Contempló la pendiente que formaba la ladera en su descenso hacia el Ts y la distribución de su hierba. Estudió los retorcidos troncos del linde del bosque, los rojizos rayos que penetraban sesgados por entre el follaje, el verde oscuro y el índigo de las sombras. Su visión era notable por su absoluta claridad; su oído no era menos agudo… Se inclinó hacia delante, tendiéndose para escuchar… ¿qué? ¿Suspiros o música inaudible?
Nada. Rhialto se relajó, sonriendo ante sus propias imaginaciones, y se sirvió una última taza de té… Dejó que se enfriara sin probarlo. Movido por un impulso, se puso en pie y se dirigió al salón, donde tomó una capa, un sombrero de cazador y ese bastón conocido como «La Aflicción de Malfezar». Luego llamó a Ladanque, su chambelán y factótum para todo.
—Ladanque, voy a pasear un poco por el bosque. Cuida que el Tanque Cinco conserve su turbiedad. Si quieres, puedes destilar el contenido del alambique grande azul a una redoma estanca. Utiliza poco calor y evita respirar los vapores; provocarían un sarpullido en tu rostro.
—Muy bien, señor. ¿Y el fantaseador?
—No le prestes atención. No te acerques a la jaula. Recuerda, su charla sobre vírgenes y riqueza es ilusoria; dudo que sepa siquiera el significado de ambas cosas.
—Es posible, señor.
Rhialto partió de la casa. Echó a andar a través del prado siguiendo un sendero que lo llevó hasta el Ts, cruzó un puente de piedra y entró en el bosque.
El sendero, trazado por los animales nocturnos del bosque en su camino a través de la pradera, desapareció.
Rhialto siguió adelante, al compás de los pasillos naturales formados por los árboles, cruzando pequeños claros donde la candole, la roja ulmaria y la blanca difne salpicaban la hierba con su color; cruzando la espesura de blancos abedules y negros álamos; siguiendo cornisas de vieja piedra, atravesando pequeños arroyos y manantiales.