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Authors: Jack Vance

Tags: #Ciencia ficción

Rhialto el prodigioso (7 page)

BOOK: Rhialto el prodigioso
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—¡Ninguna en absoluto! —declaró Ildefonse—. Nos lanzaremos a nuestra campaña amorosa con todas nuestras fuerzas; ¡no vamos a dar cuartel, y no aceptamos excusas!

Rhialto agitó pesaroso la cabeza.

—¡Qué tragedia que no recordara a tiempo el baile!

—¡Oh, vamos, Rhialto! —sonrió Byzant—. Debes aceptar tanto lo bueno como lo malo; no sirve de nada lamentarse.

—¡Mientras tanto, el tiempo avanza! —exclamó Ildefonse—. ¿Nos vamos?

Al llegar a Quanorq, los tres hombres presentaron sus respetos al duque Tambasco y le felicitaron por la magnificencia de la fiesta, cumplidos que el duque aceptó con una formal inclinación de cabeza, tras lo cual los tres magos dejaron sitio a los que venían detrás.

Durante un tiempo los tres fueron de aquí para allá, y efectivamente aquella vez el duque Tambasco se había superado a si mismo. Los grandes de la región y sus encantadoras damas atestaban los salones y galerías, y en los cuatro bufets se alineaban en profusión las más exquisitas viandas y los más finos licores.

Finalmente los tres magos recalaron junto a la chimenea del gran salón de baile, donde, situándose a un lado, tomaron nota de las hermosas damas a medida que pasaban y discutieron los méritos y distinguidas características de cada una de ellas. A su debido tiempo decidieron que, aunque había buen número de doncellas de aspecto singularmente atractivo, ninguna podía igualar la exquisita belleza de dama Shaunica, de la Isla del Lago.

Tras lo cual Ildefonse se atusó el fino bigote rubio y partió a la conquista. Byzant se apartó también de Rhialto, que fue a sentarse en un rincón no excesivamente iluminado.

Ildefonse no tardó en hallar la primera oportunidad de ejercer sus habilidades. Se dirigió hacia dama Shaunica, realizó una profunda reverencia como saludo y se ofreció a escoltarla al compás de una pavana.

—Soy tremendamente hábil en la ejecución de esta danza en particular —le aseguró—. Yo con mis osados floreos y vos con vuestra graciosa belleza formamos una pareja notable; ¡seremos el centro de todas las miradas!

Luego, tras el baile, os escoltaré hasta el bufet. Tomaremos uno o dos vasos de vino, y descubriréis que soy una persona de notable espíritu. ¡Más que esto: declaro ahora mismo que estoy dispuesto a ofreceros toda mi estima!

—Es muy amable por vuestra parte —dijo dama Shaunica—. Me siento profundamente emocionada. De todos modos, en estos momentos, no siento deseos de bailar, y no me atrevo a beber más vino por temor a ponerme vulgar, lo cual seguramente suscitaría vuestra desaprobación.

Ildefonse hizo una ceremoniosa reverencia y se dispuso a afirmar más explícitamente sus encantos, pero cuando volvió a alzar la vista dama Shaunica ya se había ido.

Ildefonse lanzó un gruñido irritado, dio un tirón a su bigote y avanzó a grandes zancadas en busca de una doncella de tendencias más maleables.

Por casualidad, Dama Shaunica tropezó casi de inmediato con Byzant. Para llamar su atención y posiblemente ganarse su admiración, Byzant se dirigió a ella con una cuarteta en ese idioma arcaico conocido como antiguo naótico, pero dama Shaunica se limitó a mostrarse sorprendida y desconcertada.

Byzant tradujo sonriente los versos, y explicó algunas irregularidades de la filología naótica.

—Pero después de todo —dijo—, esos conceptos no tienen por qué entrometerse en las relaciones entre nosotros. ¡Capto que sentís esa cálida languidez casi de una forma tan intensa como yo!

—Quizá no tan intensamente —murmuró Dama Shaunica—. Por una parte, soy insensible a tales influencias, y además no siento nada de esas relaciones de las que habláis.

—¡Las sentiréis, las sentiréis! —le aseguró Byzant—. Poseo una rara percepción gracias a la cual puedo ver las almas en todo su resplandeciente color. La vuestra y la mía brillan con la misma noble radiación. ¡Vamos, salgamos a la terraza! Os revelaré un secreto. —Fue a tomar su mano.

Dama Shaunica, algo desconcertada por la efusividad de Byzant, retrocedió.

—De veras, no tengo intención de oír secretos de alguien a quien conozco desde hace tan poco.

—¡No es tanto un secreto como una comunicación! ¿Y qué importa después de todo el tiempo? Os conozco desde hace menos de media hora, ¡pero ya he compuesto dos versos líricos y una oda a vuestra belleza! ¡Venid conmigo fuera, a la terraza! ¡Fuera de aquí, lejos! A la luz de las estrellas, bajo los árboles; ¡nos despojaremos de nuestras ropas y caminaremos con la salvaje inocencia de las divinidades silvanas!

Dama Shaunica retrocedió otro paso.

—Gracias, pero todavía soy un poco consciente de mí misma. Suponed que corremos con tanto entusiasmo que no hallamos nuestro camino de vuelta al palacio, y por la mañana los campesinos nos descubren corriendo desnudos por el camino. ¿Qué les diríamos? Vuestra proposición carece de atractivo.

Byzant alzó los brazos al aire y, haciendo girar los ojos, se aferró los rojizos rizos, esperando que dama Shaunica reconociera la agonía de su espíritu y sintiera piedad, pero ella ya se había marchado. Byzant se dirigió furioso al bufet, donde bebió varios vasos de fuerte vino.

Unos momentos más tarde dama Shaunica, al pasar junto a la chimenea, tropezó por casualidad con una de sus amigas, Dama Dualtimetta. Durante su conversación, Dama Shaunica miró hacia el rincón donde se sentaba Rhialto, solo, en un sofá de brocado marrón. Susurró a dama Dualtimetta:

—Mira allá, a aquel rincón; ¿quién es ese hombre que se sienta tan inmóvil y a solas?

Dama Dualtimetta volvió la cabeza para mirar.

—He oído su nombre; es Rhialto, y a veces «Rhialto el Prodigioso». ¿Lo encuentras elegante? ¡Yo lo encuentro austero e incluso intimidador!

—¿De veras? Seguro que no intimidador; ¿acaso no es un hombre?

—¡Naturalmente! ¿Pero por qué se sienta aparte como si desdeñara a todo el mundo en Quanorq?

—¿A todo el mundo? —murmuró dama Shaunica, como para sí misma.

Dama Dualtimetta se alejó.

—Discúlpame, querida, pero debo apresurarme; tengo un papel importante en la representación. —Al cabo de un momento había desaparecido.

Dama Shaunica dudó; luego, sonriendo como ante un chiste particular, se dirigió lentamente hacia el rincón.

—Señor, ¿puedo unirme a vos en las sombras?

Rhialto se puso en pie.

—Dama Shaunica, sabed que podéis uniros conmigo allá donde queráis.

—Gracias. —Se sentó en el diván, y Rhialto volvió a ocupar su lugar. Aún sonriendo con su medio secreta sonrisa, ella quiso saber—: ¿No os preguntáis por qué he venido a sentarme con vos?

—La pregunta no se me había ocurrido hasta ahora —Rhialto meditó un instante—. Me atrevería a decir que tenéis intención de reuniros con un amigo junto a la chimenea, y éste es un lugar conveniente para esperarlo.

—Esa es una respuesta gentil —dijo dama Shaunica—. A decir verdad, me pregunto por qué una persona como voz se sienta a solas en las sombras. ¿Acabáis de recibir alguna trágica noticia? ¿Desdeñáis a todos los demás de Quanorq y sus lastimosos intentos de presentar una imagen atractiva?

Rhialto sonrió con su propia semisonrisa secreta.

—No he sufrido ninguna impresión trágica. En cuanto a la atractiva imagen de dama Shaunica, se ve realzada por una luminosa inteligencia de idéntico encanto.

—Entonces, ¿habéis dispuesto alguna cita en este lugar?

—Ninguna en absoluto.

—Sin embargo, os sentáis a solas y no habláis con nadie.

—Mis motivos son complejos. ¿Y los vuestros? También os sentáis aquí en las sombras.

Dama Shaunica se echó a reír.

—Revoloteo como una pluma a los soplos del capricho. Quizá me he sentido intrigada por vuestra soledad, distanciamiento, indiferencia o como queráis llamarlo.

Todos los demás galanteadores han caído sobre mí como buitres sobre un cadáver. —Le dirigió una mirada de soslayo—. En consecuencia, vuestra conducta se vuelve provocativa, y ahora ya sabéis la verdad.

Rhialto guardó unos instantes de silencio, luego dijo:

—Podríamos intercambiar muchas cosas entre nosotros…, si nuestro conocimiento persistiera.

Dama Shaunica hizo un gesto desenvuelto.

—No veo por qué no debería ser así.

Rhialto miró hacia el otro lado del salón.

—Entonces podría sugerir que descubriéramos un lugar donde podamos conversar con mayor intimidad. Estamos sentados aquí como pájaros sobre una verja.

—Tenemos a mano una solución —dijo dama Shaunica—. El duque me ha asignado una suite de apartamentos para toda la duración de mi estancia. Encargaré que lleven una colación y una o dos botellas de Maynesse, y proseguiremos nuestra charla con dignidad y calma.

—La proposición es irreprochable —dijo Rhialto. Se levantó y, tomando las manos de dama Shaunica, la ayudó a ponerse en pie—. ¿Sigo pareciendo preocupado por trágicas noticias?

—No, pero dejadme preguntaros esto: ¿por qué sois conocido como «Rhialto el Prodigioso»?

—Parece que se trata de una antigua ironía —dijo Rhialto—. La verdad es que nunca he conseguido rastrear sus orígenes.

Mientras los dos se dirigían por la galería principal, cogidos del brazo, hacia los apartamentos de dama Shaunica, pasaron junto a Ildefonse y Byzant, de pie desconsolados bajo una estatua de mármol. Rhialto les concedió una educada inclinación de cabeza, e hizo un signo secreto de significado mucho más complicado, para que se sintieran libres de regresar a casa sin él.

Dama Shaunica, apretándose contra él a su lado, dejó escapar una risita.

—¡Vaya par de sujetos! El primero un fanfarrón con bigotes de palmo, el segundo un poeta con ojos de lagarto enfermo. ¿Los conocéis?

—Sólo ligeramente. En cualquier caso, sois vos quien me interesa, y todas vuestras cálidas sensibilidades que para mi deleite, parecéis dispuesta a compartir conmigo

Dama Shaunica se apretó aún más contra él.

—Empiezo a sospechar la fuente de vuestro sobrenombre.

Ildefonse y Byzant, mordiéndose vejados los labios regresaron al salón, donde Ildefonse entró finalmente en relación con una corpulenta matrona que llevaba un gorrito de encaje y olía intensamente a musgo. Llevó a Ildefonse a la sala de baile, donde danzaron tres galopas seguidas, una triple polca y una especie de danza negra en la que Ildefonse, para mantener el ritmo, se vio obligado a levantar una pierna muy alta en el aire, sacudir los codos, echar la cabeza hacia atrás, y luego repetir el movimiento con la misma brusquedad empleando la otra pierna.

En cuanto a Byzant, el duque Tambasco le presentó a una alta poetisa de estropajoso pelo rubio que le colgaba en mechones sobre los hombros. Creyendo reconocer un temperamento afín al suyo, la mujer lo arrastró al jardín, donde, tras un macizo de hortensias, le recitó una oda de veintinueve estancias.

Finalmente, tanto Ildefonse como Byzant pudieron liberarse, pero la noche ya se estaba desvaneciendo y el baile acababa. Regresaron melancólicos a sus domicilios, y ambos, a través de alguna ilógica transferencia de emociones, culparon a Rhialto de su falta de éxito.

2

Al cabo de un tiempo, Rhialto empezó a ponerse nervioso ante la plaga de sentimientos negativos dirigidos contra él sin ninguna razón aparente, y se enclaustró en Falu.

Pero pronto empezó a pesarle la soledad. Rhialto llamó a su mayordomo.

—Frole, voy a estar ausente de Falu por un tiempo, de modo que tendrás que hacerte cargo de todo. Aquí —le tendió a Frole un papel —está una lista de instrucciones. Síguelas con todo detalle. A mi regreso espero encontrarlo todo en exacto y meticuloso orden. Te prohíbo específicamente que mantengas reuniones con invitados o familiares en o cerca de la propiedad. También te advierto que si trasteas con los objetos que hay en las salas de trabajo, lo harás por tu cuenta y riesgo, y puedes perder en ello la vida o algo peor. ¿Me he explicado con claridad?

—Por completo y en todos los aspectos —dijo Frole—. ¿Cuánto tiempo estaréis fuera, y cuántas personas constituyen una reunión?

—A la primera pregunta: un período indefinido. A la segunda, refrasearé mi instrucción. —no recibas a nadie en Falu durante mi ausencia. Espero hallar un orden meticuloso a mi regreso. Ahora puedes seguir con tus tareas.

Ya te lo indicaré cuando me marche.

Rhialto se dirigió a la costa sousanesa, en la remota punta de Almery del Sur, donde el aire era suave y la vegetación crecía en una profusión de variados colores y, en el caso de algunos árboles, hasta alturas prodigiosas.

Los habitantes del lugar, una gente baja y pálida de pelo negro y grandes ojos fijos, utilizaban la palabra «sxyzyskzyks» —«el pueblo civilizado» —para describirse a sí mismos, y de hecho se tomaban en serio el sentido de la palabra. Su cultura comprendía una mareante sucesión de preceptos, cuyo dominio servía como índice de status, de modo que las personas ambiciosas malgastaban enormes energías aprendiendo gestos con los dedos, decoración de orejas, los nudos adecuados con que tenían que atar sus turbantes, sus cintos, los cordones de sus zapatos, la forma en que debía hacer los mismos nudos para sus abuelos, el lugar estricto y peculiar donde colocar los encurtidos en los platos de caracoles de mar, caracoles de tierra, guisos de verduras, carnes fritas y otras comidas, o las maldiciones específicamente adecuadas tras pisar una zarza, encontrarse con un fantasma, caerse por una escalera, resbalar de la rama de un árbol o cualquier otra de un centenar de circunstancias.

Rhialto tomó alojamiento en una hostería tranquila, donde le asignaron un par de aireadas habitaciones construidas sobre pilotes encima del mar. Las sillas, cama, mesa y armario estaban construidos de madera negra de alcanfor barnizada; el suelo ahogaba el rumor del mar allá abajo entre las hebras de una gruesa alfombra verde pálido. Rhialto tomaba las comidas, compuestas por diez platos, en una glorieta junto al agua, iluminada de noche por el resplandor de teas de madera resinosa.

Los días pasaron lentamente, rematados en anocheceres de trágica gloria; por la noche las pocas estrellas aún existentes se reflejaban en la superficie del mar, y podía oírse la música de los laúdes de astil curvado procedente de arriba y abajo de la playa. Las tensiones de Rhialto cedieron y las exasperaciones del valle del Scaum parecieron muy lejanas. Vestido al estilo nativo con una túnica blanca, sandalias y un turbante suelto con colgantes borlas, Rhialto recorría las playas, curioseaba por los bazares de la ciudad en busca de raras conchas marinas, se sentaba en la glorieta bebiendo zumos de frutas y observando pasar las esbeltas muchachas.

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