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Authors: Jack Vance

Tags: #Ciencia ficción

Rhialto el prodigioso (9 page)

BOOK: Rhialto el prodigioso
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Ildefonse frunció pensativo el ceño.

—Varios. Gilgad declaró que habías golpeado a su animalito de compañía, su simiode.

—Ajá. Continúa.

—Zilifant te acusó de que tu incesante despliegue de plasmas había destruido su espléndido harquisade.

—¿Y quién más?

—Las quejas son demasiado numerosas para mencionarlas una a una. Casi todos, excepto yo y el leal Hache-Moncour, presentaron acusaciones. Luego, el cónclave de tus pares, casi por unanimidad, te juzgó culpable de todo lo expuesto.

—¿Y quién me robó mis piedras IOUN?

—De hecho, las tomé yo bajo custodia protectora.

—El juicio, ¿fue conducido según un estricto proceso legal?

Ildefonse aprovechó la ocasión para beber un vaso del vino que había servido Pryffwyd.

—¡Oh, sí, tu pregunta! Se ajustó, creo, a la más estricta legalidad. En pocas palabras, diré que el juicio, aunque un tanto informal, fue conducido en forma apropiada.

—¿En completo acuerdo con los términos del Monstrament?

—Sí, por supuesto. ¿No es ésa la forma? Bien, ahora…

—¿Por qué no fui notificado y se me dio la oportunidad de defenderme?

—Creo que el asunto fue discutido —dijo Ildefonse—. Según recuerdo, nadie deseaba molestarte en tus vacaciones, especialmente puesto que tu culpabilidad fue admitida por todos.

Rhialto se puso en pie.

—Vamos a visitar el Hálito del Fader.

Ildefonse alzó las manos en un rápido gesto.

—¡Siéntate, Rhialto! Ahí viene Pryffwyd con más refrescos; bebamos un poco de vino y estudiemos desapasionadamente el asunto; ¿no es ésa la mejor forma, después de todo?

—¿Cuando he sido calumniado, difamado y robado por aquellos mismos que me calentaron con los más dulces rayos de su franca amistad? Nunca pensé…

Ildefonse interrumpió el chorro de palabras de Rhialto.

—Sí, sí; quizá hubo algunos errores de procedimiento, pero no olvides nunca que las cosas hubieran podido ser mucho peores de no mediar mis esfuerzos y los de Hache-Moncour.

—¿De veras? —preguntó fríamente Rhialto—. ¿Estás familiarizado con los Principios Azules?

—Tengo alguna idea de los pasajes importantes —declaró Ildefonse, envarado—. En lo que a las secciones más abstrusas se refiere, no puedo considerarme por supuesto un especialista, pero de todos modos no tienen nada que ver con el asunto.

—¿Eso crees? —Rhialto extrajo un arrugado documento de color azul—. Te leeré el párrafo C del «Manifiesto Precursor»:

El Monstrament, como un edificio perdurable, depende de bloques integrados de sabiduría, cada uno de los cuales sostiene a los demás con vínculos de idéntica fuerza. Quien maximize la solemnidad de algunos pasajes y disminuya otros como triviales o fútiles en beneficio de su propia alegación, será culpable de subversión y desviacionismo, y castigado de acuerdo con el cuadro B, sección 3.

Ildefonse parpadeó.

—De hecho mis observaciones no han sido más que una broma.

—En ese caso, ¿por qué no testificaste que en el momento en que el animal de Gilgad sufrió la paliza, tú y yo estábamos paseando juntos por el río Scaum?

—Esa es una buena pregunta. De hecho, examinándolo fríamente, actué así debido al procedimiento.

—¿Qué quieres decir?

—¡Muy sencillo! La pregunta: «¿Paseabas tú con Rhialto por el río Scaum en el momento preciso en que el simiode de Gilgad estaba siendo golpeado?» no fue formulada en ningún momento. Según las reglas de la jurisprudencia, tú habías sido acusado ya de un cierto número de otros delitos, y mis observaciones no hubieran hecho más que causar confusión.

—¿Acaso no hay que dar a conocer siempre la verdad? ¿Por qué no preguntaste quién era el que golpeó en realidad al animal, y por qué se identificó como «Rhialto»?

Ildefonse carraspeó.

—Bajo las circunstancias, tal como te he explicado, tales preguntas eran improcedentes.

Rhialto consultó la arrugada copia de los Principios Azules.

—El párrafo K de la sección 2 parece describir tu acción como «omisión voluntaria». Se especifica una dura penalización, quizá demasiado dura…, pero el Adjudicador interpretará la justicia tal como está escrita y aplicará la ley al pie de la letra.

Ildefonse alzó los brazos.

—¿Llevarás un asunto tan trivial al Hálito del Fader? ¡Las consecuencias están más allá de todo cálculo!

—Citaré un tercer delito. En el saqueo de Falu, mi copia de los Principios Azules fue arrancada de su lugar, desgarrada, estrujada y arrojada al suelo. En este hecho, que está muy claramente prohibido en el párrafo A: «Actos de Traición», todos los conspiradores comparten la culpabilidad, y todos deben ser penalizados por igual. ¡Esto dista mucho de ser un «asunto trivial»! Creí que ibas a compartir mi indignación y que trabajarías conmigo para la restitución y el castigo de los culpables, pero…

—¡Tus esperanzas han sido validadas! —exclamó Ildefonse—. Estaba a punto de convocar un nuevo cónclave para revisar el veredicto de la última sesión, que ahora parece que fue impulsado por las emociones. ¡Ten paciencia! No es necesario molestar al Adjudicador en su pasividad.

—¡Convoca el cónclave en este mismo instante! Declara en su apertura que soy inocente de todas las acusaciones, que he sufrido inexcusables perjuicios, y que exijo no sólo la restitución, sino compensación por los daños…

—¡Ésa es una penalización irrazonada! —exclamó Ildefonse, impresionado.

—Como Preceptor —dijo fríamente Rhialto—, ésa es una decisión que debes tomar tú. De otro modo, será el Adjudicador quien decida las penalizaciones.

Ildefonse suspiró.

—Convocaré el cónclave.

—Anuncia que solamente serán tomadas en consideración dos resoluciones: primera, la restitución y la posición de penalizaciones, que pueden ir del triple al quíntuple del daño, sin que yo oiga protestas ni acusaciones; y segunda, la identificación del malhechor.

Ildefonse gruñó algo para sí mismo, pero Rhialto no le prestó atención.

—¡Convoca el cónclave! ¡No acepto excusas! ¡Todos deben estar presentes, pues soy un hombre exasperado!

Ildefonse adoptó un aire de falsa aquiescencia.

—Está bien. Pero primero me pondré en contacto con tu único auténtico amigo, aparte de mí.

—¿A quién te refieres?

—¡A Hache-Moncour, naturalmente! Solicitaremos ahora mismo su consejo.

Ildefonse se dirigió a una mesa, donde colocó el símil del rostro de Hache-Moncour sobre un par de orificios modelados de forma que representaban un oído y una boca.

—¡Hache-Moncour Ildefonse hablando a tu oído ¡Tengo noticias importantes para ti! ¡Habla por tu boca!

—¡Estoy hablando, Ildefonse! ¿Cuáles son tus noticias?

—¡Rhialto el Prodigioso ha acudido a Boumergarth! Su talante es de duda e intranquilidad. Cree que el cónclave cometió varios errores legales que tienden a viciar sus conclusiones; de hecho, exige una compensación del triple de los perjuicios de todas las partes implicadas. De otro modo amenaza con llevar su caso al Adjudicador.

—Un gran error —dijo la boca—. Un acto de temeraria desesperación.

—Eso es lo que yo le he dicho, pero Rhialto es un hombre obstinado.

—¿No puedes razonar con él? —dijo la boca—. ¿Es completamente inflexible?

—Ni siquiera he conseguido de él un parpadeo; no hace más que hablar con tediosa repetición del Monstrament y de la imposición de penalizaciones. Parece obsesivamente convencido de que un malhechor…

—¡Sé más conciso, por favor; mi tiempo es valioso —exclamó Rhialto—. Limítate a convocar el cónclave; no necesitas describir mi turbado espíritu con un detalle tan sardónico.

Furioso, Ildefonse situó diecinueve símiles sobre su dispositivo comunicador. Cubrió la boca para impedir protestas y preguntas, luego, hablando a los diecinueve oídos a la vez, convocó un cónclave inmediato en Boumergarth.

4

Uno a uno, los magos ocuparon sus asientos en el Gran Salón. Hache-Moncour fue el último en llegar. Antes de sentarse habló en un aparte con Herark el Heraldo, con el que mantenía buenas relaciones.

Rhialto, reclinado contra una pared panelada de madera a un lado, observaba sombríamente la llegada de sus antiguos colegas. Nadie excepto Hache-Moncour, que le dedicó una cortés inclinación de cabeza, le dirigió siquiera una mirada.

Ildefonse inició la reunión a la manera habitual, luego miró de soslayo a Rhialto, que seguía guardando silencio. Ildefonse tosió y carraspeó.

—Iré directamente al asunto que nos ha reunido. Rhialto denuncia una confiscación injusta de sus propiedades. Exige su restitución y daños y perjuicios; caso de no obtener satisfacción, afirma que llevará el caso al Adjudicador. Este, en pocas palabras, es el meollo del asunto que nos ha convocado aquí hoy.

Gilgad saltó en pie, con el rostro rojo de ira.

—¡La postura de Rhialto es grotesca! ¿Cómo puede negar su crimen? ¡Golpeó al pobre Boodis y lo ató entre las ortigas: un acto vil y sin corazón! Lo declaré antes; ¡vuelvo a hacerlo ahora, y nunca retiraré la acusación!

—Yo no golpeé a tu animal —dijo Rhialto.

—¡Ja, ja! ¡Es muy fácil para ti decirlo! ¿Puedes probarlo?

—Por supuesto. En el momento de ocurrir el incidente yo estaba paseando con Ildefonse junto al río Scaum.

Gilgad se volvió a Ildefonse.

—¿Es eso cierto?

Ildefonse puso cara hosca.

—Es cierto en todos sus detalles.

—Entonces, ¿por qué no lo dijiste antes?

—No quería llevar más confusión a un caso ya excesivamente turbulento por las emociones.

—Curioso. —Con rostro de circunstancias, Gilgad volvió a sentarse.

Pero Zilifant saltó de inmediato en pie.

—De todos modos, y de forma innegable, Rhialto destruyó mi harquisade con sus plasmas flotantes y dejó un horrible hedor en toda mi propiedad; ¡además, o eso dicen los rumores, alardeó de su puntería, e imputó el hedor a mi persona!

—No hice nada de eso —señaló Rhialto.

—¡Bah! Las pruebas son claras, directas y sin ambigüedad posible.

—¿De veras? Mune el Mago y Perdustin estaban ambos en Falu durante el experimento. Me vieron crear cuatro masas de plasma. Una derivó a través de mis delicados zarcillos de silvanissa, sin causar el menor daño. Mune caminó a través de otra y no notó ningún olor. Observamos mientras las cuatro masas se encogían y se convertían en una sucesión de destellos y desaparecían. Ninguna de ellas escapó; ninguna abandonó la zona adyacente a Falu.

Zilifant miró inseguro a Mune el Mago, luego a Perdustin.

—¿Son ciertas esas alegaciones?

—En una palabra: sí —dijo Mune el Mago.

—¿Por qué no me informasteis de ellas?

—Puesto que Rhialto era culpable de otros delitos, no pareció importante.

—Para mí sí lo era —dijo Rhialto.

—Es posible que para ti si lo fuera.

—¿Quién te habló de mis alardes e insultos?

Zilifant miró inseguro a Hache-Moncour.

—No estoy seguro de recordarlo exactamente.

Rhialto se volvió a Ildefonse.

—¿Cuáles son esos otros crímenes de los que soy culpable?

Hurtiancz respondió al desafío.

—¡Arrojaste un conjuro sobre mi sombrero! ¡Y tomaste imágenes burlonas del hecho!

—No hice nada de eso.

—Supongo que puedes demostrar lo contrario.

—¿Qué sugiere la forma en que ocurrieron las cosas?

Evidentemente, el acto fue realizado por la misma persona que golpeó el animal de Gilgad y vandalizó el árbol de Zilifant. Esa persona no fui yo.

Hurtiancz emitió un gruñido.

—Sí, ése parece ser el caso. Retiro la acusación.

Rhialto avanzó unos pasos.

—Bien, ¿qué otros crímenes he cometido?

Nadie habló.

—En ese caso, yo debo formular ahora las contraacusaciones. Acuso a los miembros de esta asociación, individual y conjuntamente, con excepción de mí mismo, de varias felonías.

Rhialto presentó una tablilla a Ildefonse.

—Aquí detallo las acusaciones. Preceptor, ten la bondad de leerlas.

Ildefonse tomó la tablilla con una mueca de desagrado.

—Rhialto, ¿estás seguro de querer ir tan lejos? Se han cometido errores; ¡aceptamos eso! Hagamos todos, tú incluido, virtud de la humildad, y miremos con renovada fe hacia el futuro. Cada uno de tus camaradas te ayudará de la manera que considere más conveniente, y pronto tu situación se verá reparada por sí misma. Rhialto, pon una mano sobre tu corazón y responde sinceramente: ¿no es ésa la mejor manera?

Rhialto dio una entusiasta palmada.

—¡Ildefonse, como siempre, tu sabiduría es profunda! ¿Por qué, es cierto, debemos meternos en los sórdidos excesos de una acción legal en toda regla? Lo único necesario es que cada miembro de este grupo presente sus disculpas, devuelva mis propiedades más el triple de su valor como daños y perjuicios, y todo volverá a ser como antes. Hache-Moncour, ¿por qué no empiezas tú dando ejemplo?

—Encantado —declaró Hache-Moncour—. De todos modos, desearía antes el compromiso de todos los demás miembros del grupo. Sea cual sea mi opinión particular, debo aguardar el voto general.

—Hurtiancz, ¿qué dices tú? —preguntó Rhialto—. ¿Tienes algún inconveniente en adelantarte y ofrecer tus disculpas?

Hurtiancz murmuró algo incomprensible que se perdió en el aire de la habitación.

Rhialto se volvió a Ildefonse.

—¿Qué dices tú?

Ildefonse carraspeó.

—Leeré la lista de acusaciones presentadas por Rhialto contra esta asociación. En detalle, estas acusaciones ocupan dieciocho páginas. Primero leeré los encabezamientos:

Titulo Primero: Violación de propiedad.

Título Segundo: Robo, grave.

Título Tercero: Robo, leve.

Título Cuarto: Vandalismo.

Título Quinto: Asalto, en la persona de Frole.

Título Sexto: Difamación.

Título Séptimo: Deshonra del Monstrament, incluyendo desprecio y mutilación premeditados de una copia certificada.

Titulo Octavo: Conspiración para cometer los crímenes arriba mencionados.

Titulo Noveno: Retención premeditada de propiedad robada.

Titulo Décimo: Transgresión de los Principios Azules, tal como son prescritos en el Monstrament.

Ildefonse depositó la tablilla sobre la mesa.

—Luego leeré las acusaciones en toda su extensión, pero en este momento permíteme hacerte una pregunta. esos títulos que he enumerado…, ¿no son excesivos en este caso?

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