Read Rhialto el prodigioso Online

Authors: Jack Vance

Tags: #Ciencia ficción

Rhialto el prodigioso (8 page)

BOOK: Rhialto el prodigioso
5.53Mb size Format: txt, pdf, ePub
ads

Un día, movido por un extraño impulso, Rhialto construyó un castillo de arena en la playa. Para sorprender a los chicos del lugar, primero lo hizo a prueba de las acometidas del viento y de las olas, luego dio a la estructura una población de minúsculos, ataviados como los zahariots del decimocuarto eón. Cada día una fuerza de caballeros y soldados cruzaba el puente levadizo en dirección a la playa, luego, durante un cierto periodo de tiempo, se dedicaba a fingir una batalla entre terribles gritos y aullidos. Los grupos de exploración perseguían cangrejos, recogían sargazos y mejillones de entre las rocas, y mientras tanto los chiquillos miraban con regocijada maravilla.

Un día, un grupo de gamberros bajaron a la playa con perros, que arrojaron contra las tropas del castillo.

Rhialto, observando desde una cierta distancia, elaboró un conjuro y, desde un patio, arrojó un escuadrón de guerreros de elite montados sobre zumbantes pájaros. Proyectaron andanada tras andanada de dardos de fuego, haciendo que los canes huyeran aullando por la playa. Entonces los guerreros cargaron contra los jóvenes que, con las posaderas enrojecidas, fueron igualmente persuadidos a retirarse.

Cuando el vociferante grupo regresó un poco más tarde con personas de autoridad, hallaron solamente un montón de arena azotado por el viento, y a Rhialto recostado soñoliento en una silla a la sombra de la cercana glorieta.

El episodio despertó una oleada de maravilla, y durante un tiempo Rhialto se convirtió en objeto de dudas, pero la sensación pronto se perdió a lo largo de la costa sousanesa, y al cabo de poco todo volvía a ser como antes.

Mientras tanto, en el valle del Scaum, Hache-Moncour sacaba todo el partido posible de la ausencia de Rhialto. A sugerencia suya, Ildefonse convocó un «Cónclave de Reverencia» para honrar los logros del Gran Phandaal, el intrépido genio del Gran Motholam que sistematizara el control de los sandestins. Una vez reunido el grupo, Hache-Moncour desvió la discusión y la condujo por sutiles medios al tema de Rhialto y sus supuestas fechorías.

—Personalmente —dijo Hache-Moncour con vehemencia—, cuento a Rhialto entre mis íntimos, y jamás pensaría en mencionar su nombre, excepto, si fuera posible, para reivindicarlo, y si no fuera posible, para alegar circunstancias atenuantes cuando fueran dictadas las inevitables penalizaciones.

—Esto es muy generoso por tu parte —dijo Ildefonse—. ¿Debo entender entonces que Rhialto y su conducta pasan a ser un tema formal de discusión?

—No veo por qué no —gruñó Gilgad—. Sus acciones han sido abominables.

—Oh, vamos, vamos —exclamó Hache-Moncour—. No te escabullas ni lloriquees; formula tus acusaciones o yo, hablando como defensor de Rhialto, exigiré un voto de aprobación para Rhialto el Prodigioso.

Gilgad saltó en pie.

—¿Qué? ¿Me acusas de escabullirme? ¿A mí, Gilgad, que elaboró diez conjuros contra Keino, el Demonio del Mar?

—Sólo es un asunto de forma —dijo Hache-Moncour—. En mi defensa de Rhialto, me veo obligado a utilizar términos extravagantes. Si aúllo insultos imperdonables o revelo secretas desgracias, debéis considerarlo como palabras de Rhialto, no como las de vuestro camarada Hache-Moncour, que sólo espera ejercer una influencia moderadora. Bien: puesto que Gilgad es demasiado cobarde para formular una queja formal, ¿quién decide hacerlo en su lugar?

—¡Bah! —exclamó furioso Gilgad—. Incluso en tu papel de portavoz de Rhialto, utilizas insinuaciones e insultos con una cierta delectación retorcida. Para dejar claras las cosas, acuso formalmente a Rhialto de conducta impropia y de golpear a un simiode, y exijo que rinda cuenta de sus actos.

—En interés tanto de la brevedad como de la elegancia —sugirió Ildefonse—, dejemos que la «conducta impropia» incluya también el «golpear». ¿Estás de acuerdo?

Gilgad aceptó a regañadientes el cambio.

—¿Hay alguien que secunde la moción? —preguntó Ildefonse.

Hache-Moncour miró al círculo de rostros.

—¡Vaya grupo de pusilánimes que se muerden las uñas! Si es necesario, como representante de Rhialto, yo mismo secundaré la moción, aunque sólo sea para demolerla como el ejemplo de pura maldad infantil que es.

—¡Silencio! —tronó Zilifant—. ¡Yo secundo la moción!

—Muy bien —dijo Ildefonse—. Se abre el turno para la discusión.

—Propongo que rechacemos la moción como un montón de tonterías —dijo Hache-Moncour—. Pese a que Rhialto no deja de alardear de sus éxitos en el gran baile, y describe riendo el ridículo aspecto de Ildefonse bailando con una gorda matrona y los cómicos esfuerzos de Byzant por seducir a una flaca poetisa con una peluca rubia.

—Tu moción es rechazada —dijo Ildefonse rechinando los dientes—. ¡Que sean oídas las acusaciones, con todo detalle!

—Veo que mi intercesión es inútil —dijo Hache-Moncour—. En consecuencia me retiraré de mi puesto y plantearé mis propias quejas, a fin de que, cuando sean establecidas las penalizaciones y confiscaciones finales, pueda recibir la justa parte que me corresponde de ellas.

Aquella era una nueva idea, que ocupó durante varios minutos a la asamblea, y algunos llegaron hasta tan lejos como a redactar listas de los objetos ahora pertenecientes a Rhialto que mejor servirían a sus necesidades

Ao de los Ópalos dijo con voz fuerte:

—¡Por desgracia, las ofensas de Rhialto son muchas. Incluyen hechos y actitudes que, aunque resultan difíciles de definir, son sin embargo tan dolorosos como un cuchillo en las costillas. Incluyo en esta categoría atributos tales como la avaricia, la arrogancia y la ostentosa vulgaridad.

—Las acusaciones parecen impalpables —entonó Ildefonse—. De todos modos, en justicia, deben figurar como parte de un todo en el informe final.

Zilifant alzó espectacularmente un dedo.

—Con una malicia brutal, Rhialto destruyó mi precioso harquisade de Canopus, ¡el último que podía hallarse en este mundo moribundo! Cuando se lo expliqué a Rhialto, primero, con la mendacidad chorreando de su boca, negó los hechos, luego declaró: «¡Contempla el bosque de Were y sus oscuros robles! Cuando el sol se apague definitivamente no valdrán ni más ni menos que tu dendrita alienígena.» ¿No es eso una parodia de la decencia normal?

Hache-Moncour agitó tristemente la cabeza.

—No hallo palabras. Pronunciaría una disculpa en nombre de Rhialto, si no estuviera convencido de que él se burlaría groseramente de mis esfuerzos. De todos modos, ¿no puedes extender tu piedad hacia ese hombre mal encaminado?

—Por supuesto —dijo Zilifant—. En la misma medida en que él extendió la suya hacia mi harquisade. ¡Declaro a Rhialto culpable de felonía!

Hache-Moncour agitó de nuevo la cabeza.

—Lo encuentro difícil de creer.

Zilifant se volvió iracundo hacia él.

—¡Cuida tus palabras! ¡No voy a permitir que mi veracidad sea puesta en duda, ni siquiera en tu condición de quijotesco abogado de ese bribón!

—¡Me has interpretado mal! —afirmó Hache-Moncour—. Hablaba para mí mismo, abrumado por la desalmada acción de Rhialto.

—¡Oh, bien! Estamos de acuerdo.

Otros miembros del grupo citaron sus agravios, que Ildefonse fue anotando en una lista de particularidades.

Finalmente, cuando todos hubieron declarado, Ildefonse, contemplando la lista, frunció el ceño con perplejidad.

—¡Es sorprendente que alguien como Rhialto haya podido vivir durante tanto tiempo entre nosotros sin haber sido puesto nunca al descubierto! Hache-Moncour, ¿tienes algo más que decir?

—Sólo una súplica profunda de clemencia.

—La apelación ha sido oída —dijo Ildefonse—. Ahora debemos votar. Aquellos que apoyen la conducta de Rhialto y la consideren irreprochable que alcen la mano.

Ninguna mano se alzó.

—¿Aquellos convencidos de la culpabilidad de Rhialto?

Se alzaron todas las manos.

Ildefonse carraspeó.

—Ahora es mi deber establecer la penalización. Debo decir que la ausencia de Rhialto hace nuestra triste tarea un poco más llevadera. ¿Alguna sugerencia?

—Creo —dijo Byzant —que cada uno de nosotros, en el mismo orden en que estamos sentados en esta mesa, empezando por mí, deberíamos recibir un número. Luego podemos ir a Falu y allí, siguiendo el orden de ese número, seleccionar entre los bienes de Rhialto hasta que nadie desee hacer una nueva elección.

Ao de los Ópalos asintió.

—La idea es correcta en esencia. Pero la numeración debe hacerse a suertes, con un monitor contra cualquier conjuro de estasis temporal.

El sistema sugerido por Ao fue puesto finalmente en práctica, y todos partieron hacia Falu. Frole el mayordomo salió al encuentro del grupo e inquirió con voz autoritaria qué asuntos traían hasta allí a una representación tan numerosa.

—¡Tenéis que saber que Rhialto está ausente! Volved cuando él pueda recibiros con la requerida ceremonia.

Ildefonse inició una declamación legalista, pero Gilgad, impaciente con las palabras, lanzó a Frole un conjuro de Inanición, y los magos entraron en Falu y se dedicaron a hacer efectivas las penalizaciones que habían establecido en el cónclave.

El irascible Hurtiancz se sentía especialmente ansioso por hallar las piedras IOUN de Rhialto, y las buscó por todas partes, sin resultado. Un documento redactado en tinta azul sobre papel azul y enmarcado en oro azul colgaba de una pared; seguro de haber descubierto el escondite secreto de Rhialto, Hurtiancz rasgó impaciente el documento de la pared y lo arrojó a un lado, para dejar al descubierto tan sólo una pared desnuda. Fue el propio Ildefonse quien al final descubrió las piedras IOUN, allá donde colgaban entre los cristales de un candelabro.

Las penalizaciones fueron finalmente cumplidas en su totalidad, aunque no a satisfacción de aquellos que habían recibido números altos ni de aquellos que habían sido lentos en apoderarse de los objetos que les interesaban sin hacer caso de la numeración. Ildefonse utilizó toda su influencia para apaciguar las protestas y acusaciones, al tiempo que defendía su propia retención de las piedras IOUN, basándose en el servicio y en la desinteresada rectitud.

Finalmente los magos emprendieron cada cual su camino, satisfechos de que se hubiera hecho justicia.

3

A su debido tiempo, Rhialto regresó a Falu. El primer indicio de que no todo estaba como debería se lo dio la visión de Frole, de pie y rígido ante la puerta de entrada, congelado en una postura admonitoria; luego, al entrar en el edificio, Rhialto pudo constatar colérico lo extenso de la depredación. Regresó a la entrada y disolvió el conjuro que había mantenido inmóvil a Frole durante el día y la noche, lloviera o hiciera sol.

Frole tomó una taza de té y una porción de pastel de pasas, tras lo cual se sintió capaz de informar a Rhialto de las circunstancias de que había sido testigo. Rhialto restableció lúgubremente el orden en la casa, luego hizo un inventarío de pérdidas y daños. En conjunto, reducían sus poderes a un nivel muy bajo.

Durante un tiempo caminó arriba y abajo junto al mar de Wilda. Finalmente, sin que se le ocurriera un programa mejor, se calzó un par de viejas botas aéreas que habían sido desechadas por los saqueadores y emprendió el camino a Boumergarth.

Pryffwyd, el chambelán de Ildefonse, acudió a recibirle a la puerta.

—¿Deseáis, señor?

—Puedes informar a Ildefonse que está aquí Rhialto para consultar con él.

—Señor, el señor Ildefonse está preocupado con asuntos de importancia y no puede recibir visitas, ni hoy ni en ningún otro momento en un próximo futuro.

Rhialto extrajo un pequeño disco rojo y, apretándolo fuertemente entre sus manos, empezó a canturrear una serie de rítmicas sílabas. Repentinamente preocupado, Pryffwyd preguntó:

—¿Qué estáis haciendo?

—Pryffwyd, tu vista es mala; no me reconoces como Rhialto. Estoy trabajando para situar tus globos oculares al extremo de sendos pedúnculos de treinta centímetros de largo. Pronto podrás ver perfectamente en todas direcciones a la vez.

La voz de Pryffwyd cambió instantáneamente.

—¡Oh! ¡El noble señor Rhialto! ¡Ahora os veo perfectamente, de la cabeza a los pies! Por aquí, por favor. El señor Ildefonse está meditando en el jardín de hierba.

Rhialto encontró a Ildefonse dormitando a los oblicuos rayos rojizos del sol del atardecer. Dio una palmada.

—¡Ildefonse, despierta de tu torpor! Han ocurrido cosas horribles en Falu; me siento ansioso por oír tu explicación.

Ildefonse dirigió una mirada de reproche a Pryffwyd, que se limitó a inclinar ligeramente la cabeza y preguntar:

—¿Deseáis alguna otra cosa, señor?

Ildefonse suspiró.

—Puedes servir unos refrescos, de naturaleza ligera, puesto que los asuntos de Rhialto no nos tomarán mucho tiempo y se marchará muy pronto.

—¡Al contrario! —dijo Rhialto—. Permaneceré aquí por un período indefinido. ¡Pryffwyd, sirve lo mejor que tengas en tu despensa!

Ildefonse se envaró en su silla.

—¡Rhialto, te estás tomando una serie de libertades con mi chambelán y, puestos a decirlo, también con mis refrescos!

—No importa. Explícame por qué robaste mis cosas. Mi mayordomo Frole dice que tú estabas al frente de los ladrones.

Ildefonse golpeó la mesa con el puño.

—¡Exagerado y falso! ¡Frole ha interpretado mal los hechos!

—¿Cómo explicas entonces esos notables acontecimientos, que por supuesto tengo intención de plantear ante el Adjudicador
[4]
?

Ildefonse parpadeó e hinchó los carrillos.

—Esa, por supuesto, es tu opción. De todos modos, tienes que darte cuenta de que fue observada en todo grado y momento la más estricta legalidad. Fuiste acusado de ciertas ofensas, las pruebas fueron detenidamente examinadas, y tu culpabilidad reconocida sólo tras diligentes deliberaciones. Gracias a mis esfuerzos y los de Hache-Moncour, la penalización sólo fue una pequeña y ampliamente simbólica confiscación de tus bienes.

—¿«Simbólica»? —exclamó Rhialto—. ¡Me habéis dejado limpio!

Ildefonse frunció los labios.

—Admito que hubo momentos en que observé una cierta falta de contención, por la cual protesté personalmente.

Rhialto se reclinó en su silla y lanzó un profundo suspiro de desconcertada interrogación. Estudió la longitud de la aristocrática nariz de Ildefonse. Preguntó con voz suave:

—¿Quién formuló las acusaciones?

BOOK: Rhialto el prodigioso
5.53Mb size Format: txt, pdf, ePub
ads

Other books

Falling Fast by Sophie McKenzie
Cats Meow by Nicole Austin
Dust & Decay by Jonathan Maberry
From The Holy Mountain by William Dalrymple
Shorts - Sinister Shorts by O'Shaughnessy, Perri
When Fangirls Lie by Marian Tee
Scorch Atlas by Blake Butler
La concubina del diablo by Ángeles Goyanes
Lust by Leddy Harper
High Mountain Drifter by Jillian Hart