Read Rhialto el prodigioso Online

Authors: Jack Vance

Tags: #Ciencia ficción

Rhialto el prodigioso (3 page)

BOOK: Rhialto el prodigioso
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»Las brujas ganaron esa gran guerra. Muchos de los magos se convirtieron en archivoltes; muchos otros fueron destruidos; y las brujas, capitaneadas por la bruja blanca Llorio, los dominaron a todos.

»Durante una época vivieron en gloria. Llorio se convirtió en la Murthe y tomó residencia en un templo. Allá, como un ídolo viviente, que comprendía tanto la esencia de una mujer orgánica como la fuerza femenina abstracta, fue alegremente adorada por todas las mujeres de la raza humana» Tres magos sobrevivieron a la guerra: Teus Treviolus, Schliman Shabat y Phunurus el Orfo. Se unieron formando una cábala y, tras diversas hazañas de valentía, habilidad y astucia que parecen casi increíbles, se apoderaron de la Murthe, la comprimieron hasta reducirla al tamaño de un punto y la arrojaron del templo. Las mujeres quedaron abatidas; su poder menguó, mientras el de los magos revivía. Durante eras vivieron en un incierto compromiso; ¡y aquellos fueron tiempos audaces!

»Finalmente, la Murthe consiguió la libertad y reunió a sus brujas. Pero Calanctus el Tranquilo, a cuyas órdenes serví, aceptó el desafío. Venció a las brujas y las echó hacia el norte, más allá del Gran Erm, donde aún hoy unas cuantas siguen escondiéndose en las grietas temerosas de que cualquier sonido pueda ser el ruido de los pasos de Calanctus.

»En cuanto a la Murthe, Calanctus luchó noblemente con ella y le concedió el exilio a una lejana estrella, donde la encerró, tras encargarme a mí el mantenerla bajo vigilancia.

»Pero sus órdenes llegaron demasiado tarde; ella no llegó ni a Naos ni a Sadal Suud. Yo nunca abandoné su búsqueda, y recientemente descubrí un rastro de tiempo-luz
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que conducía al vigesimoprimer eón…, de hecho, su final se sitúa ahora.

»En consecuencia, estoy convencido de que la Murthe existe hoy, y así, debe ser considerada como un peligro inmediato; de hecho, ya ha empezado a ensqualmar a varios de los componentes de este grupo.

»En cuanto a mi, Lehuster el Benefer, estoy aquí con una sola finalidad: reunir a los magos en una cábala fiel para que puedan frenar el resurgimiento de la fuerza femenina y mantener así la placidez. ¡La urgencia es grande!

Lehuster se dirigió a un lado y se quedó allí de pie con los brazos cruzados: una postura que hizo que las plumas rojas que crecían en sus hombros se proyectaran como charreteras.

Ildefonse carraspeó.

—Lehuster nos ha hecho un relato minucioso. Zanzel, ¿estás de acuerdo en que Lehuster se ha ganado lealmente su vida y libertad, siempre y cuando acepte enmendar sus costumbres?

—¡Bah! —murmuró Zanzel—. No ha hablado más que de cosas que todos hemos oído y de viejos escándalos. No me dejo engañar tan fácilmente.

Ildefonse frunció el ceño y se tironeó la amarillenta barba. Se volvió a Lehuster.

—Ya has oído el comentario de Zanzel. ¿Puedes sustentar tus palabras?

—La ensqualmación las probará, como veréis, pero por entonces será demasiado tarde.

Vermouiian el Caminante de Sueños eligió aquel momento para dirigirse al grupo. Se puso en pie y habló con transparente sinceridad.

—Cuando realizo mi trabajo, camino por entre sueños de muchas clases. Recientemente, de hecho hace tan sólo dos noches, tropecé con un sueño del tipo que llamamos «indócil» o «inoptativo», en el cual el caminante ejerce poco control, e incluso puede enfrentarse al peligro. Sorprendentemente, la Murthe era uno de los elementos de ese sueño, y esto puede resultar relevante en la actual discusión.

Hurtiancz saltó en pie e hizo un gesto de irritación.

—Vinimos aquí con grandes inconvenientes para sentenciar y ejecutar a este archivolte Lehuster; no queremos vagabundear por uno de tus interminables sueños.

—¡Hurtiancz, silencio! —restalló Vermoulian con malhumorado vigor—. Yo tengo ahora la palabra, y regalaré a todos con mi informe, incluyendo tantos particulares como considere necesarios.

—¡Exijo que sea el Preceptor quien decida eso! —exclamó Hurtiancz.

—Vermoulian —dijo Ildefonse—, si tu sueño tiene realmente que ver con lo que estamos tratando, prosigue, pero por favor, cíñete al asunto.

—¡Eso ni hay que decirlo! —señaló dignamente Vermoulian—. En beneficio de la brevedad, afirmaré sólo que en mi intento de caminar por ese sueño, identificado como AXR-11 GG7, Volumen Siete del Índice, entré por azar en un sueño hasta entonces incalificado de la serie inoptativa. Me hallé en un paisaje de gran encanto, donde encontré a un grupo de hombres, todos ellos de modales cultos, artísticos y exquisitamente refinados. Algunos llevaban suaves barbas sedosas color avellana, mientras que otros tenían el pelo peinado en delicados rizos, y todos eran de lo más cordiales.

»Aludiré solamente a los puntos más sobresalientes de lo que me dijeron. Todas las posesiones son compartidas, y se desconoce la avaricia. A fin de que el tiempo pueda adecuarse al enriquecimiento de la personalidad, el trabajo es mantenido al mínimo, y compartido por todos por igual. "Paz" es el lema; nadie golpea a nadie, ni se alza ninguna voz en estridente ira, ni tampoco para criticar. ¿Armas? La idea misma es causa se estremecimientos y angustia.

»Uno de los hombres se hizo amigo mío, y me contó muchas cosas. "Comemos nueces nutritivas y semillas y jugosos frutos maduros; bebemos tan sólo la más pura y natural de las aguas de manantial. Por la noche nos sentamos en torno al fuego al aire libre y cantamos alegres baladas. En ocasiones especiales hacemos un ponche llamado opo, de pura fruta, miel natural y sésamo dulce, y todo el mundo puede beber un gran sorbo de él."

»"Sin embargo, también conocemos momentos de melancolía. ¡Mira! Allí se sienta el joven noble Pulmer, que salta y danza con maravillosa gracia. Ayer intentó saltar el arroyo pero se quedó corto y cayó al agua; todos nos precipitamos a consolarle, y pronto estuvo feliz de nuevo.

»Yo pregunté: "¿Y las mujeres, dónde están?"

»"Ah, las mujeres; soñamos en ellas por su dulzura, su fuerza, su sabiduría y su paciencia, tanto como por la delicadeza de sus juicios. A veces se unen a nosotros ante el fuego y entonces bailamos y jugamos con ellas. Las mujeres siempre se aseguran de que nadie haga demasiado el estúpido, y la decencia nunca es excedida."

»"¡Una vida interesante! ¿Y cómo procreáis?"

»"¡Jo, jo, jo! Hemos descubierto que si nos mostramos muy agradables, a veces las mujeres nos conceden ciertas indulgencias… ¡Oh! ¡Bien! ¡Sonríe! ¡Aquí está la Gran Dama en persona!"

»Cruzando el prado se acercaba Llorio la Murthe: una mujer pura y fuerte; y todos los hombres saltaron en pie y agitaron sus manos y sonrieron, saludándola. Ella se dirigió a mí: "Vermoulian, ¿has venido a ayudarnos? ¡Espléndido! ¡Nuestros esfuerzos necesitan habilidades como las tuyas! ¡Bienvenido a nuestro grupo!"

»En trance por su majestuosa gracia, avancé unos pasos para abrazarla, con amistad y alegría, pero mientras extendía mis brazos ella arrojó una burbuja a mi rostro. Antes de que pudiera hacerle ninguna pregunta desperté, ansioso y desorientado.

—Yo puedo resolver tu desorientación —dijo Lehuster—. Fuiste ensqualmado.

—¿Durante un sueño? —preguntó Vermoulian—. No puedo dar crédito a una tontería semejante.

—Lehuster —indicó Ildefonse con voz turbada—, ten la bondad de instruirnos sobre los signos por los que puede ser reconocida la ensqualmación.

—Con mucho gusto. En los estadios finales, la evidencia es obvia: la víctima se convierte en mujer. Un primer manerismo es la costumbre se sacar rápidamente la lengua de la boca y volver a meterla con igual rapidez. ¿Habéis notado esa señal en alguno de vuestros camaradas?

—Sólo en Zanzel, pero es uno de nuestros asociados de más reputación. La idea es impensable.

—Cuando nos enfrentamos con la Murthe, lo impensable se convierte en normal, y la reputación de Zanzel no tiene más peso que las cagadas de ratón del año pasado…, en realidad menos.

Zanzel dio un puñetazo contra la mesa.

—¡Esta alegación es inaceptable! ¿Acaso no puedo humedecerme los labios sin incurrir en una tormenta de recriminaciones?

Ildefonse, con aire serio, se dirigió de nuevo a Lehuster:

—Hay que admitir que las quejas de Zanzel tienen su peso. O debes formular una acusación inequívoca, presentando documentos y pruebas, o contener tu lengua.

Lehuster hizo una cortés inclinación de cabeza.

—Haré una afirmación clara. En esencia, la Murthe debe ser vencida si no queremos asistir al triunfo final de la raza femenina. ¡Debemos formar una cábala fuerte y desafiante! La Murthe no es invencible; han transcurrido sólo tres eones desde que fue derrotada por Calanctus, y el pasado se halla bloqueado para ella.

—Si tu análisis es correcto —dijo Ildefonse con voz recia—, entonces debemos empezar inmediatamente a asegurar el futuro contra esta terrible pesadilla.

—¡Es más urgente el presente! ¡La Murthe se halla ya en pleno trabajo!

—¡Tonterías, flagrantes y locas! —exclamó Zanzel—. ¿Acaso Lehuster ha perdido la conciencia?

—Admito mi desconcierto —dijo Ildefonse—. ¿Por qué debería seleccionar la Murthe este tiempo y lugar para sus operaciones?

—Aquí y ahora la oposición es casi inexistente —señaló Lehuster—. Miro en torno mío, en esta misma habitación; veo quince focas dormitando sobre una roca. Pedantes como Tchamast; místicos como Ao; bufones como Hurtiancz y Zanzel. Vermoulian explora sueños no registrados con cuaderno de notas, medidores y frascos para especímenes. Teutch arregla los detalles de su infinito particular. Rhialto ejerce sus prodigios sólo en persecución de doncellas púberes. Sin embargo, para ensqualmar a este grupo, la Murthe crea una útil compañía de brujas, y por ello debe ser contrarrestada.

—Lehuster —preguntó Ildefonse—, ¿cuál es tu idea de «una afirmación clara» en respuesta a mi pregunta? ¿Primero rumores, luego especulaciones, y finalmente escándalo y prejuicio?

—En aras de la claridad, quizá haya ido un poco demasiado lejos —admitió Lehuster—. Y también, con toda franqueza, he olvidado tu pregunta.

—Se te pidió que proporcionaras pruebas respecto a una cierta ensqualmación.

Lehuster miró los rostros que tenía enfrente, uno a uno. Por todas partes, las lenguas salían y entraban de las bocas con celérea rapidez.

—Bueno —dijo Lehuster—, me temo que voy a tener que aguardar a otro momento para dar forma definitiva a mi afirmación.

La estancia estalló en una confusión de cegadoras luces y aullantes sonidos. Cuando se restableció la calma, Lehuster había desaparecido.

3

La negra noche había descendido tanto sobre la Alta como sobre la Baja Pradera. En la sala de trabajo de Falu, Ildefonse aceptó el medio vasito de aquavit de Rhialto y se sentó en un sillón de bandas de cuero entrelazadas.

Por un tiempo los dos magos se inspeccionaron prudentemente el uno al otro; luego Ildefonse dejó escapar un profundo suspiro.

—Un triste caso cuando dos viejos camaradas deben sondearse mutuamente antes de sentirse tranquilos.

—Lo primero es lo primero —dijo Rhialto—. Tenderé una red en torno a la habitación para que nadie pueda saber lo que hacemos… Ya está. ¡Bien! Yo he evitado el squalm; ahora sólo queda por probar que tú eres completamente un hombre.

—¡No tan aprisa! —dijo Ildefonse—. Ambos debemos pasar la prueba; de otro modo la credibilidad caminará sobre una sola pierna.

Rhialto se encogió hoscamente de hombros.

—Como desees, aunque la prueba carece de dignidad.

—No importa; debe hacerse.

Se realizaron las pruebas; los dos hombres quedaron mutuamente tranquilizados. Ildefonse dijo:

—A decir verdad, me sentí un poco preocupado cuando vi el Calanctus: Su dogma y máximas sobre tu mesa.

—Cuando me encontré a Llorio en el bosque —dijo Rhialto en tono confidencial—, ella intentó con gran ansia atraerme con su belleza. La galantería me impide entrar en detalles. Pero la reconocí inmediatamente, y ni siquiera la vanidad de un Rhialto podía dar crédito a su papel de pequeña amante lánguida, y sólo empujándome al estanque y distrayendo mi atención era capaz de aplicar su squalm. Regresé a Falu y seguí toda la terapia tal como la prescribe Calanctus, y el squalm fue roto.

Ildefonse alzó su vaso y bebió el contenido de un trago.

—A mí también se me apareció, aunque a un nivel más elevado. La encontré en un sueño, paseando por una amplia llanura delimitada por un entretejido de perspectivas distorsionadas y abstractas. Se detuvo a una distancia aparente de cincuenta metros, resplandeciente en su pálida belleza plateada, dispuesta evidentemente en mi beneficio. Parecía de muy alta estatura, y me dominaba con ella como si yo fuese un niño. Un truco psicológico, por supuesto, que me hizo sonreír.

»Con voz fuerte, dije: "Llorio la Murthe, puedo verte fácilmente; no necesitas flotar tan alto."

»Ella respondió con gentileza: "Ildefonse, no necesitas preocuparte por mi estatura; mis palabras siguen teniendo la misma importancia, dichas desde arriba como desde abajo."

»"Todo esto está muy bien, pero, ¿por qué incurrir en el riesgo del vértigo? Tus proporciones naturales son mucho más agradables al ojo. Ahora puedo ver cada poro de tu piel. De todos modos, no importa; me deja indiferente. ¿Por qué vagabundeas por mi sueño?"

»"Ildefonse: de todos los hombres vivos, tú eres el más sabio. Ahora ya es tarde, ¡pero aún no demasiado tarde! ¡La raza femenina todavía puede remodelar el universo! Primero practicaré una salida a Sadal Suud; renovaremos entre las Diecisiete Lunas el destino humano. Tu amable fuerza, tu virtud y tu grandeza son enormes virtudes para el papel que debes jugar ahora.

»El aroma de aquellas palabras no era de mi agrado. Dije: "Llorio, eres una mujer de excepcional belleza, aunque parece que te falta ese calor provocativo que atrae a los hombres hacia las mujeres y añade dimensión al carácter."

»La Murthe respondió secamente: "La cualidad que describes es una especie de innoble obsequiosidad que, por fortuna, es hoy obsoleta. En cuanto a la excepcional belleza, es una cualidad apoteósica generada por la música que brota del alma femenina, que tú, en tu bastedad, percibes solamente como un conjunto de agradables contornos.

»Respondí con mi habitual brío: "Basto o no, me siento contento con lo que veo, y en cuanto a salidas a lugares lejanos, vayamos primero al dormitorio de Boumergarth, que está mucho más a mano, y probemos allí nuestros mutuos ardores. Anda, ven, disminuye tu estatura para que pueda tomar tu mano; estás a una altura muy poco conveniente y la cama puede derrumbarse bajo tu peso…, de hecho, bajo las actuales condiciones, nuestro acoplamiento difícilmente sería apreciado por ninguno de los dos."

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