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Authors: Jack Vance

Tags: #Ciencia ficción

Rhialto el prodigioso (2 page)

BOOK: Rhialto el prodigioso
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Si había otras criaturas en el bosque, ninguna hizo acto de presencia. Rhialto entró en un pequeño claro con un único abedul en el centro y se detuvo para escuchar…

Sólo oyó silencio.

Transcurrió un minuto. Rhialto permanecía de pie, inmóvil.

Silencio. ¿Era absoluto?

La música, si eso había sido, se había desarrollado a todas luces en su cerebro.

Curioso, pensó Rhialto.

Llegó a otro lugar abierto, donde un único abedul se erguía frágil contra un fondo de densos deodars negros.

Cuando ya iba a abandonarlo creyó oír de nuevo la música.

¿Música insonora? ¡Una inherente contradicción!

Extraño, pensó Rhialto, sobre todo teniendo en cuenta que la música parecía brotar de fuera de él…

Creyó oírla de nuevo: un aleteo de acordes abstractos que impartían una emoción a la vez dulce, melancólica y triunfante: definida y sin embargo incierta.

Rhialto miró en todas direcciones. La música, o lo que fuera, parecía proceder de una fuente cercana. La prudencia urgía que volviera sobre sus pasos y se apresurara a regresar a Falu, sin mirar ni una sola vez por encima del hombro… Siguió adelante, y llegó a un tranquilo estanque, oscuro y profundo, que reflejaba la otra orilla con la exactitud de un espejo. De pie, inmóvil, Rhialto vio reflejada la imagen de una mujer extrañamente pálida, con el pelo plateado sujeto por una redecilla negra. Llevaba una túnica blanca que le llegaba hasta las rodillas, con las piernas y los brazos desnudos.

Rhialto alzó la vista hacia la otra orilla. No descubrió ninguna mujer, ni hombre, ni criatura de ningún tipo.

Volvió a bajar los ojos a la superficie del estanque, donde, como antes, vio reflejada a la mujer.

Rhialto estudió la imagen durante largo rato. La mujer era alta, con pequeños pechos y estrechas caderas; mostraba la frescura y la inocencia de una muchacha. Su rostro, sin embargo, pese a no carecer de delicadeza ni de proporciones clásicas, mostraba una rigidez de la que se hallaba ausente toda frivolidad. Rhialto, cuyos profundos conocimientos en materia de calliginia le habían hecho acreedor de su sobrenombre, la halló hermosa pero severa, y probablemente inabordable, en especial si se negaba a mostrarse excepto como un reflejo… Y quizá también por otras razones, pensó Rhialto, que había concebido una ligera idea respecto a su identidad.

—Señora —dijo Rhialto—, ¿me has atraído hasta aquí con tu música? Si es así, explícame cómo puedo ayudarte, aunque no prometo ningún tipo de compromiso definitivo.

La mujer se limitó a exhibir una fría sonrisa que no acabó de gustar a Rhialto, que hizo una rígida inclinación de cabeza.

—Si no tienes nada que decirme, no molestaré más tu intimidad. —Efectuó otra seca inclinación de cabeza, y entonces algo le empujó bruscamente hacia delante, haciéndole caer al estanque.

El agua era extremadamente fría. Rhialto chapoteó hasta la orilla y se izó a tierra. Fuera quien fuese o lo que fuese que le había empujado al agua, no se veía por parte alguna.

Gradualmente, la superficie del estanque recobró su inmovilidad. La imagen de la mujer ya no era visible.

Rhialto regresó hoscamente a Falu, donde se dio un baño caliente y bebió té de verbena.

Durante un tiempo permaneció sentado en su sala de trabajo, estudiando diversos libros del decimoctavo eón.

La aventura en el bosque no le había sentado bien. Se notaba febril, y ruidos como de campanilleos no dejaban de sonar en sus oídos.

Al fin se preparó un tónico profiláctico, que aún le causó mayor incomodidad. Se fue a la cama, se tomó un somnífero, y finalmente se sumió en un intranquilo sueño.

La indisposición persistió durante tres días. Por la mañana del cuarto día Rhialto se comunicó con el mago Ildefonse en su mansión de Boumergarth, junto al río Scaum.

Ildefonse se mostró lo bastante preocupado como para volar a toda velocidad hasta Falu en el más pequeño de sus remolinos.

Rhialto le describió con todo detalle los acontecimientos que habían culminado en el inmóvil estanque en medio del bosque.

—Así que ya lo sabes todo. Me siento ansioso por conocer tu opinión.

Ildefonse miró hacia el bosque con el ceño fruncido.

Aquel día utilizaba su apariencia normal: la de un caballero algo grueso, de mediana edad, con finas patillas rubias, cráneo calvo y un aspecto de jovial inocencia. Los dos magos estaban sentados bajo la plumantia púrpura a uno de los lados de Falu. En una mesita cercana, Ladanque había dispuesto un servicio de pastas variadas, tres clases distintas de té y una jarra de suave vino blanco.

—Extraordinario, ciertamente —dijo Ildefonse—. En especial si lo comparo con una reciente experiencia mía.

Rhialto miró de soslayo a Ildefonse.

—¿Te ocurrió algo parecido?

—La respuesta es a la vez «sí» y «no» —respondió Ildefonse con tono comedido.

—Interesante —murmuró Rhialto.

Ildefonse seleccionó con cuidado sus palabras:

—Antes de que te lo cuente, déjame preguntarte esto: ¿habías oído alguna vez antes esa, digamos, «sombra de música»?

—Nunca.

—¿Y su sustancia era…?

—Indescriptible. Ni trágica ni alegre; dulce, y sin embargo seca y amarga.

—¿Percibiste una melodía, o un tema, o siquiera una progresión, que pudiera proporcionarnos algún indicio?

—Sólo un atisbo. Si me permites un asomo de preciosismo, me llenó de una especie de anhelo hacia lo perdido e inalcanzable.

—¡Ajá! —dijo Ildefonse—. ¿Y la mujer? ¿Qué fue lo que te hizo identificarla como la Murthe?

Rhialto meditó unos instantes.

—Su palidez y su cabello plateado podrían ser los de un trasgo del bosque, con el disfraz de una antigua ninfa. Su belleza era real, pero no sentí ningún ansia de abrazarla. Sin embargo, me atrevería a decir que todo hubiera podido cambiar si hubiera tenido oportunidad de conocerla algo mejor.

—Hummm. Tus aires elegantes, sospecho, hubieran pesado muy poco con la Murthe… ¿Cuándo se te ocurrió su identidad?

—Llegué al convencimiento mientras regresaba empapado a casa, con el agua chorreando por dentro de mis botas. Me sentía de un humor más bien lúgubre; quizás el squalm estaba empezando a hacer su efecto. En cualquier caso, mujer y música acudieron juntos a mi mente, y a partir de ahí se desarrolló el nombre. Una vez llegué a casa leí inmediatamente a Galanctus y seguí sus consejos. Al parecer, el squalm era real. Hoy fui al fin capaz de llamarte.

—Hubieras debido llamar antes, aunque yo tuve problemas parecidos… ¿Qué es ese fastidioso ruido?

Rhialto miró hacia el camino.

—Alguien se acerca en un vehículo… Parece que es Zanzel Melancthones.

—¿Y qué es esa extraña cosa que va saltando tras él?

Rhialto tendió el cuello.

—No lo veo claro… Pronto saldremos de dudas.

Avanzando a toda velocidad por el camino, sobre cuatro altas ruedas, se les acercó un lujoso doble diván de quince almohadones color ocre dorado. Una criatura de apariencia humana atada a una cadena corría detrás en medio del polvo.

Ildefonse se puso en pie y alzó una mano.

—¡Hola, Zanzel! ¡Soy Ildefonse! ¿Adónde vas tan aprisa? ¿Qué es esa curiosa criatura que corre tan ligera detrás?

Zanzel hizo que su vehículo se detuviera.

—Ildefonse, y querido Rhialto: ¡me alegra veros a los dos! Había olvidado completamente que este camino pasa junto a Falu, y es para mí un placer recordarlo ahora.

—Nosotros podemos decir lo mismo —declaró Ildefonse—. ¿Y tu cautivo?

Zanzel miró por encima del hombro.

—Tenemos aquí a un insidiador: ésa es mi opinión razonada. Lo llevo conmigo para ejecutarlo en un lugar donde su fantasma no me traiga mala suerte. ¿Qué os parece ese prado de ahí? Está lo bastante lejos de mi casa.

—Y prácticamente encima de la mía —gruñó Rhialto—. Debes hallar un lugar conveniente para los dos.

—¿Y yo qué? —exclamó el cautivo—. ¿No tengo nada que decir al respecto?

—Bien, entonces conveniente para los tres.

—Un momento, antes de que prosigas con tus deberes —dijo Ildefonse—. Háblame un poco más de ese ser.

—Hay muy poco que decir. Lo descubrí por casualidad cuando cascó un huevo por el lado equivocado. Observarás que tiene seis dedos en los pies, una cabellera en forma de cresta, y que de sus hombros crecen penachos de plumas, todo lo cual sitúa su origen en el eón dieciocho o incluso el diecisiete. Su nombre, o eso dice él, es Lehuster.

—¡Interesante! —declaró Ildefonse—. En un cierto sentido, es un fósil viviente. Lehuster, ¿te das cuenta de tu distinción?

Zanzel no permitió que Lehuster respondiera.

—¡Buenos días a los dos! ¡Rhialto, pareces un tanto consumido! Deberías dosificarte un poco de leche caliente con cerveza y descansar: ésta es mi prescripción.

—Gracias —dijo Rhialto—. Vuelve a pasar cuando tengas un poco de tiempo, y mientras tanto recuerda que mi propiedad se extiende hasta aquellas colinas de ahí. Tienes que ejecutar a Lehuster mucho más allá de aquel punto.

—¡Un momento! —exclamó Lehuster—. ¿No hay mentes razonables en el vigesimoprimer eón? ¿No tenéis interés en saber por qué he venido hasta esta deprimente época? ¡Ofrezco negociar mi vida a cambio de importante información!

—¡Por supuesto! —dijo Ildefonse—. ¿Qué tipo de información?

—Tan sólo presentaré mis revelaciones ante un cónclave de altos magos, donde las promesas son objeto de registro público y por lo tanto deben ser cumplidas.

Zanzel, cuya mayor virtud no era precisamente la calma, se volvió de su asiento con brusquedad.

—¿Qué? ¿Ahora pretendes empañar mi reputación?

Ildefonse alzó una mano.

—¡Zanzel, te suplico paciencia! ¿Quién sabe lo que tiene que decirnos ese bribón con seis dedos en cada pie?

—Lehuster, ¿de qué tipo son tus noticias?

—La Murthe está suelta entre vosotros, con sus squalms y ensqualmaciones. No diré más hasta que me sea garantizada mi seguridad.

—¡Bah! —bufó Zanzel—. No puedes confundirnos con esas tonterías. Caballeros, os deseo buenos días; debo proseguir con mis asuntos.

—¡Éste es un caso extraordinario! —objetó Ildefonse—. Zanzel, tus intenciones son buenas, pero no estás al corriente de ciertos hechos. Como Preceptor, debo ordenarte que traigas a Lehuster vivo y en buenas condiciones a un cónclave de urgencia a celebrar de inmediato en Boumergarth, donde exploraremos todas las fases de este asunto. Rhialto, confío que estés lo suficientemente recuperado como para participar también en él.

—¡Absolutamente y por todos los medios! El asunto es importante.

—Muy bien entonces: ¡todos a Boumergarth, y aprisa!

Lehuster aventuró una objeción:

—¿Debo ir corriendo todo el camino? Llegaré demasiado cansado para testificar.

—Para regularizar el asunto, yo asumiré la custodia de Lehuster —dijo Ildefonse—. Zanzel, ten la bondad de soltar la cadena.

—¡Locura y estupidez! —gruñó Zanzel—. ¡Este bribón debe ser ejecutado antes de que nos confunda a todos!

Rhialto, algo sorprendido por la vehemencia de Zanzel, dijo con decisión:

—¡Ildefonse está en lo cierto! Tenemos que averiguar todo lo que podamos.

2

El cónclave en Boumergarth, reunido para oír las revelaciones de Lehuster, atrajo sólo a quince de los miembros de la asociación, que por entonces reunía aproximadamente a treinta y cinco. Disponibles estaban Ildefonse, Rhialto, Zanzel, el diabolista Shrue, Hurtiancz, Byzant el Necropo, Teutch, que dirigía las intrincaciones de un infinito personal, Mune el Mago, el frío y astuto Perdustin, Tchamast, que afirmaba conocer la fuente de todas las piedras IOUN, Barbanikos, Bruma del Mar Wheary, Ao de los Ópalos, Panderleu, cuya colección de artefactos del ultramundo era envidiada por todos, y Gilgad.

Sin ceremonia, Ildefonse llamó a orden al cónclave.

—Me siento decepcionado de que no haya acudido todo el pleno, puesto que debemos tomar en consideración un asunto de extraordinaria importancia.

»Dejadme describir primero la reciente experiencia de nuestro colega Rhialto. En pocas palabras, fue atraído al bosque Were por el encantamiento de una canción imaginaria. Tras vagar durante un rato, encontró a una mujer que lo empujó a un estanque de agua extremadamente fría… ¡Caballeros, por favor! ¡No veo que ésta sea ocasión para frivolidades! Es un asunto muy importante, y las desgracias de Rhialto no deben ser tomadas a la ligera. De hecho, y por diversas razones, nuestras especulaciones nos llevan a la Murthe. —Ildefonse paseó su mirada por todos los rostros—. Sí, me habéis oído correctamente.

Cuando murió el murmullo de los comentarios, Ildefonse prosiguió con sus observaciones.

—En unas circunstancias aparentemente sin relación alguna, Zanzel conoció recientemente a un tal Lehuster, un ciudadano del decimoctavo eón. Lehuster, al que podéis ver ahí, señala que tiene importantes noticias que transmitirnos, y de nuevo menciona a la Murthe. Ha aceptado amablemente compartir su información con nosotros, y ahora pido a Lehuster que avance e informe de esos hechos de los que es conocedor. ¡Lehuster, por favor!

Lehuster no se movió.

—Debo retener mi testimonio hasta que se me garantice la vida, un trato que no debe causar dolor, puesto que no he cometido ningún crimen.

—¡Olvidas que yo mismo fui testigo de tu conducta! —exclamó furioso Zanzel.

—Un mero solecismo. Ildefonse, ¿no prometiste mantener mi vida en seguridad?

—¡Tienes mi palabra! ¡Habla!

Zanzel saltó en pie.

—¡Esto es ridículo! ¿Debemos dar la bienvenida a cualquier bribón del tiempo, para que se sacie con nuestras cosas buenas al tiempo que pervierte nuestras costumbres?

—¡Apoyo el punto de vista progresista de Zanzel! —dijo el fornido e irascible Hurtiancz—. ¡Es posible que

Lehuster no sea más que el primero de una horda de pensadores desviados, imbéciles e incorrectos infiltrados en nuestra plácida región!

—Si las noticias de Lehuster son realmente valiosas, debemos concederle, aunque sea con reluctancia, lo debido —dijo Ildefonse en tono apaciguador—. ¡Lehuster, habla! Pasaremos por alto las imperfecciones de tu conducta al mismo tiempo que tus ofensivas plumas. En lo que a mí respecta, me siento ansioso por oír tus noticias.

Lehuster avanzó hasta el podio.

—Debo situar mis observaciones en su perspectiva histórica. Mi tiempo personal es la ya desaparecida primera época del decimoctavo eón, una época muy anterior al Gran Motholam, cuando los Maestros Magos y las Grandes Brujas rivalizaban entre si en poder: un caso similar a la onceava época del decimoséptimo eón, cuando los magos y las brujas luchaban por superarse los unos a las otras, y que finalmente precipitó la Guerra de Magos y Brujas.

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