Rubí (31 page)

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Authors: Kerstin Gier

BOOK: Rubí
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Lady Tilney sonrió de nuevo.

—Sí, ¿verdad? Realmente lo parece, pero, de hecho, espero a otros invitados, tomen asiento, por favor.

—No, gracias, dadas las circunstancias preferimos seguir de pie —repuso Gideon, que de pronto se había puesto muy tenso—. Tampoco queremos molestarla mucho rato. Solo queríamos obtener un par de respuestas.

—¿Y cuáles son las preguntas?

—¿De qué conoce mi nombre? —pregunté—, ¿Quién le ha hablado de mí?

—Tuve una visita del futuro. —Su sonrisa se hizo más amplia—.

Me pasa a menudo.

—Lady Tilney, la última vez ya traté de explicarle que esa visita le proporcionó datos totalmente falsos —aclaró Gideon—. Comete un grave error al confiar en las personas equivocadas.

—Yo también se lo digo siempre —dijo una voz de hombre. En la puerta había aparecido un joven que se acercó con paso indolente—. Margret, digo siempre, cometes un grave error al confiar en las personas equivocadas. Oh, esto tiene un aspecto delicioso. ¿Son para nosotros?

Gideon, que al verle había cogido aire bruscamente, tendió el brazo hacia mí y me sujetó por la muñeca. —¡No des ni un paso más! —resopló.

El otro hombre levanto una ceja.

—Solo voy a coger un sándwich, si no tienes inconveniente.

—Sírvete tranquilamente.

Mientras mi tatarabuela abandonaba la habitación, el mayordomo se plantó en el umbral de la puerta, A pesar de los guantes blancos, en ese momento parecía el portero de un club de mala fama.

Gideon maldijo en voz baja.

—No deben preocuparse por Millhouse —afirmo el joven—. Aunque dicen que una vez le partió la nuca a un hombre por descuido, ¿No es cierto, Millhouse?

Le miré fijamente. No podía hacer otra cosa. Tenía los mismos ojos que Falk de Villiers, amarillos como el ámbar. Como un lobo.

—¡Gwendolyn Shepherd!

Al sonreír, aún se parecía más a Falk de Villiers, solo que era al menos veinte años más joven y sus cortos cabellos eran del color del azabache. Su mirada me daba miedo: era afable, pero en ella había algo que no podía acabar de definir. ¿Tal vez rabia o dolor?

—Es un placer para mí conocerte.

Su voz había enronquecido por un instante. Me tendió la mano, pero Gideon me sujeto con los brazos atrayéndome hacia él.

—¡No la toques!

De nuevo arqueó las cejas.

—¿De qué tienes miedo, muchacho?

—¡Sé muy bien que quieres de ella!

Podía sentir los latidos del corazón de Gideon en mi espalda.

—¿Sangre? —El hombre cogió uno de los minúsculos y finísimos sándwiches y se lo echó a la boca. Luego nos enseñó las palmas de las manos y dijo—: Ninguna jeringa, ningún escalpelo, ¿Lo ves? Y ahora deja a la muchacha, la estás aplastando. —De nuevo esa curiosa mirada que me apuntaba—. Mi nombre es Paul, Paul de Villiers.

—Ya lo imaginaba —repuse—. Usted es el hombre que indujo a mi prima Lucy a robar el cronógrafo ¿Por qué lo hizo?

Paul de Villiers hizo una mueca.

—Encuentro raro que me trates de usted.

—Y yo encuentro raro que me conozca.

—Deja de hablar con él —me advirtió Gideon.

Mientras tanto su abrazo se había aflojado un poco, y ahora solo me mantenía apretada contra él con un brazo mientras con el otro abría una puerca lateral que tenía detrás para echar un vistazo a la habitación contigua. Otro hombre enguantado se había plantado ante ella.

—Este es Frank —dijo Paul— Y como no es tan grande y fuerte como Millhouse, lleva una pistola, ¿ves?

—Sí —gruñó Gideon, y volvió a cerrar la puerta.

Gideon no se había equivocado. Efectivamente habíamos caído en una trampa. Pero ¿cómo era posible? Margret Tilney no podía haber servido la mesa para nosotros y colocado a un hombre con una pistola en la habitación contigua cada uno de los días de su vida. —¿Cómo sabía que estaríamos aquí hoy? —pregunté a Paul.

—Bueno... Si te dijera que no lo sabía en absoluto, que solo pasaba casualmente por aquí, seguro que no me creerías, ¿o sí? —Pescó un scone de la mesa y se dejó caer en una silla—. ¿Cómo están tus queridos, padres?

—¡Cierra la boca! —susurró Gideon,

—¡Vamos, supongo que podré preguntarle cómo están sus padres, no!

—Bien —repuse—. Al menos mamá. Mi padre murió.

Paul parecía horrorizado.

—¿Muerto? ¡Pero si Nicolás tenía una salud de hierro, estaba fuerte como un roble!

—Tenía leucemia —dije—. Murió cuando yo tenía siete años.

—Oh Dios mío. Lo siento muchísimo. —Paul me dirigió una mirada triste y seria—. Seguro que fue espantoso para ti tener que crecer sin un padre.

—Deja de hablar con él —volvió a decir Gideon—. Solo trata de retenernos hasta que llame refuerzos.

—¿Sigues creyendo que voy tras su sangre?

Los ojos amarillos tenían un brillo peligroso.

—En efecto —repuso Gideon.

—¿Y crees que Milihouse, Frank, yo y la pistola no nos bastaríamos para controlarle? —preguntó Paul sarcásticamente.

—En efecto —volvió a decir Gideon.

—Oh, claro, estoy seguro de que mi querido hermano y los otros Vigilantes se habrán encargado de convertirte en una maquina de combate —se burló Paul—. Al fin y al cabo eras tú quien tenía que sacarlos del atolladero. O, mejor dicho, al cronógrafo. Nosotros teníamos que aprender un poco de esgrima y el obligatorio violín por simple tradición, pero apuesto a que tu también has aprendido taekwondo y todo ese género de cosas. Supongo que es imprescindible cuando uno tiene que viajar al pasado para sacarle sangre a la gente.

—Hasta ahora esas personas han entregado su sangre voluntariamente.

—¡Solo porque no sabían adonde conduciría eso!

—¡No! ¡Porque no querían destruir aquello por lo que los Vigilantes han investigado, han trabajado y han velado durante siglos!

—¡Bla bla bla! También nosotros hemos tenido que soportar a lo largo de nuestras vidas esta patética cháchara, pero nosotros conocemos la verdad sobre las intenciones del conde de Saint Germain.

—¿Y cuál es la verdad? —solté instintivamente. En la escalera se oyeron pasos.

—Ya llegan los refuerzos —anunció Paul sin volverse.

—La verdad es que miente más que habla —repuso Gideon. El mayordomo se hizo a un lado para dejar entrar en la habitación a una esbelta muchacha pelirroja, un poco mayor para ser la hija de lady Tilney.

—No me lo puedo creer —exclamó la joven mirándome como si nunca hubiera visto antes nada tan raro.

—¡Puedes creerlo, princesa! —repuso Paul en un tono tierno y un poco preocupado.

La joven permanecía clavada en la puerta, como petrificada.

—Tú eres Lucy —dije. El parecido familiar era más que evidente.

—Gwendolyn —suspiró Lucy.

—Sí, esta es Gwendolyn —dijo Paul—. Y el tipo que la mantiene agarrada como si fuera su osito de peluche preferido es mi sobrino primo o como se llame eso. Por desgracia, lo único que quiere es marcharse.

—¡No, por favor! —suplicó Lucy—. Tenemos que hablar con ustedes.

—En otra ocasión —cortó Gideon secamente—. Tal vez en algún momento en que no estemos rodeados de extraños.

—¡Es importante! —exclamó Lucy.

Gideon rió.

—¡Sí, estoy seguro!

—Puedes irte sí quieres, chico —afirmó Paul—. Millhouse te acompañará hasta la puerta. Pero Gwendolyn se quedará un poco más. Tengo la sensación de que es más fácil hablar con ella. Aún no ha pasado por todo ese lavado de cerebro... ¡Oh, mierda!

La maldición iba dirigida a la pequeña pistola negra que había aparecido como por ensalmo en la mano de Gideon, que la giró muy despacio para apuntar a Lucy.

—Ahora Gwendolyn y yo abandonaremos la casa tranquilamente —anunció—, Lucy nos acompañará hasta la puerta.

—Eres un cerdo —susurró Paul, que se había levantado bruscamente. Su mirada se paseaba indecisa entre Millhouse, Lucy y nosotros dos.

—Vuelve a sentarte —ordenó Gideon—. Su voz era helada, pero yo podía sentir cómo se le había acelerado el pulso. Mientras con la mano libre seguía manteniéndome firmemente apretada contra él, añadió dirigiéndose a Millhouse—: Y usted, siéntese, por favor. Aún quedan un montón de sándwiches.

Paul volvió a sentarse y miró hacia la puerta lateral. —Una palabra a Frank y disparo —advirtió Gideon. Aunque Lucy le miraba con los ojos abiertos de par en par, no parecía tener ningún miedo. Al contrario que Paul, que realmente parecía creer que Gideon hablaba en serio.

—Haz lo que dice —le dijo a Millhouse, y el mayordomo abandonó su puesto en el umbral y se sentó a la mesa lanzándonos miradas furiosas.

—Ya le has visto, ¿verdad? —Lucy miró a Gideon directamente a los ojos—. Ya te has encontrado con el conde de Saint Germain.

—Tres veces —repuso Gideon—. Y él sabe muy bien lo que se proponen. Media vuelta, —Colocó el cañón de la pistola directamente contra la nuca de Lucy—. ¡Adelante!

—Princesa…

—No pasa nada, Paul.

—Le han dado una maldita automática Smith and Wesson. Pensaba que eso iba contra las doce reglas de oro.

—En la calle la dejaremos ir —afirmó Gideon—. Pero si antes se mueve alguien aquí arriba, dispararé. Ven, Gwendolyn. Tendrán que intentarlo otra vez sí quieren conseguir tu sangre.

Dudé un momento.

—Tal vez es verdad que solo quieren hablar —murmuré. Me interesaba terriblemente saber lo que Lucy y Paul tenían que decir. Pero, por otro lado, si realmente eran tan inofensivos, ¿por qué habían apostado a estos guardias de corps en la habitación? Y con armas. De nuevo me vinieron a la memoria los hombres del parque.

—Puedes estar segura de que no solo quieren hablar —repuso Gideon.

—Es inútil —señaló Paul—. Le han lavado el cerebro.

—Es el conde —dijo Lucy—. Puede ser muy convincente, como sabes.

—¡Volveremos a vernos! —saludó Gideon. Entretanto ya habíamos llegado al rellano.

—¿Debo tomarlo como una amenaza? —exclamó Paul—. ¡Nos veremos, sí, puedes contar con ello!

Gideon mantuvo la pistola apuntada contra la nuca de Lucy hasta que llegamos a la puerta de la casa.

Yo esperaba que en cualquier momento el hombre al que llamaban Frank saliera disparado de la otra habitación, pero no apareció nadie. Y tampoco mi tatarabuela se veía por ningún sitio.

—No deben permitir que el Círculo se cierre —balbució Lucy nerviosamente—. Y no deben volver a visitar nunca al conde en el pasado, ¡sobre todo, Gwendolyn no debe encontrarse con él!

—¡No les escuches!

Gideon se vio obligado a soltarme mientras apuntaba a Lucy con la pistola con una mano y con la otra abría la puerta para mirar a la calle. Desde arriba llegaba un murmullo de voces. Miré angustiada hacia la escalera. Allí arriba había tres hombres y una pistola, y allí arriba debían quedarse.

—Ya lo he visto —respondí a Lucy—. Ayer.

—¡Oh, no! —La cara de Lucy se puso un poco más pálida aún—. ¿Él conoce tu magia?

—¿Qué magia?

—La magia del cuervo —respondió Lucy.

—La magia del cuervo es solo un mito.

Gideon me cogió del brazo y me arrastró escalones abajo hacia la calle. No había ni rastro de nuestro coche.

—¡Eso no es cierto! Y el conde también lo sabe.

Aunque Gideon seguía apuntando a la cabeza de Lucy, ahora su mirada se dirigía a las ventanas del primer piso. Seguramente allí estaba el tal Frank con su pistola. Pero de momento aún nos encontrábamos bajo la protección del saledizo. —Espera —le dije a Gideon.

Miré a Lucy, En sus grandes ojos azules había lágrimas, y por alguna razón me resultó difícil no creerla.

—¿Por qué estás tan seguro de que no dicen la verdad, Gideon?

—pregunté en voz baja.

Me miró un momento irritado antes de pestañear de incredulidad.

—Estoy totalmente seguro de que mienten —dijo en un susurro.

—Pues no suena como si lo estuvieras —replicó Lucy con un tono de dulzura en su voz—. Puedes confiar en nosotros.

¿Realmente podíamos hacerlo? ¿Cómo habían podido entonces realizar lo imposible y esperar allí nuestra llegada? Vi la sombra por el rabillo del ojo.

—¡Cuidado! —grité al distinguir a Millhouse, que ya estaba muy cerca.

Gideon giró sobre sí mismo en el último momento, cuando el mayordomo ya se disponía a dar el golpe de gracia.

—¡Millhouse, no!

Era la voz de Paul desde la escalera.

—¡Corre! —gritó Gideon, y en una fracción de segundo tomé mi propia decisión.

Salí corriendo tan rápido como me lo permitieron los botines. A cada paso que daba temía oír el sonido de un disparo.

—Habla con tu abuelo —gritó Lucy a mi espalda—. ¡Pregúntale por el Caballero Verde!

✿✿✿

Gideon no me alcanzó hasta la siguiente esquina.

—Gracias —susurró jadeando, y volvió a guardarse la pistola—. Si la hubiera perdido, nos hubiéramos visto en un apuro. Sigamos por aquí.

Miré a mi alrededor.

—¿Nos persiguen?

—No lo creo—repuso Gideon—. Pero, por si acaso, será mejor que corramos.

—¿De dónde ha salido el tal Millhouse tan de repente? Todo, el rato he estado vigilando la escalera.

—Seguramente hay otra escalera en la casa. No había pensado en esa posibilidad.

—¿Y dónde se ha metido el Vigilante con la calesa? Se suponía que tenía que esperarnos.

—¡Qué sé yo!

Gideon estaba sin aliento. La gente que caminaba por la acera y nos miraba extrañada al vernos pasar corriendo, pero ya me había acostumbrado.

—¿Quién es el Caballero Verde?

—No tengo ni idea —contestó Gideon.

Empezaba a tener flato. No podría aguantar este ritmo mucho tiempo más. Gideon dobló por una estrecha calle lateral y finalmente se detuvo ante el portal de una iglesia.

«Holy Trinity», leí en un cartel.

—¿A qué hemos venido aquí? —dije jadeando.

—A confesarnos —respondió Gideon.

Miró a su alrededor antes de abrir la pesada puerta, y luego me empujó al interior en penumbra y volvió a cerrar detrás de nosotros.

A nuestro alrededor todo era paz, olor a incienso y la solemne sensación de recogimiento que te envuelve en cuanto cruzas el umbral de una iglesia.

Era una bonita iglesia, con ventanas con vidrieras de colores, paredes de arenisca claras y soportes en los que titilaban las llamas de las velitas que representaban una oración o un buen deseo.

Gideon me guió por la nave lateral hasta un viejo confesionario, corrió la cortina a un lado y señaló el interior de la pequeña cabina.

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