Authors: Kerstin Gier
—¿No lo dirás en serio? —susurré.
—Pues sí. Yo me sentaré en el otro lado y esperaremos hasta que volvamos a saltar.
Perpleja, me dejé caer en el asiento, y Gideon cerró la cortina ante mis narices. Un instante después se abrió la ventanilla enrejada que daba al asiento vecino.
—¿Estas cómoda?
Poco a poco había ido recuperando la respiración y mis ojos se habían habituado a la penumbra. Gideon me miraba desde el otro lado con seriedad afectada.
—Y ahora, hermana, agradezcamos al Señor la protección que nos ofrece en su casa.
Le miré fijamente. ¿Cómo podía estar tan relajado, casi eufórico, cuando hacía solo un instante había estado sometido a una gran tensión? ¡Por Dios, había apuntado a la cabeza de mi prima con una pistola! Era imposible que aquello le hubiera dejado impasible.
—¿Cómo puedes bromear después de lo que ha pasado?
De pronto adoptó un aire cohibido, y se encogió de hombros.
—¿Se te ocurre algo mejor?
—¡Sí! ¡Por ejemplo podríamos tratar de analizar lo que acaba de pasar! ¿Por qué dicen Lucy y Paul que alguien te ha lavado el cerebro?
—¿Y cómo quieres que lo sepa? —Se pasó la mano por los cabellos, y vi que le temblaba un poco. No estaba tan tranquilo como aparentaba—. Quieren hacerte dudar. Y a mí también.
—Lucy ha dicho que debo preguntarle a mi abuelo. Seguramente no sabe que ha muerto. —Pensé en los ojos llenos de lágrimas de Lucy—. Pobre. Para ella debe de ser terrible no poder volver a ver nunca a su familia en el futuro.
Gideon no dijo nada. Durante un rato permanecimos en silencio. A través de una rendija de la cortina mire hacia el presbiterio. Una gárgola pequeña —tal vez me llegara a la rodilla—, con orejas puntiagudas y una cómica cola de lagartija, salió dando un brinco de la sombra de una columna y miró hacia nosotros.
Rápidamente apañé la mirada. Si se daba cuenta de que podía verla, seguro que vendría a darme la lata. Sabía por propia experiencia que los fantasmas gárgola pueden ponerse muy pesados.
—¿ Estás seguro de que te puedes fiar del conde de Saint Germaín? —pregunté mientras la gárgola se acercaba dando saltitos.
Gideon cogió aire.
—Es un genio. Ha descubierto cosas que ningún hombre antes que él... Sí, confío en el conde. Piensen lo que piensen Lucy y Paul, están equivocados. —Suspiró—. En todo caso, hasta hace poco estaba totalmente seguro, cuando todo parecía tan lógico...
Por lo visto, la pequeña gárgola nos encontraba aburridos, porque trepó por una columna y desapareció en la tribuna del órgano.
—¿Y ahora ya no te lo parece?
—¡Solo sé que antes de que aparecieras tú lo tenía todo controlado! —repuso Gideon.
—¿No estarás haciéndome responsable de que por primera vez en tu vida no todos bailen al son que tú tocas?
Levanté las cejas exactamente como había visto que él lo hacía. ¡Era una sensación fantástica! Estuve a punto de sonreír, tan orgullosa me sentía de mí misma.
—¡No! —Sacudió la cabeza y lanzó un gemido—. ¡Gwendolyn! ¿Por qué las cosas son tan complicadas contigo en comparación con Charlotte?
Se inclinó hacia delante, y vi en su mirada algo que nunca había visto antes.
—¡Ah! ¿De eso hablaban hoy en el patio de la escuela? —pregunté ofendida.
Acababa de ofrecerle la oportunidad perfecta para contraatacar. ¡Un error de principiante!
—¿Celosa? —preguntó rápidamente con una amplia sonrisa.
—¡En absoluto!
—Charlotte siempre hacía lo que yo le decía. Tú no lo haces. Lo que resulta bastante estresante. Pero, de algún modo, también muy divertido y tierno.
Esta vez no fue solo su mirada lo que me desconcertó. Con vergüenza, me aparté un mechón de cabellos de la cara. Con la carrera, mi estúpido peinado se había deshecho del todo; seguramente las horquillas habían dejado una pista desde Eaton Place hasta la puerta de la iglesia.
—¿Por qué no volvemos a Temple?
—A mí me parece que aquí se está muy bien. Si volvemos, se iniciará otra vez una de esas interminables discusiones. Y la verdad, de vez en cuando no me viene mal dejar de recibir órdenes del tío Falk durante un rato,
¡Bien, había vuelto a recuperar la iniciativa!
—No es una sensación muy agradable, ¿verdad? —le pregunté.
Sacudió la cabeza.
—No. Realmente, no.
Fuera, en la nave de la iglesia, se oyó un ruido que me hizo pegar un brinco. Volví a echar un vistazo a través de la cortina: era una anciana que encendía una vela ante un cepillo.
—¿Y qué pasará si saltamos ahora mismo? No quiero aterrizar en el regazo de... un niño que va a hacer la primera comunión, por ejemplo... Además, no creo que el cura se mostrara muy entusiasmado al verme.
—No te preocupes. —Gideon rió bajito—. En nuestra época este confesionario nunca está ocupado. Podría decirse que está reservado para nosotros. El padre Jakobs lo llama «el ascensor al submundo». Naturalmente, es miembro de los Vigilantes.
—¿Cuánto falta aún para nuestro salto?
Gideon miró el reloj.
—Todavía nos queda tiempo.
—Entonces deberíamos emplearlo en algo útil —Solté una risita—. ¿No querrías confesar tus pecados, hijo mío?
Sencillamente me había salido así, sin pensarlo, y en ese instante comprendí finalmente qué estaba pasando allí.
¡Estaba sentada con mister Gideon-antes-conocido-como-el-creído-insufrible en un confesionario en el penúltimo cambio de siglo flirteando descaradamente! ¡Dios mío! ¿Por qué Leslie no me había preparado un expediente lleno de indicaciones para el caso?
—Solo si tú también me confiesas tus pecados.
—Ya te gustaría, —Me apresuré a cambiar de tema. Definitivamente me encontraba en terreno resbaladizo—. La verdad es que tenías razón con lo de la trampa. Pero ¿cómo podían saber Lucy y Paul que estañamos allí precisamente hoy?
—No tengo ni la más remota idea —repuso Gideon, y de pronto se inclinó tanto hacia mí que nuestras narices quedaron a unos centímetros. En la penumbra sus ojos se veían muy oscuros—. Pero tal vez tú sí lo sepas.
Parpadeé irritada (doblemente irritada: primero por la pregunta, pero más aún por nuestra repentina proximidad)
—¿Yo?
—Podrías ser la persona que reveló a Lucy y a Paul nuestra cita.
—¿Qué? —Prefiero no imaginar la cara de boba que debía de poner en ese momento—. ¡Que tontería! ¿Y cuándo se supone que lo habría hecho? Ni siquiera sé dónde se encuentra el cronógrafo. Y, de todos modos, nunca permitiría que… —Me detuve antes de que se me volviera a ir la lengua.
—Gwendolyn, no tienes ni idea de todo lo que harás en el futuro.
Tardé un poco en asimilar sus palabras antes de decir:
—Igualmente podrías haber sido tú por la misma razón.
—También es cierto. —Gideon se retiró otra vez a su lado del confesionario y en la penumbra vi brillar sus dientes al sonreír—. Creo que las cosas se pondrán emocionantes para nosotros dos próximamente.
La frase provocó un cálido cosquilleo en mi estómago. Supongo que la perspectiva de vivir nuevas aventuras tendría que haberme angustiado, pero en realidad en ese instante me embargó una incontenible sensación de felicidad.
Sí, aquello prometía ponerse emocionante.
Callamos durante un momento, y luego Gideon dijo:
—Hace poco, en el coche, hablábamos sobre la magia del cuervo, ¿lo recuerdas?
Recordaba cada palabra.
—Has dicho que no podía tener esa magia porque no era más que una chica vulgar y corriente, una chica como tantas otras que has conocido, de esas que siempre tienen que ir juntas al lavabo y se burlan de Lisa, y que...
Una mano se posó sobre mis labios.
—Sé lo que he dicho. —Gideon se había inclinado hacía mi desde su lado de la cabina—. Y lo siento.
¿Qué? Me sentí como fulminada por un rayo, incapaz de moverme y ni siquiera de respirar. Sus dedos palparon delicadamente mis labios me acariciaron la barbilla y subieron por mis mejillas hasta las sienes.
—Tú no eres una chica vulgar, Gwendolyn —susurró mientras empezaba a acariciarme el cabello—. Eres una chica totalmente fuera de lo corriente. No necesitas la magia del cuervo para ser especial para mí.
Su cara se acercó aún más. Cuando sus labios rozaron mi boca, tuve que cerrar los ojos,
«Muy bien. Ahora voy a desmayarme», pensé.
De los
Anales de los Vigilantes
24 de junio de 1912
Día soleado, veintitrés grados a la sombra.
Lady Tilney aparece puntualmente a las nueve
para elapsar.
La circulación en la City se ha complicado debido a una marcha
de protesta de un grupo de féminas enloquecidas que exigen el
derecho de voto para las mujeres. Antes fundaremos colonias
en la Luna que ver algo así.
Por lo demás, ningún otro suceso digno de reseñar.
Informe: Frank Mine, Círculo Interior.
Hyde Park, Londres
24 de junio de 1912
—Estas sombrillas son realmente prácticas—comentó la joven mientras hacía girar la suya —. No entiendo por qué han desaparecido.
—Posiblemente porque aquí no para de llover, ¿no crees? —respondió él con una media sonrisa —. Pero yo también las encuentro muy monas. Y los vestidos de verano blanco con puntillas te sientan de maravilla. Poco a poco me voy acostumbrando a las faldas largas. Me encanta el momento que te vuelves para sacártelas.
—Pues yo nunca me acostumbraré a no llevar pantalones —se lamentó ella —. No hay día que no eche de menos mis vaqueros.
El sabía muy bien que no eran los vaqueros lo que tanto echaba de menos, pero se cuidó de decirlo. Durante un rato permanecieron en silencio.
Bañado por el sol del verano, el parque desprendía una maravillosa sensación de paz, y la ciudad que se extendía detrás parecía construida para la eternidad. El joven pensó en que al cabo de dos años empezaría la Primera Guerra Mundial y los zepelines alemanes lanzarían sus bombas sobre Londres. Tal vez entonces tuvieran que retirarse un tiempo al campo.
—Es idéntica a ti —dijo ella de pronto.
El supo enseguida de quien hablaba.
—¡No, es idéntica a ti, princesa! Lo único mío que tiene son los cabellos.
—Y la forma de ladear la cabeza cuando está reflexionando sobre algo.
—Es preciosa, ¿no te parece?
Ella asintió.
—Es curioso. Hace dos meses era una recién nacida a la que sosteníamos en nuestros brazos, y ahora ya tiene dieciséis años y me saca medio palmo. Y solo es dos años más joven que yo.
—Sí, es una locura.
—Pero, en cierto modo, me siento increíblemente aliviada de que le vaya a bien. Solo lo de Nicolas… ¿Por qué tuvo que morir tan joven?
—Leucemia. Nunca lo hubiera pensado. Pobre chica, que horror perder a su padre tan pronto… —Carraspeo—. Espero que se mantenga alejada de ese muchacho. Mi… hummm… sobrino o lo que sea. No hay manera de aclararse con estas relaciones de parentesco.
—No están difícil: tu bisabuelo y su tatarabuelo eran hermanos gemelos. De modo que tu tatarabuelo es el mismo tiempo su tatatarabuelo. —Al ver su cara de perplejidad, se echo a reír—. Tendré que dibujártelo.
—Lo que yo decía, no hay quien lo entienda. En todo el caso el chico no me gusta. ¿Te has fijado en cómo la controlaba todo el rato? Afortunadamente, ella no se ha dejado dominar.
—Está enamorada de él.
—No lo está.
—Si lo está. Solo que aun no lo sabe.
—¿Y de dónde sacas eso?
—Bah, simplemente salta a la vista. Oh, dios mío, ¿viste sus ojos? Verdes como los de un tigre. Creo que a mí también me temblaron un poco las piernas cuando me miró tan enfurecido.
—¿Qué? ¡No lo dirás en serio! ¿Desde cuando te gustan los ojos verdes?
Ella rió.
—No te preocupes. Tus ojos siguen siendo los más bonitos, al menos para mí. Pero me parece que a ella le gustan más los verdes…
—Es imposible que se haya enamorado de ese creído.
—Pues sí, se ha enamorado de él. Y él es exactamente como tú eras antes.
—¿Qué dices? ¡Ese…! No se me parece en nada. ¡Yo nunca he sido tan mandón contigo, nunca!
Ella sonrió irónicamente.
—Si lo fuiste.
—Solo cuando era necesario —repuso él echándose el sombrero hacia atrás—. Debería dejarla en paz de una vez.
—Estás celoso.
—Sí —reconoció él—. ¿No es normal? ¡La próxima vez que le vea le diré que le saque sus manazas de encima!
—Creo que en el futuro nos cruzaremos a menudo en su camino —dijo ella, sin sonreír ahora—. Y me parece que deberías empezar a practicar esgrima. Nos esperan tiempos difíciles.
El lanzo su bastón de paseo al aire, lo atrapó con destreza y dijo:
—Yo estoy listo. ¿Y tú, princesa?
—Estoy lista si tú lo estás.
EN EL PRESENTE:
En casa de los Montrose:
Gwendolyn Shepherd, estudiante de bachillerato que descubre un buen día que puede viajar en el tiempo.
Grace Shepherd, madre de Gwendolyn.
Nick y Caroline Shepherd, hermanos menores de Gwendolyn.
Charlotte Montrose, prima de Gwendolyn.
Glenda Montrose, madre de Charlotte, hermana mayor de Grace.
Lady Arista Montrose, abuela de Gwendolyn y de Charlotte, madre de Grace y Glenda.
Madeleine (Maddy) Montrose, tía abuela de Gwendolyn, hermana del fallecido lord Montrose.
Mister Bernhard, sirviente en casa de los Montrose.
En el instituto Saint Lennox:
Leslie Hay, la mejor amiga de Gwendolyn.
James August Peregrin Pimblebottom, el fantasma de la escuela.
Cynthia Dale, compañera de escuela.
Gordon Gelderman, compañero de escuela.
Mister Whitman, profesor de inglés e historia.
En el cuartel general de los Vigilantes en Temple:
Gideon de Villiers, como Gwendolyn, puede viajar en el tiempo.
Falk de Villiers, su tío en segundo grado, gran maestre de la logia del conde de Saint Germain, los llamados «Vigilantes»
Thomas George, miembro de la logia en el Círculo Interior.
Mistress Jenkins, secretaria en el cuartel general de los Vigilantes.
Madame Rossini, modista en el cuartel general de los Vigilantes.
EN EL PASADO:
Conde de Saint Germain, viajero del tiempo y fundador de los Vigilantes.