—¡Virar en redondo!
Bolitho golpeó a un marinero en el hombro y le gritó:
—¡Vaya con los demás!
Notó su sobresalto antes de que echara a correr para ayudar con su peso en las brazas. Sin duda había imaginado que lo que le golpeaba en el hombro era hierro candente y no la mano de su superior.
Se oyó un tremendo estrépito, y Bolitho casi cayó de rodillas cuando dos impactos hicieron saltar astillas del casco del Heloise.
Bolitho vio a Ingrave mirando fijamente hacia el barco que tenían más cerca, con los ojos fuera de las órbitas y paralizado. Le gritó:
—¡Vaya abajo y ayude a reparar los daños! —Se abalanzó sobre el guardiamarina, le agarró de las solapas y lo zarandeó como si fuera un muñeco—. ¡Inmediatamente, señor Ingrave! ¡Reaccione!
Ingrave se lo quedó mirando boquiabierto; luego, con insólita determinación, corrió hacia la escotilla.
Stockdale arrastró sin miramientos a Bolitho del brazo, evitando que cayera sobre él desde la arboladura un gran motón que arrastraba trozos de jarcia rota ondulando como látigos. Golpeó contra la batayola y rebotó hacia un lado.
Palliser gritó:
—¡Hay que resistir! —Había desenvainado su espada—. ¡Preparados hacia babor!
Comparados con la artillería de la goleta, aun siendo ésta pequeña, los cañones giratorios parecían insignificantes. Bolitho vio cómo la descarga de su munición atravesaba la vela trinquete de la goleta y como convertía a dos hombres en gimientes amasijos ensangrentados antes de que más proyectiles impactaran contra la parte baja del casco del
Heloise
. Oyó los estragos que causaban entre cubiertas, el sonido de la madera astillándose, los cuadernales desmoronándose; supo que habían sido alcanzados por un impacto certero.
Alguien había conseguido que funcionara el bombeo, pero vio caer a dos hombres sangrando malheridos, y a otro que había estado trabajando en la verga de una gavia intentando bajar para salvarse con una pierna colgando, sujeta apenas al resto de su cuerpo por un músculo.
—¡Venga a popa! —le gritó Palliser.
Cuando Bolitho llegó corriendo a su lado le dijo:
—Estamos cada vez peor. Vaya usted mismo abajo e infórmeme de los daños. —Parpadeó con el estruendo de nuevos impactos que golpeaban el maltrecho casco; en alguna parte, un hombre gemía agonizante—. ¿La ve? ¡Se está marchando!
Bolitho le miró fijamente. Era cierto. La maniobrabilidad del
Heloise
había permitido una torpe respuesta tanto al timón como al viento. Parecía imposible que la situación de ventaja o desventaja de ambos barcos hubiera cambiado tan rápidamente. Pero no contaban con ninguna ayuda, y sus enemigos no les dejarían escapar tan fácilmente. Palliser dijo de pronto:
—Voy a poner rumbo hacia el bergantín. Con nuestros hombres y sus cañones todavía hay una posibilidad. —Miró fijamente a Bolitho—. Ahora, haga lo que le he dicho y vaya abajo.
Bolitho se apresuró hacia la escotilla, no sin antes echar una rápida mirada a la astillada tablazón de cubierta y las resecas manchas de sangre. Habían combatido allí ya antes. ¿Sería éste el fin? ¿Acaso el destino les había condenado desde siempre a acabar así?
Llamó a Jury.
—Venga conmigo. —Miró hacia la oscuridad reinante abajo, horrorizado ante el pensamiento de quedar allí atrapado si el barco se iba a pique. Habló intentando disimular su ansiedad—: Examinaremos juntos los daños. Así, en caso de que yo caiga… —Vio cómo Jury daba un respingo. Todavía no aceptaba la idea de la muerte …usted informará de todos los detalles al señor Palliser.
Cuando hubieron bajado la escalera de la escotilla, encendió un fanal y abrió el camino, cuidando de evitar las puntiagudas astillas que habían caído desde cubierta. Se oían sonidos apagados pero cargados de amenazas cada vez que el barco, sometido al bombardeo enemigo, se sacudía y vibraba.
Los dos barcos les atacaban rodeándolos por las dos bandas, sin tener en cuenta el peligro de chocar entre sí, tal era su empeño en destruir el pequeño navío con la enseña escarlata en lo alto.
Bolitho tiró de una escotilla baja y al abrirla dijo:
—Oigo entrar agua.
Jury susurró:
—¡Oh, Dios mío, nos estamos yendo a pique!
Bolitho se agachó e iluminó el fondo de la escotilla con el fanal. Lo que vio era el caos más absoluto. Barricas hechas añicos y pedazos de vela flotaban entre astillas de madera; mientras observaba aquello le pareció ver cómo el agua aumentaba de nivel.
—Vaya y dígale al primer teniente que estamos perdidos —ordenó. Intentó contener a Jury al notar que le invadía el pánico mientras nuevos proyectiles golpeaban el casco—. Vaya. Y recuerde lo que le dije. Estarán pendientes de usted. —Intentó sonreír, como para demostrar que nada importaba—. ¿De acuerdo?
Jury volvió sobre sus pasos, mirando de vez en cuando a Bolitho desde la escotilla abierta.
—¿Qué va a hacer usted?
Bolitho giró rápidamente la cabeza al oír retumbar otro golpe, como de un gigantesco martillo, contra el escorado casco del buque. Una de las anclas se había soltado al romperse la cuerda y caía golpeando contra las amuras; aquello sólo podía contribuir a acelerar su fin.
—Iré en busca de Olsson. Tenemos que liberar a los prisioneros.
Y entonces Bolitho se quedó solo. Tragó saliva e intentó evitar que le temblaran las piernas. Luego, muy lentamente, buscó a tientas el camino hacia popa, con el rítmico retumbar del ancla contra el casco a medida que iba cayendo persiguiéndole como si se tratara de un tambor que anunciase su ejecución.
Se oyó otro golpe sordo contra el casco, pero casi al instante siguió un sonoro crujido. Uno de los mástiles, o parte de él, se estaba desmoronando. Tensó todos los músculos, esperando el estruendo final cuando cayera sobre la cubierta o se hundiera en el agua saltando por encima de la borda.
Un instante después se encontraba con los miembros extendidos en medio de la oscuridad; había perdido el fanal, aunque no había sentido nada, ni siquiera recordaba el momento del impacto.
Lo único que sabía era que estaba atrapado bajo un montón de restos y no podía moverse.
Apretó la oreja contra una rejilla de ventilación y oyó el oleaje del agua batiendo contra los pantoques y en la bodega de más abajo al entrar por la vía que se había abierto. Estaba al borde del pánico, y sabía que en cuestión de segundos podía ponerse a gritar y patalear en un desesperado intento por liberarse.
Los pensamientos se agolpaban en su mente. Su madre viéndole partir. El mar bajo el farallón de Falmouth en el que él y su hermano se habían aventurado a navegar por primera vez en el bote de un pescador y el tremendo enfado de su padre al descubrir lo que habían hecho.
Le escocían los ojos, pero cuando intentó llevarse las manos a la cara, los escombros se lo impidieron con toda la crueldad que implica siempre estar atrapado.
El ancla había cesado en su interminable retumbar contra el casco, lo que probablemente significaba que se hallaba en el fondo del mar junto con un pedazo de la proa.
Bolitho cerró los ojos y esperó, rogando no perder la calma antes de que llegara el final.
Bolitho sintió una presión creciente en la columna vertebral cuando uno de los maderos caídos cambió de posición con el movimiento del barco. Oyó un sonido chirriante en algún lugar por encima de su cabeza, y el ruido metálico de uno de los cañones que se había soltado de sus amarres y daba tumbos por la cubierta. La inclinación era mayor, por lo que podía oír el agua del mar entrando a través del casco igual que antes, pero a un nivel mucho más alto, mientras el barco continuaba hundiéndose cada vez más.
Todavía se oían algunos disparos, pero daba la sensación de que los vencedores se mantenían ya al margen, esperando que el mar completase su trabajo.
Lentamente, pero cada vez más desesperado, Bolitho intentaba liberarse de los restos que le aplastaban. Se oía a sí mismo gimiendo y quejándose, pronunciando con voz sofocada palabras sin sentido mientras luchaba por liberarse de aquella trampa.
Era inútil. Sólo consiguió hacer caer más pedazos de madera, uno de los cuales pasó rozando su cabeza como un arpón.
Sintiendo algo parecido al pánico, oyó los sonidos característicos que indicaban que algunos hombres estaban pasando a bordo de un bote, algunos gritos roncos y más disparos de mosquete.
Apretó los puños y pegó con fuerza la cara a la tablazón de cubierta para obligarse a no gritar. El barco se iba a pique rápidamente y Palliser había dado la orden de abandonarlo.
Bolitho intentó pensar con claridad, aceptar que sus compañeros estaban haciendo lo que debían. No había tiempo para el sentimentalismo ni para ningún otro gesto inútil. Él podía considerarse ya tan muerto como todos los que habían caído en el ardor del combate.
Oyó voces, alguien gritaba su nombre. Ni que decir tiene que ni la más mínima luz les ayudaría a encontrarle entre la maraña de restos del naufragio, y cuando la cubierta dio otro bandazo Bolitho gritó:
—¡Atrás! ¡Pónganse a salvo ustedes!
Él mismo se sorprendió al oír sus palabras y la fuerza que había imprimido a su voz. Lo más importante para él había sido vivir lo suficiente como para comprobar que alguien era capaz de arriesgar su vida por intentar salvarle.
La cavernosa voz de Stockdale dijo:
—¡Aquí, aparten esa percha!
Alguien replicó dubitativamente:
—Demasiado tarde por lo que parece, amigo. Será mejor que volvamos a popa.
Stockdale masculló:
—¡Hagan lo que he dicho! ¡Ahora, todos a una, compañeros! ¡Arriba!
Bolitho gritó al sentir cómo el dolor se hacía más punzante en su columna vertebral. Unos pies se movieron al otro lado del montón de desechos y vio a Jury arrodillado, mirando por una abertura en su busca.
—Ya no falta mucho, señor. —Temblaba de miedo pero intentaba sonreír al mismo tiempo—. ¡Aguante!
Tan repentinamente como se habían desplomado con todo su peso, una tabla de cubierta rota y una percha entera fueron alzadas haciendo palanca.
Un hombre agarró a Bolitho por los tobillos y lo arrastró violentamente hacia arriba, hasta la cubierta escorada, mientras Stockdale sostenía a un lado él solo toda una pared de maderos y cabos.
Jury dijo con voz sofocada:
—¡Rápido!
Se hubiera caído de no ser porque un marinero le agarró a tiempo, y entonces todos ellos corrieron tambaleándose y dando bandazos como borrachos escapando de una ronda de enganche.
Cuando se vio por fin en cubierta, Bolitho olvidó el dolor y los momentos de indescriptible terror que había pasado.
A la luz cada vez más intensa del día vio que el
Heloise
había ya naufragado totalmente; el palo trinquete había desaparecido por completo, y el mayor había quedado reducido a un tocón dentado de madera. El velamen, las vergas rotas y una maraña de jarcias caídas y enredadas completaban la imagen de la devastación.
Para acabar de dejar clara la situación, Bolitho vio que ambos botes contaban ya con sus respectivas dotaciones y esperaban apartados del barco; el más cercano flotaba ya a una altura superior al costado de sotavento del
Heloise
.
Palliser estaba en pie a bordo del escampavía dando instrucciones a algunos de sus hombres para que utilizaran sus mosquetes contra una de las goletas. El agonizante bergantín constituía una especie de barrera, lo único que continuaba interponiéndose entre el enemigo y su oportunidad de alcanzar con los botes el otro barco y terminar de una vez por todas con aquel desigual combate.
Stockdale gruñó:
—¡Por encima de la borda, muchachos!
Con la cabeza dándole vueltas, Bolitho vio que dos de los hombres que habían vuelto atrás para salvarle eran Olsson, el sueco loco, y uno de los trabajadores de la granja que había reclutado como voluntarios en Plymouth.
Jury se sacó los zapatos y los puso a buen recaudo en el interior de la camisa. Miró hacia el agua, que llegaba hasta ellos haciendo remolinos por encima de la batayola, y exclamó con voz ronca:
—¡Hay que nadar un buen trecho!
Bolitho retrocedió cuando una bala de mosquete dio en la cubierta lanzando por los aires una astilla del tamaño de una pluma de ganso, a pocos centímetros de donde ellos estaban.
—¡Ahora o nunca!
Vio el mar entrando tumultuosamente por la escotilla y haciendo girar un cadáver en una especie de danza macabra mientras se iba tragando las amuras hacia las profundidades.
Con Stockdale resollando y forcejeando entre ellos, Bolitho y Jury se lanzaron al agua. Les pareció que pasaba una eternidad hasta que alcanzaron el bote más cercano, e incluso entonces tuvieron que unirse a todos los que se habían colgado de la borda intentando no entorpecer el trabajo de los remeros que bogaban hacia el desarbolado
Rosario
.
La mayoría de los hombres que rodeaban a Bolitho le eran extraños, y cayó en la cuenta de que probablemente se tratara de los prisioneros que habían liberado. Olsson se había mostrado tan fiero que por un momento había llegado a temer que los hubiera dejado allí para que se ahogaran, hundiéndose con su barco.
De pronto, el costado del bergantín se elevó sobre ellos. Era un barco pequeño, pero visto desde el agua, mientras luchaba por mantener la respiración y colgando agarrado a un cabo, a Bolitho le pareció tan grande como una fragata.
Poco a poco les fueron subiendo por el costado y, una vez a bordo, eran identificados por la tripulación del bergantín, que les miraba como si hubieran salido del mar directamente.
Palliser dejó bien claro quién estaba al mando allí:
—Little, lleve a los prisioneros abajo y póngales los grilletes. Pearse, averigüe si hay posibilidades de obtener un aparejo de respeto, ¡cualquier cosa que nos permita la arrancada necesaria para poder gobernar! —Pasó a grandes zancadas ante algunos hombres ensangrentados y aturdidos y les espetó—: Carguen esos cañones inmediatamente, ¿me oyen? ¡Maldita sea, parecen un puñado de mujercitas!
Un hombre con cierta autoridad se abrió paso entre sus marineros y dijo:
—Soy el capitán, John Masón. Sé por qué están aquí, pero le doy gracias a Dios por ello, señor, aunque me temo que estamos en desventaja con respecto a los piratas.
Palliser le miró con frialdad.